viernes, 3 de abril de 2009

VIERNES DE DOLORES


Es la hora.Han venido a buscarme


Esta página está tomada de la obra de Stefano Jacomussi, Comenzó en Galilea, publicada en San Paolo Edizioni
Jesús, en realidad, no quería esconderse, porque al Monte de los Olivos habíamos ido muchas veces, y todos sabían que él se retiraba allí a rezar.Nos dijo que nos sentáramos y le aguardáramos. Se alejó, como hacía siempre, un centenar de pasos, pero las sombras lo envolvieron y lo alejaron de nuestra vista. Esta vez llevó consigo a Pedro, Juan y Santiago.Mientras esperábamos, de repente escuchamos rumores y gritos. Era gente armada, que se acercaba con antorchas. Había también soldados romanos entre ellos, con la mano en la espada. Delante de todos iba Judas. Ninguno de nosotros osó moverse. En aquel momento apareció Jesús, y Judas le besó en la frente. Entonces, se abalanzaron sobre él, lo ataron y se lo llevaron. Pedro trató de defenderle, pero Jesús le dijo que guardase su espada. Nunca más volví a escuchar su voz.Alguien señaló hacia nosotros, que estábamos apiñados uno junto a otro. El miedo pudo con nosotros; lo abandonamos y escapamos.Un relámpago pasó por mi mente: ¿dónde estaba ahora aquella fuerza, aquella certeza que teníamos cuando vimos a Lázaro salir de su tumba? Después, también yo me escondí en la noche.
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«Permaneced aquí y velad»
Pedro, Santiago y Juan se detuvieron. Yo me adelanté un poco.Soy un hombre perdido en la más extrema de las noches. Las raíces profundas de la tierra y las estrellas del cielo escuchan el grito de desesperación de todos los hombres en mi propio grito. Los dolores, las dudas, la fe que tiembla, la esperanza que se quiebra… precipitan mi alma en el abismo de la angustia. Mi noche, hermanos, es la noche de vuestra angustia. En la desesperación, busco para nosotros la luz; en la amargura, una fuerza que nos sostenga. Y pronuncio mi Sí.Padre, que no beba yo el cáliz del dolor; pero hágase, para nosotros, tu voluntad, no la nuestra.Mis amigos se han dormido; les despierto y les digo sin reproches: ¿No habéis podido velar conmigo ni siquiera una hora? Rezad, porque la tentación nos acecha.El Padre escucha. Su silencio le esconde, su libertad aguarda a nuestra libertad. Padre, perdona nuestras dudas, nuestro rechazo. Tú llamas a los hombres a un acto inaudito: creer en tu Hijo, muerto y resucitado. Haz florecer en su alma la verdad de esta muerte, la salvación luminosa de esta resurrección. Cuando tu Hijo sea llamado infame y ladrón de almas, acoge sus blasfemia como una oración desesperada, su rebelión como un asalto a tu paz, para poderla compartir.Duermen. La noche carga sus ojos como todas las demás noches. También el sueño de los hombres y sus pesadillas acompañan mi noche. Para que nada se pierda y todo se consuma en mi agonía. No les despierto.Aquí estoy, Padre. Con el corazón temblando te entrego mi muerte. Te entrego la muerte de todos los hombres, su doliente destino de peregrinos hacia las tinieblas. Espérales, Padre, en la otra orilla, y abre de par en par para ellos la luz de mi resurrección.Advierto ahora las estrellas. Escucho todo aquello que vive y reposa sobre la tierra, el sonido de mi propia vida.Les sacudo. Levantaos. Es la hora. Han venido a buscarme.
Stefano Jacomuzzi

Liturgia del día

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Preciosa entrada.Nos dirán que "la cosa empezó en Galilea",es una frase que me encanta y de la que me han hablado tanto...Sin embargo,hoy empieza a abrirse el camino hacia Getsemani.Recemos,si os parece, por todos los hombres que HOY están en ese huerto.Un abrazo M.A

Anónimo dijo...

Gracias M.A.

Un hombre y...un ángel.