viernes, 5 de octubre de 2012

UN DOCTOR PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


San Juan de Ávila,
obra de Pier Huberst Subleyra


Benedicto XVI proclamará Doctor de la Iglesia a san Juan de Ávila, el próximo 7 de octubre


En 1526, un hombre encontró el Amor de su vida. Como todo amor verdadero, fue un amor contagioso. Ardió su corazón de tal manera que ya no pudo sino salir a los caminos a contarle a todo el mundo su aventura. Casi quinientos años después, este enamorado se doctora. Este domingo, el Papa lo proclamará Doctor de la Iglesia universal. A las puertas del Año de la fe y en el pórtico mismo del Sínodo sobre la nueva evangelización, san Juan de Ávila entra en la Historia


 
Pero, ¿qué puede decirnos un hombre del siglo XVI a quienes vivimos en el siglo XXI? ¿Qué sentido tiene que irrumpa en nuestro presente este personaje? Si contáramos, a modo de tráiler cinematográfico, su vida en fogonazos y pinceladas audiovisuales, tendríamos elementos más que suficientes para convertir la historia en un éxito de taquilla, o pergeñar una serie de máxima audiencia para la televisión. El Maestro Ávila es una figura tan atrayente que los guionistas sucumbirían de inmediato a la trama. Engancha. No necesita aditivos, ni edulcorantes. Basta el poderoso relato de su vida, la verdad de los hechos: lo tenía todo y lo dejó todo (por Amor). Desprendido, generoso, entusiasta, rezaba, celebraba los sacramentos, tocaba el corazón de los hombres cuando hablaba, escribía con sencillez y profundidad y sentaba a comer a su mesa a los más necesitados: predicaba y daba trigo. Un Maestro que supo (y que sabe) suscitar el entusiasmo por el Evangelio y la búsqueda de la vida santa, que entregó su vida a la oración, el estudio y la predicación, y que estimuló e ilustró la fe cristiana de jóvenes y adultos, sabios e ignorantes, pobres y ricos.
Su originalidad se halla, entre otros aspectos, en su constante referencia a la Sagrada Escritura, en su consistente y actualizado saber teológico y en la firmeza para los contenidos de la fe, al más puro estilo paulino: La verdad no se ha de callar, y débese decir con mucha afirmación, diciendo que, aunque el ángel del cielo otra cosa evangelizare, no debe ser creído. Lo que en su día fue auténtico y sirvió fecundamente para una época concreta, se hace patrimonio común que sobrepasa los tiempos y las fronteras. ¿No tiene acaso novedad en nuestros días, sumidos en una crisis de hondas raíces morales, una figura que proclama y vive de esta forma el Evangelio de Jesús, Dios humanado?

Lo mejor de nuestras raíces


Apóstol de Andalucía, Apóstol del sacerdocio y de la Eucaristía, como de tantas formas y con tanto acierto le han definido, en un contexto no menos complejo que el nuestro, contó también, de algún modo, con su atrio de los gentiles, generando en él un original modo de diálogo y de exponer las verdades de la fe, donde ensamblaba, en admirable sintonía, la solidez de la doctrina cristiana con sus originales referencias al vivir cotidiano y, sobre todo, con un riguroso testimonio de vida, certero aval de la verdad predicada. No es de extrañar que, con su Doctorado, en esta fecha tan significativa, el Papa lo haya querido colocar como referente cualificado para todo el pueblo de Dios, para que le reconozcamos como Maestro y Doctor del Amor divino, como Doctor para la nueva evangelización.
Patrono del clero secular español, maestro de santos, experimentado conocedor de los caminos del espíritu, fue amigo y consejero de muchos de los de su tiempo: Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, Tomás de Villanueva, Juan de Dios, Juan de Ribera o Pedro de Alcántara, entre otros, conforman una selecta corona de amistades. Fue, además, un excelente pedagogo de la fe, al que la gente sencilla seguía para escuchar en su predicación, y centró su particular interés en la formación de los sacerdotes al estilo de Jesucristo, Buen Pastor.
El Doctorado es una ocasión privilegiada para, en palabras del Papa, volver los ojos a él, a lo mejor de nuestras raíces, recordando con gratitud que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió, sobre todo, gracias a España y a figuras tan relevantes como la de san Juan de Ávila. Este gran acontecimiento es también, sin duda, una invitación a la santidad. Adentrándonos en el testimonio y en la enseñanza del santo Maestro, nos proyectamos hacia el futuro. No es una mirada nostálgica y débil hacia un pasado que nada tiene que decirnos ni que aportarnos en el presente. Al contrario, es una mirada cargada de futuro, fuerte, ancha como el horizonte vital de san Juan de Ávila. Por el hecho de acoger y valorar su modelo de santidad, nos abrimos precisamente a las nuevas gracias que el Señor repartirá generosamente en el proceso de la nueva evangelización a que el propio Maestro nos impulsa. Su Doctorado nos obliga a conocer mejor su vida, a leer sus obras, a recibir con apertura su herencia, a ponerla en práctica, y a dar testimonio de su figura y su doctrina como propuesta de renovación para un mundo que vive como si Dios no existiera.

Siempre un contemporáneo


San Juan de Ávila supo vivir y expresar el misterio cristiano de forma eminente. Ahí tenemos lanzado el guante. Porque los tiempos pasan, cambian los métodos y los medios, se renueva el ardor y, sin embargo, los verdaderos creyentes como él son siempre contemporáneos. Decía Chesterton que «el gran clásico es un hombre del que se puede hacer el elogio sin haberlo leído». Con san Juan de Ávila se puede cumplir la máxima. Aprovechemos, sin embargo, el Doctorado para elogiarlo con más y mejor fundamento: leyéndolo e imitándole, porque además es compatible con imaginarlo, en fidelidad creativa, protagonizando una novela histórica, o una serie de ficción; es complementario con realizar un vídeo viral, sugerente, para aquellos que todavía no se han adentrado en las obras exhaustivas y navegan en el oleaje bravío de las redes sociales.
Conociéndole a fondo, podremos seguirle y hacer que otros le sigan en Twitter (@sjuandeavila_d); podremos colgar sus frases más célebres en el tablón parroquial y compartirlas en el muro de Facebook. Y podemos, sobre todo, recorrer de su mano el camino de la fe, con nuevo ardor, con nuevo impulso, con la mirada puesta en Cristo crucificado y las rodillas hincadas ante el sagrario, que ése es, según él mismo confesaba, el modo en que se ganan las almas para el Señor. Así es como se libra y se gana la pacífica batalla del Amor, porque «el que se arma con la fe viva está fuerte para resistir» y está preparado para que todos, todos sin exclusión alguna, sepan que nuestro Dios es Amor.

Isidro Catela Marcos
Director de la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española,
miembro de la Junta San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia
 
Publicado en Alfa y Omega

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