“Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia.” (Prv) “No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.” (Ef). “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.” (Jn).
Meditación
La Liturgiadela Palabrade estos domingos, al mismo tiempo de las circunstancias que concurren en medio del mes de descanso, evoca la comida y la bebida, y se la puede interpretar como un acompañamiento providente.Este fin de semana, la mayoría de los pueblos se alegran con sus fiestas mayores. La coincidencia con la que se celebró en honor dela Asunciónde María, el pasado 15 de agosto, y el banquete de amistad, de familia, de fiesta patronal, el brindis amigo, generoso, que en tiempo de estío son experiencias gratas, hacen que se comprenda mejor el mensaje evangélico.
Jesús, con lenguaje doméstico, nos revela cuál es el mejor alimento, cuál el motivo de la mayor fiesta y cuál la posibilidad de la máxima intimidad, del mejor banquete. No porque haga competencia a ninguna de las comidas sabrosas de cada una de las regiones, que estos días ofrecen sus mejores viandas, sino porque Él toma el significado de los manjares para ofrecerse como el Pan de Vida y la copa generosa.
Puede que el lenguaje bíblico resulte un tanto incomprensible y no lleguemos a dar crédito a quela Eucaristíasacia más que los banquetes festivos. No es en el orden del gusto de los sentidos el efecto que se sigue de participar enla Cenadel Señor, sino en acepción espiritual.
El instinto de conservación nos lleva a comer y a beber, algunas veces con excesiva ansiedad, y al poco tiempo volvemos a desear saciarnos de nuevo. Jesús le dice ala Samaritana: “El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás”.
Quien tiene paz interior, horizonte de sentido en sus pasos, convivencia entrañable con los suyos, cuando come y bebe lo hace como signo de compartir y no de ansiedad descontrolada. Quien se sabe huésped de la mesa del Señor, alimentado con su Palabra y con la entrega de su Cuerpo y Sangre, experimenta la serenidad, la saciedad, que no sólo le liberan del descontrol ansioso, sino que le mueven a la prodigalidad, desde el corazón colmado de alegría.
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