lunes, 12 de agosto de 2013

GOZO DE SENTIRSE AMADO

No me cabe la menor duda…, de que  Dios es amor y solo amor tal como reiteradamente nos explicitita, el apóstol San Juan, que era el discípulo amado y el más amado del Señor sobre los demás, porque era el que más le amaba a Él, y el amor genera amor, tal como nos dice otro enamorado plenamente del Señor, como era San Juan de la Cruz, que convencido plenamente de la tremenda fuerza que tiene el amor nos escribía: Donde no hay amor pon amor y encontrarás amor. Y remedando a mi amado San Juan de la Cruz, creo que se puede y se debe decir: Donde hay amor, pon más amor y encontrarás más amor. Y este principio es fundamental en nuestras relaciones íntimas, con nuestro principal amado, que es el Señor. Sabemos positivamente que él nos ama, pero deseamos ser más amados y solo tenemos un camino, que es: Acrecentar nuestro amor a Él, para que así se acreciente más su amor a nosotros.
            Nosotros somos criaturas creadas por el propio amor, que es nuestro Dios, y la impronta de su Ser que es el amor, ha quedado grabada desde nuestra creación, en nuestro ser para toda la eternidad. Por ello se nos dice que el hombre es un ser que tiene dos necesidades evidentes, e irrenunciables, que son las de poder amar y la de ser amados. Y este toma y daca del amor es siempre más perfecto cuando se trata del amor sobrenatural, que como es lógico y no necesita ser explicado, está muy por encima del amor humano.
            Pero no olvidemos ni menospreciemos el amor humano, para supervalorar el amor sobrenatural. Primero, porque el amor sobrenatural no lo necesita y es imposible aumentar el valor del amor sobrenatural, porque Dios, está por encima de todo; y en segundo lugar, porque el auténtico amor humano es un reflejo del amor sobrenatural y cuanto la copia más y mejor refleje el original, más perfecto será el amor humano. Nuestra obligación de amar es doble, tanto hemos de amar sobrenaturalmente, es decir, al Señor, como humanamente a nuestros semejantes. Hay que amar con pasión a nuestros hermanos, aunque pensemos que muchos de ellos no se lo merecen y nuestra humana condición concupiscente nos dé razones para no amar a todos nuestros hermanos, incluidos los que nos estén asesinando.  San Juan nos dice: “7 Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8 Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn 4,7-8).
            Todos hemos oído decir, que somos seres creados por Dios para una felicidad eterna y desconocida, de la cual, tal como reiteradamente nos recuerdan los no creyentes, nadie de los que ya la han alcanzado la eterna felicidad, ha vuelto para explicarnos que existe y en qué consiste. ¡Lógico que nadie haya vuelto!, porque si esto hubiese sucedido, el resultado sería para el que creyese, perdería el mérito de tener fe, porque ella desaparecería, convertiría en evidencia. Pero es el caso, que  pienso de que si esto sucediese, ya se las ingeniaría satanás, para que muchos a pesar de esto no creyesen. Acordémonos, de lo que dice el Señor en la Parábola del rico Epulón, cuando este ya estaba condenado y quería que le avisasen a sus hermanos: “30 Él dijo: “No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán” 31 Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite”. (Lc 16,30-31).
            Pero la felicidad eterna existe. Porque el ansia de felicidad la llevamos todos siempre como un deseo que aquí abajo no alcanzamos nunca a satisfacer plenamente. De la misma forma que tenemos sed, porque el agua existe, tenemos ansia de felicidad eterna porque ella también existe y solo ella puede calmarnos nuestra ansia de felicidad. Aquí abajo, buscamos sustitutos, a los que llamamos felicidad terrestre, pero ellos nunca nos sacia, cuando al fin logramos alcanzar, tras ímprobos trabajos, algo que nos da felicidad, esta es siempre pasajera y al poco tiempo, no hastía.
            Compramos un coche nuevo y este nos da la felicidad de disfrutarlo conduciéndolo y creando a nuestro alrededor una envidia de posesión, que desgraciadamente nos satisface, porque no amamos suficientemente a los demás. Nos vanagloriamos del coche que tenemos y nuestra vanidad está en límites de desbordamiento. Pero en muy poco tiempo, quienes nos rodean ya no nos admiran por el coche que tenemos, ya no le llama la atención a todos, además dos amigos más, han comprado ya el modelo superior de coche de la misma marca que el nuestro.
            Estamos hastiados, para colmo nos han dado un par de golpes en la carrocería. El coche ya no es lo que era y entonces nos nace el deseo de comprar otro nuevo, aunque andemos escasos de dinero, porque la vanidad de nuestro ego nos lo demanda. Igual le pasa a ellas, con los trajes vestidos y complementos como se lee en los anuncios de los almacenes especializados. Además no me puedo poner este mismo vestido para ir a casa de fulano, porque allí esta menganita, que ya me ha visto este traje dos veces. Poderosas razones, son las que nos inventamos para creer que así es como se llega a la felicidad eterna.
            Cierto, que solo tenemos unas escasas referencias, de cómo será la felicidad para la que estamos creados. Para mí que fue San Pablo, el hombre que quizás tuvo una visión, más completa, de lo que es el cielo. Pero no  fueron los ojos de su cara, ni los sentidos de su cuerpo, lo que debieron tener la experiencia, sino los sentidos y los ojos de su alma. Tengamos en cuenta que el cielo, al igual que el infierno, no son lugares materiales y por lo tanto no tienen una ubicación en la materia. Estamos tratando temas del orden del espíritu, no de la materia, y por lo tanto más calificada estaba el alma de San Pablo, que su cuerpo para apreciar lo que debió ver con los ojos de su alma.
            Es por ello que él nos dice: “¿Que hay que gloriarse?, aunque no trae ninguna utilidad; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2). Y ya anteriormente en la primera epístola, también a los corintios, les había dicho: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”.  (1Co 2,9).
            Nosotros, hasta que no abandonemos este mundo y demostremos que hemos amado intensamente, al Señor y a nuestro semejantes, no podremos tener la dicha de alcanzar la plena felicidad, que el Señor nos ha prometido, pero si hay algo muy importante que podemos hacer aquí abajo. Decíamos al principio de esta glosa que nosotros éramos y somos criaturas creadas para amar y ser amados y este principio no solamente es válido con respecto al amor humano, sino en relación al amor sobrenatural. Creo que en esta vida, el mayor goce y por lo tanto la mayor felicidad que podemos experimentar, es amar y sentirnos amados por el Señor. Cuando una persona ama apasionadamente al Señor, nada es comparable a la reciprocidad que se obtiene del Señor, haciéndole a uno sentirse amado por si amor. En esos momentos, nuestro cuerpo enmudece y cierra sus ojos, porque quien habla y ve es nuestra alma, que solo es capaz de decir una sola cosa: Señor te amo…te amo…te amo
            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
 
  Juan del Carmelo para ReL

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