martes, 7 de septiembre de 2010

LA FE ES PARA VIVIRLA

¿Qué se entiende por practicar la fe? Practicar la fe no sólo es rezar y participar en los sacramentos. Abarca también el amor a Dios y el amor al prójimo, dar culto a Dios y servir a los demás con la caridad y la justicia.

En uno de sus sermones exhorta San Agustín: “Dichosos nosotros si llevamos a la práctica lo que escuchamos (en la iglesia)…Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara” (Sermón 23A). Y añade que la vida cristiana, como la de Jesús, se fundamenta en dos actitudes: la humildad y la acción de gracias.

La humildad lleva, en efecto, a morir a uno mismo para dar la vida a otros. Y la acción de gracias (eso significa Eucaristía) se ofrece a Dios Padre como culto, a la vez que se traduce en servicio por el bien de todos: damos gracias a Dios que nos ha salvado y manifestamos nuestro agradecimiento preocupándonos, con hechos, por los demás.

“Vivamos, por tanto, dignamente –concluye San Agustín, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado”.

En definitiva, practicar la fe es ese “vivir dignamente, ayudados por la gracia”. Por tanto, no practica quien no vive los sacramentos, y tampoco practica quien no se preocupa por las necesidades materiales y espirituales de los demás.

“Practicar la fe” es amar a Dios sobre todas las cosas, muriendo al egoísmo y al pecado (la búsqueda del bienestar o del poder a toda costa; ponerse a uno mismo en el centro, ocupando el lugar de Dios). Y al mismo tiempo –con y como Cristo– traducir ese amor en el amor al prójimo. Y esto, en concreto, comenzando por los que nos rodean, en el ambiente de trabajo, en la familia, en las relaciones sociales y culturales.

De esta manera “la práctica de la fe” es, sencillamente, la vida cristiana bien “vivida”, tal y como la pueden y deben ejercitar la mayor parte de las personas, en medio de la calle. La fe lleva a la oración y a los sacramentos, y “fructifica” en el trabajo por el bien material y espiritual de todos, especialmente de los más necesitados.

Sólo así se comprueba que la fe es luz –que asume también la razón– y fuerza que sostiene al cristiano, tanto en las situaciones más comunes como en las más difíciles y extraordinarias de su vida.

Un ejemplo de ello se ve en la película “Prueba de fuego” (Fireproof, A. Kendrick, 2008). Queda claro que la oración y el sacrificio unidos a Cristo son eficaces ante las crisis. Esto es verdad sobre todo cuando la existencia gira en torno a la Eucaristía.

La fe no es un conjunto de teorías, ni tampoco un manojo de sentimientos ni un código de reglas, sino una Vida y un amor, que Dios nos ha entregado en Cristo por la gracia del Espíritu Santo, para que nosotros nos entreguemos por el bien de los demás. Según el apóstol Santiago, la fe sin obras es una “fe muerta”. Practicar la fe es “vivir la fe” y “vivir de fe”. Según Benedicto XVI, la fe lleva a ponerse al servicio del mundo, con el amor y la verdad (Encíclica Caritas in veritate, n. 11).

Es bueno recordar lo que dice San Juan en su primera carta: “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Jn 5, 4). Y para entenderlo bien, es importante lo que señala Benedicto XVI en su Carta de convocatoria para la Jornada Mundial de la Juventud (Madrid 2011), “la victoria que nace de la fe es la del amor”. Y añade, como pensando en voz alta: “Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás”.

Así pues, la fe es para practicarla; es decir, para vivirla. Por tanto, el testimonio de la fe es al mismo tiempo un testimonio del amor. Y es la garantía de un mundo más humano, precisamente porque es un mundo según Dios.

Ramiro Pellitero

Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra.

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