domingo, 21 de diciembre de 2014

DOMINGO IV DE ADVIENTO


Nuestra Parroquia está hoy de enhorabuena porque Daniel Rodríguez va a ser ordenado  Diácono.
Unámonos en oración para que él acoja con confianza en Dios, este regalo que recibe.
Dani: ¡¡enhorabuena!! Te ponemos bajo la intercesión de Santa María Virgen.

Evangelio
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llaman estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Lucas 1, 26-38




El 25 de marzo celebramos la Anunciación. Hoy, nueve meses después y muy cerca de la Navidad, volvemos a considerar esa escena del Evangelio que nos revela el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora (…) por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe.
El ángel Gabriel es enviado por Dios a Nazaret, -una ciudad es decir mucho-  de Galilea, a una virgen desposada con José -de la Casa de David-. Solamente los que no han venido a la catequesis pueden ignorar que la virgen se llama María.
La embajada de Gabriel tiene dos partes.
En primer lugar el ángel saluda a la Virgen y le dice:
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
La Virgen María conoce las promesas que Dios le había hecho al rey David:
Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.
Esto no es nuevo para Ella. Todos los israelitas conocen la profecía de Natán y esperan al hijo de David, al Mesías, al Salvador. Pero ¿cuándo vendrá? Y ¿cómo vendrá?
La primera parte de la embajada de Gabriel revela el cuándo. Ahora. Eso puede entenderlo la Virgen María. Puede entender que Gabriel le está diciendo que las promesas se cumplirán en Ella, que ha llegado el momento. Y no es raro que sienta desconcertada. Dios sorprende tanto a los esperan cualquier cosa de Él como a los que no esperan nada de Él.
Sorprendida la Virgen por el “ahora y en ti se cumplirán las promesas” solo acierta a preguntar: ¿cómo?
¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
María está desposada con José. Están prometidos. Son novios o algo así. Cabe pensar que se adoran o, por menos, que se quieren muchísimo y muy bien pero no son esposos y -por tanto- no viven juntos. ¿cómo concebirá la Virgen al Salvador?
La segunda parte de la embajada de Gabriel revela el “cómo será”. No será José quien engendre al Salvador. Será concebido por obra del Espíritu Santo:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Esto no puede entenderlo ni la Virgen María ni el premio Nobel de Biología. A Ella le basta con saber que para Dios eso es posible y solo acierta a decir:
Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y, como dijo San Josemaría al encanto de estas palabras virginales el Verbo se hizo carne.  Uno debería arrodillarse en este punto. A esa obediencia de la fe están llamadas todas las naciones.
Nuestros viejos catecismos lo explicaban así: Como la luz atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo, el Espíritu Santo formó en las purísimas entrañas de la Virgen un Cuerpo perfectísimo y creó un Alma nobilísima que unió a ese Cuerpo y, en ese instante, a ese Cuerpo y Alma se unió la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo eterno de Dios que, sin dejar de ser Dios, empezó a ser Hombre para pasmo y alegría de los sabios venidos de Oriente y de los simplicísimos pastores de Belén.
Conviene no olvidar este pasaje del Evangelio al celebrar la Navidad. No habría mucho que celebrar si todo consistiera en que una mujer dio a luz a un niño hace dos mil años. Quizá sería mejor olvidarlo todo teniendo en cuenta que ese niño fue crucificado unos treinta años después.
Pero conviene no olvidarlo y celebrarlo con alegría porque fue una Virgen llena de gracia la que concibió y dio a luz al Hijo de Dios y la que nos enseñó a rezar diciendo: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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