viernes, 26 de junio de 2009

LA ADORACION EXISTENCIAL DE UN JOVEN MÍSTICO


“Hemos venido a adorarle” (Mt 2, 2)
Rafael lo abandonó todo... su carrera, su futura profesión, su familia para adorar sólo a Dios. ¿Es necesaria tanta radicalidad? ¿Pide tanto el Creador de nosotros, débiles criaturas? ¿Tenemos que hacernos todos monjes para poder ser de verdad adoradores de Dios? ¿Fracasaremos nosotros y fracasará el mundo si no nos hacemos todos monjes y monjas? Claro que no. Dios sólo desea que le demos por entero nuestro corazón. Rafael tuvo claro que él sólo lo podía hacer como lo hizo: cambiando los lápices y el traje de seda por la azada y el hábito de áspera lana. A cada hombre y a cada mujer Dios le muestra un camino propio para que él o ella le entreguen por completo su existencia. Eso es adorar “en espíritu y en verdad”, como nos pide Jesús.
Es posible que Jesucristo le pida a más de uno de vosotros que lo abandone todo para dedicarse exclusivamente a él en la vida monástica o en el apostolado. A la mayoría Dios os llamará a haceros santos en el hogar y en el trabajo. Pero a todos, absolutamente a todos, nos pedirá adoración “en espíritu y en verdad”. Por eso, los grandes adoradores, como Rafael, nos sirven a todos de ejemplo y de estímulo. Recordaréis que, en la Jornada Mundial de la Juventud de 1989, en Santiago de Compostela, Juan Pablo II propuso a Rafael como modelo de seguimiento de Jesucristo para todos los jóvenes.
Pues bien, nos acercamos a Rafael el 5 de enero de 1935, víspera del día de Reyes, y lo encontramos en Oviedo, por la noche, escribiéndole a su tía María lo siguiente:
“Me voy a acostar y mañana, día de Reyes, iré a adorar al Niño y le ofreceré... lo de siempre...” (Obras Completas 600).
¿Qué es eso “de siempre” que Rafael le ofrece a Jesucristo, junto con los dones de los Reyes, como expresión de que le adora de verdad? Pues, sencillamente todo lo que es y lo que tiene. Es, más en concreto, su trabajo, sus deseos, su salud y su vida. Hacer ofrenda de todo a Dios por amor... trabajo, deseos, vida: eso es adorar de verdad. Veamos cómo lo hacía Rafael.
1. El trabajo, el estudio o cualquiera de nuestras actividades, sólo tienen verdadera capacidad de llenar nuestra existencia cuando son ofrecidas, es decir, cuando las hacemos más que por lo que valen en sí, por lo que ponemos en ellas de entrega de nosotros mismos. Entonces cualquier actividad puede ser valiosa, aunque no obtenga grandes resultados o aunque sea tenida por poco importante. Entonces el trabajo no nos esclavizará ni nos empujará a la envidia ni a la codicia. Lo vemos muy bien en lo que le pasó una fría mañana de invierno a Rafael en el monasterio:
“En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan grandes... y tan fríos... ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos. El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados.
Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto.
Un demonio pequeñito, y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos.
El día está triste... No miro a la ventana, pero lo adivino. Mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos... ¿Y el alma? Señor, quizás el alma sufriendo un poquillo... Mas no importa..., refugiémonos en el silencio.
Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra en mi alma... Una luz divina, cosa de un momento... Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!! ¡qué pregunta! Pelar nabos..., ¡pelar nabos!... ¿Para qué?... Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor..., por amor a Jesucristo.
Ya nada puedo decir que claramente se pueda entender, pero sí diré que allá adentro, muy adentro del alma, una paz muy grande vino en lugar de la turbación que antes tenía. Sólo sé decir que el solo pensar que en el mundo se puede hacer de las más pequeñas acciones de la vida actos de amor de Dios; que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre nos puede hacer ganar el cielo; que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios, le puede a Él dar tanta gloria y a nosotros tantos méritos, como la conquista de las Indias; el pensar que por sólo su misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por Él... es algo que llena de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y siniestro, tratando de hacer comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría del corazón... Hubiera hecho verdaderas filigranas malabares con los nabos, la navaja y el mandil.
Me reía a «moco tendido» (quizás por el frío) de los diablillos rojos, que asustados de mi cambio, se escondían entre los sacos de garbanzos y en un cesto de repollos que allí había.
(...)

No hay comentarios.: