El ejercicio diario de agudizar el oído de la conciencia para escuchar a Dios en el propio corazón, te hará percibir cada vez con mayor intensidad, la voz del Señor.
Su voz te indicará qué debes hacer y lo que no tienes que hacer; qué es lo que realmente te conviene y aquello que te puede lastimar… En él podrás descansar, incluso en los momentos de mayor dificultad.
Tal vez, en algunos, se halle incorporada una actitud de independencia y rebeldía hacia lo que Dios sugiere e inspira. Sin embargo, con la experiencia de logros y fracasos, el hombre y la mujer de corazón humilde aprenden a escuchar a Dios y a obedecerle, pues van experimentando que de esa docilidad dependen la verdadera sanación interior y la transformación profunda en todas las áreas de la vida.
El católico, que como María escucha y obedece a Dios con confianza y alegría, verá cómo en su vida se concretan maravillas que ni siquiera podía llegar a imaginar.
P. Gustavo Jamut
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