domingo, 6 de julio de 2014

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Mateo 11, 25-30



Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno.
Así, modesto, montado en un asno, entró Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos. Así fue aclamado por los pueri hebraeorum; por los discípulos -sencillos como niños- que alfombraban las calles con sus vestiduras y gritaban bendito el rey que viene en nombre del Señor. Estaban contentos porque veían lo que habían anunciado los profetas, lo que nunca antes habían visto: un rey manso y humilde de corazón.
Algunos fariseos le pidieron a Jesús que hiciera callar a sus discípulos y él les dio esa famosa respuesta: si estos callasen, gritarían las piedras. Era como decirles: vosotros sois muy listos pero no sois sencillos y mi Padre, que puede facilísimamente sacar alabanzas de los niños de pecho y hasta de las piedras, no se manifiesta a los soberbios. Era como decirles: puesto que sois sabios y entendidos, no seáis bobos; recordad a Zacarías y uníos a la fiesta.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor. Que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
En esto consiste la sabiduría verdadera: en dar gracias a Dios, en bendecir su Nombre y en proclamar su gloria. Como nos ha recordado el Papa Francisco, cuando esta sabiduría sencilla se pierde empezamos a vivir como si Dios no existiera y acabamos viviendo como si los demás tampoco existieran. Empezamos a vivir aislados en los propios intereses y ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. 
Si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. 
¿Qué es vivir según la carne? Pues es lo que hacemos cuando nos sentamos a la mesa y comemos y bebemos como si Dios no existiera y como si los demás tampoco existieran. Es lo que hacemos cuando organizamos nuestra vida -desde el lunes hasta el domingo- como si Dios no existiera y como si los demás tampoco existieran. Vivir según la carne es vivir en la familia y en la sociedad exigiendo siempre nuestros derechos y olvidando nuestros deberes para con Dios y para con los demás. Esto conduce a la tristeza y a la muerte de la familia, de la sociedad y del hombre.
Vivir según el Espíritu es lo contrario: es vivir olvidados de nosotros mismos, dando gracias a Dios y sirviendo a los demás con alegría.
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. 
Uno puede decir: soy un niño, los niños somos sencillos. Otro: soy joven, los jóvenes somos sencillos. Otro: soy un trabajador que paga sus impuestos, o un pensionista, o un cura… soy sencillo. Pero esta es la típica forma rebuscada de responder a la palabra de Dios. La única forma sencilla de responder a la Palabra de Dios es dejarse guiar por ella.
Sí, todos somos muy sencillos, pero viene Jesús y nos dice:
Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Y uno empieza a sospechar que uno no es tan sencillo, ni tan manso, ni tan humilde de corazón. La cosa, entonces empieza a ir por buen camino. Y uno siente el deseo de acercarse a Jesús con un humildad para confesar sus pecados. La cosa se pone buena de verdad. Y uno empieza a dar pasitos -de la mano de Jesús- por el camino de la alabanza divina y del servicio al prójimo. Y entonces sí se ve uno como un niño que no tiene nada de que presumir y empieza a vivir según el Espíritu. ¡Qué descanso!
Amable Madre Santa María, cuando me oigas presumir de sencillez dime -con esos ojos preciosos que tienes- que no sea tonto y que aprenda de Jesús.
Javier Vicens Hualde

1 comentario:

Javier dijo...

¿Ha oído el Pueri hebraeorum, doña Balbi?