Evangelio
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos».
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido del piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
«Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».
Marcos 1, 1-8
Hoy estamos acostumbrados a resultados rápidos. Nos parece que perdemos el tiempo cuando hay que hacer preparativos, cortos o largos. El viaje a la India le costó a san Francisco Javier un año de navegación calamitosa en la que dejó la vida más de un pasajero. Nosotros decidimos de un día para otro viajar a La Habana y, por la tarde, ya estamos allí, sin despeinarnos. El teléfono o el correo electrónico nos permiten estar presentes en cualquier rincón del mundo, sin movimiento ni dilación alguna. La información que la red pone a nuestro alcance hace innecesarios el tiempo y las molestias de las visitas a archivos o bibliotecas, o incluso de ir a la compra. Lo tenemos todo en casa, al momento, al alcance de un movimiento de la mano. El esfuerzo personal y los costes económicos de nuestras operaciones parece que tienden cada vez más a cero.
¿Cómo influye todo esto en nuestro ser y en nuestra vida? Está por saber todavía bien qué está pasando en el alma del homo technicus, del hombre que va configurando su existencia más a base de la influencia externa de los logros técnicos de su ingenio que del trabajo espiritual, interior y paciente, de las potencias de su espíritu.
En medio del Adviento, nos encontramos con la figura imponente de Juan el Bautista. Todo él es preparación. Se define a sí mismo como «una voz que grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor». En él se simboliza la espera mil veces milenaria de una Humanidad peregrina a la búsqueda de salvación. En el desierto se oye su voz. En el desierto hay que preparar el camino del futuro humano y divino de cada persona. Porque lo esencial no es fruto de los oasis de nuestra civilización, agraria, industrial o postindustrial. El amor incondicional que nos salva no es producto de ningún artilugio ni se halla en los programas informáticos de comunicación. Es necesario que cada uno nos hagamos capaces de recibirlo en ese fondo solitario del alma donde sólo valen la voluntad límpida y la libertad completa. Es necesario preparar el camino en la ausencia de cosas, de resultados rápidos, de logros externos brillantes. Hay que preparar el camino en el desierto.
El desierto del Adviento no nos da miedo. Más bien nos da anchura para el trabajo silencioso y simple de la preparación. Y cuando se trabaja así, desde el fondo del alma, acabamos por encontrarnos con la veta profunda de felicidad que es inseparable de la autenticidad. ¡Preparadle el camino! Que el Señor viene. No tengamos reparo en la aparente pérdida de tiempo de la preparación. No hay tiempo mejor empleado que el de la oración silenciosa, el examen de la vida a la luz de la Palabra divina y la celebración pausada de los sacramentos de la salvación. El Señor viene. Pero hay que prepararle el camino. Él trae un bautismo de Espíritu y fuego. Él apacigua nuestras impaciencias y quema nuestras culpas con el fuego del Espíritu Santo del Amor divino. Para recibirlo hemos de preparar caminos en el desierto. Tal vez los resultados no sean rápidos, pero serán eternos.
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
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