miércoles, 18 de marzo de 2009

SAN PABLO III PARTE


MI VIDA ES CRISTO:Como consecuencia de la nueva noción que Pablo ya tiene de Dios, ahora cambia su visión del hombre y del pecado en la historia de la salvación.
Para Saulo había dos tipos de seres humanos sobre la faz de la tierra: Los judíos y los paganos. Los primeros tenían la oportunidad de salvarse gracias a la Ley. Los paganos eran pecadores; por lo tanto, sujetos de la cólera y castigos divinos; sin esperanza y sin Dios.
Presenciaremos cómo se transforma su mentalidad, tanto con respecto al ser humano como al papel del pecado en el plan de salvación. Estos cambios se reflejan también en cada uno de nosotros (obviamente, estamos hablando del pecado reconocido como tal).
Pablo llega a descubrir que el hombre es incapaz de salvarse por sí mismo y que, además, el gran obstáculo para acercarse a Dios, el pecado, se transforma en causa para que sobreabunde el amor misericordioso de Dios. El pecado obstáculo, se convierte en oportunidad.


A. MENTALIDAD DEL ANTIGUO TESTAMENTO: CUMPLIR LA LEY ME HACE JUSTO Y AGRADABLE A DIOS
Según la mentalidad judía, el hombre que guardaba la Ley se consideraba justo y agradable a Dios.
Quien cumpla la Ley, vivirá por ella: Lev 18, 5.
Así, la máxima virtud era la fidelidad a la Ley. Saulo, fariseo riguroso, se había esforzado siempre por este camino estrecho y era fiel cumplidor de los diez mandamientos, los 613 preceptos y las tradiciones y costumbres de sus antepasados.
Pensaba que para subir al cielo se necesitaba la escalera de la legislación, lo cual parecía posible con esfuerzo constante, fuerza de voluntad, perseverancia y fidelidad.
B. EXPERIENCIA DE PABLO: IMPOSIBLE SALVARSE POR SÍ MISMO
Pero, después de Damasco, Pablo se da cuenta que es imposible lograrlo, porque nadie logra cumplir toda la Ley, ya que todos han transgredido algún precepto. Así, tanto judíos como gentiles han pecado:
No hay quien sea justo... No hay quien obre el bien; no hay uno siquiera. Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios: Rom 3, 10-12. 23.
Y como consecuencia irremediable, la muerte, porque:
El salario del pecado es la muerte: Rom 6, 23a.
El hombre no se puede salvar por su propio esfuerzo.
Dos borrachos regresaban a sus casas en la madrugada, pero debían cruzar el río en un pequeño bote.Se subieron y comenzaron a remar y remar.El amanecer los encontró cansados, haciendo su último esfuerzo; pero se dieron cuenta que no habían avanzado un solo metro, porque la barca estaba amarrada con un cable a un árbol de la orilla.
Ese cable que nos impide llegar a la orilla de la salvación, se llama pecado. Mi pecado, nuestro pecado, no nos dejan avanzar. Estamos atados. A pesar de nuestro esfuerzo y buena voluntad, nos cansamos y terminamos desanimados y fracasados. Estamos oprimidos "bajo" el régimen de la condenación. La Ley en la que depositamos nuestra confianza, esa misma Ley nos condena por no cumplirla en plenitud.
La Ley, dada para la felicidad (Deut 10, 12) se convirtió en fuente de condenación.
El antiguo fariseo, que antes se ufanaba de ser irreprochable, ahora reconoce que hace el mal que no quiere y no es capaz de realizar el bien que se propone. Después de tanto remar debe confesar:
¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?: Rom 7, 24.
Además, se reconoce el mayor de todos los pecadores:
Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo: 1Tim 1, 15.
Sin embargo, Dios le descubre tres cosas que superan toda lógica:
Que su Hijo Único murió por nosotros, cuando todavía éramos pecadores. Esta es la evidencia incontestable del amor de Dios:La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros: Rom 5, 8.
Hasta con no poca dosis de escándalo percibe que el pecado tenía un lugar y un propósito en el plan de salvación:Dios encerró a todos en la rebeldía (pecado) para usar con todos de misericordia: Rom 11, 32.El pecado tenía un misterioso lugar en el plan de salvación. Por eso, exclama extasiado:¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!: Rom 11, 33.
Lo maravilloso y hasta entonces inaudito:Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia: Rom 5, 20.La única oveja buscada, encontrada y cargada en los hombros del buen pastor fue la oveja que se perdió. Al hijo que le reserva el cordero cebado, es al hijo que se había escapado de la casa y no al bueno que siempre obedecía los mandatos de su padre.
El pecado ya no es un obstáculo, sino un imán que atrae con mayor fuerza el amor misericordioso de Dios. Así como cuanto mayor es un cuerpo, atrae proporcionalmente a otro, de la misma manera, cuanto mayor es el pecado, mayor es la atracción de la gracia de Dios. Así, a quien más le debe, se le va a perdonar más.
Por lo tanto, ya no se puede condenar a nadie por ser pecador, porque va a ser sujeto de un amor especial de parte de Dios; pues Dios envió a su Hijo cuando todavía éramos pecadores. Dios rompe los esquemas de la tradición religiosa de su tiempo. ¿Será por esta postura tan atrevida que Paulo fue incomprendido por quienes intentaban hacer un amasiato entre el sistema de la Ley y la gracia de Dios? La gente piadosa le reclamaba: ¿Es justo que los pecadores sean amados por Dios? Entonces, ¿de qué sirve esforzarse por cumplir los mandamientos si Dios ama así a los pecadores? Incluso, algunos interpretaban esta postura paulina como si fuera una invitación para pecar más, para que se acrecentara el amor de Dios por el pecador (Rom 3, 8).
Saulo se confiesa pecador después que toda la vida ha luchado por ser justo, santo y perfecto.
Qué difícil es que un perfeccionista acepte sus límites o reconozca sus errores y después de remar para cruzar el río, admitir que no ha avanzado nada. ¡Qué difícil!
Considerarse justo gracias a sus propios méritos y esfuerzos, o vivir agradecido con Dios que le ha enviado el elevador, porque él no podía esforzarse más en la interminable escalera. O seguir confiando y gloriándose en sus merecimientos personales, o aceptar su pecado y abandonarse al perdón misericordioso de Dios. Tomar la escalera implica renunciar al elevador.
Si el pecado lo apartaba de Dios, ahora, reconocido, lo hace recurrir a Él de forma más humilde; no para cobrarle lo que le debe por sus buenas obras. En consecuencia, todo aquel esfuerzo que le era motivo de gloria, no ha servido de nada, por la simple razón que la barca de su vida estaba atada con la cuerda del pecado. Y aún más dramático, aceptar la Ley como medio de salvación implica necesariamente renunciar a ser salvado por Jesucristo.
Por eso, desde la prisión, él mismo resume este punto, avalándolo con sus cadenas:
Lo que antes era para mí una ganancia (se refiere al sistema de la Ley), lo he juzgado una pérdida, a causa de Cristo. Y aún más, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de mi Señor Jesús, por quien perdí todas las cosas y las tengo por estiércol para ganar a Cristo: Flp 3, 7-8.
C. APLICACIÓN A NUESTRA VIDA: RECONOCERSE PECADOR
Para iniciar su obra de rescate, Dios nos pide reconocer que somos incapaces para salvarnos por nosotros mismos; y clamar desde el fondo: "Señor tú haces misericordia con quien quieres" (Rom 9, 18a). Yo no puedo salvarme; pero tú sí puedes hacerlo.
Obviamente, no se trata de seguir pecando, porque se caería en el extremo de hundirnos más en el fango del pecado para recibir más misericordia de Dios. No, al contrario. Es cuestión de reconocer nuestra incapacidad para salvarnos por nosotros mismos y abandonarnos a la misericordia de Dios, renunciando a todo pecado, sin importar el tamaño o gravedad del mismo.
Reconocer nuestra incapacidad para cumplir toda la Ley es el portón de entrada para experimentar la gracia, el amor y el perdón divinos.
Además, cuando experimentamos nuestra fragilidad y que el pecado destila por cada poro de nuestra piel, ya no juzgamos a los demás. Somos misericordiosos, porque sabemos de qué barro todos hemos sido plasmados.
Cada año, con motivo de las fiestas de aniversario de su coronación, el rey de Persia tenía por costumbre liberar a un criminal, sin importar cuál fuera su delito.Cuando cumplió 25 años de monarca, él mismo quiso ir a la prisión, acompañado de su primer ministro y to-da su comitiva, para decidir a cuál delincuente iba a liberar en esa ocasión tan especial.Cada uno de los reclusos, suponiendo que era su oportunidad para ser liberado, preparó un discurso de defensa para exponerlo ante el rey:- Majestad -afirmó el primero con vehemencia- soy inocente. Un enemigo me acusó falsamente, y por eso estoy aquí. - A mí -añadió otro con lágrimas en los ojos- me confundieron con un ladrón, pero jamás he robado a nadie; al contrario, soy generoso y doy limosnas.- El juez me condenó injustamente- dijo un tercero, rechinando sus dientes.De modo semejante, todos y cada uno manifestaban al rey su inocencia y por qué merecían la gracia de ser liberados de la cárcel.Pero había un hombre en un rincón, que temía acercarse. El rey lo miró atentamente y le preguntó: - Tú, ¿por qué estás preso?- Porque maté a un hombre, majestad. Soy un asesino...- Y, ¿por qué lo mataste?- Porque me violenté en esos momentos...- ¿Eres tan violento?- No tengo dominio sobre mi enojo…Transcurrió un momento de silencio, mientras el rey decidía a cuál prisionero iba a liberar. Entonces, tomó el cetro y señaló al asesino que acababa de interrogar: - Tú, sales de la cárcel...- Pero, majestad -replicó el primer ministro- ¿acaso no parecen más justos e inocentes cualquiera de los otros? - Precisamente por eso -respondió el rey.- Libero a este malvado, porque yo vine a liberar a un criminal y los demás parecen tan justos....
Jesús vino a liberar a los oprimidos y perdonar a los pecadores. No le interesan los justos que no necesitan conversión sino los pecadores que no pueden salvarse por ellos mismos.
Antes de Damasco, Saulo suponía que se podía salvar por sí mismo. Cumpliendo la voluntad de Dios, él se ganaba y ameritaba el boleto para la gloria. Pero constata la cruda realidad: No lo ha logrado porque está atado a la cuerda del pecado.
En Damasco percibe que, aunque era irreprensible con respecto a la Ley, había equivocado el camino. Remaba y remaba en una barca que estaba atada y que, a la postre, sería su tumba. Gran frustración y decepción de la vida. El Banco donde había invertido su capital había quebrado, y hasta le cobraba altos intereses. Había librado una vigorosa y gallarda batalla, pero en el equipo contrario.
EL HOMBRE NO SE VA A SALVAR POR LA LEY, SINO CUANDO RECONOZCA SU PECADO Y QUE NO SE PUEDE SALVAR POR SÍ MISMO
Pero descubre un misterioso plan de Dios que, encerró todo ("panta" en griego) bajo la rebeldía, (bajo el pecado) para usar con todos de misericordia (Rom 11, 32).
El pecado, que antes se consideraba como un obstáculo que nos separaba de Dios, ahora es el imán que atrae su amor misericordioso, pues "donde abunda el pecado, sobreabunda el amor misericordioso de Dios".
Pablo dio el paso de estricto fariseo, cumplidor de la Ley, a reconocerse pecador, incapaz de salvarse por sí mismo; porque admitió su pecado; no delante de una Ley escrita en piedra, sino frente al infinito amor de Dios.
Si los judíos lo trataban de matar por haberse pasado al equipo contrario, los cristianos tradicionalistas, liderados por Santiago, lo rechazaban porque presentaba un Dios demasiado bueno, que había transformado el pecado en motivo para mostrar su amor misericordioso y su perdón. Lo cierto es que el vino nuevo de Pablo rompía los moldes de unos como de otros.
Cuando Pablo vislumbra esta dimensión del plan de Dios, no puede sino exclamar: "Mi vida es Cristo", porque se ha diluido y erosionado el sistema de la Ley donde había invertido todos sus esfuerzos.
EL PECADO DEL HOMBRE NO FUE OBSTÁCULO PARA QUE DIOS MANIFESTARA SU AMOR. AL CONTRARIO, DONDE ABUNDA EL PECADOSOBREABUNDA SU AMOR MISERICORDIOSO.
José H. Prado FloresAño de San Pablo

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