lunes, 29 de diciembre de 2014

¿ES POSIBLE VIVIR COMO HIJOS?

Nace Jesús de nuevo en nuestras vidas. Hace falta llegar con un corazón de niño. El otro día leía un pequeño cuento:

"Un niño soñaba con la luna. Se despertaba y miraba por la ventana esperando verla entre las nubes. Al fin, un día, lo lograba. Era redonda y grande, luminosa, perfecta. Soñaba con tocarla, con tenerla. Esa luna daba luz a su vida. Y él sonreía. Este niño dormía soñando, vivía soñando. Anhelaba esa luna que daba luz a sus noches.

Pero pasaron los días y la luna menguaba. Cada día un poco más pequeña. Él tuvo miedo. No quería quedarse sin su sueño, sin su luz, sin su esperanza. Soñaba. Una niña se acercó y miró su sueño. Lo vio sumergido en el aire, tembloroso, callado. El niño temblaba.

Cogió con sus manos de niña llenas de ternura ese inmenso sueño. La luna seguía menguando. Cada día un poco más pequeña. El niño sufría y la niña también sufría con el niño. Decidió entonces soñar con el niño.Llegó el día en el que casi no se veía la luna en el cielo. Era sólo una sombra fugaz de lo que fue. Temblaron.

Sólo había estrellas. Sólo el recuerdo pálido de lo que fue una luna. Lloraban. Se abrazaron tiernamente. Eran dos niños sin luna. Entonces ella, al oído, le susurró un deseo. Le dijo: - Soñemos más fuerte, con toda el alma. Ya verás, lo lograremos, no temas. Tendrás tu luna.

Y entonces los dos soñaron fuerte. Cada día con más fuerza, con más alma, con más corazón. Y la luna, cada noche, cansada del día, iba engordando. Parecía como si el sueño de dos niños le diera un poco de vida. Cada día era más luna y menos sombra. Cada día más luz y menos noche.

Hasta que un día, conmovidos, asombrados, miraron la luna llena por la ventana. Era una luna plena, entera, llena de luz. Sonrieron. Había luz. Rieron con esa risa fácil de los niños, a carcajadas. Sin temor a la vida. Felices, tocando las estrellas.

Los sueños que se sueñan juntos tienen más fuerza, logran lo imposible. Y descansaron felices. Saboreando los sueños"


Me gustó el niño de la luna. Me gustó la ingenuidad de los niños que sueñan con lo eterno. Tal vez como nosotros. La vida, las desilusiones, los tropiezos, nos hacen desconfiar. Miramos nuestra vida y pensamos que los sueños no son posibles. Nos conformamos con lo que hemos logrado, con lo que hay.

No creemos en los milagros de Nochebuena. No creemos en el poder salvador de un niño que nace en Belén. Oculto en un establo. Cubierto por unos pocos pañales y una montaña inmensa de ternura. Queremos aprender a ser como niños. A soñar con lo que Dios puede hacer con nosotros. Parece sencillo. No es tan sencillo.

Decía el Padre José Kentenich: "No hay mayor felicidad para el hombre de hoy que la recuperación del sentir de niño frente a Dios y no hay misión más grande en estos tiempos que la de reconquistar para la humanidad el perdido sentir de niño"[1].

Parece sencillo, pero no lo es. El mundo de hoy necesita niños. Corazones de niños. El otro día leía: "Vivimos en una sociedad donde mentir se volvió rutina, traicionar en monotonía y ser hipócrita es la ropa de hoy en día". 

Necesitamos que haya más niños. Niños que no vivan en la mentira, que no traicionen, que sean inocentes y auténticos, trasparentes de Dios. Faltan ese tipo de niños. Añadía el Padre Kentenich: "Si en mí no hay o no está suficientemente desarrollado el germen de lo filial, me falta el puente natural necesario para tener la vivencia de ser hijo en el plano sobrenatural. Cuando me encuentro ante personas que no han tenido la vivencia de ser hijos en el orden natural, ¡cuántos esfuerzos se necesitan para que lleguen a sentir el valor de lo filial! [2]. 

Cada Navidad es una nueva oportunidad para aprender a ser más niños, para vivir como niños. Pero no como niños inmaduros y caprichosos. Sino como niños confiados y alegres, positivos y veraces. Niños nobles y transparentes. Reflejos del amor de Dios, de su verdad, de su calor.

Niños capaces de soñar y alcanzar la luna. De tocarla en un abrazo cálido. Sí, aunque no hayamos tenido experiencias humanas de filialidad, es posible vivir como niños ante Dios. Es cierto que lleva su tiempo. Es un proceso largo. Pero de nuevo nos arrodillamos como los niños ante el portal. De nuevo confiamos y soñamos. De nuevo creemos en lo aparentemente imposible.


P. Carlos Padilla

sábado, 27 de diciembre de 2014

ANTE SAN JOSÉ

Hoy también miramos el corazón de José. Sólo una vez le hizo falta el ángel. Dios le pidió que cuidase a María y al niño y él obedeció.
 
Y lo hizo sin más palabras ya desde aquel camino a Belén cuando sentía la carga pesada de buscar un lugar adecuado. No quería preocupar a María. Había mucha gente y él le hubiese dado el mejor sitio a Ella y a Jesús, pero no podía, no sabía.
 
Miró asombrado cuando nació Jesús y lo vio en los brazos de María. Allí, callado, de rodillas, sin más palabras. Obedeció como un niño, dócilmente. El corazón de José era noble y dócil. Se abajó, aceptó. ¡Cuánto misterio! ¡Cuánto los amaba! 
 
Veló conmovido aquella primera noche de Dios en el mundo, tan pequeño, tan indefenso, tan desprotegido. ¿Cómo podría él llegar a cuidarlos? Era pecador, era pequeño. Ellos eran mucho y él tan poco...
 
Dios, desde el cielo, velaba con él, le nombraba, feliz de estar a su lado, orgulloso de su sí humilde y sencillo. Hoy le rezamos de rodillas: 
 
José, te pido que me ayudes a ser fiel, a entregar el corazón como tú lo hacías, en silencio, mirando siempre a María y a Jesús, sin pensar en tu bienestar. 
 
Enséñame a amar, a renunciar, a respetar, a dar toda mi alma por seguir a Jesús. Enséñame a repetir cada día mi sí oculto y alegre, a vivir cerca de Jesús, de María, a dar mi vida entregando el corazón como tú lo hiciste. 
 
Enséñame tu obediencia, enséñame a negarme a mí para dejar a otros delante, para servir a otras vidas sin querer ser yo protagonista”. 
 
Cuando fueron a Egipto, fue a él a quien habló Dios y se pusieron en camino. ¡Cuánto lo quería Dios! ¡Cuánto confiaba y descansaba en él! Puso en sus manos lo que más amaba.
 
Confiaba en su corazón bueno, de hombre obediente, íntegro, de hijo humilde, de hijo noble.
 
Me imagino su temblor al recibir misión tan grande. Su emoción al ver la sonrisa de María cada día, en la rutina, en lo cotidiano de charlas y comidas, de trabajo y sueños, de compartir tantas cosas los tres.
 
Me conmuevo al pensar en su trabajo silencioso en Nazaret. Ocultos a los hombres. Habitados por Dios. Allí vivieron el silencio sagrado del encuentro. Allí amaron y fueron amados.
 
En realidad vivió el cielo en la tierra ¡Qué pena le daría morirse y dejarlos solos! A María y a Jesús. ¡Qué pena no poder protegerlos hasta el final! Le hubiese gustado cuidarlos y acompañarlos hasta la cruz. Eran lo que más amaba en el mundo. Hubiera querido ir con ellos por los caminos. Pero Dios lo quería a su lado.
 
¿Cuántas veces tuvo que renunciar José en su vida? Dios conoció muy bien su corazón y las puertas del cielo se abrieron de par en par ante el hijo que se negó a sí mismo con el mayor amor.
 
Su renuncia fue la entrega cotidiana al servicio de María, el amor de su vida, y de Jesús, su hijo amado. Su amor a María era sagrado, profundo, humano, tierno, era el amor de Dios. Era un amor preparado para la renuncia, para la entrega. Un amor sacrificado y recio. 
 
Comentaba la protagonista de la obra La bibliotecaria de Auschwitz cuando debe renunciar a ser bibliotecaria para proteger el bloque, porque la vigilan, aunque sabe que ya no la admirarán y la tacharán de cobarde: “Es fácil medir el tamaño del heroísmo, cuantificarlo en honores y medallas. Pero, ¿cómo se mide el valor de los que renuncian?”.
 
José renunció toda su vida. El valor de su renuncia fue inmenso. Me imagino cuántas veces rezó mirándola a ella y a Jesús, en silencio, confiando. Se mantuvo oculto a la sombra de sus dos grandes amores. Eso bastaba.
 
La renuncia por amor vale oro. En ese taller de Nazaret vivieron Dios y su madre, compartieron la vida.
José pasó oculto la vida con ellos. Cuidándolos, descansando en ellos y ellos en él. 
 
Los cuidó, enseñó a Jesús con mucha humildad todo lo que sabía. Le enseñó a orar, a trabajar, a amar, a respetar, a obedecer. ¡Cuántas veces entre José y Jesús hablarían de María! José sería ese hombre fiel, de pocas palabras, humilde y noble.
 
Me impresiona su renuncia. Me conmueve el regalo de poder compartir la vida santa en Nazaret. Allí, ocultos a los ojos del mundo, tejieron el comienzo de nuestra historia sagrada. 
 
José fue el santo custodio. Su vida fue velar, aguardar, esperar, cuidar, acariciar, soñar. Sin quejas, sin voces, sin llamar la atención. Amando, siendo amado.
 
Me impresionan su humildad, su silencio fuerte y noble, su alegría serena y honda. Me impresiona su sencillez, oculto entre los hombres, sin ser tomado en cuenta. Allí, repitiendo con humildad su sí más verdadero. Ese sí silencioso y noble. Su sí sagrado a Dios.

P. Carlos Padilla

miércoles, 24 de diciembre de 2014

COSAS DE NIÑOS

Hay un villancico muy infeliz, y es precisamente el que toca hoy, “Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, dame la bota, María, que me voy a emborrachar”. A las tradiciones populares de villancicos habría que revisitarlas alguna vez para darles un barniz, digo yo. Esta noche no es noche cualquiera, es noche de atenciones y de ojos muy abiertos, los ojos de los santos que aparecen en los iconos rusos. Nuestra fe en el Dios hecho hombre, tiene cimientos de atención, como Antonio López con el sol y los membrillos. Un artista necesita pausa para llegar hasta el objeto. El creyente necesita pausa para que este Bebé recién nacido le traiga su Novedad. La expresión ‘se armo el belén’, tan castiza, proviene de la revolución de un Dios que se ha hecho carne, dejando patas arriba todo ese orden previsto de las cosas. Y tienes que atreverte a mirar. Ninguna revolución, por cierto, dejó tanto silencio en las aceras.
1024px-Giorgione_014Pero no seamos ingenuos. Hoy es noche de cenar y hablar por los codos, nos atropellaremos con nuestras intervenciones, que andarán sin correctivos ni inhibiciones, porque estaremos en familia. Pero tienes que hacerte con algunos minutos de atención. No sé dónde ni cuándo, y si antes o después de cenar. Pero esta noche tienes que oler el pesebre de Belén y dejar que te oree ese ventarrón de Oriente. Y de rodillas, con los ojos ciegos (como dice Miguel Hernández, “a oscuras la fe, te ven los ciegos), quedarte preso del Recién Nacido.
Te lo digo por si te sirve, el silencio no existe, siento herir tu fe en el mito. El compositor norteamericano John Cage tiene una obra conocidísima, 4’33”. En ella la orquesta interpreta una partitura muda en la que no hay nada pautado. Los profesores de la orquesta están sin emitir un solo sonido exactamente durante ese tiempo. Y el auditorio, atónito, se dispone a escuchar los ruiditos que siempre se filtran y que permanecen inaccesibles en momentos de disfrute musical. A pesar de que la partitura es puro silencio, el oyente escucha las cosas pequeñas de alrededor. Nunca hay silencio absoluto. Muchos escritores de la generación del 98 escribían en los cafés, rodeados del tumulto de la gente. Toda aquella barahúnda les ofrecía el clima perfecto para escribir.
Nunca encontrarás la tormenta perfecta del silencio que te predisponga a rezar. Porque será la sangre la que tiemble, o el neón, o las páginas de tu libro, siempre algo será motivo de distracción. El silencio lo creas tú con la atención. Read my leaps, Dios pende de tu atención, como la madre ama por atención minuciosa a su bebé. El amante anda siempre en fase de desbordamiento de atención, es una aficionado a los detalles con su amada. Y hoy los detalles mínimos del pesebre son tu motivo de atención. Pájaros que duermen, algo de frío, el olor a cuadra, una adolescente con los ojos asombrados en su criatura, un joven que se adelanta a los movimientos de la joven, gente del pueblo que llega y calla, porque no tienen mucho que decir, como cuando delante de un bebé nos salen onomatopeyas, los balbuceos, los juegos con las manos…
Esas cosas son las que te esperan esta noche, como ves, cosas de niños.
Javier Alonso Sandoica

martes, 23 de diciembre de 2014

¿QUIEN SOY YO? ASÍ DE SOPETÓN




No te asustes si te llamas Venancio, que para raros los Reyes Godos, y no dejaron constancia de trauma alguno por llamarse Leovigildo o Ataulfo. Nuestros nombres de pila han perdido el valor que tenían en la cultura judía. Ahora usamos el lote de los habituales porque eufónicamente funcionan, pero en tiempos de Jesús trascendían la mera nominación de la persona llegando a la revelación de su ser. Que el Bautista se llamara Juan, significaría el pórtico de su misión como la ‘voz’ del Maestro, quien sería la ‘Palabra’.
Una de las cosas que al Señor más le interesa de mi vida es que yo sea un yo de verdad, un yo musculado, y esto no es una boutade. En el budismo, mi entrada en la divinidad supone desaparecer en la inmensidad de un océano sin orillas. Yo sería una gota que va resbalándose hasta perderse en el azul. El Señor, en cambio, quiere una criatura que dialogue con Él, espera un yo enfrente, alguien con argumentos y corazón. De hecho bien nos lo recordó en aquel “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Dios me quiere por mí, porque entero me hizo y de mi generosidad depende que llegue al puerto sereno de mi vocación.
¿Quién soy yo? Pregúntatelo hoy, así, de sopetón. Como siempre llevamos los cinco sentidos en posición de salida, y andamos atropellados, apenas damos tiempo a la reflexión. Facilito pistas para esos barruntos del conocimiento personal:

1.- La lectura. Pero no cualquiera. Este mes celebramos el centenario de “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez. Y tiene razón el periodista Ignacio Camacho cuando dice que la obra es “una fábula moral sobre las cualidades del alma”, no una mera cursilería redicha. Aquí se encuentra alimento para el alma. Cuando leí la historia del cura Pepito, que iba siempre en estado de unción y “hablaba con miel”, pero odiaba a los niños, a los pájaros, a la naturaleza, etc., en seguida pensé que mi sacerdocio no podría ser el de don Pepito. No se puede mantener un estado de doblez en la personalidad espiritual. La vida en Dios y el entramado cotidiano son piezas de una misma realidad.

2.- Una nueva forma de entrar en oración. Porque a veces rezamos como la anciana cuenta sus lentejas, con el pensamiento en otro siglo. Hay una frase de Benedicto XVI que me conmueve hasta los tuétanos, porque sugiere un arranque distinto a la hora de entrar en oración. Dice el Papa emérito “la oración es una disposición a exponernos delante de una presencia misteriosa”. Uf. Si uno entra en oración expuesto a Cristo, que está en el sagrario, el Señor termina por revelársenos y revelar quiénes somos.

3.- Dónde pones la ilusión. Conozco a directores de empresa que se precian en manejar información y en dosificarla con metáforas, para que nadie les comprenda. Con esas mezquindades se divierten, dejando el corazón en gustos mediocres. Es como el que vive de chismes y quiere enterarse de esos personajes secundarios que aparecen siempre en televisión. Son maneras pobres de vivir. Dios nos regaló un corazón para educarlo en una sensibilidad que sepa discriminar apetitos sagrados, de pasatiempos que en nada ennoblecen.

4.- Andarse amarrado al instante. Me gusta el último mensaje de la reina Fabiola que su padre espiritual nos dio a conocer, “he sido reina, y ahora soy un pellejo, pero este pellejo hizo su trabajo y ahora va a reunirse con su amor”. Ella sabía que le había tocado echar el ancla en trabajos de mucha responsabilidad. Pero cada instante estaba en las manos de Dios, y su proceder estaba bien pegado a las exigencias de cada día.
Cuando en este tiempo de Adviento oímos tantas veces “el Señor, llega” o “el Señor va a llegar”, parece que tarda en hacerlo, como si algo le retuviera, no es verdad. El Señor llega ahora que rezas. No pongas tu alma lejos de aquí.

Fuente: www.archimadrid.org

lunes, 22 de diciembre de 2014

¿QUÉ SENTIRÍA MARÍA CAMINO DE BELÉN?

«Amadísimos hermanos y hermanas:

Faltan ya pocos días para la celebración de la Navidad del Señor y queremos vivirlos siguiendo las huellas de María y haciendo nuestros en la medida de lo posible los sentimientos que ella experimentó en la trémula espera del nacimiento de Jesús.

El evangelista Lucas narra que la Virgen santa y su esposo José se dirigieron de Galilea a Judea para ir a Belén, la ciudad de David, obedeciendo un decreto del emperador romano que ordenaba un censo general del Imperio.

Pero, ¿quién podía reparar en ellos? Pertenecían a la innumerable legión de pobres, a quienes la vida a duras penas regala un rincón para vivir, y que no dejan rastro en las crónicas. De hecho no encontraron acomodo en ningún sitio, a pesar de que llevaban el “secreto” del mundo.

Podemos intuir cuáles eran los sentimientos de María, totalmente abandonada en las manos del Señor. Ella es la mujer creyente: en la profundidad de su obediencia interior madura la plenitud de los tiempos (cf Ga 4, 4).

    Por estar enraizada en la fe, la Madre del Verbo hecho hombre encarna la gran esperanza del mundo. En ella confluye tanto la espera mesiánica de Israel como el anhelo de salvación de la humanidad entera. En su espíritu resuena el grito de dolor de los que, en toda época de la historia, se sienten abrumados por las dificultades de la vida: los hambrientos y los necesitados, los enfermos y las víctimas del odio y la guerra, los que no tienen hogar ni trabajo y los que viven solos y marginados, los que se sienten aplastados por la violencia y la injusticia o rechazados por la desconfianza y la indiferencia, los desanimados y los defraudados.

Para los hombres de toda raza y cultura, sedientos de amor, de fraternidad y de paz, María se prepara a dar a luz el fruto divino de su vientre. Por más oscuro que pueda parecer el horizonte, hay un alba que despunta. La humanidad, como recuerda san Pablo, gime y “sufre dolores de parto” (Rm 8, 22): en el nacimiento del Hijo de Dios todo renace, todo está llamado a vida nueva.

Queridos hermanos y hermanas preparémonos para la Navidad con la fe y la esperanza de María. Dejemos que el mismo amor que vibra en su adhesión al plan divino toque nuestro corazón. La Navidad es tiempo de renovación y fraternidad: miremos a nuestro alrededor, miremos a lo lejos. El hombre que sufre, dondequiera que se encuentre, nos atañe. Allí se encuentra el belén al que debemos dirigirnos, con solidaridad activa, para encontrar de verdad al Redentor que nace en el mundo. Caminemos, por consiguiente, hacia la Noche Santa con María, la Madre del Amor. Con ella esperemos el cumplimiento del misterio de la salvación».

S. Juan Pablo II

Artículo originalmente publicado por Revista Ecclesia

domingo, 21 de diciembre de 2014

DOMINGO IV DE ADVIENTO


Nuestra Parroquia está hoy de enhorabuena porque Daniel Rodríguez va a ser ordenado  Diácono.
Unámonos en oración para que él acoja con confianza en Dios, este regalo que recibe.
Dani: ¡¡enhorabuena!! Te ponemos bajo la intercesión de Santa María Virgen.

Evangelio
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llaman estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Lucas 1, 26-38




El 25 de marzo celebramos la Anunciación. Hoy, nueve meses después y muy cerca de la Navidad, volvemos a considerar esa escena del Evangelio que nos revela el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora (…) por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe.
El ángel Gabriel es enviado por Dios a Nazaret, -una ciudad es decir mucho-  de Galilea, a una virgen desposada con José -de la Casa de David-. Solamente los que no han venido a la catequesis pueden ignorar que la virgen se llama María.
La embajada de Gabriel tiene dos partes.
En primer lugar el ángel saluda a la Virgen y le dice:
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
La Virgen María conoce las promesas que Dios le había hecho al rey David:
Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.
Esto no es nuevo para Ella. Todos los israelitas conocen la profecía de Natán y esperan al hijo de David, al Mesías, al Salvador. Pero ¿cuándo vendrá? Y ¿cómo vendrá?
La primera parte de la embajada de Gabriel revela el cuándo. Ahora. Eso puede entenderlo la Virgen María. Puede entender que Gabriel le está diciendo que las promesas se cumplirán en Ella, que ha llegado el momento. Y no es raro que sienta desconcertada. Dios sorprende tanto a los esperan cualquier cosa de Él como a los que no esperan nada de Él.
Sorprendida la Virgen por el “ahora y en ti se cumplirán las promesas” solo acierta a preguntar: ¿cómo?
¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
María está desposada con José. Están prometidos. Son novios o algo así. Cabe pensar que se adoran o, por menos, que se quieren muchísimo y muy bien pero no son esposos y -por tanto- no viven juntos. ¿cómo concebirá la Virgen al Salvador?
La segunda parte de la embajada de Gabriel revela el “cómo será”. No será José quien engendre al Salvador. Será concebido por obra del Espíritu Santo:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Esto no puede entenderlo ni la Virgen María ni el premio Nobel de Biología. A Ella le basta con saber que para Dios eso es posible y solo acierta a decir:
Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y, como dijo San Josemaría al encanto de estas palabras virginales el Verbo se hizo carne.  Uno debería arrodillarse en este punto. A esa obediencia de la fe están llamadas todas las naciones.
Nuestros viejos catecismos lo explicaban así: Como la luz atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo, el Espíritu Santo formó en las purísimas entrañas de la Virgen un Cuerpo perfectísimo y creó un Alma nobilísima que unió a ese Cuerpo y, en ese instante, a ese Cuerpo y Alma se unió la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo eterno de Dios que, sin dejar de ser Dios, empezó a ser Hombre para pasmo y alegría de los sabios venidos de Oriente y de los simplicísimos pastores de Belén.
Conviene no olvidar este pasaje del Evangelio al celebrar la Navidad. No habría mucho que celebrar si todo consistiera en que una mujer dio a luz a un niño hace dos mil años. Quizá sería mejor olvidarlo todo teniendo en cuenta que ese niño fue crucificado unos treinta años después.
Pero conviene no olvidarlo y celebrarlo con alegría porque fue una Virgen llena de gracia la que concibió y dio a luz al Hijo de Dios y la que nos enseñó a rezar diciendo: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.

jueves, 18 de diciembre de 2014

DIOS CON NOSOTROS

Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora de la Expectación del Parto, o Virgen de la Esperanza o de la O.
La liturgia nos va preparando al inminente nacimiento del Hijo de Dios. Os proponemos esta reflexión sobre las lecturas del día:


La verdad es que Dios siempre hace maravillas. Las hace por Amor y mueve los hilos de la historia sorprendentemente. En que situación pone a María y a José, dos buenas personas que se amaban y caminaban en un proyecto de amor en familia para toda la vida. Pero, no son cualquiera. La maravilla que hace Dios es prepararles, de distinta forma, para el proyecto universal de salvación de la humanidad ¿Pudo imaginar alguna vez esto María? José no lo esperaba y ante la situación que, humanamente era fácil de mal interpretar, la amaba tanto y era tan santo, que “decidió repudiarla en secreto”. Pero el ángel le mostró la maravilla que había hecho Dios.
Nosotros hemos podido dejar de esperar que Dios haga maravillas en nuestra vida. Y, en ocasiones, podemos sentir o creer que Dios tiene demasiado que hacer para preocuparse por hacer maravillas en nosotros; le podemos sentir lejano, indiferente. Pero no es así. Vive el Señor y vive con nosotros. Esta tan cercano que se ha hecho uno de nosotros en una Virgen, en una humana, en María. Y se llama Dios-con-nosotros. Debemos recordarlo y repetirlo lo que sea necesario para no ignorarlo y perdernos su presencia. “José, hijo de David, no tengas reparo”, mira con los ojos de la fe y te darás cuenta de la maravilla que Dios ha hecho, de lo especial y única que es María, porque Dios la ha llenado de gracia, y vuestro proyecto compartido de vida, otra maravilla de Dios, ha querido que sea para la salvación del mundo por obra del Espíritu Santo. Qué maravilloso seguro que fue vivir esto para ellos, a pesar de las dificultades y dudas que les asaltaron.
Pero ya lo dice Jeremías en la profecía de la primera lectura,”lo llamarán con este nombre: El Señor-nuetra-justicia”, y lo dice el salmo 71,”Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas”, en el mundo, en la historia, en ti, en mi… Nos preparamos para contemplar de nuevo el culmen de todas sus maravillas, lo que da sentido a nuestra fe, a nuestra existencia, su Encarnación en una Virgen y la fidelidad a Dios de ella y de un hombre enamorado de su mujer, que llevan a cabo su vocación, su misión divina, cumpliendo la voluntad de Dios para ser buenos instrumentos en su plan salvífico. Nos vamos acercando a Quien es la luz del mundo, la luz que poco a poco al acercarnos, al profundizar y madurar en nuestra experiencia de fe, va iluminando nuestras vidas y vamos viendo las maravillas que el Señor ha hecho y hace, también en nosotros, en nuestro entorno. Lo veo cada vez más en mi parroquia, en las personas que caminamos juntos, en las que nos encontramos y en las que se van acercando. Él está.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

3 PASOS PARA CELEBRAR BIEN LA NAVIDAD

A la verdadera alegría de Navidad no le basta una "buena comilona", que también es algo bueno, ni el consumismo es la mejor manera de preparar la fiesta, de forma que llegamos con ansia al 24 de diciembre diciendo "me falta esto, me falta aquello. Esta no es la verdadera alegría cristiana".

Pocos días antes de Navidad, el Papa Francisco, en su octava visita a una parroquia romana, lanzaba su llamamiento por una fiesta que tenga más que ver con la alegría cristiana que con la carrera por los regalos.
 
Tres son los pasos para prepararse de forma digna a la Navidad, dice Bergoglio: "recemos en estos días, demos gracias a Dios y después pensemos '¿Dónde puedo ir a llevar alivio al que sufre?'. Ayudar a los demás. Así llegaremos ungidos al Nacimiento de Cristo, el Ungido".

Hay que dar gracias por todas las cosas buenas que la vida nos da y no hacer como "sor Lamentos", sonríe el papa recordando el mote que le dieron las hermanas a una religiosa que él conocía, una de esas personas que "no saben dar gracias a Dios" y "encuentran siempre algo de que lamentarse". El cristiano no puede vivir así, con "la cara amargada, inquieta. Nunca un santo o una santa han tenido cara fúnebre".
sources: ALETEIA

lunes, 15 de diciembre de 2014

ACEPTARME Y ACEPTAR

Todos los años, cuando ya vislumbramos la llegada del Señor, la Iglesia se alegra en el domingo de la alegría. Es el día para que alcemos la mirada al cielo y demos gracias por la vida recibida. «Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión».
 
Todos queremos estar siempre alegres. Muchas veces no lo logramos. Como explica Sonja Lyubomirsky de la Universidad de California: «El 40% de nuestra capacidad para ser felices se encuentra en nuestro poder de cambio».
 
Sí, la capacidad de cambiar, de adaptarse a las circunstancias distintas, de sobreponernos a las dificultades, de saber interpretar la vida de la manera correcta, de saber cambiar hábitos que nos endurecen y entristecen, de eliminar la costumbre de ver sólo lo malo a nuestro alrededor. Esa capacidad para sufrir las pérdidas y seguir luchando, confiando, esperando.
 
Comentaba Tamara Star, «la gente feliz va dando pasos todos los días para lograr sus objetivos, pero se dan cuenta de que al final,pocas cosas se pueden controlar en lo que nos depara la vida. La gente feliz experimenta miedo y preocupación.
 
La gente feliz vive en el ahora y sueña con el futuro. Puedes sentir sus vibraciones positivas. Se emocionan cuando algo sale bien,agradecen lo que tienen y sueñan con lo que les pueda deparar la vida. 
 
Todos nadamos en las aguas de la negatividad de vez en cuando, pero lo importante es el tiempo que nos quedemos en ellas y lo rápido que intentemos salir de ahí. No consiste en hacer todo a la perfección: son los hábitos positivos de la vida diaria lo que diferencia a las personas felices de las infelices».
 
Hábitos positivos. Capacidad para cambiar y adaptarnos.Capacidad para salir de la negatividad, de las quejas y críticas. Es verdad que gran parte de la posibilidad de ser felices se encuentra en nuestro interior. Pero no basta. No podemos controlarlo todo.
 
El miedo a perder, a fracasar, puede quitarnos la paz del alma y hacernos infelices. Es verdad que podemos cambiar las actitudes y eso es fundamental para madurar, para tener más inteligencia emocional, para empatizar y saber profundizar nuestros vínculos y lograr que sean sanos. Todo eso es clave.
 
Es lo que el Padre José Kentenich llamaba autoeducación. Que no tiene necesariamente que ver con fuerza de voluntad, aunque la voluntad sea una parte importante de nuestra vida. La autoeducación presupone dos actitudes: conocer nuestro interior y aceptarnos en nuestra realidad.
 
Saber quiénes somos y lo que podemos ser. Sobre eso se puede construirMejor dicho, sobre esa base Dios puede hacer su obra de arte. 
 
Pero el Padre siempre nos invita a poner la autoeducación en manos de María. Bajo su protección podemos crecer. En sus manos nos dejamos hacer. Sólo así, por su gracia, podremos un día aprender a abandonarnos en las manos de Dios.
 
Decía el Padre Kentenich: «Mi camino de vida será el más feliz para mí aun cuando mis inclinaciones naturales se orienten hacia otra dirección; ese camino será pues el más feliz para mí precisamente porque Dios está detrás de él y la obediencia me garantiza su presencia»[1].
 
Seguir su camino, obedecer sus insinuaciones, hacer míos sus pasos, todo eso me conduce a la felicidad. Los caminos inconclusos, las rutas nunca recorridas, las posibilidades perdidas, lo que nunca ocurrió, lo que no fue, es ya pasado. Ese no fue mi camino más feliz.
 
Ahora sólo puedo agradecerle a Dios que el camino que tengo es el mejor, mi mejor Belén en el que nace Dios. Aquí, en mi realidad, donde vivo, en mi pobreza. Aquí, con mis límites, con mi amor torpe.
 
¡Cuánto nos cuesta a veces alegrarnos con nuestra vida tal y como es! Es difícil, pero es el único caminoSólo viviendo en Él, obedeciendo sus pasos, descubriendo en sus huellas su presencia, seré feliz, llevaré una vida plena.
 
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios
P. Carlos Padilla

domingo, 14 de diciembre de 2014

III DOMINGO DE ADVIENTO

EVANGELIO
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el profeta Isaías).
Entre los enviados, había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Jn 1, 6-8.19-28


Un testigo es más que un maestro. Un buen maestro enseña. Un buen testigo convence.
Hoy son muchos los que están dispuestos a la transmisión de conocimientos -como se dice-. En cambio, no son tantos los que se muestran capaces de ofrecer razones convincentes para la vida y la esperanza. Sufrimos hartazgo de discursos llenos de palabras bonitas, que se quedan en eso, porque carecen del respaldo de la coherencia y de la credibilidad. ¡Cuánto oímos hablar de solidaridad, de respeto y de libertad! ¡Incluso, a veces, de compromiso cristiano y de amor a la Iglesia! Pero ¡cuántas veces resulta que, en realidad, esas palabras sagradas sirven de coartada precisamente para lo contrario!
¿Por qué será? No creo que se trate simplemente de mala voluntad generalizada, o de deseo permanente de engañar y de engañarse. Todos somos frágiles y pecadores. Pero a todos nos gusta la verdad y la coherencia. Entonces, ¿qué nos pasa?
Juan el Bautista es testigo por excelencia. Naturalmente, el Testigo de los testigos es Jesucristo. Su vida, muerte y resurrección no son más que un conmovedor testimonio definitivo del verdadero poder de Dios. Pero el Bautista, con el dedo extendido señalando a Cristo, es prototipo de la figura humana del testigo. Por eso, la Iglesia nos lo presenta reiteradamente en el camino del Adviento. No sólo porque, con su palabra recia y su gesto fuerte, nos señala al Señor que viene. También, porque de él podemos aprender algo de lo que significa el verdadero testimonio, el que convence y nos convence.
Juan no habla de sí mismo, no se pone de ejemplo. Podría haberlo hecho. Sus interlocutores, fascinados por su luminosa coherencia, le preguntaban quién era. Pero él no se refiere a sí mismo, no es autorreferencial. Él se define por referencia a Otro, a quien es la Luz. No cede a la ilusión de creer que la luz provenga de sí mismo. Sabe que el que viene detrás, en realidad, va por delante, porque Ese que viene es la Luz de la que irradia toda luz. San Juan es un potente foco de luz. Todo ser humano lleva en su alma algo o mucho de luz. Pero es luz recibida. Cuando lo olvidamos y nos consideramos a nosotros mismos como el origen, empezamos a vivir en la falsedad y el engaño.
El Adviento es un buen tiempo para llenarnos de luz. La Navidad, que se acerca, es la fiesta de la Luz en medio de las tinieblas de las largas noches del invierno. Todos estamos llamados a ser testigos de la Luz. Pero no podrá ser, si no dejamos que la Luz nos ilumine. El mundo necesita nuestro testimonio. Nosotros, por supuesto, también. No podemos seguir viviendo de meras palabras.
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid