lunes, 3 de febrero de 2014

LOS DEMÁS ¿UN PROBLEMA O UNA AYUDA?

No nacemos solos, no llegamos al cielo solos. Sin embargo, a veces pensamos que los demás son nuestro problema, como diría Mafalda: «Hay días en donde lo malo de uno son los demás». Y pensamos que la vida tiene demasiados obstáculos para poder trepar a las alturas. En lugar de peldaños vemos muros infranqueables. En lugar de lazos a lo alto, sólo cadenas pesadas que nos tiran a la tierra.
 
Y podemos tener la tentación de querer prescindir de los demás para alcanzar las alturas, porque vemos en ellos un obstáculo que no nos deja volar alto. La fuga del mundo. Ya lo decía el P. Kentenich: «Los que más se empeñan por la santidad hacen que la gente repita en seguida: Mi Dios y mi todo. Fuera con todo lo demás, con las vinculaciones. Y así despreciamos con facilidad las cosas y las alegrías de este mundo. Así se destruyen muchas fuerzas sanas de nuestra naturaleza. Porque las vinculaciones queridas por Dios existen y debemos integrarlas en nuestra vinculación con Él»[1].
 
El mundo tiene muchas alegrías en medio de tristezas. Hay mucha luz en medio de las tinieblas. Vínculos sanos que reflejan a Dios y su amor. Nos necesitamos en ese camino hacia el cielo. Somos escalones de ese camino que nos lleva hasta Dios.
 
A veces nos gustaría huir del mundo intentando llegar antes a Dios. Nos abruman el dolor y la pena, el ruido y los problemas. Pero no es ése el camino, no es nuestra vocación. Nuestra felicidad pasa por la felicidad de los que nos rodean. 
 
La alegría es contagiosa, igual que la pena. Los vínculos humanos son los lazos que nos llevan a lo alto: «Dios nos quiere atraer con lazos humanos. Por eso procura que nos dejemos vincular por el amor filial, conyugal, paternal. Permite que nos vinculemos a hijos, padres y cónyuges. Pero Dios tira ese lazo hacia arriba y no descansa hasta que todo esté ligado a Él»[2].
 
A través de los hombres caminamos hacia Dios. Dios usó ese camino para llegar a nosotros, se encarnó en el seno de María, se hizo uno de nosotros menos en el pecado. Sufrió, rió, amó. Sí, Jesús se vinculó hasta el extremo, amó hasta dar la vida. Era un amor humano, cercano, cálido, tangible.
 
Nosotros usamos el mismo camino para llegar hasta Él. Amamos en la carne. Tocamos y miramos. Nos dejamos tocar. Permitimos que el amor de los otros se meta en el alma. Y ese amor nos habla de un amor más grande, más pleno, más lleno de luz. Ese amor nos lleva a Dios.
P. Carlos Padilla

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