lunes, 31 de enero de 2011

HOY ES NUESTRO CUMPLEAÑOS

¡¡Qué rápido pasa el tiempo!!
Ya hace dos años desde aquella tarde de Enero, en la que se materializó la idea de este blog parroquial.
A lo largo de estos dos años, hemos recibido sesenta mil visitas, hemos tenido nuevos seguidores y nos han llegado comentarios de hermanos queridos que han llamado a esta casa y entrando, se han sentido parte de esta comunidad.
Queremos dar gracias al Señor, al dueño de esta casa, a quien inspira las obras y las lleva adelante, para mayor gloria suya.
Gracias a los que nos leéis, a los que comentáis, a los que nos recomendáis.Es muy hermoso sentirse acompañado y saber que Dios se sirve de lo que en este diario va apareciendo, para tocar corazones y para acercarnos más a El.
Os dejamos con esta sencilla oración de alabanza, que brota cuando vemos las maravillas de Dios y con un clásico para nuestros aniversarios: el vídeo con el que compusimos nuestra primera entrada y que sigue emocionándonos y tocándonos el corazón ¿POR QUÉ SOY CATÓLICO?

Resume extraordinariamente bien POR QUÉ SOMOS CATÓLICOS; al verlo sientes además el ORGULLO de ser parte de esta Iglesia-Madre que Dios nos ha regalado. Y no nos olvidamos de Sta. María nuestra Madre y patrona que preside este blog, ni S. Juan Bosco (hoy celembramos su fiesta), a los que seguimos encomendando "esta casa", y a cuantos la visitan.




¡¡FELIZ ANIVERSARIO A TODOS!!





Alabanza sin fin

Quiero ensalzarte,`Rey mío y Dios mío,
y bendecir tu nombre para siempre,
Deseo bendecirte cada día
y cantarle a tu nombre para siempre,
Pues grande es el Señor,
digno de recibir toda alabanza,
y no puede medirse su grandeza.
Una generación le habla a otra
muy bien de tus hazañas,
le cuenta tus proezas,
Hablan de tu esplendor
y de la gloria de tu majestad,
nos refieren tus hechos milagrosos.
Nos cuentan el poder de tus prodigios,
nos narran tus grandezas.
Nos harán recordar tu gran bondad,
y anunciarán, alegres, tu justicia.
El Señor es clemente y compasivo,
lento para enojarse y lleno de bondad
Bueno es el Señor para con todos
y compasivo con todas sus obras
El hace lo que quieren aquellos que lo temen
escucha su llamado y los salva.
Que mi boca recite en alta voz
la alabanza del Señor,
que todos los mortales
bendigan su santo nombre
por los siglos de los siglos.
Amén

domingo, 30 de enero de 2011

LOS PILARES DE LA JMJ

Más de 800 conventos en España rezan cada día por la Jornada Mundial de la Juventud

Dicen que un edificio sin cimentos, no puede construirse. En la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, desde el primer momento se tuvo claro. La JMJ se fundamenta en la oración. Tras la tremenda ilusión, el último día de la JMJ de Sídney, al darse a conocer que la próxima JMJ sería en Madrid… llegó la hora de ponerse a trabajar.
Por ello, el primer paso que dio el Cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, fue escribir una carta a todos los monasterios y casas de vida contemplativa de España, para que rezaran por los jóvenes que vendrían a la JMJ.
En España, hay más de 800 conventos repartidos por todo el país. Benedictinos, cartujos, jerónimos… carmelitas, agustinas, franciscanas… Cada uno con su espiritualidad, pero con una misión común: ocuparse de Dios, en asidua oración y generosa penitencia.
pilares_JMJ1 “Descubrí mi vocación en una JMJ”


En la Vigilia de Hyde Park en su visita a Reino Unido, Benedicto XVI animó a todos los jóvenes a escuchar la voz de Dios: “sólo Jesús conoce la ‘misión concreta’ que piensa para vosotros. Preguntadle al Señor lo que desea de vosotros y pedidle la generosidad de decir sí”.
Entre los caminos para seguir a Dios, resaltó el “de la vida religiosa contemplativa, que sostiene el testimonio y la actividad de la Iglesia con su oración constante”.


Pero, ¿podría alguien tener vocación en la vida contemplativa en el mundo de hoy?, y lo más importante ¿cómo descubrirla?

Muchos jóvenes han sido tocados por Dios, en una Jornada Mundial de la Juventud, y llamados después a la vida religiosa. La JMJ de Roma en el año 2000 fue una ocasión para muchas personas. Una monja de uno de los conventos con más vocaciones de España, decía: “No me di cuenta de lo que había pasado allí. Es más, creo que no entendí muy bien lo que dijo el Santo Padre. Pero en ese acontecimiento vi a muchos jóvenes que vivían mi misma fe. Era como si en la JMJ, sin haberme dado cuenta, hubiese sido marcada con un sello indeleble. Cada vez que iba a una discoteca me decía: ‘tú has conocido otra manera de vivir, más plena’. Y así vi mi vocación, y me decidí a entrar en el convento”.
pilares_JMJ2Una de aquellas jóvenes que participó en la JMJ de Roma, y ahora nos recibe en su convento recordaba hace poco a algunas personas que están trabajando para la Jornada de Madrid: “Una de las frases que ha dejado más huella en mi vida es la frase de Juan Pablo II en Tor Vergata: “No busquéis en otro sitio lo que sólo Él puede daros. Creo que esa es la gran misión de la Jornada Mundial: dar a Cristo, mostrar a los jóvenes lo que la felicidad pasajera del mundo no puede dar”.
La Jornada Mundial de la Juventud agradece la generosidad de la oración y la vida entregada de tantas personas, que desde un lugar oculto al mundo sostienen los preparativos de cada JMJ.


Publicado en la Revisa Ecclesia

sábado, 29 de enero de 2011

PREPARÁNDONOS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Monte de las Bienaventuranzas con el lago Tiberíades al fondo.
En este maravilloso escenario natural, Jesús proclamó
el Evangelio de hoy.
Evangelio
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:


«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados los hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».


Mateo 5, 1-12a
 
Homilía del P. Raniero Cantalamessa:

El Evangelio de este domingo propone el pasaje de las Bienaventuranzas y comienza con la célebre frase: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos». La afirmación «bienaventurados los pobres de espíritu» con frecuencia se malentiende hoy, o incluso se cita con alguna risita de compasión, como si fuera para la credulidad de los ingenuos. Pero Jesús jamás dijo simplemente: «¡Bienaventurados los pobres de espíritu!»; nunca soñó pronunciar algo así. Dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos», que es muy distinto. Se tergiversa completamente el pensamiento de Jesús y se banaliza cuando se cita su frase a medias. Ay de separar la bienaventuranza de su motivo. Sería, por poner un ejemplo gramatical, como si uno pronunciara una prótasis sin que siguiera apódosis alguna. Supongamos que se dice: «El que siembra...»; ¿se entiende algo? ¡Nada! Pero si añade: «cosecha», inmediatamente todo se aclara. También si Jesús hubiera dicho sólo: «¡Bienaventurados los pobres!», sonaría absurdo, pero cuando añade: «porque de ellos es el Reino de los Cielos», todo se hace comprensible.


¿Pero qué bendito Reino de los Cielos es éste, que ha realizado una verdadera «inversión de todos los valores»? Es la riqueza que no pasa, que los ladrones no puede robar ni la polilla consumir. Es la riqueza que no hay que dejar a otros con la muerte, sino que se lleva consigo. Es el «tesoro escondido» y la «perla preciosa», aquello que, para tenerlo, vale la pena --dice el Evangelio- dejar todo. El Reino de Dios, en otras palabras, es Dios mismo.


Su llegada produjo una especie de «crisis de gobierno» de alcance mundial, un reajuste radical. Abrió horizontes nuevos. En alguna medida como cuando, en el siglo XV, se descubrió que existía otro mundo, América, y las potencias que ostentaban el monopolio del comercio con Oriente, como Venecia, se vieron de golpe sorprendidas y entraron en crisis. Los viejos valores del mundo -dinero, poder, prestigio- cambiaron, se relativizaron, incluso se han rechazado, a causa de la llegada del Reino.


¿Y ahora quién es el rico? Tal vez un hombre aparta una ingente suma de dinero; por la noche se produce una devaluación del cien por cien; por la mañana se levanta siendo «nada-teniente», aunque no lo sepa aún. Los pobres, por el contrario, están en ventaja con la venida del Reino de Dios, porque al no tener nada que perder están más dispuestos a acoger la novedad y no temen el cambio. Pueden invertir todo en la nueva moneda. Están más preparados para creer.


Se nos lleva a razonar de manera distinta. Creemos que los cambios que cuentan son aquellos visibles y sociales, no los que ocurren en la fe. ¿Pero quién tiene razón? Hemos conocido, en el siglo pasado, muchas revoluciones de este tipo; sin embargo también hemos visto qué fácilmente, después de algún tiempo, acaban por reproducir, con otros protagonistas, la misma situación de injusticia que pretendían eliminar.


Hay planos y aspectos de la realidad que no se perciben a simple vista, sino sólo con ayuda de una luz especial. Actualmente se disparan, con satélites artificiales, fotografías con rayos infrarrojos de regiones enteras de la tierra, ¡y qué distinto se ve el panorama con esta luz! El Evangelio, y en particular nuestra bienaventuranza de los pobres, nos da una imagen del mundo «con rayos infrarrojos». Permite captar lo que está por debajo, o más allá de la apariencia. Permite distinguir qué pasa y qué queda.





viernes, 28 de enero de 2011

ORACIÓN DE UNA MADRE

Oh mi amado y buen Jesús, apenas me queda tiempo para Ti. ¿Puede ser? ¡Que vergüenza! Un día y otro ando desquiciada en mil afanes, segura de poder solucionarlo todo, de llegar a todo. Sí, Tú eres Dios, mi alegría y mi descanso, Y Te quiero. Pero dime, si yo fallo, ¿quién hará las cosas? Ya ves mi casa, entre el ajetreo de los niños y sus estudios, entre la compra, las comidas y el polvo de las estanterías. Y atender a mis padres -tan mayores ya-, y a mis hermanos, sobrinos y demás parientes. ¿Mi marido? No creas que se me olvida. Ya sé que quieres que le atienda con más mimo, que cuide de su alma, que tenga paciencia. Pero ayúdame con él, Jesús mío, porque es como si siempre quisiera llevarme la contraria. ¿O sólo me lo parece a mí?

Es una de las peticiones que quiero hacerte. Darme sin resquicios a mi marido (tengo que ser más afectuosa), darme sin nervios a mis hijos, darme por entero a todos los que llevo en mi corazón. Pero quisiera hacerlo con un cariño más profundo, más delicado, más sosegado y, sobre todo, más sobrenatural. Porque la vida, mi vida, va a tal velocidad, que me precipito en mil vértigos. Es como si me faltara el aire, el oxígeno de Tu paz. Sé que pierdo el resuello mil veces en naderías, sin darme tiempo a tocar con mis manos apresuradas la eternidad de Tu Providencia. Ya me ves ahora, cabizbaja y agotada, ante Ti... No ando muy bien de esperanza Jesús mío, de confianza en tu divino proceder. Lo reconozco, y Te lo digo. Ayúdame a ser más tuya. Quisiera arrodillarme durante el día en todo lo que hago, que no hubiera gesto ni palabra que no sea para Ti; para ver en cada una de mis tareas una pequeña parte de esa cotidiana liturgia que desemboca en tu amor omnipotente.
Jesús, que no se apodere de mí nunca más el grito o la exasperación, el enfado o el zaherimiento. Y como no soy indispensable -aunque a veces lo piense- Te ofrezco desde ahora todo lo que soy. Toma mi corazón, mi boca y mis manos, toma mi carácter y mis nervios, toma mis prisas y mi impaciencia, y sé Tú su latido, su palabra, su mansedumbre y su ternura. Que se note el cambio, la conversión de mi conducta. Y que cada sonrisa, o lágrima, sea un acto de piedad en toda regla. Un signo más de Tu presencia en mi vida. Te lo ofrezco todo mi Jesús, hasta a mis hijos. Tómalos para Ti, para Tu gloria. Transforma también mi matrimonio en un acontínua revelación de alegría -sin discordias o estériles discusiones-, en un aluvión de bienaventuranzas que sirva para que las almas de los que nos conozcan se acerquen más a Ti.
Y una última cosa Jesús mío, que sabes que me cuesta especialmente. No dejes que piense que tengo siempre la razón. Aunque la tuviera. Con Tu ayuda quiero aprender el difícil arte de saber callarme a tiempo. Haciendo de ese silencio -¡cómo cuesta!- oración. A ejemplo de María, Madre de todas las madres. Así sea.


Publicado por Urbizu en ReL

jueves, 27 de enero de 2011

DEL CAMPO DE FUTBOL, AL SEMINARIO

Chase dejó el futbol, por amor a Cristo y para seguir su llamada.
Os dejamos con este precioso testimonio.


miércoles, 26 de enero de 2011

"DIOS DETUVO MIS PIERNAS Y PUSO A CAMINAR MI ALMA"

Al morir su madre vivió tres años de una desenfrenada vida de sexo desordenado, alcohol, droga, esoterismo y también abortó


* Su conversión se produce después de recibir un disparo que la deja en una silla de ruedas: "¡Cuánto lloré! Tenía tan sólo 24 años y me estaban diciendo que, a partir de ese momento, tendría que depender de otra persona para vestirme, para bañarme. Mi vida cambió totalmente"

* "Tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; lloré mucho tiempo. Un obispo me absolvió, me hizo sentir el amor y el perdón de Jesús, aunque yo aún no me podía perdonar"


( Mariana Barragán Linares / El Observador ) Cuando recibí la terrible noticia de que mi mamá tenía cáncer, mi vida cambió súbitamente; aunque no para bien porque, cuando falleció, permití que los excesos gobernaran mi existencia, al extremo de abortar, de sufrir en silencio mi crimen y de estar, en estos momentos, postrada en una silla de ruedas. En los momentos más difíciles de la enfermedad de mi mamá, confié en que Jesús la sanaría; y no es que fuera una fiel católica, pero sabía de la importancia de la oración, por ello le pedía a Cristo por su salud.
Luego de un encuentro personal que ella tuvo con Dios, vi con alegría cómo empezó a sanar su alma, aunque no su salud, que era lo que me preocupaba. El Espíritu de Dios la llenó de una fortaleza increíble, sólo había alegría y gozo en su corazón; sin embargo, dos años después de que le diagnosticaron el cáncer, llegó el momento más doloroso para mi familia: falleció.

Mi «vida nueva»
Fue un dolor muy intenso, no imaginaba mi vida sin mi mamá, y, para evadir mi realidad, inicié una «vida nueva». ¿Cómo? Viviendo la «felicidad» que el mundo me ofrecía: comencé a salir mucho; tuve excesos en mi vida, tomaba más de la cuenta, hacía cosas de las que luego me arrepentía; por consiguiente, me daba cruda moral, pero se me pasaba y volvía a lo mismo, pensando que ese vacío tan grande que tenía en mi corazón lo podía llenar con sexo desordenado, alcohol y reventón. No podía faltar la droga, pero, gracias a Dios, me dio miedo y sólo la probé para experimentar.
Incursioné en el esoterismo: fui a que me adivinaran el futuro sin saber en ese momento que sólo le estaba abriendo puertas al mal. Así fue mi vida durante tres años.
El aborto

En esta etapa empecé a tener novios, y en una de las relaciones me embaracé. Cuando me enteré quedé paralizada, se me apilaron en la cabeza un sin fin de preguntas: ¿qué debía hacer?, ¿qué diría mi familia? Con mi pareja las cosas no iban bien, y me propuso dos opciones: casarnos o abortarlo.
Abortamos. Fuimos a una clínica y ¡adiós, bebé! Al despertar, lloré; pero inmediatamente lo bloqueé y me dije: «¿Para qué lloras si no había vida?».


¡Cuánto lloré! Tenía sólo 24 años

Seguí con el mismo tren de vida y, poco tiempo después, un 25 de octubre, al salir de mi trabajo, me subí al auto de unos amigos para ir al cine. Vimos a una persona parada fuera del coche; tenía algo bajo su abrigo, era una pistola y una escopeta. Mi amigo gritó: «¡Agáchense!. Y luego se escuchó el detonar de un disparo; perdí el equilibrio al instante, me fui de lado. Nos encaminamos al hospital; ya no sentía piernas ni brazos; nunca perdí el conocimiento, iba muy tranquila.
Al llegar a la clínica escuché al doctor decir que era necesario operar para quitar la bala. En terapia intensiva me dieron la noticia de que nunca volvería a caminar porque la bala había lesionado la médula espinal.
¡Cuánto lloré! Tenía tan sólo 24 años y me estaban diciendo que, a partir de ese momento, tendría que depender de otra persona para vestirme, para bañarme. Mi vida cambió totalmente. Que ironía, ¿no? No quise tener a mi bebé porque no entraba en mis planes, ni en mi futuro, y ahora no podía caminar.
Recordé una frase de la carta que mi mamá nos dejó: «Si me hubiera acercado antes a Dios, mi sufrimiento hubiera sido menos pesado». Sentí entonces en mi corazón que Dios me podía ayudar.
Antes de mi conversión odié con todo mi ser a la persona que me disparó. Al mes tuve un careo con él; recuerdo que pasé un fin de semana horrible ya que me iba a enfrentar a la persona que me había hecho tanto daño; era volver a recordar. Pero cuál fue mi sorpresa que, al momento de verlo, lo único que sentí fue paz: ya no había odio. Cuando lo veía, él no podía sostener mi mirada; sólo agachaba su cabeza. Fue entonces que me enteré de que disparó bajo los efectos de la droga; su intención nunca fue asaltarnos y estaba arrepentido.
A partir de ahí mi vida dio un giro: asistí a un retiro de Vida Nueva. Tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; lloré mucho tiempo. Un obispo me absolvió, me hizo sentir el amor y el perdón de Jesús, aunque yo aún no me podía perdonar.
Empecé un largo proceso de vida nueva en una silla de ruedas, sufrí muchos cambios, me enfrenté a una lucha diaria para aceptar mi discapacidad y, lo más importante, empecé a amar a Dios y a la Santísima Virgen. El aborto fue uno de los procesos más dolorosos de mi vida, fueron muchos años de sufrimiento, fue un crimen silencioso; lloraba a solas, ya que a nadie le podía contar lo que había hecho; sentía una tristeza profunda. ¡Catorce años para que pudiera hablar del aborto! Un sacerdote me ayudó a sanar mediante una oración para personas que han abortado.

El don del perdón
Una mañana, rezando el Rosario, sentí en mi corazón la necesidad de escribir una carta llena de amor, inspirada en el Espíritu Santo, a la persona que me disparó, para contarle todo lo que yo había hecho. Se la hice llegar a través de una persona cercana a él que conocí casualmente. Supe entonces que cuando la leyó lloró y se puso el Rosario que le envié. Ahora puedo decir, palabra por palabra, esa frase que todos repetimos tantas veces sin conciencia: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si Dios nos perdona todos los días, ¿por qué nosotros no podemos perdonar a los que nos hacen daño? Gracias a Dios ahora sé que vinimos a esta vida a servir.
Con amor.

Mariana Barragán Linares


México, D.F.

martes, 25 de enero de 2011

AUSTERIDAD Y TEMPLANZA

Midas era un rey que tenía más oro que nadie en el mundo, pero nunca le parecía suficiente. Siempre ansiaba tener más. Pasaba las horas contemplando sus tesoros, y los recontaba una y otra vez. Un día se le apareció un personaje desconocido, de reluciente atuendo blanco. Midas se sobresaltó, pero enseguida comenzaron a hablar, y el rey le confió que nunca estaba satisfecho con lo que tenía y que pensaba constantemente en cómo obtener más aún. "Ojalá todo lo que tocara se transformase en oro", concluyó. "¿De veras quieres eso, rey Midas?" "Por supuesto." "Entonces, se cumplirá tu deseo", dijo el geniecillo antes de desaparecer.

El don le fue concedido, pero las cosas no salieron como el viejo monarca había soñado. Todo lo que tocaba se convertía en oro, incluso la comida y bebida que intentaba llevarse a la boca. Asustado, tomó en brazos a su hija pequeña, y al momento se transformó en una estatua dorada. Sus criados huían de él para no correr la misma suerte.
Viéndose así, convertido en el hombre más rico del mundo y, al tiempo, en el más desgraciado y pobre de todos, consumido por el hambre y la sed, condenado a morir amargamente, comprendió su necedad y rompió a llorar. "¿Eres feliz, rey Midas?", se oyó una voz. Al volverse, vio de nuevo al geniecillo y Midas repuso: "¡Soy el hombre más desgraciado del mundo!". "Pero si tienes lo que más querías", replicó el genio. "Sí, pero he perdido lo que en realidad tenía más valor." El genio se apiadó del pobre monarca y le mandó sumergirse en las aguas de un río, para purificarse de su maleficio. Así lo hizo y todo volvió a la normalidad. A partir de entonces, nunca más se dejó seducir por la codicia y el afán de riquezas.
La vieja historia del rey Midas se ha interpretado siempre como una aleccionadora invitación a la templanza. Sólo el que vive con una cierta austeridad, sin esclavizarse por los deseos de poseer y atesorar, es capaz de disfrutar realmente las cosas y alcanzar una felicidad duradera.
 La familia es quizá el mejor ámbito para cultivar la sobriedad y la templanza. Educar en esos valores impulsa al hombre por encima de las apetencias materiales, le hace más lúcido, más apto para entender otras realidades. En cambio, la destemplanza ata al hombre a su propia debilidad. Por eso, quienes educan a sus hijos en un torpe afán de satisfacerles todos sus deseos, les hacen un daño grande. Es una condescendencia que puede nacer del cariño, pero que también –y quizá más frecuentemente– nace del egoísmo, del deseo de ahorrarse el esfuerzo que supone educar bien. Como la dinámica del consumismo es de por sí insaciable, caer en ese error lleva a las personas a estilos de vida caprichosos y antojadizos, y les introduce en una espiral de búsqueda constante de comodidad. Se les evitan los sufrimientos normales de la vida, y se encuentran luego débiles y mal acostumbrados, con una de las hipotecas vitales más dolorosas que se pueden sufrir, pues siempre harán poco, y ese poco les costará mucho. Por eso me atrevería a decir que una educación excesivamente indulgente, que facilita la pereza y la destemplanza –suelen ir unidas–, es una de las formas más tristes de arruinar la vida de una persona.
Por eso siempre veo con tristeza los signos de ostentación y de exceso de comodidad. Sufro viendo cómo pierden esa libertad que desaparece en el momento en que comienza el exceso de bienes. El afán por el lujo lleva consigo un despojamiento, una apuesta equivocada por lo material que deja a las personas sin defensas ante los desafíos de la vida. Por eso la tragedia del rey Midas es plenamente actual en la existencia de muchos. Cuando se centra la atención en lo material, se trata con menos consideración a las personas y se cae en una rueda de añoranzas y desasosiegos que incitan al consumo y perturban el equilibrio del espíritu. Cuanto más tienen, más desean, y en vez de llenarse, se abre en ellos un vacío. Midas supo admitir su error y salió de él. En esto sí podemos imitarle.
Alfonso Agulló
interrogantes.net



lunes, 24 de enero de 2011

LOS MILAGROS DE JUAN PABLO II

En la madrugada del domingo, 22 de febrero de 2009, Jory Aebly y Jeremy Pechanec, dos jóvenes de 26 y 28 años, empleados en un laboratorio de una clínica en Cleveland, salieron de un restaurante en el que habían celebrado una fiesta de cumpleaños. A sólo 10 manzanas del restaurante, cuatro individuos, entre ellos un menor de 17 años, los ejecutaron con sendos tiros en la cabeza para robarles 20 dólares. Jeremy Pechanec murió en el acto. Jory Aebly tenía una herida de bala en la cabeza con orificio de entrada junto a la oreja izquierda y sin orificio de salida, “incompatible con la vida”. Pero Aebly seguía vivo mientras la ambulancia lo llevaba al hospital Metro Health, donde estaba el padre Art Snedeker, sacerdote católico y capellán del hospital a quien el propio Juan Pablo II prometió que cada día rezaría por sus pacientes.

Tal y como publica Alba esta semana, en aquella audiencia, el Papa le entregó una docena de rosarios bendecidos. Con el paso de los años, a Snedeker ya sólo le quedaba uno: el que llevaba en el bolsillo cuando se acercó a Jory Aebly para administrarle la unción de enfermos. Snedeker le pidió a Juan Pablo II que asistiera al moribundo en su agonía y puso en sus manos el último rosario. Dos días después, el neurocirujano Robert Greetman describió cómo se quedó con la boca abierta, “tanto que creo que mi mandíbula inferior llegó a tocar el suelo”, cuando vio a Aebly hablando con las enfermeras. A la semana, comenzó a andar. A las tres semanas, subía escaleras. A las cinco fue dado de alta con tratamiento ambulatorio y una receta de antibióticos para prevenir infecciones.

Horas de soledad


Un año antes y a 2.000 kilómetros de distancia, en Massachusetts, un estadounidense de ascendencia portuguesa, Joe Amaral, de 47 años, un activo agente inmobiliario, casado y padre de tres hijas, se postraba en su silla de ruedas de enfermo de estenosis espinal, casi paralítico, “enfadado con Dios” desde hacía un lustro y deprimido por no poder salir de los límites de su casa. Su mujer, Ann Marie, cuenta que un día, al volver a casa, se encontró con que había pasado el aspirador. “No logré entender cómo Joe lo había conseguido, hasta que me dijo que lo hizo de rodillas. Tuvo que ser tan doloroso para él...”.
Con los meses y los años, Joe pasó de la crisis de fe a rezar de manera constante a Juan Pablo II para que intercediera por él ante Dios. Su mujer recuerda que “todas las horas que tenía de soledad se las dedicaba a rezar a Juan Pablo II”, pero su oración no encontraba respuesta. Un día, Amaral comprendió que su mal no tenía remedio y decidió abrazar el sufrimiento como aceptación de la voluntad de Dios. Agobiado por la culpa de no haber sabido seguir el ejemplo de Juan Pablo II, Amaral fue a la parroquia de San Antonio de Padua, en New Bedford, y se confesó con el padre Roger Landry.
Durante el propio acto de la penitencia, Joe Amaral asegura que sintió cómo “una sensación cálida recorría cada centímetro de mi cuerpo; luego fui a mi casa y recé a Juan Pablo II y la Divina Misericordia de Dios”. Apenas dos días después, sintió algo que sólo puede describirse como una llamada... a levantarse. “Sentí la necesidad de ponerme de pie. Me levanté y anduve. Un paso primero y luego, otro. A cada paso, me sentía más fuerte”. Unas horas después, la madre de Amaral entró en la casa. Su hijo le preguntó si creía en los milagros. Ella contestó que sí. Amaral se levantó y anduvo mientras su madre caía de rodillas llorando de alegría.
Pedir tiempo


Hay otro hecho milagroso, este ocurrido en 1978. Sí. La fecha está bien. En marzo de aquel año, Kay Kelly, madre de tres hijos y vecina de Liverpool, recibió la noticia de que tenía cáncer. Entonces se volvió a la Virgen y le pidió tiempo para enseñar a sus hijos a no separarse de Dios, a no enfadarse con Él por su inevitable muerte. Un año después, al salir del hospital, Kelly fue a su parroquia y se postró de nuevo, muy agitada y con metástasis, a los pies de la Virgen. Entonces le llegó una calma absoluta que apagó su desasosiego y su mente se ocupó en la sola idea de ir a Roma a ver al Pontífice polaco, elegido cinco meses antes.
Con su hijo David junto a ella, Kelly recibió la noticia de que el arzobispo de Liverpool había conseguido que el Papa hablara unos instantes con ella tras la audiencia general de los miércoles. A las 12.15 de la mañana, Kelly esperaba al Santo Padre en un rincón del Cortile de San Dámaso, en el espacio reservado a los enfermos. Ella recuerda que cuando llegó a su altura, el seminarista David Lowis, que acompañaba a la mujer, se levantó y dijo: “Santo Padre, permítame presentarle a la señora Kay Kelly”. Entonces, Juan Pablo II contestó en inglés: “La señora Kelly de Liverpool. He oído hablar mucho de usted”. El Papa abrazó a la mujer y siguió su camino. Pero unos metros más allá se detuvo, desanduvo lo andado, volvió junto a Kelly y le dijo: “Estoy muy orgulloso de ti. Eres una madre maravillosa” y se marchó.
Al día siguiente volvió al hospital. No había metástasis ni señales de que en su cuerpo hubiera habido jamás un cáncer. La noticia voló rápido hasta Roma y los corresponsales en el Vaticano tardaron poco en preguntar al Santo Padre sobre la extraordinaria curación. “Fue su fe”, respondió él. Nada más.
En aquella audiencia frente a Juan Pablo II estaba el hoy cardenal y arzobispo de Cracovia, monseñor Stanislaw Dziwisz, su secretario personal durante cerca de 40 años. Hace una semana, el cardenal reveló que en 2009, pocos días después del cuarto aniversario de la muerte del pontífice, un niño polaco de 9 años, de Gdansk, bajó en silla de ruedas ante la tumba del Papa porque no podía caminar debido a un grave cáncer renal. Tras rezar, el niño salió de la basílica y les dijo a sus padres que quería caminar. Y el niño anduvo. El arzobispo de Cracovia señaló haber sido testigo personal de “tantas gracias” a las que no quiso llamar milagros pero sí curaciones, atribuibles a la fe de los enfermos y a la intercesión del venerable Juan Pablo II.


El político


Quien sí habla de milagro, con todas sus letras, es el político mexicano Felipe Badillo, un hombre de izquierdas y padre de un hijo que en 1990 tenía apenas 5 años y una leucemia incurable. Badillo y su mujer, María Mireles, fueron al aeropuerto de Zacatecas en el último instante para ver al Papa gracias a la mediación de un sacerdote. De alguna manera no premeditada, Juan Pablo II dio un rodeo, se saltó el protocolo y quedó frente a la familia Badillo. Su Santidad se detuvo, se acercó al pequeño, lo bendijo y le besó en la frente. El niño, Herón Badillo Mireles, recuerda que sintió una emoción intensa. Y supo que estaba curado.
Es evidente que las curaciones milagrosas ocurridas en vida de Juan Pablo II no entran dentro de la categoría de milagros que la ortodoxia vaticana necesita como prueba para comprobar que el alma de una persona está en el Cielo, tan cerca de Dios que es capaz de interceder ante Él por nosotros. Si así fuera, serían decenas de miles los milagros que entrarían por derecho en la causa de canonización.
A partir del 1 de mayo, día de la beatificación, el contador de milagros se pone a cero. Será cuestión de ponerse a rezar.

domingo, 23 de enero de 2011

SOLEMNIDAD DE S. ILDEFONSO, PATRÓN DE NUESTRA DIÓCESIS

Nació en Toledo el año 606 o el 607, hijo de Esteban y Lucía, nobles visigodos, parientes del Rey Atanagildo; educado desde niño al lado de su tío san Eugenio III, pasó, ya entrado en la pubertad, a Sevilla, confiado a san Isidoro, en cuya Escuela cursó, con gran aprovechamiento, la Filosofía y las Humanidades, llegando a tanto el amor que su maestro le profesaba, que cuando quiso volver a Toledo, aquél se lo impidió por algún tiempo, llegando hasta encerrarle para obligarle a desistir.

Llegó por fin a Toledo, y la fama que entonces tenía el monasterio Agaliense le arrastró a aquel retiro, impulsado además por su fuerte vocación. Sabedor su padre de esta resolución, reúne algunos amigos e invade en su compañía el convento, teniendo san Ildefonso que ocultarse para escapar a una violencia. La intercesión de su madre y de san Eugenio hicieron por fin al padre consentir, y san Ildefonso, monje, pudo dedicarse a la oración y al estudio, recibiendo las sagradas ordenanzas mayores de manos de san Eladio, y san Eugenio le nombró después arcediano de su iglesia.
Los monjes del monasterio de san Cosme y san Damián le nombraron su abad, dignidad que también obtuvo a la muerte de Deusdedit en el monasterio donde había profesado, haciéndose admirar por el celo que desplegó en la reforma de su Orden, por su fe y su inagotable caridad. Muertos sus padres fundó con su pingüe herencia un convento de monjas en cierto heredamiento que le pertenecía en el pago llamado Deibia o Deisla, no conociéndose hoy en qué parte del término de Toledo estaba situado.
A la muerte de su tío, san Eugenio III, fue nombrado Arzobispo de Toledo, cuya silla ocupó el 1 de diciembre del año 659, no sin haberla con insistencia rehusado. Compuso, apenas elevado a la nueva dignidad, un libro que tituló "De virginitate perpetua Sanctae Mariae adversus tres infidelis", para combatir los errores de la secta joviniana. La tradición asegura que la Virgen María se le apareció y le impuso una casulla.


Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Leocadia, por haber nacido en santo en unas casas pertenecientes a aquella colación, no lejos de la parroquia de san Román, en lo que fue luego casa de los jesuitas. Cuando la invasión de los árabes, los toledanos, que con las reliquias de sus santos y los sagrados vasos huyeron hacia las montañas de Asturias trasladaron el cuerpo del santo a Zamora.


Dejó escritos, además del tratado "De virginitate", antes mencionado, otro con el título "De cognitione baptismi, De itinere vel progresso espirituali diserti quo pergitur post baptismum", la continuación de libro de los "Ilustres varones", de san Isidoro, y dos cartas, respuestas a otras que le dirigió Quirico, Obispo de Barcelona.







sábado, 22 de enero de 2011

PREPARANDO LA LITURGIA DEL III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio



Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». Desde entonces, comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».


Pasando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente, dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente, dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.


Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.


Mateo 4, 12-23

Curaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo


El pasaje del Evangelio del tercer domingo del tiempo ordinario concluye con las palabras: «Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo». Cerca de un tercio del Evangelio se ocupa de las curaciones obradas por Jesús durante el breve tiempo de su vida pública. Es imposible eliminar estos milagros o darles una explicación natural sin desmembrar todo el Evangelio y hacerlo incomprensible.


Los milagros en el Evangelio tienen características inconfundibles. Jamás están para sorprender o para ensalzar a quien los realiza. Hoy algunos se dejan encantar al oír a ciertos personajes que dicen poseer poderes de levitación, de hacer aparecer o desaparecer objetos y cosas por el estilo. ¿A quién sirve este tipo de milagro, suponiendo que sea tal? A nadie, o sólo a uno mismo para ganar adeptos y dinero.


Jesús realiza milagros por compasión, porque ama a los demás: hace milagros también para ayudarles a creer. Obra curaciones para anunciar que Dios es el Dios de la vida y que al final, junto a la muerte, también la enfermedad será vencida y «ya no habrá luto ni llanto».


Jesús no es el único que sana, sino que ordena a sus apóstoles hacer lo mismo detrás de Él: «Les envió a anunciar el Reino de Dios y a curar a los enfermos» (Lc 9,2); «Predicad que el reino de los cielos está cerca. Curad a los enfermos» (Mt 10,7 s.). Encontramos siempre las dos cosas a la vez: predicar el Evangelio y curar a los enfermos. El hombre tiene dos medios para intentar superar sus enfermedades: la naturaleza y la gracia. Naturaleza indica la inteligencia, la ciencia, la medicina, la técnica; gracia indica el recurso directo a Dios, a través de la fe, la oración y los sacramentos. Estos últimos son los medios que la Iglesia tiene a disposición para «curar a los enfermos».


Lo malo empieza cuando se busca una tercera vía: la de la magia, la que hace palanca en pretendidos poderes ocultos de la persona que no se basan ni en la ciencia ni en la fe. En este caso o estamos ante pura charlatanería o --peor--- ante la acción del enemigo de Dios. No es difícil distinguir cuándo se trata de un verdadero carisma de curación y cuándo de su falsificación en la magia. En el primer caso, la persona jamás atribuye a poderes propios los resultados obtenidos, sino a Dios; en el segundo, la gente no hace más que alardear de sus pretendidos «poderes extraordinarios». Cuando por ello se leen anuncios del tipo: mago tal de no sé quién «llega donde otros fracasan», «resuelve problemas de todo tipo», «poderes extraordinarios reconocidos», «expulsa demonios, aleja el mal de ojo», no hay que dudar ni un instante: son grandes engaños. Jesús decía que los demonios se expulsan «con ayuno y oración», ¡no vaciando el bolsillo de la gente!


Pero debemos hacernos otra pregunta: ¿y quien no se cura? ¿Qué pensar? ¿Qué no tiene fe, que Dios no le ama? Si la persistencia de una enfermedad fuera señal de que una persona carece de fe o del amor de Dios por ella, habría que concluir que los santos eran los más pobres de fe y los menos amados de Dios, porque los hay que pasaron toda la vida postrados. No; la respuesta es otra. El poder de Dios no se manifiesta sólo de una manera -eliminando el mal, curando físicamente--, sino también dando la capacidad, y a veces hasta el gozo, de llevar la propia cruz con Cristo y completar lo que falta a sus padecimientos. Cristo redimió también el sufrimiento y la muerte: ya no es signo del pecado, participación en la culpa de Adán, sino instrumento de redención

P. Raniero Cantalamessa

viernes, 21 de enero de 2011

VAMOS CALENTANDO MOTORES

Testimonios de jóvenes que se han encontrado con Jesús en alguna de las distintas Jornadas Mundiales de la Juventud.
Ya queda menossss!!!!

jueves, 20 de enero de 2011

EL PODER DE LA ALABANZA

Por su extrema pobreza San Francisco de Asís se hizo hermano de todos los hombres. Quería no estar por encima de nadie: se ponía con los más pobres, con los excluidos, y así extendía a todos ellos la comunión de Cristo. A sus hermanos les exigía que, por su vida y su lenguaje, presentaran el Evangelio de tal manera que jamás nadie más pobre que ellos se sintiera desanimado ni herido.

Al mismo tiempo san Francisco era un hombre de alabanza. Supo, quizás más que ningún otro santo, comunicar el gusto por la alabanza, el sentido del asombro. Todavía hoy su vida nos parece elevada por un impulso interior, una especie de exultación cada vez más pura. Continuamente invitaba a sus compañeros a alabar y a bendecir, a cantar y a celebrar. Su famoso Cántico de las Criaturas, el Cántico del Hermano Sol, no ha perdido nada de su frescura.; se continúa cantando.
Lo que llama la atención en la figura de san Francisco es cómo estaba al mismo tiempo totalmente elevado hacia Dios y completamente abierto a los hombres, especialmente a los más desfavorecidos. En él estos dos aspectos se penetraban mutuamente. Bebiendo en la Fuente, la alabanza desbordaba en amistad por todos, y la pobreza compartida multiplicaba el asombro.
Cuando un día una grave disputa causó la división entre los habitantes de Asís, san Francisco envió a sus hermanos a cantar el Cántico de las Criaturas en medio de aquellos que ya no llegaban a reconciliarse y que estaban a punto de llegar a la violencia. Los invitaba, con un canto de alabanza , a abrir sus corazones a esa realidad infinitamente más bella que el tema de sus disputa : el Amor sobreabundante del Creador del que todas sus criaturas son testigos, y devolver así la paz a sus corazones.
Para esta ocasión San Francisco añadió una nueva estrofa a su cántico, ya que más que nunca había que alabar a Dios por esos hombres y mujeres capaces de "perdonar", de "soportar el mal", de "perseverar en la paz." ¿Acaso no son ellos testigos muy especiales del Amor que Dios nos tiene?
La historia dice que al escuchar el canto de los hermanos , los habitantes de Asís se llenaron de una profunda emoción. Esta increíble alabanza hizo derretirse sus corazones y abrió el camino a un perdón recíproco, a una auténtica reconciliación.
Alabanza y Paz están unidas. Quien alaba a Dios se abre a El, se llena de El. Mientras permanecemos replegados sobre nosotros mismos el espíritu divisor nos puede. El mal que sentimos dentro de nosotros lo proyectamos a nuestro alrededor, nos sentimos amenazados. Es como si para mantenernos tuviéramos necesidad de oponernos.
Pero quien alaba a Dios recibe lo que El es. Y Dios es Paz, es Unidad, es Amor. Cuando el hombre canta lo que Dios es para nosotros, pierde sus miedos, sus resentimientos. Se pierde en El, se deja "encantar". Y una paz que sobrepasa todos los razonamientos invade el corazón.

 Frère François- Taize

EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS
Altísimo y omnipotente buen Señor, tuyas son las alabanzas,
la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen y ningún hombre es digno de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche, y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación; bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor y denle gracias y sírvanle con gran humildad.







miércoles, 19 de enero de 2011

SEGUIR AL ESPÍRITU

Hay que proponérselo. La vida de piedad es como todo: un cúmulo de esfuerzos. Y el rescoldo del amor, que siente la necesidad de lo genuino, de verse crecer en más fuego. Hay que proponérselo, sí, de acuerdo, pero también ser dócil al Espíritu, a esas inspiraciones que uno percibe. ¡Cuántas veces nos parece que llegan en mal momento! Y seguimos con lo que veníamos haciendo. Esto ocurre. Nos ocurre. Lo posponemos, no apetece. Pero si decimos “sí” y rezamos ese rosario o leemos los Hechos de los apóstoles, por poner unos ejemplos, el alma se acerca a Dios. Inapelable, cierto. Sólo ha sido cosa de un pequeño esfuerzo, de un acto de amor específico. La vida cristiana necesita de esos momentos de fuego. Nutrir al alma de piropos marianos, o de esas palabras de la Sagrada Escritura que narran, sin ir más lejos, la frecuencia entre los primeros cristianos del ayuno y de la oración para sacar adelante su fe en la sociedad de su tiempo, en las almas de su tiempo.


Ser fieles a Dios. De eso se trata. De eso trata la felicidad, si es que la queremos. Ir dejándonos llevar por la gracia, poner por obra lo que decimos creer. Amar en concreto. Con una jaculatoria (¿quién dice que es pequeña?), o con la liturgia de un trabajo a imagen y semejanza de Cristo (es decir, puntual, acabado, bien urdido). Piedad: el amor hecho vida, o la vida hecha amor. La vida enamorada de la intimidad de Dios, que se manifiesta constantemente a nuestro alrededor, y en el alma, adentro. Propósito renovado de ser santo. Porque es posible, porque Dios lo quiere, porque no es otra la vocación del cristiano. De cualquiera. Sin excesivas disquisiciones. El corazón decidido, afirmativo, humilde, optimista. Santos nos hace Dios. El primer requisito es querer. El segundo querer. El tercero querer más aún. Más todavía. Querer con voluntad y querer de corazón. Levantarse, pedir perdón y seguir en el empeño. Empeño, como digo, de piedad, de actos concretos de amor. De afán, de generosidad, de entrega.
Ser cristiano. Querer. Enamorarse. Querer enamorarse. Nutrirse de Dios en cualquier situación de la vida. Darse. Afrontar la aflicción contemplando la Cruz, profundizando en el costado redentor de Cristo. Y sentir los entresijos de una inconfundible alegría, de esa paz que anhela el hombre. Proponérselo. Esta vez sí que sí. Con aplomo. Amor con amor se paga. Con piedad de niños. Poniéndonos de puntillas sobre el alma. Poniéndonos de rodillas para ver mejor la entraña de Dios, que nos busca siempre, que nos llama, que espera cualquier excusa para hacernos sus confidencias de Amor. Ser cristiano significa no dejar a Cristo para luego. Ya, ahora mismo. Decírselo. Escucharle, poner un poquito de más atención a la magnitud sobrenatural de la que estamos hechos. Dentro de un rato no, ahora, ya mismo. El amor apremia. La felicidad no admite más retardos. Y todo esto requiere un esfuerzo. Constante.


Guillermo Urbizu para ReL

martes, 18 de enero de 2011

INVERTIR EN EL FUTURO

Un hombre estaba perdido en el desierto. Parecía condenado a morir de sed. Por suerte, llegó a una vieja cabaña destartalada, sin techo ni ventanas. Merodeó un poco alrededor hasta que encontró una pequeña sombra donde pudo acomodarse y protegerse un poco del sol. Mirando mejor, distinguió en el interior de la cabaña una antigua bomba de agua, bastante oxidada. Se arrastró hasta ella, agarró la manivela y comenzó a bombear, a bombear con todas sus fuerzas, pero de allí no salía nada. Desilusionado, se recostó contra la pared sumido en una profunda tristeza. Entonces notó que a su lado había una botella. Limpió el polvo que la cubría, y pudo leer un mensaje escrito sobre ella: "Utilice toda el agua que contiene esta botella para cebar la bomba del pozo. Después, haga el favor de llenarla de nuevo antes de marcharse".

El hombre desenroscó la tapa y vio que, efectivamente, estaba llena de agua. ¡Llena de agua! De pronto, se encontró ante un terrible dilema: si se bebía aquella botella, calmaría su sed por un pequeño tiempo, pero si la utilizaba para cebar esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca del fondo del pozo, y podría tomar toda la que quisiera, y llenar sus cantimploras vacías, pero tal vez no, tal vez la bomba no funcionara y desperdiciaría tontamente todo el contenido de la botella, teniendo tanta sed. ¿Qué debía hacer? ¿Debía apostar por aquellas instrucciones poco fiables, escritas no se sabe cuánto tiempo atrás?
Al final, se armó de valor y vació toda la botella en la bomba, agarró la manivela y comenzó a bombear. La vieja maquinaria rechinaba pesadamente. El tiempo pasaba y nuestro hombre estaba cada vez más nervioso. La bomba continuaba con sus chirridos secos, hasta que de pronto surgió un hilillo de agua, que enseguida se hizo un poco mayor y, finalmente, se convirtió en un gran chorro de agua fresca y cristalina. Bebió ansiosamente, llenó sus cantimploras y, al final, llenó también la botella para el próximo viajante. Tomó la pequeña nota y añadió: "Créame que funciona, eche toda el agua".
El riesgo y la gratificación Esta sencilla historia nos recuerda una realidad constantemente presente en la vida de toda persona: cualquier logro supone casi siempre aplazar una posible gratificación presente y correr el riesgo de que ese sacrificio resulte improductivo. Y aunque es cierto que buena parte de nuestros esfuerzos son improductivos, o al menos lo parecen, es igual de cierto que cuando tendemos a contentarnos con satisfacciones a corto plazo y no invertimos en objetivos mejores a un plazo más largo, es fácil entonces que nos deslicemos por la pendiente de la mediocridad o del conformismo. Cada día se nos presentan oportunidades que nos pueden ayudar a ser mejores personas o que nos abren puertas que nos conducen a situaciones mejores. Y si no apuestas, si no inviertes en el futuro, es seguro que al final habrás perdido. Porque hay trenes que se pierden y luego vuelven a pasar, pero otros no.
Todos debemos sacrificar cosas de un orden inferior para lograr otras que son de orden superior. No podemos acostumbrarnos a rehuir esos desafíos. Hay gente a la que le resulta difícil pensar en el después, que está acostumbrada a dejar las cosas para más adelante, y eso hace que su vida sea una vida desorganizada, de constantes dejaciones y atropellos, una vida de la que apenas se tiene control y que, al final, no conduce al puerto deseado.

Las personas que procuran acometer cuanto antes el deber costoso se sienten psicológicamente más despejadas, y quienes tienden a retrasarlo se sienten más decepcionadas y frustradas. Empezar, de entre las tareas pendientes, por la que a uno más le cuesta, suele ser un modo de proceder que aligera la mente, que aumenta la eficacia de nuestros esfuerzos y que mejora nuestra calidad de vida. Quienes siempre encuentran motivos para demorar lo que les cuesta, son personas que viven tortuosas esclavitudes, por mucho que lo decoren con apariencias de feliz espontaneidad o de bohemio abandono.
Alfonso Agulló http://www.interrogantes.net/




lunes, 17 de enero de 2011

¿TE APETECE ESCUCHAR A ESTE BUSCADOR DE LA VERDAD?

De conferencia con Pablo Domínguez....

domingo, 16 de enero de 2011

CORDERO DICE MANSEDUMBRE

..."cordero" dice 'mansedumbre', y esto se nos viene a los ojos luego que oímos "cordero", y, con ello, la mucha razón con que de Cristo se dice, por el estremo de mansedumbre que tiene, ansí en el trato como en el sufrimiento; ansí en lo que por nosotros sufrió como en lo que cada día nos sufre. (...) Y respondió bien con las palabras la blandura de su acogimiento con todos los que se llegaron a Él por gozarle cuando vivió nuestra vida: con los humildes, humilde; con los más despreciados y más bajos, más amoroso; y con los pecadores que se conocían, dulcísimo.



(...) Mas ¿qué maravilla que no se enfadase entonces cuando vivía en el suelo, el que ahora en el cielo, donde vive tan exento de nuestras miserias, y declarado por rey universal de todas las cosas, tiene por bueno de venirse en el sacramento a vivir con nosotros, y lleva con mansedumbre verse rodeado de mil impertinencias y vilezas de hombres, y no hay aldea de tan pocos vecinos adonde no sea casi como uno de sus vecinos en su iglesia nuestro Cordero, blando, manso, sufrido a todos los estados?
Fray Luis de León, De los nombres de Cristo, III, Cordero, p. 396-7

Publicado AQUÍ

sábado, 15 de enero de 2011

PREPARANDO EL DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO

 Evangelio
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:


«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».


Y Juan dio testimonio diciendo:


«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».


Juan 1, 29-34

En el Evangelio escuchamos a Juan el Bautista que, presentando a Jesús al mundo, exclama: «¡He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!». El cordero, en la Biblia, y en otras culturas, es el símbolo del ser inocente, que no puede hacer daño a nadie, sino sólo recibirlo. Siguiendo este simbolismo, la primera carta de Pedro llama a Cristo «el cordero sin mancha», que, «ultrajado, no respondía con ultrajes, y sufriendo no amenazaba con venganza». En otras palabras, Jesús es, por excelencia, el Inocente que sufre



Se ha escrito que el dolor de los inocentes «es la roca del ateísmo». Después de Auschwitz, el problema se ha planteado de manera más aguda todavía. Son incontables los libros escritos en torno a este tema. Parece como si hubiera un proceso en marcha y se escuchara la voz del juez que ordena al imputado a levantarse. El imputado en este caso es Dios, la fe.


¿Qué tiene que responder la fe a todo esto? Ante todo es necesario que todos, creyentes o no, nos pongamos en una actitud de humildad, porque si la fe no es capaz de «explicar» el dolor, menos aún lo es la razón. El dolor de los inocentes es algo demasiado puro y misterioso como para poderlo encerrar en nuestras pobres «explicaciones». Jesús, que ciertamente tenía muchas más explicaciones para dar que nosotros, ante el dolor de la viuda de Naím y de las hermanas de Lázaro no supo hacer nada mejor que conmoverse y llorar.


La respuesta cristiana al problema del dolor inocente se contiene en un nombre: ¡Jesucristo! Jesús no vino a darnos doctas explicaciones del dolor, sino que vino a tomarlo silenciosamente sobre sí. Al actuar así, en cambio, lo transformó desde el interior: de signo de maldición, hizo del dolor un instrumento de redención. Más aún: hizo de él el valor supremo, el orden de grandeza más elevado de este mundo. Después del pecado, la verdadera grandeza de una criatura humana se mide por el hecho de llevar sobre sí el mínimo posible de culpa y el máximo posible de pena del pecado mismo. No está tanto en una u otra cosa tomadas por separado -esto es, o en la inocencia o en el sufrimiento--, sino en la presencia contemporánea de las dos cosas en la misma persona. Este es un tipo de sufrimiento que acerca a Dios. Sólo Dios, de hecho, si sufre, sufre como inocente en sentido absoluto.


Sin embargo Jesús no dio sólo un sentido al dolor inocente; le confirió también un poder nuevo, una misteriosa fecundidad. Contemplemos qué brotó del sufrimiento de Cristo: la resurrección y la esperanza para todo el género humano. Pero miremos lo que sucede a nuestro alrededor. ¡Cuánta energía y heroísmo suscita con frecuencia, en una pareja, la aceptación de un hijo discapacitado, postrado durante años! ¡Cuánta solidaridad insospechada en torno a ellos! ¡Cuánta capacidad de amor que, si no, sería desconocida!


Lo más importante, en cambio, cuando se habla de dolor inocente, no es explicarlo, sino evitar aumentarlo con nuestras acciones y nuestras omisiones. Pero tampoco basta con no aumentar el dolor inocente; ¡es necesario procurar aliviar el que exista! Ante el espectáculo de una niña aterida de frío que lloraba de hambre, un hombre gritó, un día, en su corazón a Dios: «¡Oh Dios! ¿Dónde estás? ¿Por qué no haces algo por esa pequeña inocente?». Y Dios le respondió: «Claro que he hecho algo por ella: ¡te he hecho a ti!».
P. Raniero Cantalamessa

viernes, 14 de enero de 2011

JUAN PABLO II SERÁ BEATIFICADO EL PRÓXIMO 1 DE MAYO

Será (D.m.) el próximo 1 de Mayo, domingo de la Divina Misericordia, fiesta insituída por él mismo.
¡¡Bendito sea Dios!!

"DE DIOSES Y HOMBRES"

Hoy se estrena en Talavera de la Reina y se irá proyectando en distintas poblaciones de nuestra provincia.
Reproducimos a continuación, la entrevista que ha concedido a Alfa y Omega, el hermano Jean Pierre, superviviente de aquel martirio.
En este enlace http://www.spotsales.es/, puedes encontrar toda la información sobre las fechas y lugares de proyección de esta pelicula.
Este es el testamento espiritual del P. Pierre, prior de la comunidad.
«Claro que hay que perdonar, Dios nos lo pide»

En 1996, la comunidad de monjes trapenses del monasterio de Thibirine (Argelia) sufrió el ataque de varios fundamentalistas islámicos. Secuestraron a siete hermanos, y pocos días después, los decapitaron. Mañana se estrena la película De dioses y hombres, que reconstruye aquellos sucesos. Hemos entrevistado a uno de los supervivientes de aquel martirio, el Hermano Jean Pierre Schümacher, quien hoy es uno de los monjes trapenses de la comunidad de Nuestra Señora del Atlas (Marruecos)
¿Dónde estaba usted cuando pasó todo?
Estaba en la puerta. Era el portero y responsable de la puerta principal. Ellos entraron por la puerta de abajo, cogieron al guardia del monasterio y le obligaron a llevarlos a todos a las celdas de los Hermanos.
¿Cómo era su vida antes de los asesinatos?
Éramos una comunidad contemplativa. Teníamos poca vida social, trabajábamos en el campo y en la huerta. Teníamos un Hermano médico, muy mayor, que llevaba un pequeño dispensario. Celebrábamos los oficios…
¿Cómo era su relación con los musulmanes que vivían aquí?
Había gente que vivía en casas alrededor de nosotros; estábamos en la montaña y las relaciones con ellos eran muy buenas, muy fraternales. Éramos como una familia. El monasterio era de clausura, pero había un portero que recibía a la gente. Asistíamos a actos religiosos y entierros, lo que quería la gente. Teníamos muy buenas relaciones con ellos.
En nuestra comunidad, el Prior nos daba una exhortación todos los días; nos hablaba de la Regla de san Benito, nuestro fundador. Había otro Hermano encargado de la liturgia, de las oraciones y los cantos. Otro se ocupaba del trabajo. Teníamos una pequeña asociación para cultivar la huerta junto a cuatro padres de familia que trabajaban con nosotros. Cada uno tenía un pequeño terreno asignado y vendía sus productos. Al final del año, repartíamos los beneficios. Era una bonita forma de vivir juntos formando una familia. No hablábamos mucho de religión, pero teníamos entre nosotros muy buenas relaciones y, a través de ellos, nos comunicábamos con sus familias.
¿Había musulmanes fundamentalistas en su entorno?
No creo que los hubiera alrededor de nosotros, entre nuestro vecindario... Pero estábamos en plena montaña y la montaña estaba ocupada por los islamistas. Por eso estábamos indefensos.
Cuando se volvió la situación peligrosa, ¿por qué no se fueron?
Porque escogimos estar allí, de acuerdo con nuestra comunidad de origen en Francia. Escogimos estar con ellos y compartir su vida... Ésa era nuestra vocación. Para aprender a conocer a la gente, hay que vivir entre ellos y compartir su vida. Ir hacia Dios, guardando nuestra propia religión. Era nuestra vocación. Además, el peligro era el mismo tanto para nuestros vecinos como para nosotros. Al quedarse con nosotros, se sentían seguros. Éramos como un matrimonio: vivíamos juntos para lo bueno y para lo malo.
El padre Christian, su Superior, antes de morir, se refirió a su asesino como mi amigo del último minuto. ¿Siguen siendo los islamistas sus amigos hoy?
Lo que había era una buena relación entre cristianos y musulmanes. Si hay una dificultad entre diferentes culturas y religiones es porque no nos conocemos bastante. Cuando nos conocemos mutuamente, somos como hermanos.
¿Y rezan todavía por ellos, por los asesinos?
Sí, rezo para que el espíritu de Dios actúe en ellos. Para que evolucionen hacia la fraternidad universal; para que, a pesar de las diferencias entre las religiones, las nacionalidades y las culturas, aprendamos a conocernos y a ayudarnos mutuamente.
¿Cree que tiene sentido ser un mártir hoy?
¿Pregunta si deseo, si quiero ser mártir? No, para nada. Estamos aquí para vivir con la gente y no para ser asesinados.
¿Cree que es posible perdonar?
Claro que hay que perdonar. Dios nos pide amarnos los unos a los otros. Al leer el testamento del padre Christian, nuestro Prior, verá cómo termina, va muy lejos: perdonando al que le ha matado.
¿Qué le ha parecido la película De dioses y hombres?
Me ha gustado muchísimo. Expresa muy bien el mensaje de lo que hemos vivido.


M.M.L. y J.L.V.D-M.

jueves, 13 de enero de 2011

LIBRO RECOMENDADO

Padre Pío. Editorial Libros Libres
Autor: José María Zavala
MADRID - Para escribir sobre el Padre Pío de Pietrelcina (1887-1968), elevado a los altares en 2002 en la ceremonia de canonización con mayor número de fieles de la Historia, había que conocer el lugar donde aún se guarda memoria viva del capuchino italiano. José María Zavala se desplazó hasta allí. Nadie en San Giovanni Rotondo le ha olvidado.


- ¿Cómo se le recuerda en el convento donde pasó casi toda su vida?
- Con inmenso cariño. Hay fieles que siguen percibiendo el intenso perfume de sus estigmas como la mejor señal de que nunca les abandona, esa misma fragancia que dejó helado a más de un incrédulo.
- ¿Quedan muchas personas que le trataran íntimamente?
- Pocas, pero he tenido la gran fortuna de entrevistarlas. Como sor Consolata, una monja de clausura de 95 años que me recibió en el convento para relatarme episodios tan inolvidables como desconocidos. Nunca se lo agradeceré lo suficiente. Igual que a Pierino Galeone, sacerdote octogenario con fama de santo, a quien el Padre Pío curó milagrosamente tras la Segunda Guerra Mundial. Todos ellos rompen por primera vez su silencio para hablar del Padre Pío en este libro.
- ¿Expresan alguna idea común?
- Todos coinciden en que él hizo lo mismo que Jesús en la tierra: convirtió a los pecadores, sanó a los enfermos, consoló a los afligidos… Cargó con la Cruz durante toda su vida para redimir a los hombres del pecado.
- ¿Quién fue el Padre Pío?
- Un regalazo que Dios hizo a los hombres en pleno siglo XX para que sigan creyendo en Él. Es imposible acercarse con sencillez y sin prejuicios a su figura y permanecer insensible. Conozco a mucha gente cuya fe estaba muerta por falta de obras y que por intercesión suya está ahora muy cerca del Señor.
- ¿Hay una relación entre sus horas de confesonario y los estigmas?
- «Todo es un juego de amor», decía él. De Amor, con mayúscula, por el prójimo; él sabía muy bien que lo mejor se compra siempre al precio de un gran sacrificio. El Padre Pío vivió «crucificado» durante cincuenta años con estigmas en manos, pies y costado que sangraban a diario. Semejante sufrimiento moral y físico era un medio infalible para liberar a muchas almas de los lazos de Satanás. Por eso mismo se pasaba a veces dieciocho horas seguidas en el confesonario.
- Como un nuevo cura de Ars...
- Ahí radica la grandeza de este hombre de Dios. San Giovanni Rotondo, donde vivió y murió, sigue siendo hoy un auténtico camino de Damasco por el que millares de pecadores retornan al Señor. Es el primer sacerdote estigmatizado en la Historia de la Iglesia, y con unos carismas que le hacen muy especial.
- «Haré más ruido muerto que vivo», comentó un día. ¿Qué quiso decir?
- Habría que preguntárselo a los centenares de personas en todo el mundo que por su intercesión siguen hoy convirtiéndose y/o curándose milagrosamente de una enfermedad mortal. Muchos de ellos aportan sus impactantes testimonios en este libro.
- Usted recoge algunas conversiones impactantes...
- Gianna Vinci me relató en Roma uno de esos milagros que le dejan a uno boquiabierto. En cierta ocasión, una mujer enferma de cáncer rogó a su marido, agnóstico, que la llevase a San Giovanni Rotondo, pues había oído que el Padre Pío obraba milagros. El hombre puso una condición: esperaría fuera de la iglesia. Así que entró sola la madre con su hijo de diez años. Gianna Vinci estaba allí y lo vio todo. La mujer se arrodilló en el confesonario del Padre Pío mientras éste indicaba al niño que avisase a su padre. El chiquillo obedeció: «¡Papá, te llama el Padre Pío!», le dijo en la puerta. Pero aquel rapaz… ¡era sordomudo! Emocionado, el padre acabó confesándose y su esposa quedó curada del cáncer al instante.
- ¿Cuál es el secreto de la popularidad de este santo?
- El Amor por los demás, insisto. El Padre Pío sigue recogiendo hoy los frutos de su siembra desde el Cielo. En Italia pude sentir el gran cariño que la gente profesa a este pedazo de santo. Al regresar a Madrid, mientras facturaba las maletas en el aeropuerto, un policía empezó a poner pegas. Pero en cuanto vio el retrato del Padre Pío que llevaba para un amigo, me dejó pasar con una sonrisa. «¡Menudo salvoconducto!», pensé.
- ¿Qué significa este libro en el conjunto de su bibliografía?
- Es sin duda mi obra más importante. Nunca había sentido tantos deseos de compartir con los lectores una experiencia que me ha marcado de por vida. Dicen que cuando el Padre Pío levanta un alma ya no la deja caer más. Pues eso mismo he comprobado yo en mi propia carne. Invito a todo el que quiera, por muy escéptico que sea, a conocer a este hombre de Dios. Le aseguro que no quedará indiferente

Publicado en "La Razón"