miércoles, 17 de junio de 2009

DIOS ESTÁ CON NOSOTROS


La mayor parte de las noticias que vemos, escuchamos y leemos a diario son negativas, cuando no deprimentes: guerras, actos terroristas, catástrofes naturales o humanitarias, malos tratos, robos, asesinatos, crisis económica y un larguísimo etcétera que todos nos sabemos de memoria y que incluso parece que crean cierto morbo entre algunos.
Frente a eso ¡qué pocas veces escuchamos buenas noticias!, ¡qué pocas veces nos cuentan del sacrificio abnegado de muchos hombres y mujeres que en el mundo sobreviven a golpe de una heroicidad anónima!
El P. Werenfried van Stratten, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada, decía siempre: “El hombre es mucho mejor de lo que parece” y precisamente lo es porque tiene impreso en su interior la semilla de eternidad que Dios ha plantado en cada uno de nosotros.
Desde estas líneas me propongo mostrarles el lado bueno de la botella, contándoles a partir de ahora anécdotas de la vida diaria, hechos y pensamientos cotidianos, pero siempre con un componente común: intentar extraer algo positivo de cada historia.
De pequeño, en una playa de Tarragona, me marcó una anécdota aparentemente intranscendente. En una de esas tardes de agosto en las que los niños pululan aburridos por todas partes, a alguien con generosidad y dos dedos de frente en la cabeza, se le ocurrió la genial idea de organizar unas competiciones en la playa para nosotros. A mis hermanos y a mí nos faltó tiempo para apuntarnos y, en menos que canta un gallo, estaba yo sobre la línea de salida para correr como un galgo sobre la arena de la playa. La carrera sería de unos 20 metros dando la vuelta a una banderita hasta regresar al punto de origen. Allí salí disparado y cuál no sería mi sorpresa cuando a las pocas zancadas me caí de bruces sobre la arena. Una alevosa raíz de un pino, semienterrada en la arena, cortó de golpe mi galopada. Evidentemente todos los otros competidores me pasaron, pero lejos de arredrarme, me levanté y corrí hasta la meta, llegando con diferencia el último. Mi sorpresa fue el comprobar que los adultos allí presentes me aplaudieron más que al que ganó la carrera y los “bravos” que me decían fueron muchos y, sobre todo, desconcertantes para mí. Algo me debieron explicar mis padres del significado de todo aquello, pero no fue hasta años después cuando, reflexionando sobre la anécdota, entendí que lo que a mí me premiaron fue el no rendirme, el no quedarme tirado, el no haber abandonado la carrera enfadado, sino que fui capaz de levantarme y llegar hasta el final sin importarme hacerlo en última posición.
Muchas veces me he acordado en mi vida de este episodio de infancia y aseguro que me ha ayudado en momentos difíciles de mi vida. A menudo las cosas no nos vendrán fáciles, tendremos que apretar los dientes y tirar para adelante, aunque la carga se haga imposible. Es entonces cuando Dios nos mandará señales de que no estamos solos. Una vez será una sonrisa anónima, otra vez será una mano desconocida, quizás arrugada, pero que te sostendrá con una gran fuerza, y muchas, muchas veces, nos dirá: mira al que viene detrás de ti, ese sí que necesita tu ayuda. Entonces, cuando te olvides de tu carga para socorrer al otro, tu peso se hará liviano y serás mucho más feliz ayudando que mirándote el ombligo.
Y ahora les pido que sonrían de corazón, no porque no suframos ni porque tapemos nuestros ojos al sufrimiento ajeno, sino citando a San Pablo: “Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?” ¿Ven como la botella está medio llena?


Javier Méndez Ros (publicado por Alba digital)

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