Ahora que la pantalla está ya iluminada,
y el teclado espera sólo el tacto diligente de los dedos,
me dirijo a Ti, Señor,
en la seguridad de que voy a encontrarte también en los caminos anónimos de Internet,
que cruzan el mundo,
caminos que están hechos del anhelo del hombre por comunicarse con otros hombres,
del propósito feliz de negar las distancias.
Tú, que has querido encarnarte en el misterio humano,
y sufrir, como nosotros, el cansancio y el azar de los caminos del mundo,
acompáñanos hoy en este viaje,
porque también aquí
hay trayectos arduos y fatigosos
como aquellos senderos polvorientos que pisaste en Galilea.
Acompáñanos Tú, Señor,
porque también aquí
hay caminos misteriosos, como el de Emaús,
que nos llevan sin ruido al descubrimiento del otro
y conservan aún la luminosa facultad de transformarnos.
Enséñanos a usar de este medio con provecho y con medida
y ayúdanos a sortear los peligros de nuestra singladura:
que no nos aturda toda esta información tan ingente,
que no nos embauquen las vanas apariencias, vacías de contenido,
que sepamos alejarnos de cualquier forma de esclavitud indigna,
de la ceguera del pensamiento único,
de los caminos sin rostro de la deshumanización.
Concédenos, Señor, un entendimiento claro
para interpretar los signos inquietantes de esta época,
que están escritos en el espacio propicio de cada encrucijada,
y mantén nuestro corazón atento a las voces proféticas,
allí donde tu Espíritu --que sopla donde quiere--
las aliente y las haga surgir,
unas veces familiares, como las luces conocidas de los faros en la costa,
y otras inesperadas, como destellos de tu providencia en la oscuridad de ciertas noches.
Y al final,
cuando se apague de nuevo la pantalla
y tengamos la vana impresión de haber aprendido alguna cosa,
recuérdanos que saber y conocimiento
son algo más que esa información fragmentaria
que pasó fugazmente ante los ojos,
y que el mundo será siempre más ancho
de lo que nos pareció entender,
porque llega hasta lo más profundo de cada hombre
y se pierde después en el horizonte inmenso de tu corazón de Padre.
Amén.
Oración publicada originalmente en Red Ignaciana de Cádiz (España)
y el teclado espera sólo el tacto diligente de los dedos,
me dirijo a Ti, Señor,
en la seguridad de que voy a encontrarte también en los caminos anónimos de Internet,
que cruzan el mundo,
caminos que están hechos del anhelo del hombre por comunicarse con otros hombres,
del propósito feliz de negar las distancias.
Tú, que has querido encarnarte en el misterio humano,
y sufrir, como nosotros, el cansancio y el azar de los caminos del mundo,
acompáñanos hoy en este viaje,
porque también aquí
hay trayectos arduos y fatigosos
como aquellos senderos polvorientos que pisaste en Galilea.
Acompáñanos Tú, Señor,
porque también aquí
hay caminos misteriosos, como el de Emaús,
que nos llevan sin ruido al descubrimiento del otro
y conservan aún la luminosa facultad de transformarnos.
Enséñanos a usar de este medio con provecho y con medida
y ayúdanos a sortear los peligros de nuestra singladura:
que no nos aturda toda esta información tan ingente,
que no nos embauquen las vanas apariencias, vacías de contenido,
que sepamos alejarnos de cualquier forma de esclavitud indigna,
de la ceguera del pensamiento único,
de los caminos sin rostro de la deshumanización.
Concédenos, Señor, un entendimiento claro
para interpretar los signos inquietantes de esta época,
que están escritos en el espacio propicio de cada encrucijada,
y mantén nuestro corazón atento a las voces proféticas,
allí donde tu Espíritu --que sopla donde quiere--
las aliente y las haga surgir,
unas veces familiares, como las luces conocidas de los faros en la costa,
y otras inesperadas, como destellos de tu providencia en la oscuridad de ciertas noches.
Y al final,
cuando se apague de nuevo la pantalla
y tengamos la vana impresión de haber aprendido alguna cosa,
recuérdanos que saber y conocimiento
son algo más que esa información fragmentaria
que pasó fugazmente ante los ojos,
y que el mundo será siempre más ancho
de lo que nos pareció entender,
porque llega hasta lo más profundo de cada hombre
y se pierde después en el horizonte inmenso de tu corazón de Padre.
Amén.
Oración publicada originalmente en Red Ignaciana de Cádiz (España)
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