lunes, 22 de noviembre de 2010

SUCEDIÓ EN MADRID Y EL DIOS DE LA VIDA LO HIZO

Todo lo que nos cuenta este relato es real, y reales son sus personajes, aunque hemos omitido algunos datos. Nos lo manda un seguidor del blog, que a su vez lo recibió en su correo electrónico, enviado por un conocido de uno de los protagonistas.
¡¡Qué grande es Dios!!
Es viernes 16 de Noviembre de 2010. Las doce en punto de la mañana y me dispongo a llevar la comunión a los enfermos que viven cerca del convento. Voy al Sagrario y llevo al Señor conmigo en el porta viático. El es el consuelo de los enfermos en el dolor, es la medicina del alma y es mejor tener el alma sana aunque el cuerpo esté enfermo, me digo recordando la doctrina de Nuestra Santa Madre Teresa.
Voy a la calle, recogido, con el Señor en mis manos. Es la hora del Ángelus. Está lloviendo, hace frío en Madrid y las hojas caducas de los árboles de nuestro jardín conventual han formado una alfombra al paso del Santísimo en esta otoñada que anuncia ya el cercano invierno. Salgo a la calle y llevo al Señor sobre mi corazón, signo de que le quiero llevar dentro del mismo como tesoro en vasija de barro. Pienso todo esto, recogido. Los coches circulan veloces porque la hora punta pasó y ya no hay atascos en la calle Arturo Soria. La vida agitada de la gran ciudad va a su ritmo. A veinte metros del convento hay un semáforo en rojo para los peatones. Hay que esperar. Son pocos los viandantes en esta zona más residencial que de comercios, ajardinada en buena medida.
Una joven espera a mi lado a que el semáforo se ponga en verde y mientras tanto aprovecha para hacerme su pregunta: - Por favor ¿me puede decir dónde está la clínica del Bosque?
Tiene el acento dulce, propio de los hispano americanos. Me quedo mirándole a los ojos unos instantes, con amor grande y no con menos grande tristeza
Ella refleja la tristeza en su rostro.
Le contesto: -No vayas por favor, no vayas.
Ella se ha quedado perpleja ante mi respuesta. Piensa quizás que es una clínica de medicina general, y por eso me pregunta a mi, fraile que no pasa desapercibido.
Esta clínica está a doscientos metros de nuestro convento y es exclusivamente un abortorio que lleva funcionando más de treinta años.
El semáforo se pone en verde y comienza a caminar mientras le insisto.
-No vayas por favor. Allí matan niños. No vayas si no quieres colaborar en el asesinato de tu propio hijo al que llevas dentro.
Se le han llenado los ojos de lágrimas. Se ha encontrado con su propia realidad, con su soledad, con su sufrimiento.
Me dice que vive en la zona de Aluche.Ha venido hasta aquí, sin rumbo, mientras que todos los abortorios de Madrid, (que se enriquecen con la ayuda económica de la Comunidad de Madrid), están más cerca de su casa que este. La clínica del Bosque, el Bosque de la muerte, es la que más lejos está. De punta a punta.
Ella continúa caminando sin rumbo y yo a su lado y en su dirección, repitiendo lo mismo sin respetos humanos. Vamos los dos con paraguas. Está lloviendo y hace mucho frío.
-Por favor, espera (le digo), vamos a hablar. TE vamos a ayudar, conozco gente que te puede ayudar. Por favor,  no lo hagas, te arrepentirás toda tu vida. Espera... vamos a hablar, espera...
Si sigue caminando estoy decidido a ir a su lado hablándole hasta la misma puerta de la clínica.
He logrado detenerla y se ha echado a llorar argumentando:
-No lo puedo tener, me va a echar del trabajo, estoy sola, no lo podré sacar adelante.
-Espera, -le digo-vamos a llamar a quienes te pueden ayudar. Hay otras alternativas.
-Tengo cita y llego tarde-me dice con ademán de marchar. Sigo caminando con ella.
-Espera ¿cómo te llamas?
-Mónica, me dice.
-Yo Miguel Ángel. Espera Mónica, ya estoy llamando.
Veo que el teléfono tiene muy poca batería y espero que dure.
Llamo a P. Gutiérrez, del Movimiento Unidos por la Vida, con la que he cooperado en algún proyecto y le cuento muy brevemente la situación y le paso el teléfono para que hable con Mónica mientras esta se seca las lágrimas con mi pañuelo.
Pilar le dice que no lo haga mientras yo lo pongo todo en manos del Señor al que llevo en las mías y miro al cielo encomendándolo a todos los bienaventurados, mártires y santos inocentes de todos los tiempos. Y pido la intercesión de nuestras MM Carmelitas Descalzas para que la fecundidad espiritual de su vida se manifieste, y pienso en todos los contemplativos de la Iglesia. Y Mónica corta la conversación. Se defiende de P. como de mi. Ante la propuesta de dar su hijo en adopción, prefiere abortar.
Mónica corta la conversación. Tiene prisa. Llega tarde a la cita en la que va a programar su crimen. Me pasa el teléfono y P. me da breves y claras recomendaciones. Dígale...
NO hay tiempo, hay que actuar.
-Mónica, escúchame-le digo-hace mucho frío, ven a mi casa, que está muy cerca. Ven por favor, vamos a hablar.
-No puedo, pierdo la cita. Ha sido mi novio quien me ha dado la dirección de la clínica.
-No te preocupes, no tienes que ir allí para nada.
-Pero usted no me comprende, no está en mis zapatos.
-Si te comprendo-le digo- no estoy en tus zapatos, pero estoy en mis sandalias para intentar tocar la tierra. Vamos.
Desde una habitación del Hospital Anderson, A. C observa la escena. Está cuidando a su madre, P. C, operada de cáncer a la que iba a llevar la comunión. Le dice a su madre que me está viendo, en la calle con una chica, que seguro que voy a visitarla. No. Se vuelven hacia el convento. Al día siguiente llevaré la comunión a los enfermos.
La he tomado ligeramente del brazo y recorremos despacio los pocos metros que nos separan del convento.
Ella no sabe que hace un año, el veintiocho de diciembre, lloviendo también, nos concentramos con Alternativa Española al lado de ese "Bosque", para rezar por los nuevos santos inocentes de hoy y por sus madres, víctimas de este doble crimen. (En este instante, mientras esto escribo, un amigo sacerdote me pone un sms diciéndome: Celebré la Santa Misa por Miguel Ángel y sus padres).
Estamos volviendo al convento, que está muy cerca. De nuevo, la alfombra de hojas recibe al Señor, a Mónica con la nueva vida en su seno y a este fraile.
Entramos. Se me ocurren mil cosas que decirle y que hacer. Vamos a un ordenador, le digo que se siente y busco en Google: vídeo sobre el aborto. Me llama Pilar dándome el teléfono de una institución pro-vida y me dice que busquemos la página "No más silencio" y "Apóstoles de la vida":
He encontrado un vídeo precioso que vi hace tiempo y que promocionó Intereconomía. Ha salido este vídeo providencialmente. Recuerdo que es tremendo. Y Mónica me dice que ya lo conocía. Lo ve sin dejar de llorar. En este vídeo un niño habla a su madre desde el seno materno, feliz por haber sido concebido. La mamá tiene problemas diversos y decide ir a abortar. El niño establece un monólogo con su madre, entristecido y mostrando, finalmente sufrimiento mientras está siendo víctima inocente de este asesinato. Es conmovedor.
Me dice Mónica que si no tengo nada que hacer. Le digo que no. Sólo estar con ella.
Busco un testimonio de una chica que cuenta su vida después de haber abortado. Mónica lo escucha atentamente.
La dejo sola en la habitación. Llamo a mi buen amigo Antonio T., al móvil varias veces, no lo coge, llamo al fijo. Me dicen que le dirán que me llame.
Llamo a Mercedes M. , su esposa, le cuento muy brevemente y me dice que rápido se ponen en camino o ella o Antonio. Ellos colaboran en organizaciones pro-vida. Mercedes me dice: -Padre, van para allá Antonio. En media hora estará en el convento. Va a Red Madre a buscar a Esperanza para que vaya con él y van para allá. En media hora estarán allí.
Le digo a Mónica que esté tranquila, que van a venir a ayudarnos. Tiene miedo porque teme la pérdida del trabajo por estar embarazada. Le digo que no se preocupe, que nos van a ofrecer otras alternativas. Todo esto mientras le sirvo un café y unos dulces.
Me pregunta por mi vocación, por qué decidí ser sacerdote. Cuando le digo que fui al seminario con diez años, se sorprende.
Me dice que es de Bolivia y que su novio era español. Al quedarse embarazada la ha dejado. Su madre vive en España, pero apenas se tratan. Ella vive con su hermana, con la que la relación es nefasta. Está sola.
Me dice que es protestante y que en su confesión tampoco aprueban el ataque a la vida, que ella ha rezado esta mañana y que no cree en las  casualidades. Interpreta como providencial el encuentro conmigo. Mónica está más serena. Le pido que se deje ayudar, que ame la vida que lleva dentro y que ya verá como todo sale bien.
Mónica está bautizada. Ella misma lo pidió en su juventud. Nos une el mismo bautismo en Cristo.
Llaman a la puerta. Ya están aquí Antonio y Esperanza. Han llegado en veinte minutos escasos. Antonio, como siempre que se trata de algo importante a desplegado las alas de su coche y de su caridad. "Nos apremia el amor de Cristo", pienso con San Pablo.
Nos reunimos los cuatro y Mónica comienza a contar toda su historia desde el principio. Ya tiene un hijo de cinco años. Ella lleva año y medio en España y se casó muy joven con un militar en Bolivia. El niño está con su padre. Lleva dos años sin verlo. Ella tiene veinticinco años y el que ha sido su novio en España, veinticuatro. Este está trabajando y no quiere que ella tenga el niño, por eso la ha mandado a la clínica que él ha buscado. Ella duda del mutuo amor.
Esperanza está curtida en estas lides, por experiencia propia y por su trayectoria en Red Madre. Escucha, anima, propone, llora y ríe con las dos víctimas de este asunto: madre e hijo. Le habla de cómo ayudan en todo en Red Madre. Con detalle, le habla del centro de acogida, de cómo ella puede vivir allí y seguir trabajando después de tener a su hijo. Tienen guardería para que esté cuidado mientras el tiempo de trabajo... Mónica se va serenando.
Antonio con una amabilidad sorprendente, habla a Mónica desde Dios. Ella sabe bastante de la Biblia. Tiene cultura. Ella recuerda nuestro encuentro a las doce del medio día y dice que al saber mi nombre (Miguel Ángel), se acordó del pasaje de la Anunciación. Dice que no hay casualidades y que esto ha sido para ella un signo de Dios.
Antonio le dice que la vida que lleva dentro no es de ella, que es un regalo de Dios para ella. Todo con una delicadeza genial. Mónica escucha con atención.
También, en la conversación, han surgido algunas bromas y hemos reído.
Yo he escuchado con atención. He intervenido, brevemente, alguna vez. Hemos escuchado atentamente. Hemos hablado despacio.
He pedido a Mónica su teléfono, e-mail, correo postal. Todo.
Antonio le pregunta que si es niño, como se llamará. Ella afirma sin titubeos: se llamará Miguel Ángel.
Esperanza llama a un médico ginecólogo para que la pueda recibir. Tiene cita hoy mismo a las tres en la clínica Moncloa. Son las dos y media.
Todo el tiempo ha estado el Señor con nosotros, en el porta viático, en la humilde apariencia de pan.
Mónica no se cree aún lo que le ha sucedido. Le parece un sueño. Confiesa que rezó por la mañana antes de salir de casa.
Hay que ser puntuales y a las tres menos cuarto hay que salir. Vamos hacia el coche de Antonio. Esperanza, Mónica y Antonio van a Moncloa. Yo me quedo en el convento con el cansancio del que regresa de una terrible batalla y con la confianza en el Señor.
Esperanza y Mónica se queda en la Clínica Moncloa. El médico es extraordinario.
Sigo en comunicación con Mónica por teléfono y e-mail. Está con paz. Esperanza se encargará de lo psicológico y material, yo de lo espiritual, que también es importante. Ya he encontrado amigos que me ofrecen ayuda económica para ella y que tiene preparado un buen ajuar para cuando nazca el niño.
Esperamos que esta nueva vida sea para gloria de Dios.
Ayer jueves dieciocho de noviembre me regaló mi amiga M. del Mar un niñito de cerámica, precioso, durmiento plácidamente y protegido por las alas de un ángel. El ángel de Dios. he llevado este detalle a correos y le llegará a Mónica.
qué terrible la soledad y el sufrimiento de estas chicas.
Sucedió en Madrid y Dios lo hizo.
Dios te guarde+
P. Miguel Angel

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