sábado, 20 de octubre de 2012

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Podemos».
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».

Marcos 10, 35-45
 
Santiago y Juan piden a Jesús los primeros puestos en su Reino futuro haciendo alarde de osadía y ambición. Los otros diez no les van a la zaga, y por eso se indignan al saber de la petición de los dos hermanos. Resulta paradójico que los apóstoles manifiesten estas actitudes y reacciones, ellos que llevan tiempo conviviendo con el Maestro, que han escuchado su mensaje de servicio y de humildad, que han sido testigos de milagros prodigiosos. Está claro que no habían acabado de entender la enseñanza del Maestro, ni tampoco aprendían demasiado de su ejemplo. Por otra parte, contemplar a los apóstoles tan humanos, tan frágiles, de alguna manera nos sirve de consuelo y esperanza.

Nos ayuda a no desanimarnos por nuestros altibajos y caídas. La conversión profunda del corazón llegará a través del encuentro con el Resucitado, y al recibir la luz y la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero no hay que olvidar que lo más importante en cualquier biografía es el final de la trayectoria, y la de todos ellos culmina con una confesión del Señor tan rotunda, que quedará sellada por el martirio. ¡Ojalá nuestra trayectoria quede también sellada por la confesión del Señor!
La vida cristiana comienza en el sacramento del Bautismo, por el que somos constituidos hijos del Padre, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo. El Bautismo produce en nosotros una nueva vida, un dinamismo que nos impulsa a la santidad y al apostolado. Esta dimensión apostólica se manifiesta de manera más plena en la Confirmación, que es un nuevo Pentecostés para el que la recibe y que comporta un compromiso para dar testimonio de Cristo con la palabra y con la vida. La vida cristiana es un camino de conversión continua, que lleva al desarrollo pleno de nuestra personalidad de hijos de Dios y a ser testigos de Cristo en el mundo.

En este camino de seguimiento de Cristo, la actitud de servicio no es un elemento menor. Tal como el Señor enseña a los Doce: «El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos». Si queremos ser discípulos de Cristo, hemos de hacer del servicio a Dios y a los demás el eje central de nuestra existencia. Somos los discípulos de Cristo, el Siervo de Yahvé que nos ha redimido dando su vida en la cruz. Somos los hijos de María, la esclava del Señor. No es posible vivir el seguimiento de Cristo sin hacer de la actitud y de la práctica del servicio uno de nuestros fundamentos. Pidamos al Señor que cambie nuestro corazón ambicioso por un corazón que sirve a los hermanos hasta llegar a dar la propia vida.
 
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

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