En la imágen Sto. Tomás Moro
En las próximas semanas ofreceremos cada miércoles estas pequeñas reflexiones sobre la virtud del buen humor.
(A propósito de una oración de Santo Tomás Moro)
Autores: Salvatore Moccia y Tomás Trigo
Santo Tomás Moro (1478-1535), Lord Canciller de Inglaterra, fiel servidor de su país y de la Iglesia, decapitado por orden de su amigo, Enrique VIII, por haberse opuesto a su divorcio con Catalina de Aragón y a su intento de convertirse en cabeza de la Iglesia en Inglaterra, no perdió el buen humor ni a la hora de la muerte. Cuando, en la madrugada del 6 de julio de 1535, le comunican que lo van a llevar al sitio del martirio, se pone su mejor vestido y pide su abrigo: “porque doy mi vida, pero un resfriado sí que no me quiero conseguir”.
Antes de subir al cadalso, se le acerca su hijo y le pide la bendición. Después le dice al oficial que dirige la ejecución: “¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo”. Una vez arriba, recita arrodillado el salmo 50: “Apiádate de mí, Señor, según tu gran misericordia…”
El verdugo le pide perdón de rodillas –como era costumbre-, y Moro le dice: “¡Ánimo, hombre!, no tengas miedo a cumplir con tu oficio. Mi cuello es muy corto. Ándate, pues, con tiento y no des de lado, para que quede a salvo tu honradez”.
El ejecutor quiere vendarle los ojos, pero Moro se los cubre él mismo, tapándose la cara con un pañuelo que trae. Se reclina despacio, colocando la cabeza sobre el tajo. Al quedarse prendida la barba entre el cuello y el madero, advierte al verdugo: “Por favor, déjame que pase la barba por encima del tajo, no sea que la cortes”.
“Éstas fueron las últimas palabras de Tomás Moro. Supo burlarse de sí mismo y colocar sus asuntos, su propia muerte, bajo la lente de lo absurdo. Y es que ante Dios, única realidad para la que merece la pena vivir, nuestra muerte tampoco es importante. Hay que tener el alma de un niño y tomar con fuerza la mano del Padre, para poder hacer bromas ante la propia muerte” (Tadeusz Daiczer).
El 31 de octubre de 2000, Tomás Moro fue proclamado por Juan Pablo II Patrono de los gobernantes y de los políticos.
En algún momento de su vida –no sabemos cuándo-, compuso esta oración:
Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro,
para que no se asuste ante el pecado,
sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos
y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás.
Amén.
Algunos párrafos de esta oración han inspirado las reflexiones que expondremos.
De todas formas, antes de entrar en profundas reflexiones, pensamos que es muy recomendable rezar esta simpática y realista oración, especialmente cuando atravesemos un mal momento en el trabajo o en los negocios de la vida; cuando las cosas se nos compliquen o cuando, al faltar la actividad, nos quiera adormecer el aburrimiento y el tedio; cuando sintamos que estamos sufriendo debido a ese ser dominante que se llama YO o cuando, debido al cansancio, “ya no estamos para bromas”. Es el momento de pararse un minuto, respirar profundamente, cerrar los ojos y rezar la oración del buen humor.
Autores: Salvatore Moccia y Tomás Trigo
Santo Tomás Moro (1478-1535), Lord Canciller de Inglaterra, fiel servidor de su país y de la Iglesia, decapitado por orden de su amigo, Enrique VIII, por haberse opuesto a su divorcio con Catalina de Aragón y a su intento de convertirse en cabeza de la Iglesia en Inglaterra, no perdió el buen humor ni a la hora de la muerte. Cuando, en la madrugada del 6 de julio de 1535, le comunican que lo van a llevar al sitio del martirio, se pone su mejor vestido y pide su abrigo: “porque doy mi vida, pero un resfriado sí que no me quiero conseguir”.
Antes de subir al cadalso, se le acerca su hijo y le pide la bendición. Después le dice al oficial que dirige la ejecución: “¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo”. Una vez arriba, recita arrodillado el salmo 50: “Apiádate de mí, Señor, según tu gran misericordia…”
El verdugo le pide perdón de rodillas –como era costumbre-, y Moro le dice: “¡Ánimo, hombre!, no tengas miedo a cumplir con tu oficio. Mi cuello es muy corto. Ándate, pues, con tiento y no des de lado, para que quede a salvo tu honradez”.
El ejecutor quiere vendarle los ojos, pero Moro se los cubre él mismo, tapándose la cara con un pañuelo que trae. Se reclina despacio, colocando la cabeza sobre el tajo. Al quedarse prendida la barba entre el cuello y el madero, advierte al verdugo: “Por favor, déjame que pase la barba por encima del tajo, no sea que la cortes”.
“Éstas fueron las últimas palabras de Tomás Moro. Supo burlarse de sí mismo y colocar sus asuntos, su propia muerte, bajo la lente de lo absurdo. Y es que ante Dios, única realidad para la que merece la pena vivir, nuestra muerte tampoco es importante. Hay que tener el alma de un niño y tomar con fuerza la mano del Padre, para poder hacer bromas ante la propia muerte” (Tadeusz Daiczer).
El 31 de octubre de 2000, Tomás Moro fue proclamado por Juan Pablo II Patrono de los gobernantes y de los políticos.
En algún momento de su vida –no sabemos cuándo-, compuso esta oración:
Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro,
para que no se asuste ante el pecado,
sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos
y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás.
Amén.
Algunos párrafos de esta oración han inspirado las reflexiones que expondremos.
De todas formas, antes de entrar en profundas reflexiones, pensamos que es muy recomendable rezar esta simpática y realista oración, especialmente cuando atravesemos un mal momento en el trabajo o en los negocios de la vida; cuando las cosas se nos compliquen o cuando, al faltar la actividad, nos quiera adormecer el aburrimiento y el tedio; cuando sintamos que estamos sufriendo debido a ese ser dominante que se llama YO o cuando, debido al cansancio, “ya no estamos para bromas”. Es el momento de pararse un minuto, respirar profundamente, cerrar los ojos y rezar la oración del buen humor.
2 comentarios:
¿Ha reparado usted en el buen humor de los Papas?
Hablando de humor, mira que video he recibido hoy:
http://www.youtube.com/watch?v=W_0mdH5rOMM
Qué conste que no va con segundas para nadie eh? lo he recibido de un sacerdote madrileño que estoy segura que se ha echado unas cuantas risas viéndolo.
Publicar un comentario