viernes, 5 de junio de 2009

RAFAEL JOVEN


"Seguro que muchos ya conocéis a Rafael Arnáiz Barón, el popular Hermano Rafael. Él fue un maestro de la adoración en pleno siglo XX. Esta tarde le tomamos a él como guía para nuestro ejercicio: para que nos ayude a saber adorar en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24).
Pero ¿por qué Rafael? Pues muy sencillo: porque él es, a la vez, un místico y un joven de nuestro tiempo.
1. Rafael Arnáiz murió en 1938 cuando no tenía más que 27 años. Desde entonces ha pasado ya algún tiempo - casi siete décadas - pero él es aún contemporáneo nuestro. Todavía podría estar hoy entre nosotros, aunque con la bonita edad de 94 años; y aún vive gente que le conoció y que convivió con él. Además, la situación fundamental de la humanidad sigue siendo hoy muy parecida a la de su época. Lo veremos enseguida.
2. Pero lo que nos interesa sobre todo es que, joven y cercano a nosotros, el Beato Rafael es un místico de cuerpo entero. Místicos son aquellas personas que han sido capaces de hacer de su vida entera un gran vuelo de adoración. ¡De su vida entera, sí! No tuvieron miedo de que eso fuera demasiado. No temieron perderse, ni quedarse sin nada para ellos mismos. Al contrario: se tomaron al pie de la letra aquello de Jesús: “el que pierde su vida por mi causa, la gana” (Lc 9, 24). Adorar es ganar de verdad la vida permitiendo que toda ella se consuma, quemada por el fuego del Amor. Eso es lo que hizo Rafael, siguiendo las huellas de los grandes maestros de la mística española: de Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz o Teresa de Jesús.
Entonces, me váis a dejar que os cuente algo de Rafael: de su época y, sobre todo, de su mística. Como él escribe tan bien, os leeré párrafos suyos que os permitirán escucharle a él en directo.
I. Un joven sensible a la gran cuestión de nuestro tiempo
1. Cuando tenía 22 años Rafael entró en un monasterio. Alguien podría pensar que, siendo tan joven y tan “buenecito”, no le había dado tiempo todavía a sacarle partido a la vida ni le había sido posible aún forjarse una idea seria de lo que es este mundo. Pero no es así. Él era inteligente y no le faltaron ocasiones ni medios para situarse en la sociedad y para conocerla bastante bien.
Fue en enero de 1934, después de las vacaciones de Navidad, cuando Rafael les dijo a sus padres en Oviedo que había tomado la determinación de abandonar sus estudios de Arquitectura para irse a vivir en pobreza y en silencio a la Abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas, en Palencia.
A su familia no le faltaba de nada. Su padre era ingeniero de montes, alto funcionario del Estado. Su madre, de familia de militares, era una mujer culta: tocaba el piano y escribía críticas de arte y de teatro en la prensa. Eran felices. Vivían en el centro de Oviedo, en un piso precioso, nuevo, amplio, frente al Campo de San Francisco, la huerta del viejo convento franciscano convertida en el parque romántico del ensanche urbano que, en el siglo XIX, había hecho llegar a la ciudad hasta la estación del ferrocarril. Los Arnáiz podían ver desde su casa, al otro lado del parque, el colegio de los jesuitas, en el que Rafael continuó el Bachillerato que había comenzado, también con los jesuitas, en Burgos, la ciudad castellana que le había visto nacer en 1911. Los tres últimos años de sus estudios preuniversitarios, de los 15 a los 18 de su edad, Rafael los cursó, como un estudiante más, en el Instituto del Estado. Terminado el Bachillerato, se dedicó a prepararse para el ingreso en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, perfeccionando las técnicas del dibujo y la pintura con un conocido pintor ovetense, Eugenio Tamayo. Mientras tanto, cultivaba también la música, el teatro, y, con su padre y los técnicos forestales, recorría los ríos, las costas y las montañas de Asturias.
En 1932 Rafael se traslada a Madrid para continuar sus estudios ya en la Escuela de Arquitectura. Elige una pensión en la plaza de Callao, en el 8º piso del Edificio de la Prensa, por aquel entonces el rascacielos más alto de la capital. Compra y lee periódicos franceses, de los que le envía recortes a su hermano Fernando, a Oviedo; cerca de la pensión están las salas de cine de estreno de la Gran Vía; visita de vez en cuando buenos restaurantes; y sale con su amigo Juan Vallaure y otros a divertirse; las compañeras se lo rifan y una argentina, más avispada, le persigue literalmente hasta su habitación. Hace el servicio militar con los universitarios.
También estudia... es verdad. También... visita a diario el Sagrario en el Oratorio del Caballero de Gracia, muy cerca de la pensión de Callao. También se inscribe en la congregación mariana de los Luises. También se escapa algunos fines de semana a Ávila para charlar de Santa Teresa, de San Juan de la Cruz y de la vida monástica trapense con sus tíos, María y Leopoldo, sus amigos del alma.
Pero ¿conoció o no conoció Rafael lo que la vida le podía ofrecer? Lo conoció bien, no cabe duda. Y se lo pasó también muy bien. Fijáos en este párrafo de una “carta kolosal” que le escribe a su hermano Fernando desde la pensión madrileña:
“Nos han puesto alfombra nueva en el pasillo, y es mi desesperación, porque yo, en cuanto veo una tira larga de tela con franjas a los lados y extendida en el suelo..., me entran unas ganas atroces de dar saltos mortales, y empezar en un extremo y acabar en el otro, y como tengo la desgracia de no saber darlos, nada más abrir la puerta, y ver la alfombra, tan nueva, gris, con tiras rojas, me meto corriendo en la habitación y cuando salgo no puedo mirar al suelo, porque si miro, me entra en el cuerpo una cosa como si fuese vértigo... y unos deseos locos de poner las manos sobre el mullido suelo, hacer una flexión, lanzar los pies a la altura, describir con ellos media circunferencia, para volverlos a posar en el suelo, delante de mi nuca..., y así, girando a gran velocidad, acabar en un doble salto mortal delante de la cerradura de la puerta... ¡Oh! es horrible lo que me pasa, tener que pasar corriendo, sin pisar la alfombra, y con los ojos mirando al techo..., porque si miro ya te digo, o se me va la vista, o me tiro de cabeza... La dichosa alfombra me está poniendo malo, preferiría tener un precipicio y pasar en una tabla, que tener que atravesar a paso lento la larga tira gris y roja, extendida en el suelo de mi pasillo.
Bueno, no tengo más que contarte.
Ahora estoy oyendo en el gramófono «Jocelyn» de Godard... ¡¡Me da una rabia!! Tu madre puede que entienda esa rabia, pero qué le vamos a hacer. Bueno, te voy a dejar que tengo que cortarle los rabos a los claveles, y cambiarles el agua; el pájaro se ha hecho una bola de plumas (pone un dibujo), y no enseña más que la cola... No sé dónde tiene la cabeza. A mí, particularmente, me parece que está durmiendo profundamente, pero ahora vendrá Juan y me lo despertará... le conozco.
Bueno, es el día siguiente” (Carta a su hermano Luis Fernando, Madrid, 4 de noviembre de 1932, en: Hermano Rafael Arnáiz Barón, Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 2002, 4ª edición, 63).


Catequesis de Monseñor Martínez Camino en la J. Mundial de la Juventud de Colonia.

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