domingo, 14 de noviembre de 2010

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "VERBUM DEI"

El Papa acaba de publicar su exhortación apostólica "Verbum Dei" (Palabra de Dios). Ya que el Domingo es el día en el que mayoritariamente nos acercamos a la Palabra de Dios através de  nuestra participación en la Eucaristía, vamos a ir desgranando en "Nuestra Casa" este documento con el que el Papa quiere animarnos a acercarnos a la Palabra de Dios, alimento necesario para nuestro caminar en fe.

LA PALABRA DEL SEÑOR permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos » (1 P 1,25: cf. Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna
de un modo humano; su Verbo « se hizo carne » ( Jn 1,14). Ésta es la buena noticia. Éste es el anuncio
que, a través de los siglos, llega hasta nosotros.
La XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebró en el Vaticano del
5 al 26 de octubre de 2008, tuvo como tema La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

Fue una experiencia profunda de encuentro con Cristo, Verbo del Padre, que está presente donde dos o tres están reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20). Con esta Exhortación, cumplo con agrado la petición de los Padres de dar a conocer a todo el Pueblo de Dios la riqueza surgida en la reunión vaticana y las indicaciones propuestas, como fruto del trabajo en común.1 En esta perspectiva, pretendo retomar todo lo que el Sínodo ha elaborado, teniendo en cuenta los documentos presentados: los Lineamenta, el Instrumentum laboris, las Relaciones ante y post disceptationem y los textos de las intervenciones, tanto leídas en el aula como las presentadas in scriptis, las Relaciones de los círculos menores y sus debates, el Mensaje final al Pueblo de Dios y, sobre todo, algunas propuestas específicas (Propositiones), que los Padres han considerado de particular relieve. En este sentido, deseo indicar algunas líneas fundamentales para revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente constante renovación, deseando al
mismo tiempo que ella sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial.


Para que nuestra alegría sea perfecta


2. En primer lugar, quisiera recordar la belleza y el encanto del renovado encuentro con el Señor
Jesús experimentado durante la Asamblea sinodal.
Por eso, haciéndome eco de la voz de los Padres, me dirijo a todos los fi eles con las palabras de san
Juan en su primera carta: « Os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.


Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión
que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo » (1 Jn 1,2-3). El Apóstol habla de oír, ver, tocar
y contemplar (cf. 1,1) al Verbo de la Vida, porque la vida misma se manifestó en Cristo. Y nosotros,
llamados a la comunión con Dios y entre nosotros, debemos ser anunciadores de este don. En esta perspectiva kerigmática, la Asamblea sinodal ha sido para la Iglesia y el mundo un testimonio
de la belleza del encuentro con la Palabra de Dios en la comunión eclesial. Por tanto, exhorto a todos
los fi eles a reavivar el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la Vida que se
ha hecho visible, y a ser sus anunciadores para que el don de la vida divina, la comunión, se extienda
cada vez más por todo el mundo. En efecto, participar en la vida de Dios, Trinidad de Amor, es
alegría completa (cf. 1 Jn 1,4). Y comunicar la alegría que se produce en el encuentro con la Persona
de Cristo, Palabra de Dios presente en medio de nosotros, es un don y una tarea imprescindible
para la Iglesia. En un mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfl uo o extraño,
confesamos con Pedro que sólo Él tiene « palabras de vida eterna » ( Jn 6,68). No hay prioridad
más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos
comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10).

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