viernes, 19 de junio de 2009

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN


En su Majestad, la Omnipotencia divina es el símbolo de toda fuerza. Ante el poder de Dios tiemblan hombres y ángeles; su sola mención hace estremecerse a los montes, y su manifestación postra, rodilla en tierra, cuanto hay en los cielos, en la tierra, y en los abismos. No se puede ver a Dios sin morir -dice la Escritura-, porque la mera cercanía de su poder es fuego abrasador.En su flaqueza, el corazón humano es el símbolo de toda debilidad. Mirad una espiga, la más pequeña, y observad cómo basta una suave brisa para doblarla. Pues más frágil aún es el corazón del hombre: basta una mirada, una palabra, un pensamiento, para romperlo en pedazos. El corazón humano tiembla ante cualquier sonido, y se deshace en risas o en lágrimas al contacto con la más leve emoción. Si te ganas el corazón de un hombre, lo tienes a él por entero.
Supón ahora la maravilla de un desposorio entre la fuerza y la debilidad; supón que se unieran, para siempre, la Omnipotencia Divina y un Corazón humano: supón a todo un Dios arrodillado, a un Dios que llora, a un Dios que ríe, a un Dios que sufre hasta acabar con el corazón hecho añicos, y que goza hasta las lágrimas con sus seres queridos. Supón que tú pudieras ganarte el Corazón de Dios, supón que ya te lo hubieras ganado y yo viniera hoy a darte una noticia: Jesús de Nazareth, perfecto Dios y perfecto Hombre, te ama, sufre por ti, ríe contigo, llora por ti y te mira con cariño.
Aristóteles llegó hasta donde pudo, a la hora de razonar sobre Dios: describió sus atributos con una precisión y una belleza sublimes. Pero, cuando hubo alcanzado con su razón la última de las perfecciones divinas, concluyó: ese Dios perfecto, que ha creado al Hombre, sin embargo no se interesa por él. No lo necesita para nada.
“Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ” ¡ Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.” No es el Dios de Aristóteles. O, mejor aún, sí lo es, pero algo le ha sucedido: el Dios de Aristóteles se ha vuelto loco de Amor, se ha encarnado en el seno de una Virgen purísima, y voluntariamente se ha sometido a los latidos de un Corazón de hombre: ahora Dios llora y ríe por ti y por mí. Tu Rey es tu Pastor; quien pudiera gobernarte desde el Cielo ha decidido hacerlo desde la Cruz, entregando su Vida por ti…¡Dios se ha enamorado de ti! Mira a los ojos de María, y dime si el siguiente movimiento no será que tú y yo nos enamoremos ahora de Dios.

Comentario a la liturgia del día http://www.archimadrid.org/

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Cuando me enseñaron esta jaculatoria yo debía tener unos dieciocho años. La escribí en un papelito con un Bic de tinta roja y metí el papelito en una novela que estaba leyendo: El Gatopardo. De vez en cuando dibujaba angelitos y garabatos, un poco distraídamente, en el dorso del papelito. Hace tiempo que le perdí la pista al recordatorio; la novela he vuelto a leerla un par de veces desde entonces. La jaculatoria nunca la he olvidado y me gusta repetirla y meditarla especialmente en Junio o cuando veo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús.Ese Corazón es Sagrado porque pertenece por entero a Dios. No es un corazón dividido. Esta simple consideración me ayuda a vigilar porque una vez oí decir a un poeta que el corazón del hombre tiene más cámaras que una casa de citas -bueno, él no decía "citas", lo decía mejor-. Me hizo gracia porque me recordó el palacio de Lampedusa. Pero también me puso en guardia. Entonces entendí –o creí entender- lo que significa ese empeño que es la guarda del corazón.El Corazón de Cristo es Sagrado porque en él se encuentran la humanidad y la divinidad y se abrazan perfectamente. Fue el mismo Jesús quien dijo que no es lo que entra de fuera lo que hace impuro al hombre sino lo que sale de dentro. Del corazón del hombre puede salir, como diría Pascal, miseria y grandeza. Del Corazón Sacratísimo de Jesús ha salido todo lo que de grande y digno y bueno puede dar un corazón humano.

También eso me ha llevado a preguntarme dónde está mi corazón y a repetir más a menudo que otros años: Sagrado Corazón de Jesús: en Vos confío.


Por Javier Vicens Hualde

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