Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz, generalmente en su mundo.
El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no se quema uno mismo.
El resentimiento sólo destruye al resentido.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar; así como hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los mejores signos de perdón.
A veces esto sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una profunda herida necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo.
Ejercicios de perdón
1.- Ponte en el Espíritu de Jesús, en la fe. Asume sus sentimientos. Enfrenta (mentalmente) al “enemigo” mirándolo con los ojos de Jesús, sintiéndolo con los sentimientos de Jesús, abrazándolo con los brazos de Jesús como si “fueras” Jesús.
Concentrado, en plena intimidad con el Señor Jesús (colocando el “enemigo” en el rincón de la memoria), di al Señor: “Jesús, entra dentro de mí. Toma posesión de mi ser. Calma mis hostilidades. Dame tu corazón pobre y humilde. Quiero sentir por ese “enemigo” lo que Tú sientes por él; lo que tu sentías al morir por él.
Yo perdono (juntamente contigo), yo amo, yo abrazo a esa persona. Ella-Tú-Yo, una misma cosa.
Yo-Tú-ella, una misma unidad”.
Repetir estas o semejantes palabras en la oración...
2.- Si comprendiéramos, no haría falta perdonar. Trae a la memoria al “enemigo” y aplícale las siguientes reflexiones:
Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estarás tú atribuyendo a esa persona intenciones perversas que ella nunca las tuvo? Al final, ¿quién es el equivocado? Si él te hace sufrir, ¿ya pensaste cómo tú le harás sufrir a él?¿Quién sabe si no dijo lo que te dijeron que dijo?¿Quién sabe si lo dijo en otro tono o en otro contexto?
El parece orgulloso; no es orgulloso, es timidez. Parece un tipo obstinado; no es obstinación, es un mecanismo de autoafirmación. Su conducta parece agresiva contigo; no es agresividad, es autodefensa, un modo de darse seguridad, no te está atacando, se está defendiendo. Y tú estás suponiendo perversidades en su corazón. ¿Quién es el injusto y el equivocado?
Ciertamente. Él es difícil para ti, más difícil es para sí mismo. Con su modo de ser sufres tú, es verdad; más sufre él mismo. Si hay alguien interesado en este mundo en no ser así, no eres tú; es él mismo. Le gustaría agradar a todos; no puede. Le gustaría vivir en paz con todos; no puede. Le gustaría ser encantador; no puede.
Si él hubiera escogido su modo de ser, sería la criatura más agradable del mundo. ¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él no escogió? ¿Tendrá él tanta culpa como tú presupones? En fin de cuentas, ¿no serás tú, con tus suposiciones y repulsas, más injusto que él?
Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar
Padre Roberto Mena ST
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