sábado, 30 de abril de 2011

DOMINGO II DE PASCUA, DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Evangelio


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».


Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Juan 20, 19-31
 
Las escenas que nos narra el evangelista san Juan se pueden perfectamente trasladar a nuestra situación. Me refiero, por ejemplo, al día en que se reúnen los apóstoles, el primero de la semana. Se trata del mismo día en que nos reunimos los cristianos, semana a semana, para celebrar juntos, en el Día del Señor, la resurrección de Jesucristo. El Resucitado, además, se aparece con el mismo ritmo con que nosotros nos reunimos en su nombre para celebrar la Eucaristía dominical: cada ocho días. En efecto, también nosotros reconocemos cada domingo la presencia del Resucitado que nos ofrece su alegría y su paz y nos da el Espíritu Santo, que renueva a la Iglesia con el perdón de los pecados.



Y es sensatamente trasladable a nosotros la escena que ha montado Tomás, al negarse a creer en la resurrección del Señor por el testimonio de sus compañeros, los otros apóstoles: «Si no veo en sus manos la señal de sus clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». ¿Acaso nosotros no le pedimos constantemente signos al Señor? ¿Acaso no pedimos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más interiormente su Presencia? Sea como sea nuestra confesión de fe, Jesús la comprende y la acepta. No obstante, se deduce de sus palabras que le gustaría poder hacernos a todos el halago que tiene reservado a los que han asumido su novena bienaventuranza: «Bienventurados los que crean sin haber visto». Pero, si no es así, lo que importa es que Tomás, con profunda humildad y mucho amor, confiesa su fe en Jesús resucitado: «¡Señor mío y Dios mío». Preciosa escena, que ojalá se repitiera con frecuencia cada vez que el Señor viene a nosotros y nos muestra su corazón. La fe es un camino, a veces cargado de dificultades y de dudas, que siempre nos ha de llevar a esta confesión de Tomás.


Éste es el camino que recorre la fe en cada cristiano: le llega por un testigo del Resucitado, la acoge en su corazón y se pone a disposición de la Iglesia, que le acompañará en su itinerario como creyente y le ayudará en el fortalecimiento de su fe, aunque ésta no madure siempre con un ritmo lineal y ascendente. El modelo del recorrido de la fe es el de los adultos no bautizados: para ellos, el primer tramo del camino es el catecumenado, ese que justamente concluye este domingo pascual, conocido como in albis, por ser entonces cuando se despojan de sus túnicas blancas los que en la noche de Pascua fueron revestidos de Cristo en su Bautismo. A partir de entonces viene la fe en la vida. Sea como sea el camino de un creyente, siempre hemos de tener en cuenta que el recorrido hasta una confesión de fe como la de Tomás no es posible, si no contamos con la Divina Misericordia, si no reconocemos la iniciativa amorosa del Señor que sale a nuestro encuentro y nos muestra la vida que surge de su costado abierto con el agua y la sangre. Ante nuestra ceguera para creer en Jesucristo, siempre nos queda la luz de gracia que brota de las entrañas del Resucitado.


+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia

viernes, 29 de abril de 2011

EL VIVE

“Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro: impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘Alegraos’. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies” (Mt 28, 8-9)


¿Qué sintió la Virgen María al ver a su Hijo vivo? ¿Qué sintió Magdalena, o Juan, o Pedro? Eso es lo que tenemos que sentir nosotros. Tendríamos que amar a Cristo tanto como ellos. Tanto como para decir, como seguro que dijeron ellos: "Estoy feliz sólo por eso, sólo porque él, que había muerto, ha resucitado. No estoy contento en primer lugar por ser rico, por ser joven, por estar sano y ni siquiera porque me quiere la persona que yo quiero. El principal motivo de mi alegría es que Cristo, que estaba muerto, ha resucitado". Si la resurrección de Cristo debe servir para algo, debe ser ante todo causa de eso: de alegría para mí, como creyente y amigo suyo, porque Él, que había muerto por mí, ha resucitado.


Después, esa resurrección debe ser también un motivo de esperanza. La esperanza en la vida eterna, que tenemos la certeza de que existe precisamente porque Cristo ha vuelto a la vida tras haber conocido la muerte. Motivo, también, de esperanza en la justicia de Dios, de la que podemos estar seguros pues la historia de Cristo nos demuestra que, aunque el mal tiene su poder y gana sus batallas, el bien siempre termina venciendo, siempre tiene la última palabra.


Cristo vive y estoy feliz por ello. Cristo vive y yo puedo tener esperanza, puedo creer en la fuerza del amor, puedo creer que es más fuerte que el odio, que la violencia, que el pecado. No lo olvidemos esta semana de Pascua, pero sobre todo no lo olvidemos nunca, tampoco cuando se esté en las horas oscuras del Viernes Santo.


Santiago Martín


jueves, 28 de abril de 2011

PREPARANDO LA BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

Entrevista a Mons. Slawomir Oder, sacerdote polaco y postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II. Con diversas anécdotas explica la impresión que le ha causado investigar la vida del futuro beato.


. Mons. Oder, la Iglesia le ha encargado una tarea de mucha responsabilidad…

Ser postulador de la causa de Juan Pablo II es un regalo que me ha hecho la Providencia, no encuentro otros motivos.


. ¿Conoció a Juan Pablo II?

Pude saludarle, como tantos otros miles de sacerdotes, en diferentes encuentros. En especial recuerdo una ocasión, cuando yo era un joven sacerdote, en que me llamó el Secretario para invitarme a cenar con el Santo Padre, que en breve viajaría a Polonia. No supe nunca el motivo de la invitación, y sigo sin saberlo. Al finalizar la cena, cuando nos dirigíamos hacia la cocina –porque Juan Pablo II siempre pasaba por allí para agradecer el trabajo a los cocineros– me manifestó su inquietud porque la situación política en Polonia había empeorado justo antes de su visita. Yo, joven sacerdote, le dije: “Santo Padre, hay que leer esa contrariedad a la luz de la Providencia”. Él se paró, me miró divertido, y me dijo: “Bueno, pienso que de la Providencia creo saber algo...”.

. Pero tras estos años, sus vidas están en cierto modo entrelazadas.

Puedo decir que aunque estos han sido los seis años más importantes de mi vida, mi biografía ha estado en cierto modo siempre unida a la del Papa. Poco antes de que yo iniciase la Universidad, el Cardenal Wojtyla fue elegido Pontífice. Polonia estaba atravesando una época triste, por lo que la noticia nos llenó a todos de esperanza. Yo dudaba sobre si entrar o no en el seminario, pero aquella ilusión general terminó por decidirme. Así que, primero hice mis estudios universitarios y luego inicié el camino al sacerdocio.

. Y vivió su fallecimiento desde la Plaza…

La noche en que murió me encontraba en la Plaza de San Pedro rezando y esperando noticias, como miles y miles de romanos. Cuando nos dijeron que Juan Pablo II “había pasado a la casa del Padre” me vino a la cabeza la muerte del santo a la que está encomendada mi parroquia, San Benedetto Giuseppe Labre. Le llamaban “el vagabundo de Dios”, y cuentan que, a su muerte, los niños de Roma comenzaron a correr por las calles difundiendo la noticia: “¡Ha muerto un santo!, ¡ha muerto un santo!”. ¡Yo también tenía ese deseo! Aquella noche hubiera deseado correr por las calles gritando: ¡Ha muerto Juan Pablo II, ha muerto un santo!

. Su santidad era algo en lo que todos estaban de acuerdo.

Especialmente durante los primeros meses del proceso recibimos muchas cartas de protesta. Decían: “Es inútil, están ustedes perdiendo el tiempo, ¡es santo, lo saben todos!”. Pero el proceso ha valido la pena, porque no lo hemos hecho por nosotros, sino pensando en las generaciones futuras. Nosotros tenemos bien impresa en el corazón la certeza de su vida santa, pero cuando pasen los años muchos nos preguntarán: “¿Cómo fue ese Papa? ¿Qué os llevó a creer en su santidad? ¿Por qué tuvisteis tanto entusiasmo?”. Además, él mismo dijo: “Yo no puedo ser entendido si no es desde dentro”. Ahora podemos decir que lo conocemos mejor.

. ¿Qué le ha llamado la atención de la vida de Juan Pablo II?

Una de las cosas que más me ha sorprendido es que no me ha sorprendido casi nada. Es decir, Juan Pablo II fue transparente con su vida. No escondía nada: tal y como le veíamos, así era. No existió un “Wojtyla mediático” y un “Wojtyla privado”, sino que fue un sacerdote coherente. Y debo decir que la investigación nos ha llevado a descubrir lo que todos veían: un hombre que sufría, sí, pero que aun así era feliz, realizado, contento... santo.


. ¿Para qué sirven los santos?

Él lo explicó en una ocasión: “Los santos sirven para avergonzarnos y para darnos esperanza”. La santidad es un proceso que exige mejora, pero es Dios quien continuamente nos va buscando.

. ¿Se ha extendido mucho la devoción al futuro beato?

Hemos recibido muchas cartas de todas partes del mundo. En algunas ponen solamente: “A Juan Pablo II, Roma”. Aunque la mejor ha sido la de un niño que escribió: “Juan Pablo II. El Paraíso”. Evidentemente, llegó a mi mesa. También hemos recibido muchas de no cristianos, que percibían la santidad del Papa.

. ¿Alguna impresión de los testimonios?

En un cierto momento del proceso, me llamó la atención una frase de las personas que acudían a declarar, porque se repetía con mucha frecuencia. Repetían la expresión: “Él me miró de una manera especial”. Será porque Juan Pablo II veía en cada persona la imagen de Dios.

. Un Papa tan bueno, ¿tenía defectos?

¿Defectos? Bueno, imagino que sí, como todos. Algunos dicen que era demasiado transparente. Recuerdo el problema que se creó cuando una periodista logró fotografiarlo mientras se lanzaba a la piscina de Castel Gandolfo. Cuando le informaron, dijo: “¿De verdad? ¿Y dónde lo podré ver publicado?”. Y es que le daba igual. Otros sostienen que podía parecer que daba signos de inquietarse, pero era evidente que tenía un gran dominio de sí. Siendo Cardenal de Cracovia le informaron de que un sacerdote de la diócesis recibía muchas multas porque conducía mal. Así que le llamó, le regañó amablemente y le pidió que dejase allí su carnet de conducir. Pero en cuanto aquel pobre sacerdote abandonó arrepentido el despacho, Wojtyla reflexionó: “¿Y cómo llegará este hombre a todas las parroquias que tiene que atender?”. Así que enseguida le llamaron y le entregó de nuevo su carnet. Y..., bueno, le gustaban mucho los dulces, ¡pero no pienso que sea un defecto!

. ¿Hay un hilo que une el pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI?

Benedicto XVI ha trabajado 25 años al lado de Juan Pablo II. Así que, si no hubiera sido elegido Papa, sería sin duda el testigo más importante del proceso. Él, evidentemente, no se ha pronunciado, pero si se leen sus homilías de las misas de aniversario por el fallecimiento de su predecesor, son textos que podrían aplicarse perfectamente en una misa de beatificación... Cuando en alguna ocasión le he podido saludar, siempre me ha dicho refiriéndose al proceso: “Trabajad rápido, pero sobre todo... ¡trabajad bien!”.

http://www.fluvium.org/

miércoles, 27 de abril de 2011

LA OVEJA PERDIDA EN 3D

Lo hemos visto en "Perder el miedo a equivocarse".
Qué cierto lo de que vale más una imágen que mil palabras.

martes, 26 de abril de 2011

EL PAPA HABLA DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Fué el Viernes Santo y lo hizo en la televisión italiana.
Podéis ver el contenido íntegro de la entrevista, realizada con preguntas hechas por personas de diversos países.

De la entrevista a Benedicto XVI en la TV italiana



Viernes 22 de abril de 2011
Primera pregunta: El dolor del inocente



- Me llamo Elena, soy japonesa y tengo siete años. Tengo mucho miedo porque la casa en la que me sentía segura ha temblado muchísimo, y porque muchos niños de mi edad han muerto. No puedo ir a jugar al parque. Quiero preguntarle: ¿por qué tengo que pasar tanto miedo? ¿por qué los niños tienen que sufrir tanta tristeza? Le pido al Papa, que habla con Dios, que me lo explique.


- Querida Elena, te saludo con todo el corazón. También yo me pregunto: ¿por qué es así? ¿por qué vosotros tenéis que sufrir tanto mientras otros viven cómodamente? Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado. Esto me parece muy importante, a pesar de que no tenemos respuestas, si la tristeza sigue: Dios está a vuestro lado y tenéis que estar seguros de que esto os ayudará. Y un día podremos comprender por qué ha sucedido esto. En este momento me parece importante que sepáis que ´Dios me ama´, aunque parezca que no me conoce. No, me ama, está a mi lado, y tenéis que estar seguros de que en el mundo, en el universo, hay tantas personas que están a vuestro lado, que piensan en vosotros, que hacen todo lo que pueden por vosotros, para ayudaros. Y ser conscientes de que, un día, yo comprenderé que este sufrimiento no era una cosa vacía, no era inútil, sino que detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor. No es una casualidad. Siéntete segura, estamos a tu lado, al lado de todos los niños japoneses que sufren, queremos ayudaros con la oración, con nuestros actos y debéis estar seguros de que Dios os ayuda. Y de este modo rezamos juntos para que la luz os llegue a vosotros cuanto antes.

Segunda pregunta


La segunda pregunta para el Santo Padre fue formulada por una madre italiana que se llama María Teresa y que tiene con un hijo en estado vegetativo.


- Santidad, el alma de mi hijo, Francesco, en estado vegetativo desde el día de Pascua del 2009, ¿ha abandonado su cuerpo, visto que está totalmente inconsciente, o está todavía en él?


- Ciertamente el alma está todavía presente en el cuerpo. La situación es un poco como la de una guitarra que tiene las cuerdas rotas y que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil, vulnerable, y el alma no puede tocar, por decirlo en algún modo, pero sigue presente. Estoy también seguro de que esta alma escondida siente con profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las palabras, etc., pero siente la presencia del amor. Y por esto esta presencia vuestra, queridos padres, querida mamá, junto a él, horas y horas cada día, es un verdadero acto de amor muy valioso, porque esta presencia entra en la profundidad de esta alma escondida y vuestro acto es un testimonio de fe en Dios, de fe en el hombre, de fe, digamos de compromiso a favor de la vida, de respeto por la vida humana, incluso en las situaciones más trágicas. Por esto os animo a proseguir, sabiendo que hacéis un gran servicio a la humanidad con este signo de confianza, con este signo de respeto de la vida, con este amor por un cuerpo lacerado, un alma que sufre.

Tercera pregunta: Cristianos perseguidos


La tercera pregunta de la entrevista fue formulada desde Irak. Desde Bagdad un grupo de jóvenes cristianos perseguidos le preguntan:


- Saludamos al Santo padre desde Irak. Nosotros, cristianos de Bagdad somos perseguidos como Jesús. Santo Padre, ¿en qué modo podemos ayudar a nuestra comunidad cristiana para que reconsideren el deseo de emigrar a otros países, convenciéndoles de que marcharse no es la única solución?


- Quisiera en primer lugar saludar con todo el corazón a todos los cristianos de Irak, nuestros hermanos, y tengo que decir que rezo cada día por los cristianos de Irak. Son nuestros hermanos que sufren, como también en otras tierras del mundo, y por esto los siento especialmente cercanos a mi corazón y, en la medida de nuestras posibilidades, tenemos que hacer todo lo posible para que puedan resistir a la tentación de emigrar, que –en las condiciones en las que viven- resulta muy comprensible.

Diría que es importante que estemos cerca de vosotros, queridos hermanos de Irak, que queramos ayudaros y cuando vengáis, recibiros realmente como hermanos. Y naturalmente, las instituciones, todos los que tienen una posibilidad de hacer algo por Irak, deben hacerlo. La Santa Sede está en permanente contacto con las distintas comunidades, no solo con las comunidades católicas, sino también con las demás comunidades cristianas, con los hermanos musulmanes, sean chiitas o sunitas. Y queremos hacer un trabajo de reconciliación, de comprensión, también con el gobierno, ayudarle en este difícil camino de recomponer una sociedad desgarrada. Porque este es el problema, que la sociedad está profundamente dividida, lacerada, ya no tienen esta conciencia: "Nosotros somos en la diversidad un pueblo con una historia común, en el que cada uno tiene su sitio". Y tienen que reconstruir esta conciencia que, en la diversidad, tienen una historia común, una común determinación. Y nosotros queremos, en diálogo precisamente con los distintos grupos, ayudar al proceso de reconstrucción y animaros a vosotros, queridos hermanos cristianos de Irak, a tener confianza, a tener paciencia, a tener confianza en Dios, a colaborar en este difícil proceso. Tened la seguridad de nuestra oración.


Cuarta pregunta: "Salam aleikum"


La siguiente pregunta fue hecha por una mujer musulmana de la Costa de Marfil, un país en guerra desde hace años. Saluda en árabe al pontífice: "Que Dios esté en medio de todas las palabras que nos diremos y que Dios esté contigo".

- Querido Santo Padre, aquí en Costa de Marfil hemos vivido siempre en armonía entre cristianos y musulmanes. A menudo, las familias están formadas por miembros de ambas religiones; existe también una diversidad de etnias, pero nunca hemos tenido problemas. Ahora todo ha cambiado: la crisis que vivimos, causada por la política, está sembrando divisiones. ¡Cuántos inocentes han perdido la vida! ¡Cuántos prófugos, cuántas madres y cuántos niños traumatizados! Los mensajeros han exhortado a la paz, los profetas han exhortado a la paz. Jesús es un hombre de paz. Usted, en cuanto embajador de Jesús, ¿qué aconsejaría a nuestro país?


- Quiero contestar al saludo: que Dios esté también contigo, y siempre te ayude. Y tengo que decir que he recibido cartas desgarradoras de la Costa de Marfil, donde veo toda la tristeza, la profundidad del sufrimiento, y me quedo triste porque podemos hacer tan poco. Siempre podemos hacer una cosa: orar con vosotros, y en la medida de lo posible, hacer obras de caridad, y sobre todo queremos colaborar, según nuestras posibilidades, en los contactos políticos, humanos.

He encargado al cardenal Tuckson, que es presidente de nuestro Consejo de Justicia y Paz, que vaya a Costa de Marfil e intente mediar, hablar con los diversos grupos, con las distintas personas, para facilitar un nuevo comienzo. Y sobre todo queremos hacer oír la voz de Jesús, en el que Vd. también cree como profeta. Él era siempre el hombre de la paz. Se podía pensar que, cuando Dios vino a la tierra, lo haría como un hombre de gran fuerza, que destruiría las potencias adversarias, que sería un hombre de una fuerte violencia como instrumento de paz. Nada de esto: vino débil, vino solo con la fuerza del amor, totalmente sin violencia hasta ir a la cruz. Y esto nos muestra el verdadero rostro de Dios, y que la violencia no viene nunca de Dios, nunca ayuda a producir cosas buenas, sino que es un medio destructivo y no es el camino para salir de las dificultades.


Es una fuerte voz contra todo tipo de violencia. Invito fuertemente a todas las partes a renunciar a la violencia, a buscar las vías de la paz. Para la recomposición de vuestro pueblo no podéis usar medios violentos, aunque penséis tener razón. La única vía es la renuncia a la violencia, recomenzar el diálogo, los intentos de encontrar juntos la paz, una nueva atención de los unos hacia los otros, la nueva disponibilidad a abrirse el uno al otro. Y este, querida señora, es el verdadero mensaje de Jesús: buscad la paz con los medios de la paz y abandonad la violencia. Rezamos por vosotros para que todos los componentes de vuestra sociedad sientan esta voz de Jesús y así vuelva la paz y la comunión.

Quinta pregunta: La muerte y la resurrección de Jesús


- Santidad: ¿Qué hizo Jesús en el lapso de tiempo entre la muerte y la resurrección? Y, ya que en el Credo se dice que Jesús después de la muerte descendió a los infiernos: ¿Podemos pensar que es algo que nos pasará también a nosotros, después de la muerte, antes de ascender al Cielo?


- En primer lugar, este descenso del alma de Jesús no debe imaginarse como un viaje geográfico, local, de un continente a otro. Es un viaje del alma. Hay que tener en cuenta que siempre el alma de Jesús siempre toca al Padre, está siempre en contacto con el Padre, pero al mismo tiempo, esta alma humana se extiende hasta los últimos confines del ser humano. En este sentido, baja a las profundidades, va hacia los perdidos, se dirige a todos aquellos que no han alcanzado la meta de sus vidas, y trasciende así los continentes del pasado. Esta palabra del descenso del Señor a los infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza en el año cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a todas las personas de todos los tiempos.


Dicen los Padres, con una imagen muy hermosa, que Jesús toma de la mano a Adán y Eva, es decir, a la humanidad, y la encamina hacia adelante, hacia las alturas. Y así crea el acceso a Dios, porque el hombre, por sí mismo, no puede elevarse a la altura de Dios. Jesús mismo, siendo un hombre, tomando de las manos al hombre, abre el acceso. ¿Qué acceso? La realidad que llamamos cielo. Así, este descenso a los infiernos, es decir, en las profundidades del ser humano, en las profundidades del pasado de la humanidad, es una parte esencial de la misión de Jesús, de su misión de Redentor y no se aplica a nosotros. Nuestra vida es diferente, el Señor ya nos ha redimido y nos presentamos al Juez, después de nuestra muerte, bajo la mirada de Jesús, y esta mirada en parte será purificadora: creo que todos nosotros, en mayor o menor medida, necesitaremos ser purificados. La mirada de Jesús nos purifica y además nos hace capaces de vivir con Dios, de vivir con los santos, sobre todo de vivir en comunión con nuestros seres queridos que nos han precedido.

Sexta pregunta: El cuerpo glorioso


- Santidad, cuando las mujeres llegan al sepulcro, el domingo después de la muerte de Jesús, no reconocen al Maestro, lo confunden con otro. Lo mismo les pasa a los Apóstoles: Jesús tiene que enseñarles las heridas, partir el pan para que le reconozcan precisamente por sus gestos. El suyo es un cuerpo real de carne y hueso, pero también un cuerpo glorioso. El hecho de que su cuerpo resucitado no tenga las mismas características que antes, ¿qué significa? ¿Y qué significa, exactamente, "cuerpo glorioso"? ¿Y la resurrección, será también así para nosotros?


- Naturalmente, no podemos definir el cuerpo glorioso porqué está más allá de nuestra experiencia. Sólo podemos interpretar algunos de los signos que Jesús nos dio para entender, al menos un poco, hacia dónde apunta esta realidad. El primer signo: el sepulcro está vacío. Es decir, Jesús no abandonó su cuerpo a la corrupción, nos ha enseñado que también la materia está destinada a la eternidad, que resucitó realmente, que no ha quedado perdido. Jesús asumió también la materia, por lo que la materia está también destinada a la eternidad. Pero asumió esta materia en una nueva forma de vida, este es el segundo punto: Jesús no muere más, es decir: está más allá de las leyes de la biología, de la física, porque los sometidos a ellas mueren.






Por lo tanto, hay una condición nueva, diversa, que no conocemos, pero que se revela en lo sucedido a Jesús, y esa es la gran promesa para todos nosotros de que hay un mundo nuevo, una nueva vida, hacia la que estamos encaminados. Y, estando ya en esa condición, para Jesús es posible que los otros lo toquen, puede dar la mano a sus amigos y comer con ellos, pero, sin embargo, está más allá de las condiciones de la vida biológica, como la que nosotros vivimos. Y sabemos que, por una parte, es un hombre real, no un fantasma, vive una vida real, pero es una vida nueva que ya no está sujeta a la muerte y esa es nuestra gran promesa. Es importante entender esto, al menos por lo que se pueda, con el ejemplo de la Eucaristía: en la Eucaristía, el Señor nos da su cuerpo glorioso, no nos da carne para comer en sentido biológico; se nos da Él mismo; lo nuevo que es Él, entra en nuestro ser hombres y mujeres, en el nuestro, en mi ser persona, como persona y llega a nosotros con su ser, de modo que podemos dejarnos penetrar por su presencia, transformarnos en su presencia.


Es un punto importante, porque así ya estamos en contacto con esta nueva vida, este nuevo tipo de vida, ya que Él ha entrado en mí, y yo he salido de mí y me extiendo hacia una nueva dimensión de vida. Pienso que este aspecto de la promesa, de la realidad que Él se entrega a mí y me hace salir de mí mismo, me eleva, sea la cuestión más importante: no se trata de descifrar cosas que no podemos entender sino de encaminarnos hacia la novedad que comienza, siempre, de nuevo, en la Eucaristía.


Séptima pregunta: María


- Santo Padre, la última pregunta es acerca de María. A los pies de la Cruz, hay un conmovedor diálogo entre Jesús, su madre y Juan, en el que Jesús dice a María "he aquí a tu hijo" y a Juan, "he aquí a tu madre". En su último libro, "Jesús de Nazaret", lo define como "una disposición final de Jesús". ¿Cómo debemos entender estas palabras? ¿Qué significado tenían en aquel momento y que significado tienen hoy en día? Y ya que estamos en tema de confiar. ¿Piensa renovar una consagración a la Virgen en el inicio de este nuevo milenio?


- Estas palabras de Jesús son ante todo un acto muy humano. Vemos a Jesús como un hombre verdadero que lleva a cabo un gesto de verdadero hombre: un acto de amor por su madre confiándola al joven Juan para que esté segura. En aquella época en Oriente una mujer sola se encontraba en una situación imposible. Confía su madre a este joven y a él le confía su madre. Jesús realmente actúa como un hombre con un sentimiento profundamente humano. Me parece muy hermoso, muy importante que antes de cualquier teología veamos aquí la verdadera humanidad, el verdadero humanismo de Jesús. Pero por supuesto este gesto tiene varias dimensiones, no atañe solo a ese momento: concierne a toda la historia.


En Juan, Jesús confía a todos nosotros, a toda la Iglesia, a todos los futuros discípulos a su madre y su madre a nosotros. Y esto se ha cumplido a lo largo de la historia: la humanidad y los cristianos han entendido cada vez más que la madre de Jesús es su madre. Y cada vez más personas se han confiado a su Madre: basta pensar en los grandes santuarios, en esta devoción a María, donde cada vez más la gente siente: "Esta es la Madre". E incluso algunos que casi tienen dificultad para llegar a Jesús en su grandeza del Hijo de Dios, se confían a la Madre sin dificultad. Algunos dicen: "Pero eso no tiene fundamento bíblico". Aquí me gustaría responder con San Gregorio Magno: _"A medida que se lee - dice - crecen las palabras de la Escritura". Es decir, se desarrollan en la realidad, crecen, y cada vez más en la historia se difunde esta Palabra. Todos podemos estar agradecidos porque la Madre es una realidad, a todos nos han dado una madre. Y podemos dirigirnos con mucha confianza a esta madre, que para cada cristiano es su Madre.

Por otro lado la Madre es también expresión de la Iglesia. No podemos ser cristianos solos, con un cristianismo construido según mis ideas. La Madre es imagen de la Iglesia, de la Madre Iglesia y confiándonos a María, también tenemos que confiarnos a la Iglesia, vivir la Iglesia, ser Iglesia con María. Llego ahora al tema de la consagración: los papas - Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II - hicieron un gran acto de consagración a la Virgen María y creo que, como gesto ante la humanidad, ante María misma, fue muy importante. Yo creo que ahora sea importante interiorizar ese acto, dejar que nos penetre, para realizarlo en nosotros mismos. Por eso he visitado algunos de los grandes santuarios marianos del mundo: Lourdes, Fátima, Czestochowa, Altötting..., siempre con el fin de hacer concreto, de interiorizar ese acto de consagración, para que sea realmente un acto nuestro.

Creo que el acto grande, público, ya se ha hecho. Tal vez algún día habrá que repetirlo, pero por el momento me parece más importante vivirlo, realizarlo, entrar en esta consagración para hacerla nuestra verdaderamente. Por ejemplo, en Fátima, me di cuenta de cómo los miles de personas presentes eran conscientes de esa consagración, se habían confiado, encarnándola en sí mismos, para sí mismos. Así esa consagración se hace realidad en la Iglesia viva y así crece también la Iglesia. La entrega a María, el que todos nos dejemos penetrar y formar por esa presencia, el entrar en comunión con María, nos hace Iglesia, nos hace, junto con María, realmente esposa de Cristo. De modo que, por ahora, no tengo intención de una nueva consagración pública, pero si quisiera invitar a todos a incorporarse a esa consagración que ya está hecha, para que la vivamos verdaderamente día tras día y crezca así una Iglesia realmente mariana que es Madre y Esposa e Hija de Jesús





lunes, 25 de abril de 2011

NOVENA A JUAN PABLO II

"Siete en familia", es decir, Angel Sánchez Toledano, ha tenido esta inspiración y nos presenta esta preciosa novena a JUAN PABLO II.
Puede servirnos como excelente preparación para la beatificación que tenemos ya tan cercana.

La tienes disponible en este ENLACE

domingo, 24 de abril de 2011

¡¡HA RESUCITADO!!

Evangelio


Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y, de pronto, tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago, y su vestido, blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:


«Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.


De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mateo 28, 1-10

El que escribe lo hace antes de que se celebre el acontecimiento que comenta. Eso significa que he tenido que entrar en el clima de la Resurrección cuando aún estaban ustedes inmersos en la pasión y la muerte del Señor. También yo lo estaba, y muy de lleno. Quizás por eso lo que les comunica el ángel a María Magdalena y a la otra María, me produjo, una vez más, un profundo asombro; me pareció que lo escuchaba por primera vez. Al leer ha resucitado, sentí el estremecimiento de la fe; pues es así como entra en el corazón de los creyentes, como un rayo luminoso que todo lo inunda y lo conmueve. Así fue también el estremecimiento de las mujeres, al llegar al sepulcro. Ante estas benditas palabras, ante esta verdad maravillosa y decisiva, las mujeres sintieron miedo y alegría, los dos ingredientes del estupor ante la infinita grandeza y bondad de Dios, que había cumplido sus promesas.



Y enseguida pensé en ustedes, en cuantos conmigo leerán este texto evangélico y, sobre todo, lo escucharán en la santa y solemne Vigilia Pascual. En esa noche santa, todo coopera a que esa estremecida confesión de fe se renueve: el fuego en el cirio que nos acerca a Jesucristo resucitado, Luz del mundo; la historia de la salvación, que nos hace comprender el sentido del camino de la Pascua; y el agua que nos sumerge en su fuente y nos hace pasar, en Cristo, de la muerte a la vida. Todo coopera al gozo que produce esta noticia. En la noche de Pascua, y a lo largo de toda la vida, la experiencia cristiana pasa siempre por la aceptación gozosa de una verdad sencilla y primaria, de la que se desencadena la confesión de todas las verdades que creemos, vivimos y celebramos. Cuando decimos, desde el corazón, Jesucristo ha resucitado, sabemos que estamos confesando la minúscula semilla desde la que ha florecido el árbol frondoso que es la fe de la Iglesia.


Y como es fácil entrar en el clima de la Resurrección, porque en él vive la Iglesia, les invito a renovar ante esa experiencia conmovedora la convicción de que Jesucristo resucitado es la fuente de una nueva identidad, una nueva vida. Confesar que Jesucristo verdaderamente ha resucitado es la afirmación que nos sostiene en la fe y nos abre un horizonte de sentido, un universo de esperanza; pues para el que cree que Jesucristo ha resucitado siempre hay futuro, y para siempre. Se trata, por tanto, de un acontecimiento decisivo y esencial: «Sólo si Jesús ha resucitado, ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia al mundo y la situación del hombre» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 2).


Creer en Jesucristo resucitado es siempre una fuerza para vivir en plenitud: nos traslada de la incertidumbre a la certeza, de la angustia a la alegría, de la desilusión al entusiasmo, del pecado a la gracia. Mientras no sintamos el gozo de este anuncio, la fe no ha llegado al fondo de la vida, y siempre será más formal que personal. De hecho, confesar la resurrección de Jesucristo es el gran impulso para el testimonio cristiano. La evangelización sólo la pueden hacer los que llevan esta convicción en su corazón y sólo puede llegar a su destino, que es el corazón de otro hombre o mujer, si pone en él la certeza de que Jesucristo ha resucitado.


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

viernes, 22 de abril de 2011

SABADO SANTO, EN ESPERA VIGILANTE CON MARÍA

EN ESPERA VIGILANTE CON MARIA



Contemplemos el corazón de la Santísima Virgen —dolorido en la pasión—, en las lamentaciones del profeta Jeremías. El profeta está refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, pero en esta poesía, que es la lamentación, hay muchos textos que recogen el dolor de una madre, el dolor de María. Como dice el profeta: “Un Dios que rompe las vallas y entra en la ciudad”.


Podría ser interesante el tomar este texto desde el capítulo II de las lamentaciones de Jeremías, e ir viendo cómo se va desarrollando este dolor en el corazón de la Santísima Virgen, porque puede surgir en nuestra alma una experiencia del dolor de María, por lo que Dios ha hecho en Ella, por lo que Dios ha realizado en Ella; pero puede darnos también una experiencia muy grande de cómo María enfrenta con fe este dolor tan grande que Dios produce en su corazón.

Un dolor que a Ella le viene al ver a su hijo en todo lo que había padecido; un dolor que le viene al ver la ingratitud de los discípulos que habían abandonado a su hijo; el dolor que tuvo que tener María al considerar la inocencia de su hijo; y sobre todo, el dolor que tendría que provenirle a la Santísima Virgen de su amor tan tierno por su hijo, herido por las humillaciones de los hombres.
María, el Sábado Santo en la noche y domingo en la madrugada, es una mujer que acaba de perder a su hijo. Todas las fibras de su ser están sacudidas por lo que ha visto en los días culminantes de la pasión. Cómo impedirle a María el sufrimiento y el llanto, si había pasado por una dramática experiencia llena de dignidad y de decoro, pero con el corazón quebrantado.


María —no lo olvidemos—, es madre; y en ella está presente la fuerza de la carne y de la sangre y el efecto noble y humano de una madre por su hijo. Este dolor, junto con el hecho de que María haya vivido todo lo que había vivido en la pasión de su hijo, muestra su compromiso de participación total en el sacrificio redentor de Cristo. María ha querido participar hasta el final en los sufrimientos de Jesús; no rechazó la espada que había anunciado Simeón, y aceptó con Cristo el designio misterioso de su Padre. Ella es la primera partícipe de todo sacrificio. María queda como modelo perfecto de todos aquellos que aceptaron asociarse sin reserva a la oblación redentora.

¿Qué pasaría por la mente de nuestra Señora este sábado en la noche y domingo en la madrugada? Todos los recuerdos se agolpan en la mente de María: Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán, Jerusalén. Quizá en su corazón revive la muerte de José y la soledad del Hijo con la madre después de la muerte de su esposo...; el día en que Cristo se marchó a la vida pública..., la soledad durante los tres últimos años. Una soledad que, ahora, Sábado Santo, se hace más negra y pesada. Son todas las cosas que Ella ha conservado en su corazón. Y si conservaba en el corazón a su Hijo en el templo diciéndole: “¿Acaso no debo estar en las cosas de mi Padre?”. ¡Qué habría en su corazón al contemplar a su Hijo diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, todo está consumado”!

¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los pocos discípulos que quedan lo bajan de la cruz, lo envuelven en lienzos aromáticos, lo dejan en el sepulcro? Un corazón que se ve bañado e iluminado en estos momentos por la única luz que hay, que es la del Viernes Santo. Un corazón en el que el dolor y la fe se funden. Veamos todo este dolor del alma, todo este mar de fondo que tenía que haber necesariamente en Ella. Apenas hacía veinticuatro horas que había muerto su hijo. ¡Qué no sentiría la Santísima Virgen!


Junto con esta reflexión, penetremos en el gozo de María en la resurrección. Tratemos de ver a Cristo que entra en la habitación donde está la Santísima Virgen. El cariño que habría en los ojos de nuestro Señor, la alegría que habría en su alma, la ilusión de poderla decir a su madre: “Estoy vivo”. El gozo de María podría ser el simple gozo de una madre que ve de nuevo a su hijo después de una tremenda angustia; pero la relación entre Cristo y María es mucho más sólida, porque es la relación del Redentor con la primera redimida, que ve triunfador al que es el sentido de su existencia.
Cristo, que llega junto a María, llena su alma del gozo que nace de ver cumplida la esperanza. ¡Cómo estaría el corazón de María con la fe iluminada y con la presencia de Cristo en su alma! Si la encarnación, siendo un grandísimo milagro, hizo que María entonase el Magníficat: “Mi alegría qué grande es cuando ensalza mi alma al Señor. Cuánto se alegra mi alma en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava, y desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su nombre es Santo”. ¿Cuál sería el nuevo Magníficat de María al encontrarse con su hijo? ¿Cuál sería el canto que aparece por la alegría de ver que el Señor ha cumplido sus promesas, que sus enemigos no han podido con Él?
Y por qué no repetir con María, junto a Jesús resucitado, ese Magníficat con un nuevo sentido. Con el sentido ya no simplemente de una esperanza, sino de una promesa cumplida, de una realidad presente. Yo, que soy testigo de la escena, ¿qué debo experimentar?, ¿qué tiene que haber en mí? Debe brotar en mí, por lo tanto, sentimientos de alegría. Alegrarme con María, con una madre que se alegra porque su hijo ha vuelto. ¡Qué corazón tan duro, tan insensible sería el que no se alegrase por esto!

VIERNES SANTO

"Recuerda Señor que tu ternura y tu misericordia son eternas"
De la oración inicial en los oficios de la muerte del Señor.



jueves, 21 de abril de 2011

JUEVES SANTO

La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'. Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.



En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús 'sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía' pero que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos, se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida incansable.


San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.


La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cuál Jesús, un día como hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus discípulos tomó pan..." (Mt 28, 26).


Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino: "Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19).


Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en esa Cena, el Señor Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión. Por eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).


De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la Ultima Cena, sino de la Muerte de Cristo que es Señor, y "Señor de la Muerte", es decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos según lo prometió Él mismo en su despedida: " un poco y ya no me veréis y otro poco y me volveréis a ver" (Jn 16,16).


Como dice el prefacio de este día: "Cristo verdadero y único sacerdote, se ofreció como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya". Pero esta Eucaristía debe celebrarse con características propias: como Misa "en la Cena del Señor".


En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no celebramos "directamente" ni la muerte ni la Resurrección de Cristo. No nos adelantamos al Viernes Santo ni a la Noche de Pascua.


Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un "darse", fue "por algo" o, mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por nuestra salvación" (Credo). "Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla." (Jn 10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).


Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero, en los cantos, en el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan jubilosamente explosiva como la Noche de Pascua, noche en que celebramos el desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual hubiera sido inútil; hubiera sido la entrega de uno más que muere por los pobre y no los libera. Pero tampoco esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes Santo, porque lo que nos interesa "subrayar"; en este momento, es que "el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16) y que el Hijo se entregó voluntariamente a nosotros independientemente de que se haya tenido que ser o no, muriendo en una cruz ignominiosa.


Hoy hay alegría y la iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando él "gloria": es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.


Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y para dar alegría.


Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia (1a Lectura). La Pascua, pero la de la Noche del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra Prometida (Jos. 5, 10-ss).


Hoy inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha entre la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero si combatida por ella. La noche del sábado de Gloria es el canto a la victoria pero teñida de sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva la victoria porque su arma es el amor.

miércoles, 20 de abril de 2011

MIÉRCOLES SANTO

No nos es posible quitar a Judas Iscariote de nuestro horizonte. ¿Por qué esta insistencia en la liturgia? ¡Tres días con él!, y hoy con el mejunje mismo de su traición. Al final, tras tanto hablar, lo traiciona por dinero. Busca ser rico al alejarse de Jesús. ¿Buscamos ser ricos para alejarnos de él? El joven que tan buenas trazas tenía, se alejó de Jesús porque era muy rico. La ideología se le convierte al traidor en avidez de una pequeña riqueza. ¿Soy yo acaso, Maestro? Formulas zalameras que querrían esconder su realidad. Tú lo has dicho. No era necesario, pero tú haces que tu palabra se convierta en realidad de traición.


Espanta que nosotros podamos parecernos a él; que traicionemos a Jesús. Incluso después de tantos años con él. La ideología que se convierte en afán de riqueza, aunque sea pequeño, doblega todo lo que podamos llevar en el camino. Señor, por favor, apártanos de ello. Que nunca te traicionemos. Quedarnos tomando vinos cuando tú eres arrastrado a la cruz, quedarnos con la boca llena como Pedro, cuando nuestra realidad es miedosa y negadora, ser fuertes buscado sentarnos entre los primeros puestos, apartar a la gente porque pensamos que te molestan. Ese es nuestro propio estar en el camino de tu seguimiento, todo eso es una de las posibilidades, aunque solo sea parcial u ocasión de un momento, pero, por favor, Señor, que no te vendamos por treinta monedas. Que nunca te traicionemos como Judas Iscariote.


Escúchame con tu gran bondad el día de tu favor, ahora que preparas la cena de Pascua en la que tú mismo ofrecerás como alimento tu carne y tu sangre que serán derramadas el Viernes Santo. Mi momento está cerca, dices, y deseas celebrar esa Pascua con nosotros. Podíamos haberlo adivinado en el correr de los salmos, los cuales nos muestran cómo se iba a dar en ti el cumplimiento de lo que en ellos rezaste. Aguantarás afrentas. La vergüenza cubrirá tu rostro. Serás extraño para tus hermanos. La afrenta destrozará tu corazón, y desfallecerás. Te echarán hiel en la comida. En tu sed te darán vinagre. Mas nunca perderás esa certeza que te hace ser: la de que tu Padre jamás te ha de abandonar.

Tu lengua será de iniciado. En medio del abandono, sin embargo, sabrás decir al abatido una palabra de aliento. Me espabilarás el oído para que escuche tu palabra. Me abrirás el oído. No seré, simplemente, carne abstracta, sino que mi cuerpo se abrirá para que tu palabra penetre en mi interior y me convierta en carne oyente de tu carne sufriente. En tu sufrimiento no dejarás de hablarme con tu palabra, y yo, en el cuerpo de mi carne, no dejaré de escucharla. Tu Padre no te abandonará, por eso no sentirás los ultrajes. Bueno, los sentirás hasta lo más profundo de tu alma, ero no te abatirán, todavía te quedará palabra para mí, para que penetre en mi interior y me transforme a tu mismo ser. Mirad. El Señor Dios, su Padre, le ayuda, ¿quién le condenará? Buscaremos al Señor allá donde está; allá donde se presta a nosotros: camino de la cruz. Mas, ¿porqué colgado del madero? ¿Qué ha hecho? Muere por nosotros, para nuestra salvación- Nosotros ayudamos a que hiciera esa camino de sufrimiento y de muerte, pero él no lo retiene para nuestra condena, sino que se hace instrumento de salvación que nos libra del pecado y de la muerte eterna.


Comentario a la liturgia del día http://www.archimadrid.org/




martes, 19 de abril de 2011

LA PASIÓN DE CRISTO: UNA HISTORIA DE AMOR

¿Quién Es Jesús?


Si Visitas cualquier parte del mundo hoy y hablas con los que profesan cualquier religión, no importa qué tan dedicados sean a su propia religión, si conocen los hechos históricos, tendrán que reconocer que nunca ha habido un hombre como Jesús de Nazaret. Él tiene la personalidad más singular de todos los siglos.


Jesús cambió el curso de la historia. Aún hoy, la fecha que llevan los periódicos que lees, dan testimonio del hecho que Jesús de Nazaret vivió en la tierra hace casi 2.000 años.

Su Venida Fue Predicha

Cientos de años antes del nacimiento de Jesús, las Sagradas Escrituras[la Biblia], predecían, mediante las palabras de los grandes profetas de Israel, la venida de Jesús. El Antiguo Testamento, escrito por varios autores durante un período de 1.500 años, contiene más de 300 profecías con los detalles de su venida. Cada una de ellas se cumplió durante la vida, muerte, y resurrección de Jesús, exactamente como lo predijeron los profetas.

La vida que Jesús vivió, los milagros que Él hizo, las palabras que habló, Su muerte en la cruz, Su resurrección, Su ascensión al cielo todo ésto señala al hecho de que Él no fue meramente un hombre, sino más que un hombre. Jesús dijo: "Yo y mi Padre uno somos." (San Juan 10:30), "El que me ha visto a mi, ha visto al Padre." (San Juan 14:9). "Nadie viene al Padre sino por mi" (San Juan 14:6).

Su Mensaje Produce Cambios


Considera la vida y la influencia de Jesucristo, y notarás que su mensaje siempre produce grandes cambios en la vida de hombres y naciones. Dondequiera que ha llegado Su mensaje, la santidad del matrimonio, la posición de la mujer y su derecho a votar, han sido reconocidos; muchas instituciones de enseñanza superior han sido establecidas; se han promulgado leyes que impiden el abuso de los trabajadores y de los niños; la esclavitud ha sido erradicada, y multitud de otros cambios han sido logrados para el bien de la humanidad.

Transformación de la Vida de un Ateo

Lew Wallace, un famoso general y genio literario, era un conocido ateo. Por dos años, el Sr. Wallace estudió en las bibliotecas principales de Europa y de los Estados Unidos, buscando información para escribir un libro que destruyera para siempre el cristianismo. Mientras se dedicaba a escribir el segundo capítulo de tal libro, repentinamente se halló de rodillas en el piso, clamando a Jesús y diciendo, "Señor mío y Dios mío."

Ante la evidencia sólida e irrefutable, Wallace ya no podía negar que Jesucristo era el Hijo de Dios. Más adelante en su vida, el Sr. Lew Wallace escribió la conocida novela "Ben Hur", que es reconocida como una de las principales obras que tratan el tema de los tiempos de Cristo.
Igualmente, el ya fallecido C.S. Lewis, profesor de Filosofía en la Universidad de Oxford, Inglaterra, era un agnóstico que por muchos años negó la deidad de Cristo. Sin embargo, él también, después de estudiar la avasalladora evidencia sobre la deidad de Jesucristo, por honradez intelectual, se rindió a El reconociéndolo como su Dios y Salvador personal.


¿Señor, Mentiroso, O Lunático?


En su famoso libro titulado "Cristianismo y Nada Más" [Mere Christianity], el Profesor. C. S. Lewis dice lo siguiente: "El hombre que siendo solamente hombre, diga las cosas que Jesús dijo, no sería un gran maestro de moral; sería un lunático en el nivel de hombre enfermo de vanidad y orgullo, o el mismo diablo del infierno. Tu tienes que escoger; este era y es el hijo de Dios, o fue un loco o algo peor. Lo puedes tomar por un demonio o puedes caer a sus pies y llamarlo Señor y Dios, pero nunca vengas apoyando la idea absurda de que El fue solamente un gran maestro moral. Él no nos ha dejado esa opción. Ese no ha sido Su propósito".


Y para ti, ¿quién es Jesús? Tu vida en esta tierra y por la eternidad es afectada por la respuesta que quieras dar a esta pregunta.


Si quitáramos a Buda del budismo, y a Mahoma del islamismo y de igual manera, si quitáramos a los varios fundadores de religiones de los sistemas que crearon, notaremos que muy poco o nada cambia. Sin embargo, si quitáramos a Jesucristo del cristianismo, no quedaría nada, ya que el cristianismo no es una filosofía ni un sistema ético, sino una relación personal con el Salvador resucitado, que vive para siempre.


Un Fundador Resucitado

Ninguna otra religión asevera que su fundador haya resucitado de entre los muertos. El cristianismo es único en este aspecto. Todo argumento sobre la validez del cristianismo se sostiene o cae en la evidencia de la resurrección de Jesús de Nazaret.
Muchos grandes eruditos han creído, y siguen creyendo, en la resurrección de Jesucristo. Después de examinar las evidencias sobre la resurrección, según las presentan los escritores de los evangelios, el fallecido Simón Greenleaf, considerado una autoridad en jurisprudencia en la Escuela de Leyes de la Universidad de Harvard, llegó a esta conclusión: "Por lo cual, sería imposible que ellos hubieran persistido en afirmar las verdades que nos narran, si Jesús no hubiera realmente resucitado de entre los muertos; y si no hubieran sabido este hecho tan ciertamente como podían conocer cualquier otro hecho."

El señor John Singleton Copley, reconocido como una de las más grandes mentes jurídicas en la historia de la Gran Bretaña, comentó: "Yo creo conocer muy bien en que consiste una evidencia, y les digo, que, evidencia tal como la que ofrece la resurrección de Jesucristo, nunca ha sido derrotada."

Personalmente nunca me he encontrado con una persona que haya considerado la avasalladora evidencia respecto de Jesús de Nazaret y que no admita que sea Hijo de Dios. Hay algunos que no creen, pero son sinceros en confesar que "No me he tomado el tiempo para leer la Biblia ni para considerar los hechos históricos acerca de Jesús".


La Expresión Visible del Dios Invisible
Considera estos pasajes tomados de la Biblia, respecto de Jesús:
  • "Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles" (Colosenses 1:15,16).
  • "Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra" (Efesios 1:9,10).
Un Señor que Vive

Debido a la resurrección de Jesucristo, sus seguidores no simplemente se complacen en seguir el código ético de un fundador muerto, sino que hoy pueden tener una relación personal con un Salvador que vive. Jesucristo vive hoy y anhela vivir y obrar en las vidas de aquéllos que confían en Él y le obedecen. Blas Pascal, el célebre físico y filósofo francés, señaló la necesidad que tiene el hombre de conocer y tener a Jesucristo, diciendo, "En el corazón de todo hombre existe un vacío con la figura de Dios, que no puede ser llenado con ninguna cosa creada sino por Dios mismo, el Creador, revelado en Jesucristo".

¿Quisieras conocer personalmente a Jesucristo? Sí, es posible. Aunque esto te parezca presuntuoso o atrevido, el Señor Jesús desea establecer contigo una relación cariñosa. Él lo anhela tanto, que estuvo dispuesto a hacer todos los arreglos para hacerlo posible. Ahora, la única barrera que nos impide disfrutar de esta extraordinaria relación es el ignorar quién es Jesús e ignorar lo que É1 ha hecho por nosotros.. por ti.


Fuente: www.integridad.com/lapasiondecristo/jesus.php

lunes, 18 de abril de 2011

LUNES SANTO

¿Nos habíamos olvidado de él?, pues bien, la liturgia nos lo recuerda machaconamente tanto hoy como el Martes y el Miércoles Santo: Judas Iscariote está en nuestro horizonte; es una de nuestras posibilidades; una de las figuras de la Pasión, desde la que podemos ver todo lo que aconteció en aquellos días, figura la más horrible, pero que de ningún modo podemos olvidar, aunque, por supuesto, tampoco debemos quedar fascinados por la negrura de su ser. Su aparición extemporánea es una llamada de atención a que no olvidemos nunca la fragilidad de nuestra naturaleza, que ponemos en las mismas manos de Dios, como pedimos en la oración colecta, a lo que añadimos que levante nuestra vida en-esperanza.







Mas, una vez hecha esta introducción a estos tres días Santos, toda nuestra mirada se dirige al Siervo de Dios, su preferido, sobre quien ha puesto su espíritu. En su fragilidad asombrosa, se dejará hacer, mas ni vacilará ni se quebrará. El Dios de la magnificencia, que hizo cielo y tierra, le ha llamado, lo ha formado y cogido de la mano, para que abra los ojos de los ciegos, saque a los cautivos de las prisiones y de la obscuridad de las mazmorras. Porque en él está la salvación. Su fragilidad cuidará de la nuestra. En él, quienes nos asaltan para devorar nuestras carnes, tropiezan y caen. Él es nuestro salvador.






Seis días antes de la Pascua, de nuevo nos encontramos con Jesús en la casa de Marta y María, y ahí está Lázaro a la mesa, devuelto a la vida, como signo de nuestra propia resurrección. Le ofrecen en ella una cena. Marta servía. María, siempre a lo suyo —y lo suyo es la contemplación del Señor—, unge los pies de Jesús con una libra de perfume de nardo. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Fragancia de Cristo. El buen olor llega hasta nosotros. Nunca perfume tan costoso ha durado tanto, de modo que todavía llega su fragancia hasta nosotros, indicándonos dónde está el Señor. No es olor de muerte, sino de vida. María no lo sabe, pero ese perfume es primicia de los que ungirán el cuerpo de Jesús muerto, bajado de la cruz. Fragancia de su cuerpo en el sepulcro. Porque es ya desde ahora frescura del cuerpo resucitado.






Esa fragancia del perfume de María nos señala un horizonte que es el contrapunto del de Judas Iscariote. Horizonte de vida el uno; de muerte el otro. Uno, con su acto de traición parece tener solo como final el árbol descarnado, no el madero santo. La otra, en cambio, enjugando los pies del Señor con su cabellera, nos indica nuestro tocar santo al Señor, porque no solo seguiremos el camino de Pasión de Jesús esta Semana Santa, sino que tocaremos su cuerpo, como María, la hermana de Marta, como María, la madre de Jesús, que sostendrá el cuerpo de su Hijo, recién bajado del madero, como aquellos que recogerán el cuerpo muerto para ponerlo en una tumba que nunca había sido utilizada hasta entonces, como quienes ungirán su cuerpo para embalsamarlo. Y nuestra casa, que es la Iglesia de Dios, se llenará de su fragancia. Una fragancia que perdurará para siempre. Hasta el punto de que ese olor santo será signo indeleble de que esa Iglesia es la Iglesia de Cristo, de que vive en plenitud de la santidad de su Palabra y de sus Sacramentos.


¿Por cuál de los dos horizontes posibles nos decantaremos?

Comentario a la liturgia del día de Archimadrid





sábado, 16 de abril de 2011

PREPARANDO LA LITURGIA DEL DOMINGO DE RAMOS

Evangelio


Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:


«Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta:


«Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila».


Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada.


Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!»


Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: «¿Quién es éste?» La multitud contestaba: «Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

Mt 21, 1-11
 
Para resucitar



El próximo domingo escucharán dos textos del Evangelio. En el primero, se narra la entrada de Jesús en Jerusalén, y con ella se nos invita a participar en una entrañable escenificación, en la que también nosotros acompañaremos a Jesús con palmas y ramos de olivo. Con los cantos que nos propone la liturgia para ese acto y los que la religiosidad popular ha conservado, las comunidades cristianas aclaman a Jesús como lo hizo la multitud en Jerusalén: «¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!»


A pesar de estos títulos, todo se hace sin pompa, para que nuestro homenaje a Jesús tenga el mismo tono del relato evangélico. El Señor, para que se cumpla la Escritura, aparece montado en un borrico y rodeado del afecto jubiloso de los que le aclaman. De ese texto, que le da nombre y clima al Domingo de Ramos, se puede decir que preludia pasión -a eso sube Jesús a Jerusalén-; pero también anuncia resurrección, porque ese triunfo, aunque momentáneo y quizás efímero, ya recuerda la victoria del Señor resucitado.


Pasado ese humilde momento de gloria, ya en la Eucaristía, se escucha en los templos la Pasión, este año según San Mateo, el evangelio que presenta a Jesús como el Señor del Reino. Mateo se encarga de poner de relieve que «esto sucedió para que se cumpliesen las Escrituras de los profetas». Es su forma de decir que Jesús es siempre el Señor, aunque lo veamos en una frágil apariencia y en situación de debilidad.


En la Pasión según San Mateo, se nos muestra el amor sin límites de Jesús. Toda ella es un acontecimiento de docilidad filial al Padre y de solidaridad fraterna con los hombres, como se pone de relieve en la institución de la Eucaristía, con la que empieza el relato, en la que Jesús anticipa el misterio de su muerte. En el pan entregado y en la sangre derramada, su Pasión es un don, y sus sufrimientos en la cruz son una entrega total de sí mismo. Tras la Cena Pascual celebrada por Jesús con sus discípulos, vendrá un recorrido dramático en el que podemos contemplar a Jesús como varón de dolores, que termina muriendo por nosotros y por nuestra salvación. Y, tras la Cruz, viene el sepulcro, donde germina la esperanza. Pero ésa es otra historia, muy unida a ésta, que enseguida tendremos que contar.


Esta semana lo que toca es contemplar a Jesús, como dice san Ignacio en los Ejercicios espirituales, como si su divinidad estuviese escondida. ¿Quién pensaría que Jesús es el Hijo de Dios en cada uno de los crueles y humillantes pasos de su Pasión, o en la contemplación de Jesucristo en la cruz, con su corazón traspasado? Como es una semana densa en meditación, les animo a entrar en ella con una lectura pausada y orante de la Pasión según el evangelista Mateo. Seguro que encontrarán los tesoros que están escondidos en esas situaciones que está viviendo Jesús.


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

viernes, 15 de abril de 2011

VIERNES DE DOLORES

LOS DOLORES DE MARIA EN LA TRADICION DE LA IGLESIA






"Marchesse, en su “Diario de María”, refiere una antigua tradición según la cual esta devoción comenzó en los tiempos apostólicos. Pocos años después, dice, de la muerte de María, cuando San Juan seguía llorándola, plugo a Nuestro Señor manifestársele acompañado de su Madre. Los Dolores de María y sus frecuentes visitas a los Santos Lugares de Pasión, era motivo continuo de las meditaciones del Evangelista, como quien había sido quince años hijo-custodio de la Madre de Jesús, a la cual oyó que, como pago de aquel fiel recuerdo, había solicitado de su Hijo una gracia especial en favor de cuan­tos con igual fidelidad conmemorasen los dolores sufridos por ella. Nuestro Señor accedió a la petición de su Madre, otorgando cuatro gracias especiales a los que practicasen esta devoción, a saber, alcanzar, algún tiempo antes de morir, perfecta contrición de todos sus pecados; una especial asis­tencia a la hora de la muerte; grabar profundamente en su espíritu los misterios de la Pasión, y una eficacia especial de cuanto en su recuerdo se pidiese María. En el séptimo libro de sus Revelaciones, refiere Santa Brígida que en Santa María la Mayor, en Roma, se le manifestó el inmenso aprecio que en el cielo se hacía de los dolores de la Santísima Virgen. A la Beata Benvenuta, religiosa dominica, le fue concedida la gracia de sentir en su alma el dolor que tuvo Nuestra Señora durante los tres días que creyó perdido al Niño Jesús. De la Beata Verónica de Binasco, refieren los Bolandistas que Nuestro Señor le dijo que las lágrimas derramadas por los do­lores de su Madre le eran más agradables que las derramadas por su Pasión.






En su Historia de los Servitas, refiere Gianio que, elegido Inocencio IV Papa, miró con cierta prevención aquel Instituto, recién fundado por entonces junto a Florencia. Deseoso de proceder con toda circunspección en el asunto, encargó examinarlo a San Pedro Mártir, religioso dominico, el cual, durante su tarea, tuvo una visión: En la cima de una montaña elevada, florida y bañada de viva luz, se le apareció la Madre de Dios en un trono y rodeada de ángeles que ofrecían guirnaldas de flores, y siete azucenas de singular blancura que la Santísima Virgen estre­chó un momento en su pecho, tejiéndolas luego como corona y ciñéndosela a su cabeza. Estas siete azucenas, según la interpretación de San Pedro Mártir, figuraban los siete fundadores de la Orden de los Servitas, a quienes la misma Santísima Virgen había inspirado la idea de crear un Instituto nuevo para el culto de los dolores por ella sufridos en la pasión y muerte de Jesús. Un día que Santa Catalina de Bolonia lloraba meditando los dolores de la Santísima Virgen, vio de pronto a su lado dos ángeles que lloraban con ella. Todo un libro voluminoso pudiera llenarse con la historia de visiones y revelaciones relativas a los dolores de María: quien busque documentación copiosa la encontrará en el Diario de María del oratoriano Marchesse, y en el Martirio del Corazón de María, del jesuita Sinischalchi.

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jueves, 14 de abril de 2011

LA SANTIDAD Y LAS COSAS EXTRAORDINARIAS

Además, el Papa ha subrayado que la santidad "no es sólo fruto de un esfuerzo personal, sino también de la acción de Jesús Resucitado que desde el interior, comunica y transforma" y que "la raíz última de la santidad está en la gracia del bautismo".


El Papa ha destacado que "muchas veces se ha pensado que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos" y ha asegurado que Dios "llama a todos porque en el centro del diseño de Dios está Cristo que se ha hecho cercano, visible para que cada uno pueda alcanzar su plenitud de gracia y de verdad".

Ante más de 11.000 peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, Benedicto XVI ha destacado que la santidad "no es otra cosa que la caridad vivida plenamente" aunque ha recordado que "para que esta caridad crezca en el alma" es necesario "escuchar con gusto la palabra de Dios y cumplir su voluntad.


El Pontífice ha insistido en que, para alcanzar la santidad, es importante "la participación frecuente en los sacramentos, el apoyo en la oración, el abnegado servicio a los hermanos y la práctica de cada una de las virtudes".

Asimismo, ha recordado que la Iglesia tiene "una gran cantidad de Santos que han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana" y ha destacado que estos demuestran "que es posible para todos recorrer este camino porque los santos son rostros concretos de cada pueblo, lengua y nación que pertenecen a cada pueblo, lengua o nación".

Por todo ello, el Papa ha invitado a todos los cristianos a "abrirse sin miedo a la acción del Espíritu Santo que transforma la vida para responder a la vocación de la santidad, a la que el Señor llama a todos los bautizados". Según ha explicado el Pontífice, la santidad "es la medida misma de vida cristiana".

Finalmente, Benedicto XVI ha pedido a los fieles que "no tengan miedo de mirar hacia lo alto, hacia la mirada de Dios ni tengan miedo de que Dios les pida demasiado sino que se dejen guiar en cada acción cotidiana por su Palabra".
Fe y Razón




miércoles, 13 de abril de 2011

YEMAS Y CENIZA

No piensen que se trata de las famosas y riquísimas yemas de San Leandro sino de otras yemas: las de los dedos.

Me cuenta una de mis hermanas que trabaja con discapacitados profundos en un hospital de los Hermanos de San Juan de Dios que en el grupo en que ella está, solo se mantiene en pie una niña alta y grande pero que sólo camina si le ofrecen un dedo para agarrarse.
Ese contacto mínimo hace que se sienta segura y capaz de andar pero si le quitan el dedo, se queda quieta y no hay manera de que vuelva a moverse. Últimamente han descubierto que no necesita ver el dedo tendido y agarrarse a él: le basta sentirlo en su espalda para ponerse a caminar.

En el fondo es a lo que se dedicó Jesús toda su vida, desde que creció y sus manos fueron lo suficientemente grandes como para que se agarraran a ellas toda aquella gente que necesitaba sentirse sostenida: les bastaba el roce de la yema de su dedo (su palabra, su mirada, su ternura…), para que se despertara en lo más hondo de ellos mismos la energía secreta que les ponía en pie y les hacía capaces de moverse: soltaban redes, daban un brinco fuera de la cuneta como Bartimeo, repartían como Zaqueo sus dineros, tocaban el borde de su manto y se sentían de nuevo vivos y en camino.


Podríamos en esta cuaresma reconvertir la ceniza en yemas, viviendo atentos para descubrir quiénes necesitan sentir el apoyo de nuestro dedo en forma de ánimo, apoyo, afecto o acogida.

Qué espléndido remedio a la vez para espantar quejas, pretendidos agravios o resquemores que a veces pululan por nuestro interior y sustituirlos por el agradecimiento a esos dedos en nuestra espalda que nos permiten cada día creer en nosotros mismos y desplegar lo mejor que somos.

“Tu fe te ha salvado”, decía Jesús. “Y la yema de los dedos de mis hermanos en mi espalda”, podríamos responderle cada uno de nosotros.



Dolores Aleixandre