viernes, 25 de octubre de 2013

ELENA ROMERA: YO SOY PARA MI AMADO

Elena Romera murió hace tres años, con veinticinco abriles, de un cáncer de rodilla que después se le extendió al pulmón. Previamente le habían cortado una pierna. Como imaginaréis, no es plato de gusto. Sin embargo Elena, en la cruz, se encontró con Jesucristo. ¿Por qué digo esto? Porque ella misma lo decía. "Yo, si no llega a ser por el cáncer, no sé dónde estaría... El Señor ha permitido esta enfermedad para que yo no me pierda...". Y era verdad. Elena fue una adolescente con mucho carácter, dominante, deportista (empezó gimnasia rítmica con tres años, y hacía exhibiciones con sus compañeras por distintos lugares de Murcia, y ganaba medallas), pianista (estudió hasta cuarto de piano y tocaba sin partitura), muy guapa, con don de gentes, que, además se llevaba a los chicos "de calle". Tuvo varios novietes, algunos ligues y muchos pretendientes incluso después del cáncer y de la amputación de la pierna. Desobediente, en la adolescencia hacía lo que le daba la gana, se saltaba los horarios que le marcaban sus padres, muy fiestera... muy alegre, muy bromista, una líder nata.

¿Qué hubiera sido de Elena, si no llega a expermentar el sufrimiento de un cáncer?

Pero... el Señor le dijo: Aquí estoy. En la cruz me encontrarás. Y ella le encontró en la cruz. Decía a quien la quisiera oír: "el cáncer no es una desgracia. Es el regalo que el Señor me ha hecho, en la cruz he conocido el amor que mi Padre me tiene; es un regalo envuelto en un papel feo, en un papel de periódico viejo... pero la cruz no me mata, a mí me mata interiormente el desamor, cuando me peleo con mi familia, o con mis hermanos de comunidad, pero no el dolor físico. Eso no es lo que me quita la paz".

Vivió con el cáncer siete años, pasó por siete operaciones, varias sesiones de quimioterapia, una prótesis en la rodilla, la rehabilitación -durísima- de su pierna, y su posterior amputación. Luego vino el cáncer de pulmón y la muerte. Sin embargo, estos sietes años fueron oro probado al crisol; fueron el tiempo en que ella conoció a su Amado.

En su testamento, decía: "De lo único que me arrepiento es de no haber amado más". Y no amó poco, os lo puedo asegurar. Por la casa de sus padres, mientras nosotros estuvimos allí, pasaron hermanos de comunidad, tíos, primos, vecinos... y todos coincidían en una cosa: Elena era "especial", "tenía una paz...", "tenía luz en su cara", "estaba siempre alegre", "se preocupaba por mí, antes que por ella misma. Siempre quería saber de mí...". Era muy bromista, dejaba su pierna ortopédica sobresaliendo por debajo de la cama de alguien, o detrás de la puerta del cuarto de baño... los sustos eran de cuidado. A los niños pequeños, cuando la veían sin pierna en la playa, les decía: "ES que ha venido un tiburón, y ¡zas¡ me ha comido la pierna¡

El Señor la sostuvo, y ella se dejó sostener.

Dejó la biología, y pasó a estudiar fisioterapia, seguramente por haber conocido tantos enfermos necesitados de ayuda durante el tiempo ingresada en el hospital. Ya con la pierna amputada, estuvo varios meses trabajando en Irlanda en un centro de minusválidos físicos y psíquicos. Aquel tiempo fue muy gratificante para ella, que decía que "si puedo ayudar, porqué no lo voy a hacer". También trabajó un verano, ya con la enfermedad bastante avanzada, en un hospital cercano. Y a un vecinito suyo (esto me lo contó la madre del niño) le estuvo haciendo rehabilitación de la pierna -cuando los médicos no daban un duro por él-... hoy anda con bastante soltura. La madre me contaba: "Yo no sabía que estaba tan mal, que se iba a morir... pero yo la notaba con mucha prisa por empezar la rehabilitación de mi hijo". Con este crío tenía bastante complicidad, le escribió una carta donde le decía: "campeón, los límites te los marcas tú".

Se pasaba todo el día en oración. Su comunidad la visitaba mucho, hacían turnos para acompañarla, rezando vísperas, o el rosario. Dos meses antes de su muerte, la aceptaron como aspirante en la congregación de la Madre Teresa de Calcuta. Varias Hermanas de Madre Teresa fueron a su casa de Caravaca de la Cruz a celebrar el rito de iniciación como postulante, y le entregaron el crucifico, el rosario, y el sari, con el que quiso que la enterrasen. Ella conoció desde el principio de su enfermedad todo lo referente a su situación personal, no quiso que le ocultasen nada... tuvo la fortaleza de preguntarle al oncólogo cuánto tiempo le quedaba de vida y cómo sería su muerte. Quiso morir en su casa. Preparó su despedida con todo detalle, se despidió de sus hermanos y hermanas, de sus cuñados, de sus padres, de sus hermanos de comunidad, de sus amigos... y a todos confortó.
En su casa, tienen paz. No están amargados, porque aún enmedio del dolor por la separación, saben que Elena está viva.
Del blog Victoria Luque


jueves, 24 de octubre de 2013

CATEQUESIS DEL PAPA

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Continuando con la catequesis sobre la Iglesia, hoy me gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Y lo hago recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la constitución Lumen gentium: "Como enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la Iglesia en el orden de la fe, la caridad y de la perfecta unión con Cristo» (n. 63).
1. Partamos desde el primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama "llena de gracia" y le revela este proyecto. María responde "sí", y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.
¿Cómo ha vivido María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar... Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El "sí" de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.
Podemos hacernos una pregunta: ¿nos dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O la creemos lejana, muy diferente a nosotros? En tiempos de dificultad, de prueba, de oscuridad, la vemos a ella como un modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solamente nuestro bien? Pensemos en ello, ¡tal vez nos hará bien reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia por esta fe que ella tenía!
2 . Llegamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor? Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en dicha casa significaba llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el comprenderse.
Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.
Hemos hablado de María, de Jesús. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Con nosotros que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que llevamos a los demás? Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que acompaña, ¿o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un amore fuerte, o debil, al punto que busca las simpatías, que quiere una contrapartida, un amor interesado?
Otra pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal de los demás, cuidamos cada uno nuestro "patio trasero"? O nos cuidamos unos a otros? ¡Estas son preguntas de la caridad!
3. Y un último punto brevemente: María, modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga... Pero cada acción se realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte.
Es hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús sólo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?
Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia. ¡Que así sea!


miércoles, 23 de octubre de 2013

¿POR QUÉ ALLÍ NO HAY DIVORCIOS?

El pueblo de Siroki-Brijeg en Herzegovina tiene una maravillosa distinción:¡¡Nadie recuerda que haya existido un solo divorcio entre sus 13.000 habitantes!!.
¡Tampoco se recuerda un solo caso de familia rota!
El secreto de Herzegovina es sencillo: Los habitantes croatas han mantenido su fe Católica, soportando por ella persecución por siglos, a manos de los turcos y después de los comunistas. Su fe está fuertemente arraigada en el conocimiento del poder salvador de la cruz de Jesucristo. Ellos saben que los programas del mundo, aunque sean programas humanitarios de desarme o de paz, por si mismos solo proveen beneficios limitados. ¡La fuente de la salvación es la cruz de Cristo!
Este pueblo posee una gran sabiduría que han sabido aplicar al matrimonio y a la familia. Ellos saben que el matrimonio está indisolublemente unido a la cruz de Cristo. Salvo las lógicas anulaciones por la Iglesia.
Según la tradición croata, cuando una pareja se prepara para casarse, no les dicen que han encontrado a la persona perfecta. ¡No!
El sacerdote les dice:
'Has encontrado tu cruz. Es una cruz para amarla, para llevarla contigo, una cruz que no se tira sino que se atesora'
En Herzegovina la Cruz representa el amor más grande y el crucifijo es el tesoro de la casa.
Cuando los novios van a la iglesia, llevan el crucifijo con ellos. El sacerdote bendice el crucifijo. Cuando llega el momento de intercambiar sus promesas, la novia pone su mano derecha sobre el crucifijo y el novio pone su mano sobre la de ella, de manera que las dos manos están unidas a la cruz. El sacerdote cubre las manos de ellos con su estola mientras proclaman sus promesas, según el rito de la Iglesia, de ser fieles el uno al otro, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, hasta la muerte. Acto seguido los novios no se besan sino que ambos besan la cruz. Los que contemplan el rito pueden comprender que si uno de los dos abandona al otro, abandona a Cristo en la Cruz.
Después de la ceremonia, los recién casados llevan el crucifijo a su hogar y lo ponen en un lugar de honor. Será para siempre el punto de referencia y el lugar de oración familiar. En tiempo de dificultad no van al abogado ni al psiquiatra, sino que van juntos ante la cruz, en busca de la ayuda de Jesús. Se arrodillarán y llorarán y abrirán sus corazones pidiendo perdón al Señor y mutuamente, e irán a dormir en paz porque en su Corazón han recibido el consuelo y el perdón del único que tiene poder para salvar. Ellos enseñarán a sus hijos a besar la cruz cada día, y a no irse a dormir como los paganos, sin dar gracias primero a Jesús. Saben que Jesús los sostiene en Sus brazos y no hay nada que temer.



martes, 22 de octubre de 2013

MIS ZAPATOS

Les presentamos este cortometraje dirigido por Nima Raoofi, que nos muestra la desdicha que sufre un niño al comparar sus zapatos rotos con los zapatos nuevos, bonitos y mejores de otro niño que se encuentra en el parque. La situación le parece injusta, “¿Por qué tiene que ser así?” “¿Por qué él sí y no yo?” “¿Por qué la realidad no es otra, como yo quiero, como yo creo que es mejor?”
Este cuestionamiento interior lo lleva a pedir un deseo, motivado por la aparente buena condición del otro, por llevar una mejor ropa, pide ser como él, con la expectativa de estar mejor. El deseo se le cumple, llega a ocupar el lugar del niño bien vestido, pero para su sorpresa, este niño tenía una discapacidad física y no podía caminar, correr, desplazarse por sus propios medios, como él originalmente si podía. Consigue lo que pretendía, unos zapatos nuevos y bonitos, pero esta nueva realidad no trae con ello la alegría que tanto anhelaba.
Elementos apostólicos
Quiero comentar algunos elementos que me llamaron la atención de este video y que pueden ayudarnos en nuestro apostolado:
1. ¿Quién es mejor: él o yo?
No es raro que nos sucedan situaciones como la del video. Las comparaciones con los demás. Poner a otros como el punto de referencia de nuestra valoración. El hecho que otras personas posean cosas que no tenemos nos hace sentir inseguros frente a nuestro propio valor; nos puede parece que “este es mejor que yo, porque es más reconocido, tiene más talento, tiene más fama, tiene más dinero, tiene más prestigio, etc”. El valor lo relacionamos con lo que se tiene o lo que se puede hacer o lograr. Podemos querer ser como los demás, obtener lo que otros tienen y así conseguir la aceptación y la valoración que esperamos. Terminamos entonces renunciando a nosotros mismos, a ser auténticos por querer ser otros, ignorando o despreciando lo que nosotros tenemos, ya sea porque no conocemos su valor o porque no nos parece suficiente, según el ideal que hemos construido.
En este punto quiero aclarar que la búsqueda de valor y significación es algo natural en el ser humano, que proporciona seguridad, sin embargo como mencionaba este valor no responde sólo a las cosas que son más pasajeras.
 2. Nuestro valor consiste en lo que somos, no en lo que tenemos.
 
Esta es una verdad que se deriva de la misma Revelación. Cada uno de nosotros creados y pensados con Amor desde el corazón de Dios. Cada uno único e irrepetible, con una dignidad y un valor especial porque Dios así lo ha querido. Dios no hizo a alguien mejor o peor. Tener unas capacidades o características distintas no nos hace menos o más ante los otros. Cada uno debe primero conocer aquello que representa su dignidad y posteriormente aceptarlo, acogerlo como un don de Dios. El conocimiento y la aceptación de nosotros mismos nos llevarán a ser más humildes, es decir vivir de acuerdo a la verdad de nosotros mismos.
Hoy en día se habla de los problemas de valoración y  de autoestima, son comunes los recursos, talleres, libros, películas, que buscan ser un método de autoayuda para aprender a sentirse bien consigo mismo. Sin embargo, estas respuestas resultan insuficientes cuando no se considera que este mal tiene un componente espiritual, que requiere madurez en la fe, una relación confiada que acoja la verdad que Dios nos muestra sobre nuestra identidad y dignidad.
3. La realidad entendida desde una lógica sobrenatural
Hay ocasiones en que nos encontramos con realidades y situaciones que son en sí mismas difíciles de entender, de asumir, que nos llevan a estar inseguros frente a la propia valoración. La carencia de un bien necesario o que esperamos, el dolor, el sufrimiento, la limitación. Sea cual sea la circunstancia, hay un bien y una verdad que siempre permanece: somos valiosos y dignos. A pesar que la realidad no siempre se ajusta a nuestras expectativas ni a nuestra lógica, las situaciones de la vida están enmarcadas en una Lógica sobrenatural: el Plan de Dios. Él siempre conoce lo que necesitamos, lo que nos hace bien y así a veces haya momentos de sufrimiento, en la mente y el corazón de Dios todo tiene un sentido para nuestro bien.  Esta verdad nos invita a mirarnos a nosotros mismos como Dios nos miraría, confiando en que siempre será una visión de Amor.
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Fuente: Catholic-link

lunes, 21 de octubre de 2013

CASTIDAD EN EL SIGLO XXI

Uno de los principales problemas y a la vez falencia del mundo moderno consiste en la falta total de grandes ideales que justifique una lucha que pueda durar toda la vida.

¿Quién se atreverá hoy en día a comprometerse al sacrificio? ¿Quién preferirá una vida de trabajos nobles en vez de la molicie a la que se nos invita constantemente desde los diversos ámbitos de nuestra pseudo-cultura?

Lamentablemente tenemos que responder que nadie, o pocos, ya que se ha perdido el sentido del sacrificio, y esto porque ya no hay sentido de la vida. Los hombres de nuestro tiempo, en especial los jóvenes no tienen motivos por los cuales luchar, se les ha quitado lo propio de la juventud, que es ese arrojo a grandes empresas. Los jóvenes de hoy tienen los ojos turbios, porque éstos se abren desde un alma grande y se topan con una realidad pusilánime.

Sin embargo, a pesar de la mediocridad de nuestros días hay cosas que no han cambiado, y, querido joven, aunque sea difícil de creer, aún hoy crecen flores en este estanque podrido; aún hoy hay almas limpias, capaces de darlo todo por conservar la pureza de su cuerpo y de su alma; jóvenes que no se compran por pocas monedas o inertes ídolos; jóvenes que saben que se es verdaderamente valiente cuando día a día se lucha por conservarse castos en un mundo en descomposición. Estos jóvenes existen, y Dios quiera que cada día sean más.

Es en estas luchas durísimas, a las que los jóvenes de hoy se deben enfrentar, aunque todo el mundo esté en su contra, en las que se cosechará auténticos héroes. Y más, luminosos santos para Dios y la Iglesia.

El libro que ofrecemos a continuación (http://www.alexandriae.org/index.php/item/un-asunto-capital?category_id=15) busca alentar, guiar y enseñar a vencer a quienes se han decidido a no ser como todos, a quienes han encontrado un por qué a su vida, a quienes quieren mantenerse puros.
Fuente: www.aleteia.org

viernes, 18 de octubre de 2013

REDIMIDOS

 
Como cristiano, y como sacerdote, me siento llamado a gritar, porque tengo algo que anunciar a los hombres, y ese algo me quema por dentro. Pero si fuese a quedarme afónico, y sólo tuviera aliento para decir una frase, concentraría todo mi aliento en proclamar que hemos sido redimidos.
    Sé que la verdad central de nuestra Fe confiesa que Cristo ha resucitado. Pero de poco sirve hablar de las cosas del cielo a quienes tienen sus ojos puestos en la tierra. Es como pasear en globo ante una procesión de hormigas. Si sólo me quedase una palabra por decir, yo procuraría hincarla en tierra con todas mis fuerzas, y elegirla muy bien para que, una vez clavada profundamente en el suelo, se elevase desde allí, como una escala para los ojos, levantando las miradas hacia las mayores alturas. Por eso elegiría “redención”.
    Puede que también hubiera que dejar un diccionario a mano, pero asumiré ese coste. El lenguaje whatsapp con el que hoy día nos comunicamos es tan calculadamente flácido que no sirve ni para plantar una estaca. Por eso, mi última palabra sería arriesgada: para ser entendida, necesitaría un poco de esfuerzo en el oyente. Ahora bien, quienes se molestasen en averiguar su significado podrían atestiguar que el esfuerzo mereció la pena.
    Con whatsapp o sin whatsapp, en 3D o bajo los efectos de un botellón, la gente sufre. Y todos, sin excepción, buscan salida a su sufrimiento. Unos creen que maltratando a los demás sufrirán menos, otros se refugian en el alcohol, otros se cobijan en la tecnología en busca de mundos virtuales, y otros se cubren de dinero y de bienes materiales para tratar de aliviar su dolor. Si las palabras “libertad” y “amor” se repiten incesantemente en nuestros días, es porque los hombres se sientes cautivos y solos. A nadie le gusta que se le diga, y por eso no gastaría yo mi última frase diciendo «sois unos desgraciados». Todos lo saben. ¿Para qué decir que existe lo que todos tocan? No. Yo les diría: «Han pagado por ti. Han cubierto tu rescate, y ahí fuera te esperan para llevarte a casa. Se acabó tu condena».
    Sé que muchos no lo creerían. No basta una palabra, aunque sea la última. Sería necesario mostrar que hay vida más allá de los muros de la cárcel. Pero, con que dos o tres lo creyesen, y a la vista de todos cruzaran esos muros y vivieran en libertad, la buena noticia se propagaría rápidamente, y la escala que planté en tierra se llenaría de presos en fuga. De manera natural surgiría en el ambiente la pregunta: «¿Quién ha pagado por mí? ¿Quién me espera para llevarme a casa?». Y, entonces, esa palabra que hasta entonces no despertaba sino desconfianza y hastío entre los hombres, pronunciada llena de alegría por quienes son ya libres, se convertiría, de repente, en la palabra más acariciada, más gritada y proclamada del presidio: ¡Cristo!
José-Fernando Rey Ballesteros

jueves, 17 de octubre de 2013

MENTE, LABIOS, CORAZÓN...

En las normas recogidas en la introducción del Misal Romano, cuando se explica el comportamiento que hay que tener en el momento de la proclamación del Evangelio, se establece que el diácono o el sacerdote que anuncia la Palabra, tras haber realizado el signo de la cruz sobre la página del Leccionario, debe signarse en la frente, en los labios y en el corazón. El triple signo de la cruz debe realizarlo también por la Asamblea. Todo esto no debe ser considerado un mero gesto ritual, sino una fuerte llamada que la Iglesia quiere hacer para subrayan la gran importancia que debe darse al Evangelio.

La Palabra de Dios, que es siempre la luz que debe iluminar el camino de los creyentes, debe ser acogida en la mente, anunciada con la voz, conservada en el corazón. Todo esto debe recordarnos que debemos empeñarnos en comprender la Palabra de Dios con atención e iluminada inteligencia. Esta debe ser anunciada y proclamada por todo cristiano, porque la evangelización es un deber de todos los bautizados. Debe ser amada y custodiada en el corazón para convertirse después en norma de vida.

Todos somos invitados a examinarnos de cómo acogemos el Evangelio, de cómo nos comprometemos en el anuncio de este mensaje, de cómo conformamos nuestra vida a sus indicaciones. Somos llamados a ser un “Evangelio ilustrado”, “el quinto Evangelio”, no escrito con tinta, sino con nuestra propia vida. Acojamos con la mente, anunciemos con los labios, conservemos en el corazón, el tesoro de la Palabra y, a lo largo de este camino, confiémonos al Señor para ser reflejo de la verdadera luz en medio de las tinieblas del mundo de hoy

Padre Antonio, monje en el Monasterio de San Benito de Monte Subiaco (Italia)
 
 

miércoles, 16 de octubre de 2013

MARTIRES DE LA FE

El pasado domingo fueron beatificados 522 mártires de la fe en Tarragona.
El Card. Angelo Amatto hizo una preciosa homilía que podéis leer a continuación:




1. La Iglesia española celebra hoy la beatificación de 522 hijos mártires, profetas desarmados de la caridad de Cristo. Es un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a la comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación concreta de la civilización del amor predicada por Jesús: “Ahora -dice el libro del Apocalipsis de San Juan- se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo” (Ap 12, 10). Los mártires no se han avergonzado del Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará” (Lc 9, 23-24). Sepultados con Cristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerza de Dios (cf. Col 2, 12).
España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires. Si nos limitamos a los testigos heroicos de la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado, la Iglesia en catorce distintas ceremonias ha beatificado más de mil. La primera, en 1987, fue la beatificación de tres Carmelitas descalzas de Guadalajara. Entre las ceremonias más numerosas recordamos la del 11 de marzo de 2001, con 233 mártires; la del 28 de octubre de 2007, con 498 mártires, entre los cuales los obispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebrada en la catedral de la Almudena de Madrid, el 17 de diciembre de 2011, con 23 testigos de la fe.
Hoy, aquí en Tarragona, el Papa Francisco beatifica 522 mártires, que “versaron (vertieron) su sangre para dar testimonio del Señor Jesús” (Carta Apostólica). Es la ceremonia de beatificación más grande que ha habido en tierra española. Este último grupo incluye tres obispos ­Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén; Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lleida y Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona- y, además, numerosos sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, jóvenes y ancianos, padres y madres de familia. Son todos víctimas inocentes que soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial.
 
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lunes, 14 de octubre de 2013

CONSAGRADOS AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


El Papa Francisco consagró ayer el mundo a María.
Este es el texto de la homilía que nos dirigió a todos.

Texto de la homilía del Papa Francisco Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor: ¡María! Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de Dios, Madre de su Creador.

Precisamente mirando a María a la luz de las lecturas que hemos escuchado, me gustaría reflexionar con ustedes sobre tres puntos: primero, Dios nos sorprende, segundo, Dios nos pide fidelidad, tercero, Dios es nuestra fuerza.

1. El primero: Dios nos sorprende. La historia de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, es llamativa: para curarse de la lepra se presenta ante el profeta de Dios, Eliseo, que no realiza ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; y no en uno de los grandes ríos de Damasco, sino en el pequeño Jordán. Es un requerimiento que deja a Naamán perplejo, también sorprendido: ¿qué Dios es este que pide una cosa tan simple? Decide marcharse, pero después da el paso, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado. Dios nos sorprende; precisamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad es donde se manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos cura y nos fortalece. Sólo pide que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.

Ésta es también la experiencia de la Virgen María: ante el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no ha hecho cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de Él, aunque no lo comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc1,38). Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme.

Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades, seguridades materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, seguirdades de mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?

2. En la lectura de San Pablo que hemos escuchado, el Apóstol se dirige a su discípulo Timoteo diciéndole: Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos con Él, reinaremos con Él. Éste es el segundo punto: acordarse siempre de Cristo, la memoria de Jesucristo, y esto es perseverar en la fe: Dios nos sorprende con su amor, pero nos pide que le sigamos fielmente. Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una cosa, con un proyecto, con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades, hemos tirado la toalla. Y esto, desgraciadamente, sucede también con nuestras opciones fundamentales, como el matrimonio. La dificultad de ser constantes, de ser fieles a las decisiones tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil decir “sí”, pero después no se consigue repetir este “sí” cada día. No se consigue a ser fieles.

María ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado su humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de otros muchos “sí” pronunciados en su corazón tanto en los momentos gozosos como en los dolorosos; todos estos “sí” culminaron en el pronunciado bajo la Cruz. Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta qué punto ha llegado la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la Cruz. La mujer fiel, de pie, destruida dentro, pero fiel y fuerte.

Y yo me pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles, Él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, a volver a Él y confesarle nuestra debilidad para que Él nos dé su fuerza. Es éste el camino definitivo, siempre con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados. Jamás caminar sobre el camino de lo provisional. Esto sí mata. La fe es fidelidad definitiva, como aquella de María.

3. El último punto: Dios es nuestra fuerza. Pienso en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su encuentro, se detienen a lo lejos y le dicen a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios a grandes gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos para alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos y reconocer que en Él está nuestra fuerza. Saber agradecer, dar gloria a Dios por lo que hace por nosotros.

Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”, o sea, un cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella, sino por lo que ha hecho en toda la historia de salvación. Todo es don suyo. Si nosotros podemos entender que todo es don de Dios, ¡cuánta felicidad hay en nuestro corazón! Todo es don suyo ¡Él es nuestra fuerza! ¡Decir gracias es tan fácil, y sin embargo tan difícil! ¿Cuántas veces nos decimos gracias en la familia? Es una de las palabras claves de la convivencia. "Permiso", "disculpa", "gracias": si en una familia se dicen estas tres palabras, la familia va adelante. "Permiso", "perdóname", "gracias". ¿Cuántas veces decimos "gracias" en familia? ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida? ¡Muchas veces damos todo por descontado! Y así hacemos también con Dios. Es fácil dirigirse al Señor para pedirle algo, pero ir a agradecerle: "Uy, no me dan ganas".

Continuemos la Eucaristía invocando la intercesión de María para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia, a ser hijos fieles cada día, a alabarlo y darle gracias porque Él es nuestra fuerza. Amén.

domingo, 13 de octubre de 2013

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, le decían:
«Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?»
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
 
Lucas 17, 11-19

Son expresiones que pertenecen al vocabulario de los pobres y que raramente se encuentran en los labios de los prepotentes.
Había una vez un tipo prepotente que se llamaba Naamán el Sirio. Tenía razones para ser prepotente porque, además de ser de Siria, era general del ejército y rico. El caso es que contrajo una lepra muy mala y, habiendo oído hablar del profeta Eliseo, se puso en camino hacia Palestina.
- ¿Se puso en camino humildemente?
No tal, sino que mandó por delante una delegación de criados con camellos cargados de tesoros para impresionar a Eliseo. Era como decirle: No creas que soy un leproso cualquiera. Yo soy rico y puedo haceros ricos a ti y a todos los profetas de Dios así que no me hagas esperar. Si te portas bien habrá más oro para ti.
La estrategia de los prepotentes suele funcionar pero aquí falló porque Eliseo era un hombre de Dios y lo que hizo fue servir unos refrescos a los criados de Naamán y mandarlos de vuelta con estas instrucciones: Decidle a vuestro jefe que soy un hombre como él y que ni él puede comprar la salud ni yo puedo venderla porque eso es cosa de Dios. Que si quiere curarse no tiene que hacerme regalos. Que lo que tiene que hacer es bañarse siete veces en el Jordán. Insistid en lo de “siete veces” porque los jefes prepotentes, cuando tienen que obedecer suelen olvidar los detalles.
Naamán, que no había pedido su curación por favor, como Dios manda, tampoco pidió perdón. No dijo: lo siento, he metido la pata, he sido un prepotente. Lo que hizo fue montar en cólera: ¿Que me bañe yo en esa birria de río Jordán ? (Ahí le salía una perplejidad sincera) ¿No hay ríos en Siria mucho mejores? (Ahí se le veía el plumero nacionalista) Yo pensaba que el profeta saldría a mi encuentro -ahí hablaba el general acostumbrado a la disciplina de sus soldados- y que me curaría imponiéndome las manos -ahí hablaban las películas de profetas que había visto en Siria-.
Fue tal el berrinche que tomó que se habría vuelto a Siria con lepra y todo de no ser porque Eliseo se había metido a sus criados en el bolsillo. Señor -le dijeron- si el profeta te hubiera mandado una cosa difícil como jugar al golf o reciclar las basuras o apadrinar a un niño en Katmandú o una foca en Alaska, lo habrías hecho. ¿Qué te impide bañarte en el Jordán? 
A los prepotentes hay que decirnos las cosas amablemente. Hay que decirnos las cosas de manera que parezca que la solución se nos ha ocurrido a nosotros. A los prepotentes hay que decirnos las cosas de tal modo y manera que podamos razonar como Naamán: Pues es verdad. ¿Qué se habrá creído este profeta? ¿Se habrá creído que yo, Naamán el Sirio, famoso por mis hazañas en los campos de batalla y de golf, no seré capaz de bañarme en el Jordán?
Total que Naamán se bañó en el Jordán para demostrar que era un tipo muy macho y que era capaz de hacer eso y más. Pero como se bañó siete veces se curó. Se curó de la lepra, claro, que es lo que había dicho el profeta. Pero aún adolecía -no sé si se dice así- de prepotencia. No había dicho por favor. No había pedido perdón. No dijo gracias. Hizo un discurso muy político y tal. Algo así como: Mira, profeta, reconozco que me has sorprendido y que me has curado, pero ahora deja que te pague y quedemos en paz.
Y entonces fue el profeta el que montó el cólera: Juro por Dios que no aceptaré nada de ti.
Mano de santo -oiga- esa cólera profética. Naamán el Sirio, que nunca había dicho por favor, perdón o gracias se derrumbó. Naamán el Sirio -que había llegado ofreciendo oro- empezó a suplicar que le dejasen llevarse un poquito de esa tierra bañada por el Jordán: la que pudieran trasportar dos mulas.
(Continuará) Si Dios quiere.

Javier Vicens Hualde

viernes, 11 de octubre de 2013

SE LLAMA M. PAZ Y ENTRA MAÑANA EN EL CARMELO


Gracias, Señor, por mi vocación

Soy Mª Paz, una joven de la Parroquia de Sonseca. Tengo dieciocho años y el próximo doce de octubre (mañana) ingresaré en el convento de Carmelitas descalzas de Talavera de la Reina. Sí, de clausura, de las que no salen a la calle.

Mucha gente se pregunta por qué una chica tan joven como yo toma una decisión tan radical en su vida. Tranquilos, no ha sido por ningún desengaño amoroso -como tanta gente me ha preguntado-, sino todo lo contrario: por encontrar el Amor verdadero. Así es, me he enamorado de Jesús, o bueno, más bien se podría decir que Él me ha enamorado. Pero el camino hasta descubrir este Amor ha sido largo  y no sin pocas idas y venidas.

Desde pequeña me educaron en la fe, pero a partir de cierta edad uno mismo tiene que volar solo y preocuparse de cuidarla. Comencé la catequesis de Confirmación y decidí ir a la peregrinación diocesana anual al santuario de Guadalupe. Fue allí donde sentí el primer “cocón” de Jesús en mi puerta. Yo veía que Dios me pedía algo, pero no sabía el qué y tampoco me preocupaba mucho, tenía catorce años y lo último que me interesaba era eso. Pasaba el tiempo y sentía que algo en mí había cambiado, pensaba a menudo en esa primera llamada que había experimentado y, sin querer,  meditaba mucho sobre ello. Dios seguía manifestándoseme en el día a día y no pude más que empezar a discernir, por medio de la dirección espiritual y la oración, qué me estaba pidiendo.

Así, rápido descubrí que la oración era el carisma que Dios quería imprimir en mí. Vi claro que mi lugar estaba en la clausura dedicando mi vida a la contemplación. Leí un libro de santa Teresita del Niño Jesús y empecé a conocer la vida del Carmelo. Lo tenía claro, ya sabía cuál era mi vocación y dónde me quería Dios. A pesar de ello, una parte de mí se negaba y trataba de huir de la voluntad de Dios, tenía miedo; “tapaba mis oídos” para no sentir cómo Dios me seguía llamando. Sin embargo, descubrí que la respuesta ante el miedo no era la huida, sino todo lo contrario: la verdadera felicidad y la paz se encuentran en su voluntad, confiando en Él, poniendo mi vida en sus manos y cumpliendo su palabra en mí, sería feliz.

Puedo asegurar que desde que decidí dar mi sí a Dios, mi sí a su voluntad, he tenido auténtica paz y me he sentido totalmente plena y llena de gracia. Por ello, solo puedo dar gracias a Dios por elegirme y bendecirme con lo que yo considero su mejor regalo: mi vocación.

María Paz Peces

jueves, 10 de octubre de 2013

"ES CATÓLICA... COMO UNA ORQUESTA"

 
El Papa, en la audiencia general de este miércoles, prosiguió con su catequesis sobre la Iglesia, deteniéndose a reflexionar sobre su “catolicidad”. Ante todo – preguntó – “¿qué significa católico? Deriva del griego ‘kath’olòn’ que quiere decir ‘según el todo’, la totalidad. ¿En qué sentido se aplica esta totalidad a la Iglesia? ¿En qué sentido decimos que la Iglesia es católica? Diría que en tres significados fundamentales”.

Ante todo – dijo – “la Iglesia es católica porque es el espacio, la casa en la que se anuncia la fe entera, en la que la salvación que Cristo ha traído se ofrece a todos. La Iglesia nos hace encontrar la misericordia de Dios que nos transforma, porque está presente en Jesucristo, que le da la verdadera confesión de la fe, la plenitud de la vida sacramental, la autenticidad del ministerio ordenado. En la Iglesia cada uno encuentra todo lo necesario para creer, para vivir como cristiano, para ser santo, para caminar en todo lugar y en toda época”.

“Por poner un ejemplo – prosiguió – podemos decir que es como la vida en familia; en familia a cada uno de nosotros se nos da todo lo necesario para permitirnos crecer, madurar, vivir. No podemos crecer solos, no podemos caminar solos, aislándonos, sino que se camina y se crece en una comunidad, en una familia. Así es la Iglesia, así es. En la Iglesia podemos escuchar la Palabra de Dios, seguros de que es el mensaje que el Señor nos ha dado; en la Iglesia podemos encontrar al Señor en los sacramentos, que son las ventanas abiertas por las que nos llega la luz de Dios, los manantiales de los que obtenemos la misma vida de Dios; en la Iglesia aprendemos a vivir la comunión, el amor que viene de Dios”.

“Cada uno de nosotros podría preguntarse hoy: ¿cómo vivo yo en la Iglesia? Cuando voy a la Iglesia, ¿es como si fuera al estadio, a un partido de futbol? ¿Cómo si fuera al cine? ¡No! ¡Es otra cosa! ¿Cómo voy yo a la iglesia? ¿Cómo acojo los dones que me ofrece para crecer, para madurar como cristiano? ¿Participo en la vida de comunidad o voy a la iglesia y me cierro en mis problemas, aislándome de los demás? En este primer sentido, la Iglesia es católica porque es la casa de todos: todos son hijos de la Iglesia y todos están en esa casa”.

Hay un segundo significado: “la Iglesia – dijo – es católica porque es universal, está presente en cualquier lugar del mundo y anuncia el Evangelio a todo hombre y a toda mujer. La Iglesia no es un grupo de élite, no tiene que ver sólo con algunos. La Iglesia no tiene cerrazones, está invitada a la totalidad de las personas, a todo el género humano. Y la única Iglesia está presente también en sus pequeñas partes. Cualquiera puede decir: en mi parroquia está presente la Iglesia católica, porque ésta forma parte también de la Iglesia universal, también ésta tiene la plenitud de los dones de Cristo, la fe, los sacramentos, el ministerio; está en comunión con el obispo, con el Papa y está abierta a todos, sin distinciones. La Iglesia no está solo a la sombra de nuestro campanario, sino que abraza a una gran cantidad de gentes, de pueblos que profesan la misma fe, que se nutren de la misma Eucaristía, que son servidos por los mismos pastores. Sentirnos en comunión con todas las Iglesias, con todas las comunidades católicas pequeñas o grandes del mundo. Es bonito, eso. Y también sentir que todos estamos en misión, comunidades grandes o pequeñas, todos debemos abrir nuestras puertas y salir por el Evangelio. Preguntémonos de nuevo: ¿qué hago yo para comunicar a los demás la alegría de encontrar al Señor, la alegría de pertenecer a la Iglesia? Anunciare y dar testimonio de la fe no es una tarea de pocos, tiene que ver conmigo, con cada uno de nosotros”.

Finalmente, hay un tercer significado: “la Iglesia – observó – es católica porque es la ‘Casa de la armonía’, donde unidad y diversidad saben conjugarse para ser riqueza. Pensemos en la imagen de una sinfonía, que quiere decir acuerdo y armonía, varios instrumentos suenan juntos; cada uno mantiene su timbre inconfundible y las características de sonido de ponen de acuerdo sobre algo común. Hay uno que guía, el director, y en la sinfonía que se ejecuta todos suenan juntos en ‘armonía’, pero no se cancela el timbre de cada instrumento, la peculiaridad de cada uno, al contrario, es valorado al máximo”.

Esta “es una bella imagen que nos dice que la Iglesia es como una gran orquesta en la que hay variedad: no somos todos iguales, ni debemos ser todos iguales. Todos somos distintos, diferentes, cada uno con sus propias cualidades, y esto es lo bonito de la Iglesia: cada uno trae lo suyo, lo que Dios le ha dado, para enriquecer a los demás. Y entre los componentes se mantiene esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se contrapone; es una variedad que se deja fusionar en armonía por el Espíritu Santo; Él es el verdadero “Maestro”, y Él mismo es la armonía. Preguntémonos: ¿en nuestras comunidades vivimos en armonía, o peleamos entre nosotros? ¿En mi comunidad parroquial, en mi movimiento, donde yo estoy en la Iglesia? ¿Hay habladurías? Y si hay habladurías, no hay armonía: hay lucha. Y esta no es la Iglesia: la Iglesia es la armonía de todos. Nunca hablar mal uno del otro, nunca pelear. ¿Aceptamos al otro, aceptamos que haya una justa variedad y que podemos pensar de modos distintos?

Y el Papa añadió: “Pero en la misma fe se puede pensar así. ¿O tendemos a uniformar todo? La uniformidad mata la vida. La vida de la Iglesia es variedad, y cuando queremos poner esta uniformidad a todos, matamos los dones del Espíritu Santo. Oremos al Espíritu Santo, que es precisamente el autor de esta unidad en la variedad, de esta armonía, para que nos haga cada vez más ‘católicos’, es decir, en esta Iglesia que es católica y universal. Gracias”.
 

miércoles, 9 de octubre de 2013

PARA UNA BUENA CONVIVENCIA MATRIMONIAL



El amor y las buenas intenciones son un buen punto de partida para que haya armonía en la convivencia matrimonial, pero es natural que en el día a día salgan a relucir los defectos del carácter y otras actitudes personales que pueden afectar la relación.

Una buena convivencia matrimonial repercute positivamente en el bienestar físico y emocional, no sólo de los cónyuges, sino también de los hijos y demás miembros de familia. Brindamos algunas claves para aprender a manejar las situaciones cotidianas y así evitar que afecten el “clima” matrimonial.

¡Fuera el egoísmo! Se es egoísta con el tiempo, con el dinero, con los gustos, con el poder, con las decisiones. Darle prioridad a los intereses particulares, es un paso seguro al conflicto. De ahí la afirmación que el egoísmo no tiene cabida en el matrimonio, pues no es lo “yo quiera” sino “lo que los dos queramos”.

Negociar en lugar de discutir. La vida matrimonial se basa en una negociación continua, donde no hay ganador, ni perdedor. Por eso la relación y los acuerdos se deben basar en un ganar/ganar. Cada uno debe buscar que los dos ganen en cualquier aspecto: en las decisiones, en lo económico, en lo sexual, en el hogar, etc.

No tomar como propio las actuaciones del cónyuge. Más bien hay que pensar que eso que nos molesta es un rasgo de la personalidad de él/ella. El cariño y el ejemplo es la mejor manera de ayudarle a mejorar sus defectos.

Hay que ceder. Quienes que se quedan estáticos en sus opiniones, están fomentando un disgusto sin necesidad. Alguno de los dos debe dar el brazo a torcer; a reglón seguido, el otro cederá. En el matrimonio hay que ceder muchas, muchas veces.

“Tratar al otro/a como quiero que me traten a mí”. Aunque suena a frase de cajón, es un principio básico para una buena convivencia.

Evitar el mal genio e irritarse por las pequeñeces. Hay que ser paciente y comprensivo. La ira es perjudicial, la risa es beneficiosa. Los problemas, malestares o presiones no justifican el mal humor ni la agresividad.

Estar en casa en cuerpo y alma. Quiere decir que al llegar a casa hay que tener todos los sentidos puestos ahí, y no en el trabajo, ni en la televisión, ni en el celular, ni en las tabletas. Los pocos momentos para estar juntos, deben ser aprovechados.

Trabajo compartido. No debe haber sobrecarga en ninguno de los dos, cada quien debe tener unas responsabilidades dentro del hogar.

Perdonar significa olvidar, aunque la memoria se resista. Quedarse estancado en el pasado, es negar la posibilidad de vivir un maravilloso presente y futuro.

Cada día se debe manifestar el cariño con alguna acción concreta. El amor se alimenta en la convivencia, en el día a día; no sólo en las ocasiones especiales. Hay que darle al otro lo que espera de uno, algo que le guste a la pareja.

Escuchar el doble de lo que se habla, es la clave del diálogo.

Las decisiones se toman en conjunto. Pensando siempre en el bienestar de la familia.

No importa ser muy distintos, lo importante es respetar la otra forma de ser del otro/a. Aceptar las diferencias de carácter, de competencias, de ritmo de trabajo, y llegar a puntos comunes.

La vida debe ser divertida, a pesar de los pesares. No todo puede ser trabajo, rigurosidad, seriedad, temas trascendentales, problemas. La vida está llena de pequeños detalles y el matrimonio se enriquece con ellos. Por eso las distracciones, el descanso, los planes familiares, las escapadas románticas, y todas las actividades que rompan la rutina son más que bienvenidas. Asimismo, conservar el buen humor hasta en los momentos difíciles, es una de las maneras de mejorar la convivencia.
Fuente: www.aleteia.org

martes, 8 de octubre de 2013

SEDUCIDA POR LA MISERICORDIA


domingo, 6 de octubre de 2013

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: Enseguida, ven y ponte a la mesa? ¿No le diréis más bien: Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?
Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer».
Lucas 17, 5-10


ALÉGRATE INÚTIL


¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?
La fe, como el amor, tiene en el tiempo un aliado y un enemigo. Si se cuida, crece y madura con el tiempo. Pero si no se cuida…
Decía santa Teresa que esta vida es una mala noche en una mala posada. Vale. ¿Y si dura dos noches? ¿Y si dura tres noches? Puede hacerse muy larga y, entonces, uno empieza a decir ¿hasta cuándo, Señor? A veces creer es esperar y seguir esperando contra toda esperanza. Creo que se dice así. A veces creer es ser paciente. El pobre Habacuc tenía ante los ojos desgracias, trabajos, violencias, catástrofes… Y claro que confiaba en Dios pero se preguntaba ¿hasta cuando? Y la respuesta del buen Dios fue: Espera. Espera, Habacuquillo mío. Lo que Dios le dijo a Habacuc fue: espera, el justo vivirá por su fe. Espera y verás.
No endurezcáis el corazón.
Y ¿qué es endurecer el corazón? Pues, endurecer el  corazón, es dejar de confiar en Dios cuando las cosas vienen mal dadas. Es decir: hasta aquí hemos llegado, no aguanto más. Es andar lloriqueando y quejándose como los israelitas en Meribá hace un puñado de años o como yo en Albatera ayer, sin ir más lejos: no aguanto más, no aguanto más y no aguanto más.
Preguntas: ¿hasta cuándo? Y te responde Jesús desde la Cruz calladito, sufriendo y abriendo la boca al final para decir: Ya está, ya he hecho todo lo que me habías encargado. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Aviva el fuego de la gracia…
Cuando vienen las dificultades uno puede endurecer el corazón o avivar el fuego de la gracia. Eso, avivar el fuego, es cuidar la fe y el amor y la esperanza que se nos han dado. Y aquí, hermano, tengo que decirte que no es a base de autoestima y de autoayuda como se aviva la gracia sino con la gracia de los sacramentos y con la oración y eso.
¿Que pasa? ¿Estás cansado? Descansa. ¿Cómo? Duerme un rato y date un buen baño.  Luego de hacer examen de conciencia y de confesar tus pecados -empezando por los más gordos- ve y comulga. Ya verás qué bien.
Auméntanos la fe.
Jesús andaba diciéndole a los suyos que hay que pasar mucho para entrar en el Reino y todo eso. Y sintieron la necesidad de pedirle: auméntanos la fe. Y Él se puso a decirles que no necesitaban aumento de fe sino fe a secas; que en materia de fe basta con un granito de mostaza. Que no hacen falta toneladas ni carretas de fe y que no hay que exagerar porque si uno tiene fe como un granito de mostaza y vive y piensa y habla y obedece y manda según esa fe, esa fe crecerá en él y en los demás y echará raíces en el mundo y dará gloria ver lo que pasa: moreras y montañas que van y se plantan en el mar como si nada.
Y ¿qué es vivir y pensar y hablar y escuchar y obedecer y mandar según la fe católica? Pues es no avergonzarse de Jesús, no tener miedo de dar la cara por Él y tomar parte en los duros trabajos del evangelio. El que vive y piensa y habla y escucha y obedece y manda así -sin avergonzarse de Jesús y tomando parte en los duros trabajos del evangelio- si persevera, verá. Y se preguntará: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo tendré que vivir en la fe?
Responderá Jesús: Sabes lo  qué es un siervo, ¿verdad? Es un esclavo. Un esclavo trabaja todo el día en el campo y cuando vuelve a casa no le hacen un monumento por haber trabajado sino que le dan más trabajo. Y luego, cuando ya ha hecho toda la faena del día se alegra diciendo: “ya está, ya he hecho todo lo que tenía que hacer”. No espera que le den las gracias ni que le hagan un monumento ni que le dediquen un aplauso a su autoestima. Así el esclavo se acostumbra a hacer lo que tiene que hacer hasta que un día se muere. Así el Siervo de Dios. Antes de morir dice: Todo está consumado. A tus manos encomiendo mi espíritu. Y, justo entonces, el Elogio: siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor. Y el siervo bueno y fiel se pasa la eternidad diciendo:” Me limité a cumplir tu Voluntad, valió la pena. Me alegro”. Y, conforme penetra en la eternidad de Dios, va comprendiendo que ni fue tan larga la noche ni fue tan mala la posada.

D. Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel de Salinas (Alicante)
 

sábado, 5 de octubre de 2013

EL PAPA FRANCISCO EN ASÍS

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil- sino con la vida?
1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesúses revestirse de él, es asimilarse a él.
¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.
3. Francisco inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla; ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía, la paz y el respeto por la creación.
No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su Patrón. Y felicito a todos los italianos, en la persona del Jefe del Gobierno, aquí presente. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la Nación italiana, para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén»

viernes, 4 de octubre de 2013

TENGO UN PROBLEMA: ¿POR DÓNDE EMPIEZO?

En la Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino explica, siguiendo a Aristóteles y a toda la tradición del pensamiento cristiano, que el hombre es un ser social por naturaleza. Dios lo quiso en armonía y codependencia de los demás. Necesitamos de los otros para la consecución de nuestro fin último. Esta verdad tan sencilla queda expresada muy bien en este vídeo: cuando hay una dificultad o atravesamos un mal momento, compartirlo puede ser el principio de la solución.

Juega con las palabras en inglés «joyless» («sin alegría: triste») y «fearful» («con miedo: temerosa»), y el valor de los sufijos «-less» y «-ful» como, en español, «-sin» y «-con». Un simple intercambio puede cambiarles el sentido.



jueves, 3 de octubre de 2013

"SOLO UNA TRISTEZA: NO SER SANTOS"

Resumen de la catequesis y saludo del Papa en castellano: Queridos hermanos y hermanas:

»En el «Credo», después de profesar que la Iglesia es «una», también decimos que es «santa». ¿Cómo es posible afirmar que la Iglesia es santa si a lo largo de su historia ha tenido tantos momentos de oscuridad?

»¿Cómo puede ser santa si está compuesta de hombres pecadores? La Iglesia es santa porque Dios es Santo, es fiel y no la abandona nunca al poder de la muerte y del mal; es santa porque Jesucristo, el Santo de Dios, se ha unido a ella indisolublemente; es santa porque el Espíritu Santo la purifica, la transforma y la renueva constantemente; es santa, no por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa.

»No tengamos miedo a ser santos. Todos estamos llamados a la santidad, que no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar que Dios obre en nuestras vidas con su Espíritu, en confiar en su acción que nos lleva a vivir en la caridad, a realizar todo con alegría y humildad, para mayor gloria de Dios y bien del prójimo.

»Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Panamá, Colombia y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a no olvidar la vocación a la santidad. No se dejen robar la esperanza. Ustedes pueden llegar a ser santos. Vayamos todos por este camino. Vivamos con alegría nuestra fe, dejémonos amar por el Señor. Muchas gracias.

Catequesis completa, traducida del italiano por Zenit
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En el ´Credo´, después de hacer profesado: ´Creo en la Iglesia una´, añadimos el adjetivo ´santa´; afirmamos por tanto la santidad de la Iglesia, y esta es una característica que ha estado presente desde el inicio en la conciencia de los primeros cristianos, los cuales se llamaban simplemente ´los santos´ (cfr At 9,13.32.41; Rm 8,27; 1 Cor 6,1), porque tenían la certeza que es la acción de Dios, el Espíritu Santo que santifica la Iglesia.

Pero ¿en qué sentido la Iglesia es santa si vemos que la Iglesia histórica, en su camino a lo largo de los siglos, ha tenido tantas dificultades, problemas, momentos oscuros? ¿Cómo puede ser santa un Iglesia hecha de seres humano, de pecadores? Hombres pecadores, mujeres pecadoras, sacerdotes pecadores, monjas pecadoras, obispos pecadores, cardenales pecadores, papa pecador? Todos. ¿Como puede ser santa una Iglesia así?

1. Para responder a la pregunta quisiera guiarme de una fragmento de la Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso. El Apóstol, tomando como ejemplo las relaciones familiares, afirma que "Cristo ha amado la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa" (5,25-26). Cristo ha amado la Iglesia, donando todo sí mismo sobre la cruz. Y esto significa que la Iglesia es santa porque procede de Dios que es santo, le es fiel y no la abandona en poder de la muerte y del mal (cfr Mt 16,18), está unido de forma indisoluble con ella (cfr Mt 28,20); es santa porque está guiada por el Espíritu Santo que purifica, transforma, renueva. No es santa por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa, es fruto del Espíritu Santo y de sus dones. No somos nosotros que la hacemos santa. Es Dios, el Espíritu Santo, que en su amor hace santa a la Iglesia.

2. Vosotros podrías decirme: pero la Iglesia está formada por pecadores, lo vemos cada día. Y esto es verdad: somos una Iglesia de pecadores; y nosotros pecadores estamos llamados a dejarnos transformar, renovar, santificar por Dios. Ha habido en la historia la tentación de algunos que afirmaba: la Iglesia es solo la Iglesia de los puros, de los que son totalmente coherentes, y los otros están lejos. ¡Esto no es verdad! ¡Esto es una herejía! La Iglesia, que es santa, no rechaza a los pecadores; no nos rechaza a todos nosotros; no nos rechaza porque llama a todos, los acoge, es abierta también a los más lejanos, llama a todos a dejarse envolver por la misericordia, por la ternura y del perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad de encontrarlo, de caminar hacia la santidad.

"¡Pero padre, yo soy un pecador, un gran pecador!, ¿cómo puedo sentirme parte de la Iglesia?" Querido hermano, querida hermana, es precisamente esto lo que deseo el Señor, que tu le digas: "Señor aquí estoy, con mis pecados". ¿Alguno de vosotros está aquí sin los propios pecados? ¿Alguno de vosotros? Ninguno, ninguno de vosotros. Todos llevamos con nosotros nuestros pecados. Pero el Señor quiere escuchar que le decimos: "¡Perdóname, ayúdame a caminar, transforma mi corazón!" Y el corazón puede transformar el corazón. En la Iglesia, el Dios que encontramos no es un juez despiadado, sino que es como el Padre de la parábola del Evangelio. Puedes ser como el hijo que dejado la casa, que ha tocado fondo en la lejanía de Dios. Cuando tengas la fuerza de decir: quiero volver a casa, encontrarás la puerta abierta, Dios viene a tu encuentro porque te espera siempre, Dios te espera siempre, Dios te abraza, te besa y hace fiesta. Así es el Señor, así es la ternura de nuestro Padre celeste.

El Señor nos quiere parte de una Iglesia que sabe abrir los brazos para acoger a todos, que no es la casa de pocos, sino la casa de todos, donde todos pueden ser renovados, transformados, santificados por su amor, los más fuertes y los más débiles, los pecadores, los indiferentes, aquellos que se sienten desalentados y perdidos. La Iglesia ofrece a todos la posibilidad de recorrer el camino de la santidad, que es el camino del cristiano: nos hace encontrar a Jesucristo en los sacramentos, especialmente en la confesión y en la eucaristía; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en la caridad, en el amor de Dios hacia todos.

Preguntémonos, entonces: ¿nos dejamos santificar? ¿Somos una Iglesia que llama y acoge con los brazos abiertos a los pecadores, que dona valentía, esperanza, o somos una Iglesia cerrada en sí misma? ¿Somos una Iglesia en al que se vive el amor de Dios, en la que hay atención hacia el otro, en la que se reza los unos por los otros?

3. Una última pregunta: ¿Qué puedo hacer yo que me siento débil, frágil, pecador? Dios te dice: no tener miedo de la santidad, no tener miedo de apuntar alto, de dejarse amar y purificar por Dios, no tener miedo de dejarse guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar de la santidad de Dios. Todo cristiano esta llamado a la santidad (cfr Cost. dogm. Lumen gentium, 39-42); y la santidad no consiste primero en el hacer cosas extraordinarias, sino en el dejar actuar a Dios.

Y el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción que nos permite vivir en la caridad, de hacer todo con alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo.

Hay una célebre frase del escritor francés Léon Bloy; en los últimos momentos de su vida decía: "Hay una sola tristeza en la vida, la de no ser santos". No perdamos la esperanza en la santidad, recorramos todos este camino. ¿Queremos ser santos? El Señor nos espera a todos, con los brazos abiertos; nos espera para acompañarnos en el camino de la santidad. Vivamos con alegría nuestra fe, dejémonos amar por el Señor... pidamos este don a Dios en la oración, para nosotros y para los otros.

miércoles, 2 de octubre de 2013

FAMILY CHEF O COMO ORAR EN FAMILIA Y NO MORIR EN EL INTENTO



“FAMILY CHEF” es un proyecto de la Delegación de Familia y Vida de la Archidiócesis de Toledo que busca ayudar a las familias cristianas, de una manera muy sencilla y concreta, a vivir en sus hogares la liturgia doméstica.

La experiencia nos demuestra que, aunque muchas familias cristianas quieren hacer oración en familia, llevarlo a la práctica resulta muy complicado. Esto provoca que, en ocasiones, se rindan y se limiten a vivir su oración de manera individual o, a lo sumo, como matrimonio, pero sin ser capaces de introducir a los hijos en la vida de piedad.
“FAMILY CHEF” busca salir al paso de esta necesidad, ofreciendo unos materiales con ideas concretas y muy “aterrizadas” que cada familia puede hacer suyas.
La elaboración del proyecto ha sido confiada a unas cuantas familias numerosas de nuestra Archidiócesis que, con gran entusiasmo y dedicación, han redactado estas “recetas para orar en familia”, partiendo de su propia vivencia de fe.
El resultado es un “recetario” lleno de sentido del humor, presentado en un formato muy atrayente, que será enviado, por correo electrónico, cada mes a las familias.
Mensualmente llegará a los hogares una carta escrita por unos padres presentando la “receta” correspondiente, que se ofrece seguidamente. Por último, se adjunta una ficha que los pequeños de la casa deben trabajar durante el mes.
Confiamos este hermoso proyecto a la Sagrada Familia de Nazaret, pidiendo que las familias cristianas sean auténticas iglesias domésticas.
 
 DESCARGA DEL MATERIAL DE OCTUBRE

 Con esta iniciativa queremos hacer nuestras las palabras del Papa Francisco en Río de Janeiro, el 26 de julio, subrayando el papel de la familia como transmisora de la fe: "Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe!".


Delegación de Familia de la Archidiócesis de Toledo

martes, 1 de octubre de 2013

SI ERES CATEQUISTA, ESTO TE INTERESA

Esta es la homilía que el Papa Francisco dirigió el pasado domingo a los catequistas congregados en Roma con motivo de su encuentro internacional:

1. «¡Ay de los que se fían de Sión,… acostados en lechos de marfil!» (“Am” 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás.
Son duras estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. ¿Qué es lo que denuncia este mensajero de Dios, lo que pone ante los ojos de sus contemporáneos y también ante los nuestros hoy? El riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. ¿Y el pobre que estaba a su puerta y no tenía para comer? No era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como hombres. Fíjense que el rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente «un rico». Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro.
Pero intentemos preguntarnos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. “¡Ay de los que se fían de Sión!”, decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. ”Jr” 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.
2. Entonces, mirándoles a ustedes, me pregunto: ¿Quién es el catequista? Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás. Qué bello es esto: hacer memoria de Dios, como la Virgen María que, ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma. Por el contrario, tras recibir el anuncio del Ángel y haber concebido al Hijo de Dios, ¿qué es lo que hace? Se pone en camino, va donde su anciana pariente Isabel, también ella encinta, para ayudarla; y al encontrarse con ella, su primer gesto es hacer memoria del obrar de Dios, de la fidelidad de Dios en su vida, en la historia de su pueblo, en nuestra historia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor… porque ha mirado la humillación de su esclava… su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (cf.  ”Lc” 1,46.48.50). María tiene memoria de Dios.
En este cántico de María está también la memoria de su historia personal, la historia de Dios con ella, su propia experiencia de fe. Y así es para cada uno de nosotros, para todo cristiano: la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios, que es el primero en moverse, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad. Hablar y transmitir todo lo que Dios ha revelado, es decir, la doctrina en su totalidad, sin quitar ni añadir nada.
San Pablo recomienda a su discípulo y colaborador Timoteo sobre todo una cosa: Acuérdate, acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, a quien anuncio y por el que sufro (cf. ”2 Tm” 2,8-9). Pero el Apóstol puede decir esto porque él es el primero en acordarse de Cristo, que lo llamó cuando era un perseguidor de los cristianos, lo conquistó y transformó con su gracia.
El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida. El mismo Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios, memoria de su actuar en la historia, de su haberse hecho cercano a nosotros en Cristo, presente en su Palabra, en los sacramentos, en su Iglesia, en su amor? Queridos catequistas, les pregunto: ¿Somos nosotros memoria de Dios? ¿Somos verdaderamente como centinelas que despiertan en los demás la memoria de Dios, que inflama el corazón?
3. «¡Ay de los que se fían de Sión», dice el profeta. ¿Qué camino se ha de seguir para no ser «superficiales», como los que ponen su confianza en sí mismos y en las cosas, sino hombres y mujeres de la memoria de Dios? En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose de nuevo a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcar también el camino del catequista, nuestro camino: Tender a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre (cf. ”1 Tm” 6,11).
El catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de «”hypomoné”», de paciencia, de perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia.
Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Amén.

_______________Alocución del Santo Padre al finalizar la Santa Misa
Queridos hermanos y hermanas:
Antes de concluir esta celebración, quiero saludarlos a todos y agradecerles su participación, especialmente a los catequistas venidos de tantas partes del mundo.
Dirijo un saludo particular a mi Hermano Su Beatitud Youhanna X, Patriarca greco ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente. Su presencia nos invita a rezar, una vez más, por la paz en Siria y en Oriente Medio.
Saludo a los peregrinos venidos de Asís a caballo; así como al Club Alpino Italiano, en el 150° aniversario de su fundación.
Saludo con afecto a los peregrinos de Nicaragua, recordando que los pastores y fieles de esa querida Nación celebran con alegría el centenario de la fundación canónica de la Provincia eclesiástica.
Con alegría recordamos que ayer en Croacia, fue proclamado Beato Miroslav Bulešić, sacerdote diocesano, muerto mártir en 1947. Alabemos al Señor que dona a los inermes la fuerza del testimonio extremo.
Nos dirigimos ahora a María con la oración del ángelus.