miércoles, 10 de diciembre de 2014

MARÍA EMBARAZADA

Miramos a María en el Adviento. Siempre me conmueve celebrar a María Inmaculada. Ella, sin mancha, pura. Ella, arrodillada ante Dios, vacía de todo. Llena de luz y esperanza.

Me arrodillo. Me conmuevo. Repito las palabras de una canción: "De rodillas ante ti, María, tiemblo, contemplo tu amor". Me encuentro así ante Ella. Pequeño y grande. Contemplo y tiemblo. Claro que el alma se emociona al mirarla a Ella. Me gustaría sentirme pequeño como Ella.

Me gustó la oración de una persona: "Que mi Adviento sea volverme pequeña, para acogerte con un corazón de niña. Que mi pesebre sea un lugar sencillo, para recibirte con humildad. Que mi cuna sea un poco de heno del campo, para sentirte pobre, Señor. Que mi corazón te adore escondida, te espere en silencio y vuelva a creer que ese Dios diminuto, escondido en mi pesebre pobre y vacío, pueda llenar de esperanza mi dolor».

Y pensaba que yo quiero vivir así el Adviento. Así de pobre como vivió María. Ella se arrodilló conmovida ante tanto amor. Ella se sorprendió ante la vida y aprendió a obedecer. Cada día. Toda la vida. Un amor verdadero. Ella, pequeña y frágil, se hizo valiente en la espera. Aprendió a vivir las horas como un sí repetido con el corazón.

Una persona le decía a María: "¿Qué guardas en tus ojos en Adviento, María, que caminas llena de paz y alegría? Miras hacia dentro de tu corazón, ahí está el secreto: Dios nos tocó". María está llena de Dios, llena de un amor que toca y abraza, de un amor que acaricia abajándose.

Así es María. La mujer mirada por Dios. La mujer enamorada de Dios. La mujer que nos mira con misericordia infinita. 

Una persona hablaba así de María embarazada: "Lleva a Jesús. Mira hacia dentro. Tiene paz. Le habla, le acaricia en su tripa, tiene luz en sus ojos. Lleva a Dios sin decirlo. Pero todos los que se cruzan con ella se quedan con paz".

María regaló la paz que llevaba escondida. María Inmaculada, pura, posesión de Dios. María embarazada, llena de Jesús. Fue gestando hijos a su paso. Fue haciéndose madre en el camino.

Nos decía hace poco el Papa Francisco: "Una Iglesia sin María es un orfanato porque María es la que ayuda a bajar a Jesús. Lo trae del cielo a convivir con nosotros".

María se acercó al hombre llevando el amor de Dios. El hombre se hizo hijo. ¡Qué puede haber más grande! María tenía el corazón de una niña, la ternura de una niña, la inocencia y la alegría de una niña.

Pero era el corazón de una mujer firme, fuerte y valiente. Era el corazón más grande en el que Dios pudo confiar. El corazón más noble y fiel. El corazón más humilde, más pobre. Ella, arrodillada ante Él. María se hizo libre al hacerse esclava. Se hizo más libre al darlo todo y quedarse con nada.

Así lo explica el padre José Kentenich: "Las cosas nos hacen interiormente libres cuando las cumplimos por generosidad, cuando la motivación que nos impulsa no es ante todo la mera obligación o la pura actitud de evitar el pecado. Cuanto menor sea el rol que desempeñe el pecado como amenaza y peligro en el camino de mi vida, tanto más libre y generoso seré interiormente"[1].

María nos enseña a movernos en el camino por amor. No por el deber ser, no por obligación, no por el temor a pecar. Lo que movió su corazón de Madre fue el deseo de dar más, de entregar toda la vida, todo su tiempo.

Es nuestro camino para ser libres. Movernos por el deseo de dar más, de amar más. El deseo de allanar nuestra vida con amor. De elevar los valles con amor.

P. Carlos Padilla

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