Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien las cumpla y enseñe, será grande en el reino de los cielos.
Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado...
Habéis oído el mandamiento: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior...
Sabéis que se mandó a los antiguos: No jurarás en falso y Cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Mateo 5, 17-37
Dichoso el que con vida intachable, camina en la voluntad del Señor.
Sí, señor. ¡Gran verdad! Y todo aquí es un ¡ojalá! y un ¡quién pudiera! Porque vivir como Dios manda y ser dichoso es una misma cosa, y una misma gracia y una misma bendición: ¡ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas!
Jesús no empieza su sermón mandando cosas y prohibiendo cosas. ¡Oh, no! Empieza su sermón describiendo a los hijos de Dios de tal modo y manera que le sale un autorretrato maravilloso. Y el rasgo más destacable de los hijos de Dios en el autorretrato de Cristo es la dicha.
El hijo de Dios es pobre de espíritu, sí. Esto quiere decir que no va empujando; que pide las cosas por favor; que da las gracias por todo y se conforma con muy poquita cosa. Pero esa pobreza y ese aguante, y esas lágrimas están bajo el signo de la dicha o bienaventuranza. No dice: ¡Pobrecitos los pobres, los sufridos, los que lloran…” Dice:¡Dichosos! Y no dice: Vamos a matarlos para que no sufran. ¡Oh, no! Dice: vamos a esparcirlos por el mundo como se esparce la sal y vamos a ponerlos en el candelero como se pone en el candelero la luz encendida.
Jesús, que empezó con las bienaventuranzas para que aspirásemos a ellas, declaró de inmediato su estrategia. Cuando dijo vosotros sois la luz del mundo no estaba tratando de motivar -como ahora se dice- a sus discípulos. Estaba revelándoles los designios de Dios: su Luz y su Sabor y su Calor y su Gloria y su Santidad van a manifestarse en el mundo -por los siglos de los siglos amén- en los sencillos. Y de un modo especial en los niños con síndromes de Down -o de Asperger- que vivirán por los siglos de los siglos amén a pesar de los guapos que no soportan el sufrimiento de los feos.
Después de retratar al santo en su autorretrato como un ser dichoso y capaz de poner sabor y luz en un mundo desabrido y oscuro, Jesús empezó a explicar la Ley de Moisés.
Era una Ley estupenda. Decía: No matarás; no cometerás adulterio; no jurarás con falsedad… Y Jesús se puso a explicarla. No se puso a complicarla con la complicación de los escribas y fariseos; se puso a explicarla con la sencillez de los sencillos. En realidad lo que hizo fue ponerse a cumplirla escrupulosamente.
“No matarás. Muy bien. Pero no insultes. No llames imbécil a tu hermano. No lo llamesrenegado. No andes poniendo orejas de burro y capirotes y etiquetas de infamia a tus hermanos”. Lo decía Jesús que -con los brazos extendidos en la Cruz- nos abrazaba a todos dejándose matar.
No matarás. Muy bien. Pero, si vas a poner tu ofrenda sobre el altar y te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, ve corriendo a reconciliarte con él. Ve y dile: “hermano: si te he ofendido, lo siento en alma”. Solamente si puedes decir eso con verdad podrá ser aceptada tu ofrenda en el altar.
No cometerás adulterio. Está muy bien el mandamiento este que se dio a los antiguos. ¿Voy a abolirlo yo? No tal. Muy al contrario. Lo que haré será comportarme con vosotros como un esposo enamorado que da la vida por su esposa. Y, a más a más, os daré la gracia de vivir el matrimonio como Dios manda de tal modo y manera que quien os vea dirá: ¡Mirad cómo se aman! ¿No os recuerdan a Jesús que da su vida por la Iglesia y a la Iglesia que no olvida a Jesús y que solamente tiene ojos para Él?
No jurarás con falsedad. Pero yo os digo que si os conocen por vuestra veracidad no os exigirán juramentos porque sabrán que vuestro “sí” es sí y vuestro “no” es no. Lo decía Jesús que mantuvo cada “sí” y cada “no” hasta la Cruz.
No da igual vivir pensando que somos como los caracoles, como los perros y los gatos que viven hasta que mueren o vivir pensando que hay vida eterna. Si somos como los cerdos y como los osos panda, entonces las bienaventuranzas no tienen sentido y solamente cabe a filosofía del “a vivir que son dos días”.
Pero Jesús no hablaba de la vida eterna como de una hipótesis sino como de algo tan cierto que justifica sacarse el ojo derecho, cortarse la mano derecha y entregarlo todo con tal de vivir como Dios manda.
Javier Vicens
Párroco de S Miguel de Salinas
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