sábado, 31 de agosto de 2013

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando.

Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola:

«Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos;  y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.»










En lo que hagas, ¡sé modesto!


El inicio del Evangelio de este domingo nos ayuda a corregir un prejuicio sumamente difundido. «Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente». Al leer el Evangelio desde un cierto punto de vista, se ha acabado haciendo de los fariseos el modelo de todos los vicios: hipocresía, doblez, falsedad; los enemigos por antonomasia de Jesús. Con estos significados negativos, el término «fariseo» ha pasado a formar parte del diccionario de nuestra lengua y de otras muchas.

Semejante idea de los fariseos no es correcta. Entre ellos había ciertamente muchos elementos que respondían a esta imagen y Cristo se enfrenta duramente con ellos. Pero no todos eran así. Nicodemo, que va a ver a Jesús de noche y que después le defiende ante el Sanedrín, era un fariseo (Cf. Juan 3,1; 7, 50 y siguientes). También era fariseo Saulo, antes de la conversión, y era ciertamente una persona sincera y celosa, aunque todavía no estaba bien iluminado. Fariseo era Gamaliel, quien defendió a los apóstoles ante el Sanedrín (Cf. Hechos 5, 34 y siguientes).

Las relaciones de Jesús con los fariseos no fueron sólo conflictivas. Compartían muchas veces las mismas convicciones, como la fe en la resurrección de los muertos, en el amor de Dios y el compromiso como primer y más importante mandamiento de la ley. Algunos, como en nuestro caso, incluso le invitan a comer en su casa. Hoy se considera que más que los fariseos, quienes quisieron la condena de Jesús fueron los saduceos, a quienes pertenecía la casta sacerdotal de Jerusalén.

Por todos estos motivos, sería sumamente deseable dejar de utilizar el término «fariseo» en sentido despreciativo. Ayudaría al diálogo con los judíos que recuerdan con gran honor el papel desempeñado por la corriente de los fariseos en su historia, especialmente tras la destrucción de Jerusalén.

Durante la comida, aquel sábado, Jesús ofreció dos enseñanzas importantes: una dirigida a los «invitados» y otra al «anfitrión». Al dueño de casa, Jesús le dijo (quizá cara a cara o en presencia sólo de sus discípulos): «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos…». Es lo que hizo el mismo Jesús, cuando invitó al gran banquete del Reino a los pobres, a los afligidos, a los humildes, a los hambrientos, a los perseguidos (las categorías de personas mencionadas en las Bienaventuranzas).

Pero en esta ocasión quisiera detenerme a meditar en lo que Jesús dice a los «invitados». «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar…». Jesús no quiere dar consejos de buena educación. Ni siquiera pretende alentar el sutil cálculo de quien se pone en última fila, con la escondida esperanza de que el dueño le pida que se acerque. La parábola en esto puede dar pie a equívoco, si no se tiene en cuenta el banquete y el dueño de los que Jesús está hablando. El banquete es el universal del Reino y el dueño es Dios.

En la vida, quiere decir Jesús, escoge el último lugar, trata de contentar a los demás más que a ti mismo; sé modesto a la hora de evaluar tus méritos, deja que sean los demás quienes los reconozcan y no tú («nadie es buen juez en su casa»), y ya desde esta vida Dios te exaltará. Te exaltará con su gracia, te hará subir en la jerarquía de sus amigos y de los verdaderos discípulos de su Hijo, que es lo que realmente cuenta.

Te exaltará también en la estima de los demás. Es un hecho sorprendente, pero verdadero. No sólo Dios «se inclina ante el humilde y rechaza al soberbio» (Cf. Salmo 107,6); también el hombre hace lo mismo, independientemente del hecho de ser creyente o no. La modestia, cuando es sincera, no artificial, conquista, hace que la persona sea amada, que su compañía sea deseada, que su opinión sea deseada. La verdadera gloria huye de quien la persigue y persigue a quien la huye.

Vivimos en una sociedad que tiene suma necesidad de volver a escuchar este mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros lugares, quizá pisoteando, sin escrúpulos, la cabeza de los demás, son característica despreciadas por todos y, por desgracia, seguidas por todos. El Evangelio tiene un impacto social, incluso cuando habla de humildad y modestia.


P. Raniero Cantalamessa


viernes, 30 de agosto de 2013

¿AMOR O FE, O FE Y AMOR?

Es cierto que la fe mueve montañas (cfr. Lc. 17,6), pero también es verdad que si ella no está sustentada por la caridad, no sirve de nada (1Co 13,2). He ahí el gran dilema de una fe poderosa que es capaz de mover todo pero que por sí sola no es capaz de alcanzarnos la salvación. Ha sido el gran dilema de la teología y de los estudiosos de la Sagrada Escritura. ¿Cómo decir que creemos en un Dios que está vivo, que nos lleva a pronunciar su nombre con poder para sanar enfermos, expulsar demonios, pero que al mismo tiempo nos dice que esa fe si no está sustentada en el amor no sirve de nada? En múltiples ocasiones he tratado de dilucidar el tema y me encuentro con el difícil dilema que enfrenta a católicos y protestantes en el que los primeros afirman con el apóstol Santiago que la fe sin obras está muerta mientras que los protestantes afirman que la misma Escritura sostiene que es sólo la fe en Cristo Jesús la que nos alcanza la salvación.

Parecería que el mismo apóstol San Pablo se contradijera al hacer las dos afirmaciones: “Sólo la fe en Cristo Jesús nos salva” y “la fe sin amor está muerta”. Realmente no hay contradicción en las dos afirmaciones del apóstol, pues si bien es cierto que no son las obras las que nos salvan, puesto que nada podemos pagar a Dios para que nos otorgue algo que es enteramente gratuito de su parte, también es verdad que el amor es la mayor prueba de nuestra semejanza a Él. Lo que sucede es que el amor no hace parte de una contraprestación a la obra de Dios en el hombre sino consecuencia de la fe que le profesamos. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la tenacidad de la fe, capaz de realizar milagros, está sustentada en la caridad que brota del corazón creyente. Jesús supo combinar perfectamente estas dos virtudes: por un lado, creía firmemente en su Padre Dios, pero por otro, le amaba y amaba a todos los hombres de una manera realmente poderosa. La fe que profesaba el Señor no era sólo un asentimiento de su raciocinio a la voluntad de Dios sino también un inclinar de su corazón a lo que ese Dios le pedía. Fue su amor el que lo llevó a entregarse por el mundo y fue su fe la que lo levantó de la tumba. Para Él era muy claro que al invocar el nombre de Dios (fe) había que responder al mismo tiempo con el amor a su requerimiento (hacer la voluntad).

Es imperioso reconocer la estrecha relación que hay entre estas dos virtudes pues lo propio de un cristiano no es la mera filantropía, a la que está llamado todo ser humano, sino amor otorgado como un ministerio, es decir, ejercido directamente en el nombre de Dios puesto que todo cuanto hacemos lo hacemos movidos precisamente por el amor a Dios y el amor de Dios. La diferencia entre el amor cristiano y el amor humano es que el primero es producto del amor al hombre por Dios, mientras que el segundo es amor al hombre por el hombre mismo. En esa motivación es donde entra en juego la fe del hombre, que no es otra cosa que la respuesta personal que damos a la revelación de Dios. Ahí es donde se da la relación directa y personalizada de cada uno para conocer, amar y responder a la voluntad divina. Ciertamente creemos, de manera inequívoca, que la fe en Cristo Jesús es lo único que nos da la salvación, pero Él enseña además que esa fe en su palabra debe estar alimentada por una caridad perfecta, un amor verdadero, del que sólo Él es el maestro. No amamos para que Dios nos ame más o para que pueda salvarnos (la salvación no se compra ni se paga) pues de hecho nos ama aunque no lo amemos, pero tampoco creemos de manera pasiva, dejando la fe como un mero ejercicio mental de aceptación de unas verdades reveladas o de una persona revelada.

 El amor no antecede a la fe sino que le sucede a ella. No amamos para creer pero sí creemos para amar. Se puede amar sin tener fe, pero es imposible tener fe sin amar pues el amor es hermano simbiótico de la fe. Amor sin fe es mera filantropía, que sin ser mala es un puro instinto natural de amor entre semejantes; fe sin amor es fanatismo, que lleva al hombre a despreciar a los que no creen como él. Amor y fe es respuesta perfecta a un Dios que siendo intangible quiso hacerse hombre sólo para amarnos y enseñarnos a creer de verdad.

Juan Avila Estrada
en Aleteia

jueves, 29 de agosto de 2013

¿QUIERES ENTENDER UN POCO MÁS LA MISA?

Mira este vídeo:

martes, 27 de agosto de 2013

AL PARAÍSO BRONCEADA

Francesca Pedrazzini
“He tenido el privilegio de ver a mi mujer realizada”. Vincenzo Casella tiene cuarenta años y es abogado. En el 2000 se casó con Francesca Pedrazzini, profesora de derecho. Juntos tuvieron tres hijos: Cecilia de 11 años, Carlo de 8 y Sofía de 4. El 23 de agosto del año pasado Francesca murió a causa de un cáncer, tras una recaída grave e imprevista de una enfermedad diagnosticada dos años y medio antes.

Treinta meses de angustia (“Para mí, sobre todo por mi marido, mis hijos, mi familia, es algo que no puedo superar”, escribió en un mail), pero sobre todo de certeza: “Ella dijo que sí, se abandonó a Jesús”, dice su marido. De su historia, que continúa transformando a las personas que la escuchan, nació el libro “No tengo miedo”, escrito por Davide Perillo, director de la revista de Comunión y Liberación Tracce.

“Se ha ido al paraíso bronceada” repite el marido. “Habíamos vuelto hacía poco de pasar las vacaciones en Grecia; a pesar de la terapia durísima, Francesca quería disfrutar de su familia”. Vincenzo recuerda esos momentos todavía lleno de estupor: sin duda es lo más bello que le ha pasado en la vida. “Un milagro que no te lo puedes quitar de encima” dice. “Cuando los médicos me dijeron que le quedaban pocos días de vida caí en un estado de angustia terrible. No podía decírselo, temía que se derrumbara. Y yo con ella. Mientras me esforzaba en encontrar las mejores palabras para decírselo, ella me miró y me dijo: “Vince, ven aquí”. Me senté. “Mira, tienes que estar tranquilo”, continúa ella. “Yo estoy contenta. Estoy en paz, estoy segura de Jesús. No tengo miedo. Todo lo contrario, estoy nerviosa y siento curiosidad de ver lo que sucederá”.

Francesca era un río de vida: pidió que se le enterrase en Chiaravalle, recomendó que su hija fuese inscrita en la escuela media, pidió hablar con cada miembro de su familia. “Yo estaba allí, mirándola con los ojos como platos y sin palabras”, continúa Vincenzo. Quince minutos para cada uno, para explicar a los niños lo que estaba sucediendo: “Mirad, voy al paraíso. Es un sitio bellísimo, no os debéis preocupar. Sentiréis nostalgia, lo sé. Pero yo os veré y os cuidaré siempre. Y os lo pido, por favor, cuando vaya al paraíso tenéis que hacer una gran fiesta”.

Los hijos le tomaron la palabra: Sofía, la más pequeña, el día después de muerte le preguntó a su padre: “¿Cuándo hacemos la fiesta?”. Él, cogido por sorpresa, responde: “Es mañana, el funeral”. Explica Vincenzo: “Ha hecho una cosa que vale cincuenta años de educación de una madre”. Ha dejado una certeza que destruye todos los límites, todo lo que un padre puede comunicar a sus hijos.

Ahora, un año después, la presencia de Francesca está todavía vivía, la certeza mas límpida, la fe más sencilla: “En estos meses mucha gente ha venido a preguntar sobre mi mujer, me han pedido que transmita mi testimonio. Después surgió la posibilidad del libro. Digo que sí a lo que el Señor hace en mi vida, como mi mujer. Algunos me dicen: “Perdona si te hacemos hablar de esto, sé que es duro porque cada vez la herida se reabre”. Muchos piensan que para superar es necesario olvidar, pero para mí ha sido justo al contrario: más tengo presente esta experiencia, más paz tengo”.
Fuente: aleteia.org

domingo, 25 de agosto de 2013

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO


Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
Él respondió: «Entrad por la puerta estrecha, porque os aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta,  desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y él les responderá: “No sé de dónde sois”.
Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde sois; ¡apártos de mí todos los que hacen el mal!”
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

Palabra del Señor.



Entrar por la puerta estrecha


Existe un interrogante que siempre ha agobiado a los creyentes: ¿son muchos o pocos los que se salvan? En ciertas épocas, este problema se hizo tan agudo que sumergió a algunas personas en una angustia terrible. El Evangelio de este domingo nos informa de que un día se planteó a Jesús este problema: «Mientras caminaba hacia Jerusalén, uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?"». La pregunta, como se ve, trata sobre el número, sobre cuántos se salvan: ¿muchos o pocos? Jesús, en su respuesta, traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la puerta estrecha».

Es la misma actitud que observamos respecto al retorno final de Cristo. Los discípulos preguntan cuándo sucederá el regreso del Hijo del hombre, y Jesús responde indicando cómo prepararse para esa venida, qué hacer en la espera (Mt 24, 3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña o descortés. Sencillamente es la manera de obrar de alguien que quiere educar a sus discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas que apasionan a la gente a los verdaderos problemas que importan en la vida.

En este punto ya podemos entender lo absurdo de aquellos que, como los Testigos de Jehová, creen saber hasta el número preciso de los salvados: ciento cuarenta y cuatro mil. Este número, que recurre en el Apocalipsis, tiene un valor puramente simbólico (12 al cuadrado, el número de las tribus de Israel, multiplicado por mil) y se explica inmediatamente con la expresión que le sigue: «una muchedumbre inmensa que nadie podría contar» (Ap 7, 4.9).

Además, si ese fuera de verdad el número de los salvados, entonces ya podemos cerrar la tienda, nosotros y ellos. En la puerta del paraíso debe estar colgado, desde hace tiempo, como en la entrada de los aparcamientos, el cartel de «Completo».

Por lo tanto, si a Jesús no le interesa tanto revelarnos el número de los salvados como el modo de salvarse, veamos qué nos dice al respecto. Dos cosas sustancialmente: una negativa, una positiva; primero, lo que no es necesario, después lo que sí lo es para salvarse. No es necesario, o en cualquier caso no basta, el hecho de pertenecer a un determinado pueblo, a una determinada raza, tradición o institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador. Lo que sitúa en el camino de la salvación no es un cierto título de propiedad («Hemos comido y bebido en tu presencia...»), sino una decisión personal seguida de una coherente conducta de vida. Esto está más claro aún en el texto de Mateo, que contrapone dos caminos y dos entradas, una estrecha y otra ancha (Mateo 7, 13-14).

¿Por qué a estos dos caminos se les llama respectivamente el camino «ancho» y el «estrecho»? ¿Es tal vez el camino del mal siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y fatigoso? Aquí hay que estar atentos para no caer en la frecuente tentación de creer que todo les va magníficamente bien, aquí abajo, a los malvados, y sin embargo todo les va siempre mal a los buenos. El camino de los impíos es ancho, sí, pero sólo al principio; a medida que se adentran en él, se hace estrecho y amargo. Y en todo caso es estrechísimo al final, porque se llega a un callejón sin salida. El disfrute que en este camino se experimenta tiene como característica que disminuye a medida que se prueba, hasta generar náusea y tristeza. Ello se ve en ciertos tipos de ebriedades, como la droga, el alcohol, el sexo. Se necesita una dosis o un estímulo cada vez mayor para lograr un placer de la misma intensidad. Hasta que el organismo ya no responde y llega la ruina, frecuentemente también física. El camino de los justos en cambio es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón.


P. Raniero  Cantalamessa

jueves, 22 de agosto de 2013

NUESTRO PROPIO PEDESTAL

No es esta…, la primera vez que escribo sobre el tema de nuestro pedestal, de ese pedestal que todos consciente o inconscientemente nos créalos, para montarnos encima de él y que todo el mundo admire nuestra valía. Todos tenemos un ego, el cual necesita un pedestal para encumbrarse. Nuestro ego, siempre se alimenta más de vicios que de virtudes, y entre los vicios el suyo preferido es la vanidad que es el elemento que más le alimenta. La vanidad es un vicio y como todo vicio resulta imposible transaccionar con él, no cabe posibilidad de parlamentar para transaccionar, y además para nuestro bien nunca es conveniente. Ya nuestro Señor, nos avisó de la imposibilidad de jugar con dos barajas: "13 Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero”. (Lc 16,13).
           
Nuestro  ego, hemos de tratar de contenerlo, porque su apetencias y deseos son tremendos, sobre todo en almas, que nunca han cogido las riendas de sus vidas en sus manos y se las han entregado a los deseos de su cuerpo y de su ego, el cual sin rienda que lo sujete siempre se desboca. Para su mejor funcionamiento, todo ego, necesita un pedestal que cuanto más alto sea más satisfecho se encontrará nuestros ego. Y como ya hemos escrito, consciente o inconscientemente, todo ser humano nos creamos nuestro propio pedestal, atendiendo a los deseos que le demanda nuestro ego.
         
   La vanidad humana es el alimento, de nuestro propio ego, y del ego de todo el mundo, porque  todos somos vanidosos unos más y otros menos, pero todos deseamos sacar la cabeza y si es posible el cuerpo también, de la superficie de este mar de angustias y tristezas en que vivimos y que llamamos mundo. Y para ello necesitamos un pedestal lo más alto posible, porque sí no lo tenemos viviremos en la humildad, lo cual nos horroriza, porque de una forma subliminal, asociamos la humildad con la pobreza, de la misma forma que el orgullo de ser rico lo asociamos a la soberbia. Es decir, la dicotomía; pobreza y riqueza, corre paralela a la dicotomía; humildad y soberbia, y a su vez con la dicotomía; virtud y vicio.
         
   Nadie ignora y si lo ignora ahora se puede enterar de ello, que la humildad es la madre de todas las virtudes. No existe virtud alguna que no necesite para su existencia de la humildad, y si en la virtud de que se trate, no media la humildad, , estaremos siendo titulares de una falacia de virtud. A sensu contrario, la soberbia humana, es la madre y el padre de todo vicio, no existe vicio alguno que no esté enraizado en la soberbia.
           
Lo escrito hasta aquí, poniendo en paralelo las tres dicotomías antes enunciadas, no le autoriza a nadie a pensar que el pobre sea humilde y el rico sea soberbio. A lo largo de mi vida, que ya empieza a ser demasiado dilatada, he visto pobres, con más orgullo que Don Rodrigo en le horca, y ricos, superricos millonarios, cogiendo siempre los transportes públicos, porque había que ahorrar. Claro que una cosa laudable es no tener afecto al dinero y otra el no gastarlo por tacañería. Y es que el ser humano, cuando se entrega a Dios, es una criatura asombrosa y es asombrosa, porque no olvidemos que ella sale de la mano de Dios y todo lo que sale de la manos de Dios es bueno, pero cuando a lo creado por Dios, Él le da la libertad de elección entre el bien y el mal, es cuando si se escoge el mal rompemos con los deseos divinos y nos lanzamos a las tinieblas. Pero no por ello, es malo el libre albedrío, porque si rehusamos el mal y nos entregamos al bien accedemos al camino de la Luz al final del cual nuestro Creador nos espera con los brazos abiertos.
            No cabe duda de que la gran mayoría de los seres humanos buscan la riqueza material, y para ello necesitan de un pedestal, porque cuanto más logren sobresalir sobre los demás, mayores posibilidades se tienen,  de lograr más riqueza material. Y este pedestal para nosotros para los que de verdad amamos, si amamos al Señor, necesitamos destruirlo, antes de que él nos destruya a nosotros, porque nosotros tenemos cuerpo y alma, y por lo tanto una vida material y otra espiritual. Y en contra de los que muchos piensan, la vida de nuestra alma debe de estar muy por encima de la vida de nuestro cuerpo, entre otras razones la más elemental de ellas, nos dice que nuestro cuerpo es mortal y nuestra alma es inmortal. Por lo que más nos vale prepararnos para vivir en una eternidad, que para vivir una decena de años que pasan como un soplo.
            En el libro de Job podemos leer: “7 Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la felicidad. 8 El ojo que ahora me mira, ya no me verá; me buscará tu mirada, pero ya no existiré.9 Una nube se disipa y desaparece: así el que baja al Abismo no sube más. 10 No regresa otra vez a su casa ni el lugar donde estaba lo vuelve a ver”. (Job 7,7) Y en los salmos podemos leer: "6* Me concediste un palmo de vida,/mis días son nada ante ti;/el hombre no dura más que un soplo,/ el hombre pasa como una sombra,/por un soplo se afana/atesora sin saber para quien”. (Sal 38,6-7).
            La destrucción de nuestro pedestal es difícil de realizarla, aunque el modo de hacerlo sea muy simple.
Ya hemos dicho antes que la alimentación del cualquier pedestal está en el ego, y este tiene un alimento que es la vanidad. Y ¿Qué es la vanidad? Para contestar a esta pregunta, menciono una serie de afirmaciones de santos y escritores que nos dicen lo que ellos entienden por vanidad:
  • El amor propio y la vanidad nos hace creer que nuestros vicios son virtudes y nuestras virtudes, vicios. Jacinto Benavente
  • El deporte es la mayor escuela de vanidad. Georges Duhamel
  • El epitafio es la postrera vanidad. Axel Oxenstierna
  • La más segura cura para la vanidad es la soledad. T. Wolfe
  • El que es débil por naturaleza o ignorante por pereza puede todavía sostener su vanidad con el nombre de crítico. Samuel Johnson
  • La misma vanidad nos lleva a eternizar nuestra memoria y nos hace imaginar más allá de la tumba la mentira de la otra vida. Plino el Joven
  • La vanidad es el amor propio al descubierto. Bernard Le Bouvier de Fontenelle
  • La vanidad es el enemigo nato de la serenidad y de la reflexión sensata. Adolfo Kolping
  • La vanidad nos pierde, nos empobrece. Bonifacio
  • La vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados. Ernesto Sábato
  • La vanidad es un mendigo que pide con tanta instancia como la necesidad, pero mucho más insaciable. Benjamin Franklin
  • La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aún a nuestro interés. Jacinto Benavente
  • ¿Queréis libraros de algunos importunadores que os llaman amigos? Pedidles un favor que no satisfaga su vanidad. N. Tommaseo
  • Vale más consumir vanidades de la vida, que consumir la vida en vanidades. Sor Juana Inés de la Cruz 
  • Vanidad exterior es indicio de pobreza interior. Refrán español
  • Vanidad de vanidades y todo vanidad, si no es amar y servir a Dios solamente. Tomas de Kempis
            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
 
Juan del Carmelo en ReL

miércoles, 21 de agosto de 2013

ESCLAVOS... VENDO ESCLAVOS

¡Libertad! ¡Libertad! Gritaban las masas mientras se metían en las celdas de la cárcel. En ocasiones parece que pensamos así. Hace poco hablaba con un chaval al que le quedaban pocos días de estar encerrado en un centro de menores. Estaba deseando salir para seguir poniéndose hasta arriba de porros y alcohol. Estaba harto de una falta de libertad para entregar su libertad al enemigo. Muchas veces nos encanta –aunque parezca mentira-,  pasar de ser hijos a ser esclavos. A los que nos hemos criado leyendo Asterix y Obelix se nos queda en la memoria esos dibujos del mercado de esclavos en Roma, donde los dos protagonistas intentan ser vendidos como esclavos, y la venta de los humanos de distintas razas que había allí. Cada uno estaba orgulloso de ser el mejor esclavo, los más finos y “objetos delicados de casa Tifus”… ¡Vanidad de vanidades! Hasta de ser esclavo se puede presumir.

“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” La parábola de los trabajadores de la viña tiene este curioso final. El propietario no trata al contratado como un esclavo, le llama “amigo”. Dios nos llama amigos, hijos y muchas veces preferimos ponernos en manos de aquel que nos llama objeto de consumo o de producción. El propietario paga lo que había ajustado con el trabajador, lo que cubría sus expectativas esa mañana (aunque por la tarde le pudiera un poco la avaricia), como para ir a trabajar todo el día a la viña. Muchas de las promesas que nos hace el mundo –mucho más el diablo-, no cumplen nunca nuestras expectativas. Prometen mucho y se quedan en aire, en vació, en nada, en soledad, rabia e indignación. Y al final de la jornada se conoce la bondad del propietario para con todos los que responden a su llamada. El final del pecado es la muerte, la muerte muerta que dirá la escritura.

A pesar de todo esto nos seguimos presentando voluntarios al mercado de esclavos. El esclavo podía ser manumitido y, en el caso del hombre lo ha sido por Cristo, redimido por Jesús con su vida, pasión y muerte y resurrección. Pero volvemos al mercado de esclavos a vendernos al mejor (o peor) postor. Como los vecinos de Siquén, que eran libres, deciden tener un rey para emular a los pueblos de alrededor y cambian el servir a Dios por servir a un rey humano, nosotros cambiamos la libertad de los hijos de Dios por el servicio al pecado o a nuestras pasiones…, y nos quedamos tan contentos.
Miremos a María, la mujer verdaderamente libre pues sólo hace lo que pasa por su corazón, corazón lleno de amor a Dios. Pidámosle a ella la verdadera libertad y no ser nuca esclavos, sino hijos: Hijos de Dios en Cristo.

Comentario a la liturgia del día en www.archimadrid.org

martes, 20 de agosto de 2013

INVOCA A MARÍA

Hoy celebramos a S. Bernardo y fue él quien nos dejó esta preciosa reflexión que tantos frutos ha dado.


"¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.

"Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.
"Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.
"Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
"Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
"En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
"No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara. 
San Bernardo

domingo, 18 de agosto de 2013

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     

    Jesús dijo a sus discípulos:
    Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
    ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Palabra del Señor.

 Comentario:
1.- Este evangelio nos puede resultar un tanto controvertido por las palabras tan duras que Jesús pronuncia. Habla de un “fuego” que tiene que venir al mundo y de “divisiones”, especialmente en las familias, al parecer por su causa. Nos quedamos un poco sorprendidos por estas palabras. Jesús anuncia un tiempo de “fuego y divisiones”. Lo del “fuego” lo podemos relacionar con la purificación y la resistencia. Pero también con el Espíritu Santo, ya que el propio evangelista San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla de Él representado en forma de “lenguas de fuego”. Sería entonces un “fuego” que lo llena todo y lo hace crecer, sería el “fuego del Espíritu”.
2.- Este “fuego del Espíritu” que Jesús nos trae no está exento de dificultades. El Espíritu nos guía y nos lleva por caminos insospechados, incluso difíciles. Fijaos sino en Jeremías, en la primera lectura. Él es un profeta que no hace más que insistir al pueblo para que se mantenga fiel a Dios y, sin embargo, le acusan de desmoralizar al pueblo y al ejército. Jeremías acaba en un aljibe lleno de lodo, aunque finalmente es rescatado por el Rey. El “fuego del Espíritu” en ocasiones provoca divisiones. Y si no podemos ver nuestra vida, nuestras luchas y divisiones internas por ser coherentes, por seguir el estilo de Jesús, frente a una sociedad que va por otros caminos, totalmente contrarios al Evangelio. Incluso algunos viven también la división en sus familias, por la misma causa. ¿Cuántas veces todo esto hace que tengamos el corazón dividido? ¿Cómo reaccionar?
Por Por Pedro Juan Díaz

viernes, 16 de agosto de 2013

ELOGIO A LA DEBILIDAD

... Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones, y las angustias sufridas por Cristo; pues cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Corintios 12, 9-10)
Hace tiempo un amigo me recomendó el libro El síndrome del perfeccionista: el anancástico[1]. Me pareció un libro magnífico, muy sugerente para conocerse uno mismo y para entender muchas actitudes propias y ajenas. Pensé entonces escribir un post sobre lo que más teme el perfeccionista, que es mostrar su fragilidad, sus imperfecciones y, en consecuencia, sus puntos débiles.
Y ¿por qué escribir sobre esto? Hoy en día se habla tanto de excelencia, de dar el máximo, de ser el mejor, incluso desde el punto de vista cristiano, de llegar a ser santo, que hablar de debilidad, imperfección, parece no sólo políticamente incorrecto, sino contrario a lo que debería ser la aspiración de cualquier persona y de todo cristiano, la perfección, la santidad.
Pues bien, espero que nadie se escandalice por lo que voy a escribir a continuación, pero yo cada vez estoy más convencido de que hay que dar gracias a Dios por las propias debilidades, por los propios defectos, incluso por los pecados. ¿Cómo? Sí, has leído bien, por los propios pecados. Pero, ¿pecar no es malo? Sí. ¿El pecado no nos aparta de Dios? Sí. ¿Estás diciendo que hay que pecar? ¡No!
Me explico. No pretendo justificar con esto aquel dicho: “soy humano, me equivoco”, o “errar es humano”. Claro que el pecado es un mal, por supuesto; y, está claro, que nos aparta de Dios; y es evidente que el Señor no quiere que pequemos.
Ahora bien, hay un hecho claro, pecamos, incluso los santos han pecado. Y cuando reconozco esto, puedo pedir perdón y perdonar; pedir ayuda; ser consciente de mis límites y mis capacidades. Mientras que si me encierro en mí; si pretendo hacerlo todo con mis propias fuerzas; si no me dejo ayudar, y no busco la gracia de Dios y la ayuda de los demás, entonces, convertiré el cristianismo en una carrera de obstáculos y no en una relación de amor con Cristo.
 en la medida en que crece nuestra unión con el Señor y se intensifica nuestra oración, también nosotros vamos a lo esencial y comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, de nuestras capacidades lo que realiza el Reino de Dios, sino es Dios que obra maravillas a través de nuestra debilidad, de nuestra insuficiencia a lo encomendado. Debemos, por tanto, tener la humildad para no confiar simplemente en nosotros mismos, sino de trabajar, con la ayuda del Señor, en la viña del Señor, confiándonos en Él como frágiles ‘vasos de barro’[2].
            Además, ser consciente de las debilidades me hace humilde. No me fío de mis propias fuerzas. No pienso que por haber superado una tentación; porque hago tantas horas de oración al día; porque rezo muchos rosarios; porque soy el que más cosas hace en la parroquia, en casa, en el trabajo, en la universidad…; porque soy el más comprometido con todo y con todos, soy santo perdido. “Baja Modesto, que subo yo”, podría decir alguien.
Reconocer que soy débil, me ayuda a crecer. Tengo un camino que recorrer, donde puedo tropezar y me puedo caer, pero porque sé que esto me puede suceder, cuando suceda, no me asustaré, ni me echaré las manos a la cabeza, ni me dejaré llevar por la tristeza o la desesperanza. Cuando caiga, me levantaré y comenzaré de nuevo.
Vivir así me ayuda a entender que soy vulnerable, y que no puedo ocupar el puesto de Dios. Hay cosas que se escapan a mis previsiones. Uno no se toma demasiado en serio. Relativizo los defectos e imperfecciones de los demás, y soy más compasivo con sus pecados, porque yo también peco, porque soy débil, porque tengo fragilidades, porque soy como una vasija de barro que, en cualquier momento, se puede romper, aunque eso no evita que me duela y ponga los medios, con la ayuda de Dios, para mejorar.
La excelencia consiste en que cada uno acepte sus límites…Ciertamente es conveniente agrandar sin cesar el espíritu, el horizonte o el coraje, pero aplicándose en tareas precisas y en consecuencia modestas, aceptando las lagunas necesarias y los fallos. Es bueno no hacerse ilusiones sobre uno mismo, percibir nuestras zonas de sombra, nuestros recovecos más íntimos, como se haría con una vieja mansión recibida en herencia y fuera poco sólida[3].
 
Andrés Martínez Estéban en ReL


[1] Manuel Álvarez Romero y Domingo García-Villamisar, El síndrome del perfeccionista: El anancástico, (Ed. Almuzara, 2007).
[2] Benedicto XVI, Audiencia miércoles (13 junio 2012)
[3] Jean Guitton, Aprender a vivir y pensar, 61.

jueves, 15 de agosto de 2013

LA ASUNCION DE MARÍA AL CIELO

 
Hoy en centenares, miles, de pueblos de España y del mundo celebran fiestas en honor de la Fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. Se engalanan las calles, se preparan procesiones y se crea un ambiente festivo. Tristemente el ambiente festivo en muchos sitios se reduce a una banda de música y sobre todo a la cantidad de litros de alcohol que uno es capaz de ingerir. Muchas veces, tristemente, he oído a los jóvenes decir: “Vamos a preparar las fiestas” y esa preparación consiste en ir al centro comercial y llenar el maletero de todo tipo de bebidas espirituosas…, el hielo se comprará más tarde en la gasolinera. Al día siguiente en las procesiones la juventud suele brillar por su ausencia pues está durmiéndola. Hasta tal punto que este año me he encontrado con varios que no sabían por qué era fiesta el jueves ni qué se celebraba…, aunque eso sí, el maletero del coche ya está lleno. El final de las fiestas suele ser mucho sueño y poca o ninguna actividad religiosa. Es una verdadera lástima, cuando la Iglesia invita a mirar al cielo, a nuestra Madre la Virgen María, bajamos la vista para ver qué hay en el mostrador.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.” Hoy toda la Iglesia entona el Magníficat junto con María. Lo cantarían los ángeles cuando con delicadeza subirían el cuerpo de la madre del Redentor hasta su Hijo, su Padre y su Esposo y en cuerpo y alma nos acoge a toda la humanidad en sus brazos maternales. Mirar la humillación de María y mirar su gloria en el cielo nos hace levantar la vista de la barra del bar y mirar al cielo. Aspirar a metas altas. Creo que es una de las carencias de nuestro tiempo, aspirar a metas altas. Nos tienen agobiados con llegar a fin de mes, con la prima de riesgo, con la situación laboral, con los exámenes del trimestre, con la subida o bajada de los carburantes o el resultado del partido de fútbol. Ojalá hoy todo el mundo alzásemos la vista., mirásemos al cielo y tengamos metas altas: metas de estar con María, de llegar al cielo: “cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza”.

Las metas altas no son ideales o utopías. Las metas altas se concretan en el día a día. Cuando uno aspira a más sabe que cada momento puede amar más, puede servir más, puede entregarse más, puede alegrarse más. Los tropiezos y dificultades de cada día no te frenan, sino que te llevan a tener más impulso, a rectificar el camino, a volver a empezar con alegría. Lo decía Benedicto XVI en la clausura del encuentro mundial de las familias de 2012: “Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en las debilidades. Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor”.
Metas altas, no nos quedemos en pequeños proyectos que no llenan la vida ni el alma. De la mano de María siempre vamos hacia el cielo, hacia Cristo, hacia lo más alto. No tengamos miedo a aspirar a lo mejor. A ser santos, a vivir eternamente con Cristo a proclamar con María la grandeza del Señor.
 

martes, 13 de agosto de 2013

BEATO MANUEL LOZANO GARRIDO (LOLO)

Cuando se presentó en Madrid la biografía de Lolo, el Cardenal Javierre decía: “Conociendo la predilección que nutre el Papa con los jóvenes y enfermos, cabe imaginar el gozo con que Juan Pablo II habrá de dar su bienvenida a Lolo, al hacer su ingreso en la Congregación de los Santos...”. Y añadía: “No es difícil suponer la alegría que le espera a Juan Pablo II viendo a un inválido ascender a la gloria de Bernini. Conviene que la Congregación de los Santos convierta las escaleras en rampas. No me consta de precedentes de una subida en silla de ruedas. Por ello me encanta pensar que la Providencia haya reservado a Lolo el privilegio de semejante primado”.
1.- Pero ¿quién es Lolo?
Lolo fue un joven de A.C. Nació en Linares (Jaén. España) en 1920. A los 22 años una parálisis progresiva le sentó en un sillón de ruedas. Su inmovilidad fue total. Los últimos nueve años, también ciego.
Pero Lolo fue un joven seglar, un cristiano que se tomó en serio el Evangelio, o como decía de él Martín Descalzo: “Se dedicaba a ser cristiano. Se dedicaba a creer”.
Tan en serio se tomaba el Evangelio que un día alguien (Hno. Robert de Taizé) se acercó a su casa. Lo vio. Lo oyó hablar. Miró aquel cuerpecillo agarrotado. Tomó la pluma y escribió en la pantalla de la lámpara que alumbraba desde el rincón la mesa donde Lolo trabajaba. “Lolo, sacramento del dolor”.
Pero este joven de Acción Católica, que mantuvo la perenne alegría en su permanente sonrisa, “varón de dolores” y sin embargo sembrador de alegría en los cientos de jóvenes y adultos que se acercaban a él en busca de consejo, tenía un secreto (“El secreto de Lolo”, es el título de la biografía infantil en comics publicada por Blanca Aguilar).
2. ¿Cual es el secreto de Lolo que le hacía vivir la alegría en el dolor?
(“La alegría vivida en el dolor”, biografía de Lolo)
Lolo había sido un joven amante del deporte y de la naturaleza; alegre en sus travesuras infantiles y más alegre aún en sus juegos de juventud cuando comenzó a abrirse a la vida, a desear “devorar” apostólicamente el mundo.
Se había formado apóstol en el centro de jóvenes de la Acción Católica de Linares por los años de la década de 1930. “Para él la A.C. lo era todo”.
En la A.C. aprendió a amar con locura a la Virgen Nuestra Señora. De ella escribirá bellísimas páginas llenas de ternura y filial amor a lo largo de sus 28 años de escritor y periodista inválido.
En la A.C. curtió su fervor eucarístico que le marcó para toda la vida. Ahí quedan sus escritos sobre la fiesta del Corpus Christi o sobre el Jueves Santo o sobre el sacerdocio. Ya paralítico -desde el balcón de su casa situada justamente enfrente de las puertas de la Parroquia de Santa María de Linares, donde él fue bautizado y donde ahora reposan sus restos mortales- desde el balcón hacía un alto en sus trabajos de escritor paralítico y decía: “Ahora –frente a frente con el Sagrario- voy a echar con Él un parrafillo”.
3. La experiencia eucarística de Lolo
Lolo, que en su adolescencia le convirtió en otro “Tarsicio” llevando clandestinamente la Eucaristía durante la guerra, se hace en él más profunda cuando pasa la noche entera del Jueves Santo en prisión adorando al Señor Sacramentado que le habían pasado oculto en un ramo de flores.
La Eucaristía marcó a Lolo hasta los tuétanos. ¡Qué bellamente lo describe Martín Descalzo: “¡Misa en casa de Manolo!”; porque Lolo, que había descubierto lo que la Eucaristía es para la Iglesia y en la vida de cada cristiano, ya no podrá pasar sin tener cada día “Mesa redonda con Dios”; ese es el título de uno de sus libros. La Eucaristía es para Lolo fortaleza en su debilidad y alegría en su dolor, fuente de su inquietud apostólica y manantial para su pluma.
4. Apóstol
Este Lolo, joven apostólicamente comprometido en época de hostilidad e incluso de persecución religiosa, recorre pueblos como propagandista de la A.C.; no duda en lanzarse a evangelizar desde la radio; se enamora de Cristo y le dice: “Un préstamo: déjame tu corazón... no para el egoísmo de realizarlo todo fácil y sin esfuerzo, sino para hacer bueno ese deber que es amarte a tu medida”, como dice en “Las golondrinas nunca saben la hora”, otro de sus libros. Este Lolo, inquieto y andariego, recibe la visita del dolor: “Aparentemente el dolor cambió mi destino de modo radical. Dejé las aulas, colgué mi título, fui reducido a la soledad y el silencio. El periodista que quise ser no ingresó en la Escuela; el pequeño apóstol que soñaba llegar a ser dejó de ir a los barrios; pero mi ideal y mi vocación los tengo ahora delante, con una plenitud que nunca pudiera soñar”. Así escribe en “Cartas con la señal de la Cruz”.
5. Inválido
Este apóstol de la A.C. recibe de Dios “la vocación de enfermo”: “Mi profesión: inválido”. Y es tal su invalidez que día a día va perdiendo todos sus movimientos. Su cuerpo se convierte en un amasijo retorcido de huesos doloridos; pero nunca se queja ni habla de sí mismo. Sin embargo... cuando pierde el movimiento de la mano derecha, aprende a escribir con la izquierda. Cuando también la izquierda se paraliza, dicta a un magnetófono y así se convierte en escritor y periodista incansable desde su silla de ruedas.
6. Escritor y periodista
Hay dos anécdotas que no quiero omitir. Cuando aún podía mover algo los dedos le regalaron una máquina de escribir. ¿Lo primero que escribió en ella?: “Señor, gracias. La primera palabra, tu nombre; que sea siempre la fuerza y el alma de esta máquina... Que tu luz y tu transparencia estén siempre en la mente y en el corazón de todos los que trabajen en ella, para que lo que se haga sea noble, limpio y esperanzador”.
Y cuando recibe permiso para que en su “mesa redonda” se pueda celebrar la Misa tuvo esta corazonada: “-Tráete la máquina de escribir”. -¿Para qué ahora? ¡Estás loco! –“¡Que sí, ea; aprisa; te la traes y la metes debajo de la mesa, para que así el tronco de la Cruz se clave en el teclado y eche allí mismo sus raíces”.
¡Las raíces! ¡Y cómo arraigaron en su vida y cuánto fruto dieron!
7. “SINAÍ”
Desde su rincón inmóvil, desde su silla de ruedas, Lolo se convierte en periodista y escritor . Es más, funda una obra pía: “Sinaí, grupos de oración por la prensa”; cada 12 enfermos junto con un monasterio de clausura toman sobre sí el “cuidado espiritual” de un concreto medio de comunicación social y así hasta 300 enfermos incurables a los que Lolo une, alienta, a través de la revista mensual que para ellos escribe. De este modo –igual que Moisés mientras oraba con los brazos levantados en el Sinaí para ayudar a Israel- todos esos enfermos que “no pueden levantar ni sus brazos ni andar con sus pies” se convierten  sin embargo en apoyo cristiano y apostólico para los periodistas.
Por eso pudo escribir el “Decálogo del periodista” y “La oración por los periodistas”, porque Lolo fue un periodista cristiano desde una doble vertiente: porque habló de temas religiosos, pero “muy también y más” porque supo hablar de todo y de cualquier cosa desde la doctrina de la Iglesia, desde el enfoque de la fe: minería y urbanismo; escolarización, monocultivo y agricultura; crónicas de la ciudad o evolución del universo...
8. Un enfermo que trabaja cada día
Lolo “se hace” periodista y escritor. “Gano mi pan con el sudor de mi frente”, dice cuando recibe uno de sus múltiples premios literarios. Escribe 9 libros de espiritualidad, diarios, ensayos, una novela autobiográfica, y cientos de artículos en la prensa nacional y provincial... Lolo es un trabajador dolorido o un enfermo que trabaja de sol a sol. En su vida se mezcla año tras año, en una única trenza, el trabajo arduo y la enfermedad aguda. Pero en su vida, como su gran secreto, está la piedad mariana y eucarística, de la que brota un amor apasionado por la Iglesia y un apostolado incansable “sin moverse de su sillón de ruedas”.
9. Su amor a la Iglesia
Porque en Lolo, para concluir, hay que decir que se desarrolló día a día su amor a la Iglesia al compás del caminar de los días en que la Iglesia “estaba en Concilio”. ¡Con qué avidez “leía”, ya ciego, oyendo las crónicas y las reflexiones de los Padres y de los teólogos del Vaticano II y con qué profundidad penetró en el espíritu conciliar!
10. Alegría contagiosa
En su vida fue calando el valor del dolor como aceptación en paz y gozo de los planes de Dios. Entonces su vida de cada día, su contacto con las gentes, se convierte en alegría contagiosa. A los pies de la gruta de Lourdes, Lolo peregrino-enfermo, le dijo a la Señora: “Te ofrezco la alegría, la bendita alegría”. Y la Señora sembró y multiplicó en él la semilla de la alegría, del buen humor, que él trasmitía a quien se acercaba a su sillón de ruedas.
11. Lo extraordinario vivido con normalidad
En Lolo creció una dimensión de su vida que fue hacer de lo extraordinario (que eran aquellos grandísimos dolores de su enfermedad; su médico le decía “eres el enfermo grave que goza de más buena salud”), hacer que aquello extraordinario pareciera “ordinario” por la normalidad rutinaria con que vivía sus circunstancias terribles. Lo extraordinario de Lolo es que aquella situación tan dura él la convirtió en “aparente” normalidad. ¡Como si fuera un hombre sano y fuerte! Era como un Job del siglo XX.
12. El día 3 de noviembre de 1971
Su vida se apagó el día 3 de noviembre de 1971. Era el día de S. Martín de Porres, “Fray Escoba”, el santo que había crecido en la santidad en un rinconcito del convento, como Lolo que había vivido toda su vida en el metro cuadrado que ocupaba su sillón de inválido. Mientras a su lado yo, sacerdote que  tuve el gozo de estar 9 años cerca de él, rezaba con él el Padre Nuestro y decía con él a María Santísima: “Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y en esos momentos se paró su corazón “que no le cabía en el pecho” como le decía el médico siempre que lo auscultaba.
Doce años antes, el mismo día 3 de noviembre, Lolo había escrito: “Hoy el día sabe a andén de ferrocarril, cuando llega el tren y se baja el amigo a quien hace mucho tiempo no veíamos. Ya tú estás aquí, sentado junto a mi sillón, y yo te echo el brazo efusivamente por los hombros...” (así escribió en su libro “Dios habla todos los días”). Había llegado el momento del abrazo efusivo con Dios a quien había amado y a quien, crucificado con su cruz de prolongada y dura enfermedad, él se había ofrecido como amigo.
Quienes le conocieron en vida –hoy hace 31 años de su muerte- recogieron su herencia. Han reeditado todas sus obras escritas; han constituido una asociación canónica que promueve su canonización. Habiendo conocido su sencillez franciscana, quizá él ahora desde el cielo mire y se sonría con humor. El Obispo de Jaén, Don Santiago García Aracil, abrió y concluyó en 1994-1995 el proceso diocesano de canonización. Después, la «Positio» sobre su vida y virtudes heroicas del Siervo de Dios “Lolo” ha sido publicada por la Congregación para las Causas de los Santos. Parece que hasta Dios está por la “tarea” pues en esa Congregación Vaticana ya se tiene impresa (año 2000) la documentación sobre un posible milagro atribuido a Lolo.
Lolo, seglar, joven de A.C., periodista y escritor cristiano, inválido total y ciego, de profundo espíritu eucarístico y mariano, hijo amante de la Iglesia, alegre en el dolor, apóstol y consejero... ¡Esa es su tarjeta de visita! ¿Podrá subir a “la gloria de Bernini” por una rampa con una silla de ruedas?
Rafael Higueras Álamo.
Beato Manuel Lozano ¡ruega por nosotros!

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lunes, 12 de agosto de 2013

GOZO DE SENTIRSE AMADO

No me cabe la menor duda…, de que  Dios es amor y solo amor tal como reiteradamente nos explicitita, el apóstol San Juan, que era el discípulo amado y el más amado del Señor sobre los demás, porque era el que más le amaba a Él, y el amor genera amor, tal como nos dice otro enamorado plenamente del Señor, como era San Juan de la Cruz, que convencido plenamente de la tremenda fuerza que tiene el amor nos escribía: Donde no hay amor pon amor y encontrarás amor. Y remedando a mi amado San Juan de la Cruz, creo que se puede y se debe decir: Donde hay amor, pon más amor y encontrarás más amor. Y este principio es fundamental en nuestras relaciones íntimas, con nuestro principal amado, que es el Señor. Sabemos positivamente que él nos ama, pero deseamos ser más amados y solo tenemos un camino, que es: Acrecentar nuestro amor a Él, para que así se acreciente más su amor a nosotros.
            Nosotros somos criaturas creadas por el propio amor, que es nuestro Dios, y la impronta de su Ser que es el amor, ha quedado grabada desde nuestra creación, en nuestro ser para toda la eternidad. Por ello se nos dice que el hombre es un ser que tiene dos necesidades evidentes, e irrenunciables, que son las de poder amar y la de ser amados. Y este toma y daca del amor es siempre más perfecto cuando se trata del amor sobrenatural, que como es lógico y no necesita ser explicado, está muy por encima del amor humano.
            Pero no olvidemos ni menospreciemos el amor humano, para supervalorar el amor sobrenatural. Primero, porque el amor sobrenatural no lo necesita y es imposible aumentar el valor del amor sobrenatural, porque Dios, está por encima de todo; y en segundo lugar, porque el auténtico amor humano es un reflejo del amor sobrenatural y cuanto la copia más y mejor refleje el original, más perfecto será el amor humano. Nuestra obligación de amar es doble, tanto hemos de amar sobrenaturalmente, es decir, al Señor, como humanamente a nuestros semejantes. Hay que amar con pasión a nuestros hermanos, aunque pensemos que muchos de ellos no se lo merecen y nuestra humana condición concupiscente nos dé razones para no amar a todos nuestros hermanos, incluidos los que nos estén asesinando.  San Juan nos dice: “7 Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8 Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn 4,7-8).
            Todos hemos oído decir, que somos seres creados por Dios para una felicidad eterna y desconocida, de la cual, tal como reiteradamente nos recuerdan los no creyentes, nadie de los que ya la han alcanzado la eterna felicidad, ha vuelto para explicarnos que existe y en qué consiste. ¡Lógico que nadie haya vuelto!, porque si esto hubiese sucedido, el resultado sería para el que creyese, perdería el mérito de tener fe, porque ella desaparecería, convertiría en evidencia. Pero es el caso, que  pienso de que si esto sucediese, ya se las ingeniaría satanás, para que muchos a pesar de esto no creyesen. Acordémonos, de lo que dice el Señor en la Parábola del rico Epulón, cuando este ya estaba condenado y quería que le avisasen a sus hermanos: “30 Él dijo: “No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán” 31 Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite”. (Lc 16,30-31).
            Pero la felicidad eterna existe. Porque el ansia de felicidad la llevamos todos siempre como un deseo que aquí abajo no alcanzamos nunca a satisfacer plenamente. De la misma forma que tenemos sed, porque el agua existe, tenemos ansia de felicidad eterna porque ella también existe y solo ella puede calmarnos nuestra ansia de felicidad. Aquí abajo, buscamos sustitutos, a los que llamamos felicidad terrestre, pero ellos nunca nos sacia, cuando al fin logramos alcanzar, tras ímprobos trabajos, algo que nos da felicidad, esta es siempre pasajera y al poco tiempo, no hastía.
            Compramos un coche nuevo y este nos da la felicidad de disfrutarlo conduciéndolo y creando a nuestro alrededor una envidia de posesión, que desgraciadamente nos satisface, porque no amamos suficientemente a los demás. Nos vanagloriamos del coche que tenemos y nuestra vanidad está en límites de desbordamiento. Pero en muy poco tiempo, quienes nos rodean ya no nos admiran por el coche que tenemos, ya no le llama la atención a todos, además dos amigos más, han comprado ya el modelo superior de coche de la misma marca que el nuestro.
            Estamos hastiados, para colmo nos han dado un par de golpes en la carrocería. El coche ya no es lo que era y entonces nos nace el deseo de comprar otro nuevo, aunque andemos escasos de dinero, porque la vanidad de nuestro ego nos lo demanda. Igual le pasa a ellas, con los trajes vestidos y complementos como se lee en los anuncios de los almacenes especializados. Además no me puedo poner este mismo vestido para ir a casa de fulano, porque allí esta menganita, que ya me ha visto este traje dos veces. Poderosas razones, son las que nos inventamos para creer que así es como se llega a la felicidad eterna.
            Cierto, que solo tenemos unas escasas referencias, de cómo será la felicidad para la que estamos creados. Para mí que fue San Pablo, el hombre que quizás tuvo una visión, más completa, de lo que es el cielo. Pero no  fueron los ojos de su cara, ni los sentidos de su cuerpo, lo que debieron tener la experiencia, sino los sentidos y los ojos de su alma. Tengamos en cuenta que el cielo, al igual que el infierno, no son lugares materiales y por lo tanto no tienen una ubicación en la materia. Estamos tratando temas del orden del espíritu, no de la materia, y por lo tanto más calificada estaba el alma de San Pablo, que su cuerpo para apreciar lo que debió ver con los ojos de su alma.
            Es por ello que él nos dice: “¿Que hay que gloriarse?, aunque no trae ninguna utilidad; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2). Y ya anteriormente en la primera epístola, también a los corintios, les había dicho: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”.  (1Co 2,9).
            Nosotros, hasta que no abandonemos este mundo y demostremos que hemos amado intensamente, al Señor y a nuestro semejantes, no podremos tener la dicha de alcanzar la plena felicidad, que el Señor nos ha prometido, pero si hay algo muy importante que podemos hacer aquí abajo. Decíamos al principio de esta glosa que nosotros éramos y somos criaturas creadas para amar y ser amados y este principio no solamente es válido con respecto al amor humano, sino en relación al amor sobrenatural. Creo que en esta vida, el mayor goce y por lo tanto la mayor felicidad que podemos experimentar, es amar y sentirnos amados por el Señor. Cuando una persona ama apasionadamente al Señor, nada es comparable a la reciprocidad que se obtiene del Señor, haciéndole a uno sentirse amado por si amor. En esos momentos, nuestro cuerpo enmudece y cierra sus ojos, porque quien habla y ve es nuestra alma, que solo es capaz de decir una sola cosa: Señor te amo…te amo…te amo
            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
 
  Juan del Carmelo para ReL