domingo, 30 de noviembre de 2014

I DOMINGO DE ADVIENTO

Nuestros confirmados con D. Braulio y nuestros sacerdotes
Un numeroso grupo de jóvenes y adultos, recibió ayer en nuestra Parroquia y de manos de nuestro Arzobispo, el sacramento de la Confirmación. Damos gracias a Dios por el don de su Espíritu que ayer se hizo presente entre nosotros. 

Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entontes, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo para todos: ¡Velad!»
Marcos 13, 33-37



Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es “Nuestro redentor”. Pastor de Israel, escucha, despierta tu poder y ven a salvarnos, ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!
Así rezaban los israelitas que esperaban al Salvador del mundo. Llamaban a Dios “Padre”, “Redentor” y “Pastor de Israel”.
Lo llamaban “Padre” porque Dios los había elegido entre todas las naciones como Pueblo suyo, como Pueblo de Dios. Lo llamaban “Redentor” porque los había rescatado de la esclavitud de Egipto, Lo llamaban “Pastor de Israel” porque durante cuarenta años los había guiado por el desierto y los había llevado a la Tierra Prometida. Por eso, cuando se sentían abandonados, cuando volvían al ser esclavos, cuando se veían perdidos rezaban así: Padre, Redentor, Pastor de Israel… escucha, despierta tu poder y ven a salvarnos; ¡ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia!
Todos hemos visto esas montañas nevadas que parecen como rocas muertas. Cuando llega la primavera y sale el sol, la nieve se derrite, el agua empieza correr y, otra vez, todo se llena de vida. Por eso, cuando los israelitas sentían el frío y la oscuridad de quien está sepultado bajo la nieve invocaban a Dios Padre, Redentor y Pastor así: ¡ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia!
Todavía no se había revelado el Misterio de la Santísima Trinidad porque todavía no había venido al mundo el Hijo de Dios, nuestro Salvador, Jesucristo. Pero Dios iba preparando a su Pueblo para recibir la salvación que viene del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Fue Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de Santa María Virgen, quien nos reveló ese misterio de la Santísima Trinidad y nos enseñó que estamos a llamados a participar de la vida divina. San Pablo lo decía así:
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
¿Qué quiere decir eso? Pues quiere decir que estamos llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Quiere decir que el Padre quiere unirnos a Jesucristo -su Hijo por Naturaleza- y darnos el Espíritu Santo para que seamos hijos por adopción, por gracia. Quiere decir que, aunque no hemos elegido lo que somos en esta vida, podemos elegir lo que seremos en la Vida Eterna y que, si respondemos a la llamada de Dios, seremos, para siempre hijos de Dios y viviremos eternamente en la Luz y en el Gozo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En el evangelio del primer domingo de Adviento nos dice Jesús:
Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!
Hay una amable feligresa de San Miguel que suele hacer las lecturas y lo hace muy bien pero se pone nerviosa cuando lee el Apocalipsis o las palabras de Jesús referidas al Juicio Final. El viernes, después de Misa volvió a decirme: bueno padre, ya hemos acabado con el Apocalipsis ¿no? ¡Qué barbaridad! ¡Tantas catástrofes y tanto miedo! 
Yo no quise desanimarla diciéndole que empieza el Adviento y que toca decir: ¡Ven Señor Jesús! ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Es verdad que la Biblia habla de catástrofes porque habla del pecado y de un mundo que se acaba. Pero el mensaje de la Biblia ni es catastrofista ni es de tanto miedo. Es un mensaje de esperanza: nos dice que, a quien vive como un Hijo de Dios ninguna catástrofe, ni el fin del mundo ni nada podrá apartarlo del amor de Dios.
Es el que no ha estudiado y se va a dormir tan tranquilo el que puede encontrarse con un disgusto cuando lleguen los exámenes. Es el que no ha trabajado y se va a dormir tan tranquilo quien puede encontrarse con una sorpresa desagradable cuando vaya a cobrar su sueldo. Es el que elige vivir como si Dios no existiese y como si los demás tampoco existiesen y se va a dormir a pierna suelta, el que puede encontrarse con una eternidad sin Dios y sin amor.
Cuando Jesús nos dice que vigilemos y velemos lo que nos pide es que vivamos en gracia de Dios y que, si nos damos cuenta de que hemos ofendido a Dios no nos vayamos a la cama sin reconciliarnos con Él.
No hay nada mejor que vivir en gracia de Dios. Eso pone en la tumba de un amigo mío que murió muy joven, a los dieciséis años. Y es verdad. El que vive en gracia de Dios puede decir como el salmista:
En paz me acuesto y enseguida me duermo porque Tú, Señor, me haces vivir tranquilo.
Sí: el que vive en gracia de Dios espera vivir en la Gloria de Dios y el que se duerme en gracia de Dios y se muere durmiendo despertará en la Gloria porque Dios es fiel.
Siempre me acuerdo de un profesor de filosofía que, cuando alguno de nosotros se dormía en clase -cosa que pasaba a menudo- bajaba la voz y decía a los demás: no lo despierten. ¡Qué comprensivo y amable que era! Así es Dios: sabe que necesitamos dormir y descansar y no quiere atormentarnos. Nos da su gracia en voz bajita -incluso cuando dormimos- para que podamos vivir tranquilos -pase lo que pase- y dormirnos un día y despertar en la Gloria. como Santa María.
D. Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel de Salinas.



viernes, 28 de noviembre de 2014

NO HACE FALTA IMPRESIONAR A DIOS

Somos hijos de la misericordia. Somos amados por un Dios personal que se detiene ante nuestra indigencia. Nos empeñamos tantas veces en mostrarle a Dios nuestros talentos, lo bien que hacemos las cosas.

Pretendemos justificar su amor con nuestras obras. Nos esforzamos por alcanzar las cumbres con nuestro esfuerzo. Pero todos, al final, en mayor o en menor medida, experimentamos la fragilidad. En esos momentos sólo nos queda asirnos al amor misericordioso de Dios.

Decía el Padre Kentenich: “Cultivemos la nobleza de nuestros sentimientos, cultivemos la gratitud repasando día y noche los dones que Dios nos ha hecho, ‘nadando’ en el mar de sus misericordias. Es muy importante hacerlo, ya que seremos niños en la medida en que nos sepamos amados[1].

Seremos niños cuando aprendamos a mirar su amor que nos busca. Cuando aprendamos a descubrir su cuidado. Cuando no nos damos cuenta. Cuando caemos y nos levantamos porque su mano nos sostiene.

Somos niños cuando experimentamos ese amor inmerecido. La gracia de su amor. En esos momentos podemos confiar de forma definitiva. Porque un amor así nunca se desentiende de mis pasos.

El niño nunca duda del amor de su padre. Lo acoge, se alegra y abraza su deseo. Pero a veces nos olvidamos, como decía el Padre Kentenich: “A veces no avanzamos en nuestra vida espiritual porque no tenemos el impulso hacia el infinito.

Y no lo tenemos porque estamos demasiado llenos de nosotros, esperamos demasiado de nosotros mismos. Dios tiene una debilidad: no puede resistirse a la debilidad conocida y reconocida de sus hijos[2].

Nos cuesta reconocernos débiles, asumir nuestros errores, besar las heridas. Nos cuesta volver la mirada a Dios y pedir ayuda. En general nos cuesta pedir ayuda. Nos aferramos a nuestro poder. Creemos que podemos hacerlo todo solos. Y no podemos.

Vamos por la vida exigiendo el pago por lo que realizamos. Nos sentimos pequeños al caer. Pero luego culpamos a los otros, las circunstancias, a Dios y a la mala suerte. No levantamos la mirada suplicante a Dios.

Nosotros no somos muchas veces signos de la misericordia de Dios porque no hemos palpado la misericordia de Dios y de los hombres en nuestra vida.

Pensamos que lo que tenemos es merecido, fruto de nuestro esfuerzo y capacidad. No miramos nuestra vida con humildad. Entonces es difícil mirar con misericordia.

Y además, cuando recibimos un regalo, un don, pensamos que no lo merecemos. Y es verdad, los regalos son gracia, no los merecemos nunca. La verdad es que no encarnamos esa imagen del buen pastor que tanto valoramos.

Una persona rezaba: “Esa incapacidad que tengo de misericordia, de ver que me es imposible mirar con tu mirada, porque soy pequeña, no lo sé. Quiero comprender, quiero querer, quiero no herir, quiero olvidar y entregar y no puedo ser lo que anhelo”.

Es este el dolor que brota cuando no somos capaces de amar con un amor misericordioso. Nos duele juzgar y no amar. Nos duele condenar y alejar a los que sufren. No miramos con misericordia.

No tenemos el amor de Dios en nuestros gestos. Ese amor que se abaja y levanta al que ha caído, que cree de nuevo en el que nos ofende, que vuelve a confiar en aquel que nos ha fallado. Esa misericordia es una gracia de Dios que suplicamos.

Queremos ser imagen del buen pastor. Queremos vivir anclados en su corazón de padre. Pero nos falta humildad. La humildad de aquel que ha vivido el fracaso, no ha llegado a la cima y se ha sabido amado profundamente por Dios en sus caídas.

La mirada de aquel que no está orgulloso de sus hazañas. Que no ha realizado una gran gesta, que no ha levantado los brazos en señal de victoria. Pero vive feliz porque ve en su vida más la mano de Dios que la propia. No se vanagloria de sus éxitos sino que los mira sorprendido.

 
Es la actitud de aquel que ha ido y ha vuelto, que ha besado el triunfo y ha vuelto a empezar. Sin creerse importante, sin pensar que todo es fruto de su entrega generosa. Mirar con misericordia es lo propio de los hijos de la misericordia. Aquellos que han palpado a Dios caminando a su lado, sanando las heridas.
 
Nuestra misión es la realización del reino de Cristo aquí en la tierra. Él reina. Está llamado a reinar en todos, en toda la tierra. Y su reinado es un reinado pobre y humilde. Un reino de servicio, de paz, de justicia, de libertad.
 
Me gusta pensar en la forma de reinar que tiene Dios. El poder lo buscamos desde que somos niños. Queremos tener poder. Queremos tener dominio sobre la vida. Nos gusta mandar y que nos sirvan.
 
Pero el poder de Cristo es anonadamiento. Es humillación, abajamiento. Es pobreza y humildad. Es sencillez y silencio. No hay gritos, no hay violencia donde Él reina. 
 
Decía el Padre José Kentenich: “Debemos creer en el Reino de Dios, en su realización en el cielo. Sin embargo, ¿no tenemos también la tarea de ayudar en la edificación, en la constitución del Reino de Dios, de la Ciudad ideal, ya aquí en la tierra, con la ayuda de todas nuestras fuerzas, incluso en estos tiempos difíciles que atravesamos?[3].
 
El reino de Dios se construye sobre varios pilares: la verdad, la justicia, la paz, el amor. Pero todos ellos conducen a una experiencia común con la que comienza todo, la experiencia del niño que confía, que se abandona, porque se sabe amado por el pastor.
 
En este mundo reina la soberbia, la apariencia, la mentira, el odio, la violencia. Es un reino en el que el poder lo tiene el que más posee, el que más triunfa. Un reino en el que el éxito es lo único que merece la pena. Un mundo en el que uno puede vender incluso el alma con tal de tener lo que desea.
 
¿Qué deseamos? En este mundo el deseo es el que gobierna. Lo que yo deseo manda. Si no lo obtengo de forma inmediata experimento la frustración.
 
Y el hombre de hoy tiene muy poca tolerancia a la frustración. Está acostumbrado a tener lo que desea, a alcanzar la meta programada, a realizar lo que sueña.
 
Se olvida de lo importante: “El éxito de la vida no está en vencer siempre, sino en no darse por vencido nunca”. Porque los éxitos son pasajeros. Y los fracasos también lo son. Todo pasa, la vida sigue.
 
Nos cuesta vivir con temor a perder: “Me da miedo perder lo que tengo. Pánico a esa soledad en la que duele el viento, en la que la calma se convierte en inquietud. Quiero abrazarte, Señor, para no sentir el miedo”. El miedo a perder, a no lograr, a no estar a la altura.
 
 
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios
[2] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría
[3] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría


Fuente: aleteia.org

jueves, 27 de noviembre de 2014

EL P. KINVI SALVÓ A 1500 MUSULMANES

El padre Kinvi hizo juramento de cuidar enfermos sean de la guerrilla que sean
Un sacerdote católico que arriesga su vida para salvar la de centenares de musulmanes es una noticia. Sobre todo si sucede en la República Centroafricana, donde hasta hace unos meses los rebeldes islamistas Seleka, a menudo apoyados por la población musulmana local, daban la caza a los cristianos

Pero después han sido ellos lo que han sido cazados por las milicias anti-balaka. 

El padre Bernard Kinvi, sacerdote de 32 años de Bossemptele, no ha dividido nunca su a población según el esquema perseguidor/perseguido, pues sabe cuán fácil es pasar de una categoría a la otra.

Así, cuando un hombre lleno de amuletos en el cuello se paró ante su misión en enero pidiéndole que le siguiera si quería salvar la vida de un musulmán, no lo dudó.

El padre Kinvi sabía que los anti-balaka, milicias en su mayoría animistas, odian a los musulmanes pero no ahorran sufrimiento tampoco a los cristianos. 

«Le dije que sí y me subí en su moto», declara el sacerdote a The Guardian. «Recé durante todo el viaje. Nunca he rezado tanto. Cuando llegamos a la aldea, un niño gritó: “Ya ha muerto”. Había llegado demasiado tarde, no conseguí salvarlo».

En los meses siguientes la situación no mejoró. 

Los anti-balaka empezaron a vengarse de los abusos pasados matando a decenas de musulmanes. 

El padre Kinvi respondió a la violencia abriendo las puertas de su misión situada en la ciudad, en el noroeste del país, a los musulmanes. 

Los anti-balaka empezaron a amenazarlo todos los días: no entendían por qué un católico defendía a los musulmanes. 

«No ha sido una decisión, simplemente ha sucedido. Como sacerdote, no puedo apoyar que se mate a un hombre. Todos somos seres humanos: la religión no cuenta. Si también un anti-balaka viniera aquí y estuviera herido, yo lo curaría. No me importa quién es, cuál es su religión y qué ha hecho en su vida. Es un hombre y yo lo curo».

El padre Kinvi ha protegido a 1.500 musulmanes. A los que no conseguía defender, los enterraba. 

«Cuando caminaba por la calle, los anti-balaka venían a decirme: nosotros hacemos nuestro trabajo, padre, y tú haces el tuyo. Nosotros los matamos y tú los entierras». 

Mes tras mes, el padre Kinvi consiguió trasladar a todos los musulmanes que necesitaban dejar el país a Camerún, donde estarían a salvo. 

Lo hizo con la ayuda de los mismos anti-balaka, «contagiados» de algún modo por su comportamiento. 

«He estado semanas curando a los anti-balaka. Un día tenía que evacuar a unos refugiados: un grupo de personas me ayudó a subirlos a unos camiones. Muchos tenían talismanes en el cuello. Eran milicianos, pero ese día me ayudaron».

También los cristianos de Bossemptele han sido contagiados por el comportamiento del padre Kinvi. 

«Al principio los anti-balaka mataban a todos los musulmanes, uno a uno. Pero después la gente empezó a protegerlos y también ellos dejaron de matarlos. Me han traído muchos musulmanes para que los defendiera y muchos cristianos los han escondido en sus casas», arriesgando sus vidas.

Los esfuerzos del sacerdote camiliano han sido reconocidos este año por Human Rights Watch, que le ha otorgado el premio Alison Des Forges. 

El reconocimiento es entregado a «hombres de valor que ponen en riesgo sus vidas para librar al mundo de abusos, discriminación y opresión».

El padre Kinvi no ha hecho lo que ha hecho para obtener un premio, sino para responder a su vocación. 

De hecho, él cuenta que no durmió durante meses, por terror a que los anti-balaka entraran en su misión. Una experiencia que le ha hecho entender qué significa ser sacerdote. 

«Cuando me ordené sacerdote, prometí servir a los enfermos a costa de poner mi vida en peligro. Lo dije, pero no sabía realmente qué significaba. Sin embargo, cuando ha llegado la guerra he entendido bien qué significa arriesgar la vida. Ser un sacerdote no es sólo bendecir. Es mucho más: significa estar al lado de quienes han perdido todo».

(Traducción de Tempi.it de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
Fuente: Religión en Libertad

miércoles, 26 de noviembre de 2014

VIVIR CON ODIO ES VIVIR EN UNA CÁRCEL

martes, 25 de noviembre de 2014

INFIDELIDAD, CRISIS, ABORTO Y ... DIOS ESTABA ESPERANDO


En enero de 2010 la noticia sorprendió a toda Letonia. Los siete ginecólogos del Hospital de Valmiera se niegan a hacer abortos. Detrás de esta decisión, insólita en un país de cultura abortista postsoviética, donde cada mujer arrastra entre 1 y 3 abortos de media y donde las iglesias son débiles y pobres, está el matrimonio de Silvija y Gints Lapins.

De hecho, el doctor Gints publicó ese mismo mes su libro “Bioética para todos” explicando con razones científicas que el aborto es matar un ser humano y eso es inaceptable

En ese momento, Silvija y Gints acababan de redescubrir el cristianismo, cada uno por su propia vía. Sus cinco colegas que también decidieron dejar el aborto con ellos no eran creyentes: simplemente habían descubierto la ética y la ciencia.

Donde la fe y la vida fueron perseguidas
Letonia, con 2 millones de habitantes, recuperó la libertad religiosa en 1990, al recuperar la independencia, que perdió al ser anexionada en 1940 por la Unión Soviética. Durante 50 años las iglesias fueron sistemáticamente perseguidas y el clero exterminado o deportado, el católico con especial tesón. 

Hoy las estadísticas dicen que uno de cada tres letones se declara ortodoxo, uno de cada cuatro se considera luterano y uno de cada cinco es católico, aunque la inmensa mayoría no es practicante. El 20% restante se declara “sin religión”.

El doctor Gints no creció en una familia cristiana y no le interesó nada de la fehasta el momento en que la crisis llamó a la puerta de su vida y matrimonio. Silvija sí vivió una infancia con rasgos católicos aunque si experiencia personal de fe, y cree que las oraciones de su abuela probablemente fueron las que salvaron su alma y reencauzaron su vida décadas después.

No sabíamos nada de Dios, aunque a mí me habían bautizado de pequeña en la Iglesia Católica”, explica la doctora Silvija al periodista español José Miguel Cejas en el muy recomendable libro de testimonios El baile tras la tormenta

“Tanto en la escuela como en la Universidad habíamos recibido una formación radicalmente atea, de signo marxista leninista, que habíamos asumido acríticamente, como la mayoría de los jóvenes de nuestra generación”.

De la fe cristiana Silvija solo recordaba que su abuela se sentaba a rezar el Rosario y que si la niña le pedía ir a jugar, ella respondía: “espera unos minutitos, Silvija, que estoy rezando a la Virgen por ti”. También recordaba que ella le dijo: “No te olvides, Silvija, Dios te está mirando, Dios te ve siempre. Actúa de forma que le agrades”.

Un aborto al día durante décadas
Todo eso quedó sepultado bajo el adoctrinamiento marxista y la ambición profesional. Eran ginecólogos, y en la Unión Soviética y en la Letonia posterior un ginecólogo, simplemente, se supone que realiza abortos.
“Yo hacía como promedio uno al día”, explica Silvija. 

“Gints, además de ser mi esposo, era el Jefe de Departamento del Hospital dondeatendíamos cada año a cientos de mujeres que deseaban abortar. Al mismo tiempo él era diputado y formaba parte del consejo de administración de varias empresas.Nos iba bien, como se suele decir. Teníamos la suerte de trabajar juntos, ganábamos bastante dinero y gozábamos de una cierta posición”.

Habían oído críticas contra el aborto, pero no les hacían caso: un profesional hace abortos, y punto, eso les habían enseñado. Ellos tenían el entrenamiento, la formación, la gente lo demandaba… ¿Qué más había que pensar? 

Además, en la Facultad les habían repetido que antes de las 12 semanas de gestación “no había nada”. “Lo hicimos durante muchos años, porque creíamos que era nuestro deber, nuestro trabajo”, explicaba en febrero de 2011 el doctor Gints en una entrevista a una revista luterana letona.

Al principio repugna, luego te endureces
Sin embargo, recordaban que al principio les había repugnado hacer abortos… “Pero luego,a medida que los vas realizando, el corazón se te endurece hasta que adquieres una actitud cínica. Con frecuencia, tras un aborto, bromeábamos:“¡después de esto nos vamos a achicharrar en el fuego del infierno!”, recuerda Silvija.

El cambio de visión no les llegó con la fe, sino antes, cuando aún no eran creyentes. Sucedió al tener su primer bebé propio.

Desde que nació nuestro primer hijo habíamos empezado a poner en tela de juicio desde un punto de vista médico lo que nos habían enseñado en la Facultad sobre el límite de las doce semanas, etcétera. Cada vez veíamos más claramente que aquello no era un pedazo de carne, sino una verdadera criatura humana. Fue un proceso muy duro, porque a nadie le resulta fácil reconocer que se ha equivocado gravemente durante años”, explica Silvija. Pero, pese a sus dudas, seguían haciendo abortos.

Una infidelidad... y la necesidad de reconstruir
El cambio vital llegó con una crisis matrimonial, y con Dios.

Gints fue infiel a Silvija con otra mujer. Tenían dos hijos pequeños y Silvija no podía entenderlo ni aceptarlo

Él le pidió perdón. “Me decía que sólo había sido una aventura pasajera; yo no le creía, yno estaba dispuesta a perdonarle. Discutíamos sin cesar y nos decíamos cosas terribles”, recuerda ella.

Pero él pedía “arreglar esto como sea; no puedo perder a mi mujer, a mis hijos y mi familia, sois mi vida”, le decía.

Era una crisis que no podían solucionar con sus propias fuerzas.

Y, en ese momento, sin haber pensado nunca en Dios desde la infancia, esa doctora abortista endurecida que bromeaba con el infierno se dijo: “Tengo que encontrar a Dios”.

La irrupción de Dios
“Fue así, de pronto: Dios se hizo presente en mi vida y en la de Gints”, afirma. 

Porque Gints también había empezado un proceso. Se había dado cuenta de que, como explica San Pablo, hacía el mal que no quería. Y no entendía por qué.

Escribió por e-mail a un pastor luterano famoso en el país, el reverendo Juris Rubenis, que le recomendó leer los Evangelios… y libros como el clásico de C.S. Lewis, Mero Cristianismo
Gints se convenció: Dios existe, y él necesitaba de Dios, porque sin Dios no podía salir de su atasco vital, no podía dejar atrás el mal que le tentaba y el que ya había hecho.

Dejar los abortos: un paso necesario
Aún estaba en este proceso de discernimiento, cuando el pastor Rubenis le explicó que dejar los abortos era un paso ineludible para acercarse a Dios. Gints lo habló con Silvija, y estuvieron de acuerdo… pero les parecía poco simplemente dejar de hacer abortos. Hablaron con sus 5 colaboradores, les expusieron lo que habían estudiado y descubierto, su investigación en bioética… y los cinco ayudantes, todos ellos no creyentes, dejaron el aborto. Después de todo, explicó Gints, era algo que de hecho a nadie le gustaba hacer, como si siempre intuyeran que era algo sucio, no realmente médico, aunque la sociedad lo solicitase.

En cuanto a los ginecólogos que siguen haciendo abortos en el país “nos consideran como especímenes extraño. Están observándonos a ver si somos muy locos, pero yo sé que estamos bien”, explica Gints. 



Un extraño deseo...
Mientras tanto, en esos días a Silvija le pasaba algo inexplicable desde la mentalidad soviética o postsoviética.

“Había ido naciendo dentro de mi alma un afán que pocos años atrás me hubiera parecidoabsurdo, extraño, incomprensible: el deseo de comulgar. Los católicos adultos que han comulgado desde pequeños no pueden entender esto, lo mismo que las personas que no tienen fe. Cuando ese deseo se apodera de tu alma, estás dispuesto a superar lo que sea con tal de alcanzarlo. Te sientes como una persona perdida en medio del desierto, muerta de sed, que divisa a lo lejos un oasis: a partir de entonces, el único objeto de tu vida es llegar a él”.

Tenía clara una idea: sólo podría perdonarse a sí mismo y perdonar a Gints si acudía a la ayuda del Señor en la Eucaristía. “Sólo Él podría darme fuerzas para hacerlo”.

Fue un proceso complicado de formación para entrar en la Iglesia. Ella era una bautizada católica, casada sólo civilmente con un no bautizado, aunque es verdad que –como muchos postsoviéticos- en cierto momento tras la perestroika él se había bautizado luterano sólo por razones sociales, para acudir como padrino a algún bautizo de niños de amigos. Y no sabían casi nada de la fe. 

La catequesis se les hizo larguísima, y durante ese tiempo no podían acceder a los sacramentos, pero leyeron mucho y se prepararon a conciencia. 

Gints hizo la procesión de fe católica, ambos recibieron el sacramento del matrimonio, Dios sanó su relación y se hicieron asiduos a la confesión. 

Defendiendo la vida día a día
“Siguen viniendo mujeres a mi consulta que, después de haber tenido uno, dos o tres hijos, desean abortar. Yo procuro tratarlas con respeto y delicadeza, porque al igual que yo, no han tenido a nadie que les abra los ojos, pero les digo la verdad: no se trata de extirpar un pedazo de carne”, explica Silvija. 

“Eso que late dentro de tu vientre es tu hijo, y yo no estoy dispuesta a hacer otro aborto jamás”, les dice hoy, y las ayuda a buscar alternativas. “La gran mayoría reaccionan bien y cuando dan a luz se encuentran tan felices que no quieren pensar siquiera en lo que me plantearon en aquellos momentos de confusión”.

Estamos impulsando un movimiento por la vida en toda Letonia, que va dando fruto, porque hasta hace poco abortar parecía algo pacíficamente aceptado por todos en este país. Era la consecuencia de tantos años de indoctrinación ideológia. Ahora se ha producido una especie de despertar: muchos ginecólogos se están replanteando la cuestión y se ha abierto un debate en la opinión pública”, comenta Silvija.

Han hablado en el Parlamento a favor de la vida y de la ciencia, y en las televisiones, y en los medios de comunicación que han querido acudir a ellos. Y no se rendirán. 

“Si hemos sido capaces de obtener la libertad de un monstruo enorme, la Unión Soviética, que era un estado totalitario, entonces Dios puede también vencer al aborto. Debemos explicar a la gente la realidad, y llamar a las cosas por su nombre, de forma radical, clara y precisa”, afirma Gints.

(Para verlos dar una charla contra la anticoncepción en letón en YouTube, clic aquí).

Publicado en Alfa y Omega

lunes, 24 de noviembre de 2014

"NO PODEMOS DEJAR DE CONTAR"

«No podemos dejar de contar, de testimoniar, lo que el Señor ha hecho a través de la enfermedad y la muerte de Leonor. No podemos dejar de contarlo, y sobre todo no podemos, no debemos, dejar de hacer un juicio que nos permita madurar en la fe». Ángel, esposo y padre, pertenece a Comunión y Liberación
Tanto para Leonor como para los que la queremos, la alegría y la paz en el dolor de su enfermedad y de su muerte ha estado justo en la evidencia, la experiencia y la certeza del amor de Dios desde siempre, y para siempre, gratuito, infinito e incondicional... por Leonor, cada uno. Como decía Leo de forma sencilla en su testimonio: «Dios te quiere y sabes que hay un designio bueno sobre tu vida».
Yo pido también para mí esta pobreza, mendigar en cada instante de mi vida Su presencia, Su compañía y Su consuelo. Sólo si Él está, sólo entonces es posible vivir verdaderamente. Si Tú no estás, yo no soy.
El Señor lo ha hecho, del mismo modo que ha hecho fácil y sencillo el camino de los tres años de enfermedad (con, evidentemente, muchos momentos de angustia). A mí me sorprendía mucho cuando la gente se sorprendía al yo decirles que estaba siendo fácil para mí todo este tiempo dedicado casi por completo a Leonor, dejando en mi vida muchas cosas a un lado. Realmente ha sido sencillo, sólo he tenido que ir diciendo  a las cosas que, día a día, el Señor me iba poniendo delante. Del mismo modo que Leonor iba diciendo , a los ingresos, dolores, quimios, recaídas, limitaciones... y a ver ella misma cómo, poco a poco, perdía su fuerza, su energía y se apagaba su vida.
Leonor y yo tuvimos momentos muy complicados en nuestro matrimonio, cuando nuestra relación volvió a renacer (de forma impensable), vino la enfermedad. Es increíble cómo los años de enfermedad, lejos de ser un menos, han sido la plenitud de nuestra relación, especialmente los últimos meses, donde Leo era ya una viejecita de la que tenía que cuidar casi continuamente, y sin dejar de ser igual de seca y poco expresiva... (como ha sido siempre). Sin embargo, jamás me había sentido tan cumplido afectivamente, como en estos últimos meses cargados de limitación. Creo que he empezado a entender qué es querer, y a comprobar la plenitud que se nos da en el amor gratuito, virginal, desprendido, al que todos estamos llamados.
Sobre los sacramentos no puedo dejar de decir que han sido determinantes en nuestro camino, especialmente la Eucaristía. El bien que supone la Eucaristía diaria es algo que nos sobrepasa.
Leonor ha sido un regalo, un gran bien, que el Señor nos ha concedido. Leonor es ahora un gran bien, que el Señor nos da para siempre.
Gracias a cada uno de vosotros, por vuestras oraciones que nos han sostenido en todo este tiempo de forma increíble. Ha sido la mayor caridad hacia nosotros. Gracias a todos los que, de forma cercana, habéis acompañado a Leonor, gracias a tantos y tantos amigos y amigas del Grupo Adulto (laicos consagrados del movimiento Comunión y Liberación), habéis sido una caricia del Señor en todo momento...
Cantamos el Regina Coeli, como hacemos en Pascua. Desde la alegría y la certeza que nos da la Resurrección del Señor.
Ángel Vázquez
padre de Clara y Marta.
De su testimonio en la Misa Funeral por su esposa Leonor Pascual (26 de septiembre de 2014)
La pobreza que me da paz
Si no llegas a sentir verdaderamente la impotencia, no conoces al Señor. ¿Qué me ha enseñado a mí la enfermedad? La pobreza. Siempre crees que tú vas a aportar algo, pero de golpe la vida te frena. No puedes más. Justo ahí empieza la posición verdadera, cuando te das cuenta de que no tienes nada que defender, nada que pensar y que no sabes nada. Hasta que no pruebas la impotencia no te haces mendigo y, cuando eres mendigo, es cuando te sientes liberado de verdad porque nada depende de ti. No puedes nada pero tienes lo esencial: Dios te quiere, sabes que hay un designio bueno sobre tu vida. Antes de entrar en la UCI estaba exhausta por encontrarme tan mal, intentaba aguantar y tenía cierta paz, pero llegó el momento en que ya no pude más y, con todo, me exigía a mí misma “debo ofrecerlo”, pero era mi última afirmación de mí misma y me eché a llorar. Aunque pensé «no estoy viviendo bien», realmente no podía más. Justo en ese momento me trajeron la Comunión y luego la Unción de Enfermos y ahí me abandoné a lo que ocurriera. Me liberé. En la Unción de Enfermos me dijeron: «El Señor te precede y va detrás de ti». Al instante sentí alivio y compañía. Hasta el camillero que venía a trasladarme y el médico que tenía que intervenirme esperaron a que acabara el sacerdote que, cuando ya me iba yendo, me dijo: «Ya te vas mejor acompañada, con la Virgen, Jesucristo y los ángeles». Y, a pesar del ahogo, de pronto, tenía paz. Ya nada dependía de mí. Estaba todo ofrecido de verdad. Si vivía estaría bien, si moría también. Ángel, mi marido, que no me perdía de vista, me dijo que me había cambiado la cara. Es evidente que uno no puede cambiar la cara sencillamente porque quiera, había sido el Señor.
Leonor
de la revista Huellas

Publicado en Alfa y Omega