martes, 4 de agosto de 2009

SAN JUAN MARÍA VIANNEY


Sacerdote diocesano, miembro de la Tercera Orden Franciscana, que tuvo que superar incontables dificultades para llegar a ordenarse de presbítero. Su celo por las almas, sus catequesis y su ministerio en el confesonario transformaron el publecillo de Ars, que a su vez se convirtió en centro de frecuentes peregrinaciones de multitudes que buscaban al Santo Cura. Es patrono de los párrocos.
Oficialmente, en libros litúrgicos, aparece su verdadero nombre: San Juan Bautista María Vianney. Pero en todo el universo es conocido con el título de Cura de Ars. Poco importa la opinión de algún canonista exigente que dirá, a nuestro juicio con razón, que el Santo no llegó a ser jurídicamente verdadero párroco de Ars, ni aun en la última fase de su vida, cuando Ars ganó en consideración canónica. Poco importa que el uso francés hubiera debido exigir que se le llamara el canónigo Vianney, ya que tenía este título concedido por el obispo de Belley. Pasando por encima de estas consideraciones, el hecho real es que consagró prácticamente toda su vida sacerdotal a la santificación de las almas del minúsculo pueblo de Ars y que de esta manera unió, ya para siempre, su nombre y la fama de su santidad al del pueblecillo.
Ars tiene hoy 370 habitantes, poco más o menos los que tenía en tiempos del Santo Cura. Al correr por sus calles parece que no han pasado los años. Únicamente la basílica, que el Santo soñó como consagrada a Santa Filomena, pero en la que hoy reposan sus restos en preciosa urna, dice al visitante que por el pueblo pasó un cura verdaderamente extraordinario.
Apresurémonos a decir que el marco externo de su vida no pudo ser más sencillo. Nacido en Dardilly, en las cercanías de Lyón, el 8 de mayo de 1786, tras una infancia normal y corriente en un pueblecillo, únicamente alterada por las consecuencias de los avatares políticos de aquel entonces, inicia sus estudios sacerdotales, que se vio obligado a interrumpir por el único episodio humanamente novelesco que encontramos en su vida: su deserción del servicio militar. Terminado este período, vuelve al seminario, logra tras muchas dificultades ordenarse sacerdote y, después de un breve período de coadjutor en Ecully, es nombrado, por fin, para atender al pueblecillo de Ars. Allí, durante los cuarenta y dos años que van de 1818 a 1859, se entrega ardorosamente al cuidado de las almas. Puede decirse que ya no se mueve para nada del pueblecillo hasta la hora de la muerte.
Y sin moverse de allí logró adquirir una resonante celebridad. Recientemente se ha editado, con motivo del centenario de su muerte, una obra en la que se recogen testimonios curiosísimos de esta impresionante celebridad: pliego de cordel, con su imagen y la explicación de sus actividades; muestras de las estampas que se editaron en vida del Santo en cantidad asombrosa; folletos explicando la manera de hacer el viaje a Ars, etc.
El contraste entre lo uno y lo otro, la sencillez externa de la vida y la prodigiosa fama del protagonista nos muestran la inmensa profundidad que esa sencilla vida encierra.
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

recemos por todos los párrocos del mundo y sus dificultades,enormes tantas veces...Personalmente,encomiendo al mio.No le ayudo gran cosa,lo reconozco.M.A

Anónimo dijo...

se me olvidaba decir lo que me impacta la frase que este santo cura escuchó de un tímido feligrés."entro en la iglesia y yo le miro y El me mira".Tal vez no hay otra manera mejor de orar.M.A

Germán dijo...

Felicito de todo corazón a nuestro Juan María Bravo y a toda la familia Bravo López.
Que este niño, por medio de la intercesión de este santo, crezca en gracia y caridad y sea fiel testigo en nuestro mundo del inmenso amor y de la infinita misericordia de Dios.
Un abrazo.
Germán.