Durante el encuentro vocacional con Kiko Argüello,
en la Plaza de Cibeles, el día siguiente a la clausura
de la JMJ de Madrid 2011
A la tercera JMJ, fue la vencida:
«Por fin, descansé»
La Hermana Inmaculada tardó varios años en darle el Sí definitivo a Dios. Su corazón necesitaba tiempo, y el Señor la esperó, paciente. El desencadenante final fue la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Volvió a casa, en Murcia, para anunciar la decisión a su familia, y deprenderse de casa, trabajo, coche... «Fue impresionante la paz y tranquilidad que sentí -dice-. El Señor me estaba pidiendo todo... Y todo es todo»
Nací en Murcia en el seno de una familia cristiana perteneciente al Camino Neocatecumenal. Soy la segunda de seis hermanas. Entregué mi vida al Señor en el Carmelo a los 35 años, el 8 de diciembre -día de mi nacimiento- de 2011.
Aunque parezca extraño, muchos años antes había sentido ya la llamada del Señor. Fue en la JMJ de París, de 1997, cuando empecé a caer en la cuenta del amor del Señor por mí. Tenía novio, y como mi ilusión era casarme y tener muchos hijos, decidí no hacer mucho caso al Señor. Con 17 años, monté un salón de belleza.
Unos años después, en la JMJ de Colonia, el Señor me visitó de nuevo, recordándome que me quería para Él. Empecé a corresponder a su llamada, y se lo dije a mis catequistas, e incluso a mis padres. El Señor me llamaba a vivir en sencillez y humildad, y esto me hizo cambiar interior y exteriormente: mi forma de vestir, de actuar... Sin embargo, tenía que saldar la deuda del salón de belleza, pues no podía dejar a mis padres con esa carga. Le dije al Señor: «Cuando termine de pagar, me entregaré a Ti, espérame».
De nuevo me fui dejando llevar por lo que el mundo me ofrecía: los caprichos, las fiestas, mi afán de casarme... Y me impuse nuevas cargas: un coche, una casa... Estoy convencidísima de que el Señor estaba detrás de todo. Su Providencia evitó en el último momento que me casara, y permitió la enfermedad en mi vida: sufrí muchísimo, pues quería que el Señor me dijera si me quería casada o monja. La respuesta llegó en el momento justo. Es impresionante cómo hace Él las cosas; no hay quien le gane en generosidad...
En octubre de 2010, en una convivencia de inicio de curso con la Comunidad, el Señor me tocó muy fuerte: ya no me pude callar. Era tal la llama que ardía en mi corazón, que no me pude resistir y me rendí en sus brazos. Sin darme cuenta, ese mismo mes terminé de pagar la deuda de mi negocio, y el Señor me recordó la promesa que un día le hice. Es impresionante cómo Él ha ido moviendo todos los hilos de mi vida hasta traerme aquí, a su casa, al Cielo.
El mundo, los amigos... me hacían pensar que era muy mayor, que dónde iba yo con mi edad, pero ¡qué grande es el Señor! Él tiene un tiempo para cada uno. Todos estos años me han servido para madurar, para centrarme, para ir creciendo en su amor, y ha ido poniendo personas en mi vida que han dado luz a mi historia.
Mi Sí, mi fiat definitivo fue después de la JMJ 2011, de Madrid. El Señor me regaló el poder formar parte de la comisión del voluntariado para los Días en las Diócesis, anteriores a la JMJ, lo que fue una oportunidad extraordinaria para prepararme al encuentro definitivo con Jesucristo.
Le dije que Sí definitivamente al Señor en el encuentro con Kiko Argüello en la Plaza de Cibeles. Fue como un decir: Tómalo todo. No tenía ni idea de a dónde tenía que ir; sólo sé que me levanté y una barrera que tenía a mi izquierda fue retirada, abriéndome camino. Fue impresionante la paz y tranquilidad que sentí.
Después de este encuentro, todos los jóvenes que peregrinábamos juntos continuamos nuestro camino por la ruta de los místicos. El último día, llegamos a Ávila a visitar la Casa de santa Teresa. Llegamos por la mañana al monasterio de la Encarnación a participar en la Santa Misa. Durante la misma, ya le pedí al Señor la gracia de entrar en el Carmelo. Por la tarde, nos acercamos al torno, donde una Hermana nos contó su vocación. Vi claramente que ésta era mi casa.
Volví a Murcia y, al día siguiente, llamé por teléfono a la Madre Priora. El 24 de septiembre fui al Carmelo a pasar unos días, y me dieron la fecha de entrada. Yo le dije al Señor: «Hasta ahora, Tú lo has hecho todo y me has sido fiel; si éste es mi sitio, Tú lo harás». Por fin, descansé.
De camino a Murcia, me empezaron a entrar los nervios, porque me tocaba decirlo en casa, pero fue impresionante la paz y tranquilidad que el Señor me dio. Yo no hacía nada; todo lo iba haciendo Él. El dejarlo todo: coche, casa, negocio, familia... no me supuso sufrimientos ni preocupaciones; yo sólo me dejé llevar. No había marcha atrás.
Aunque parezca extraño, muchos años antes había sentido ya la llamada del Señor. Fue en la JMJ de París, de 1997, cuando empecé a caer en la cuenta del amor del Señor por mí. Tenía novio, y como mi ilusión era casarme y tener muchos hijos, decidí no hacer mucho caso al Señor. Con 17 años, monté un salón de belleza.
Unos años después, en la JMJ de Colonia, el Señor me visitó de nuevo, recordándome que me quería para Él. Empecé a corresponder a su llamada, y se lo dije a mis catequistas, e incluso a mis padres. El Señor me llamaba a vivir en sencillez y humildad, y esto me hizo cambiar interior y exteriormente: mi forma de vestir, de actuar... Sin embargo, tenía que saldar la deuda del salón de belleza, pues no podía dejar a mis padres con esa carga. Le dije al Señor: «Cuando termine de pagar, me entregaré a Ti, espérame».
De nuevo me fui dejando llevar por lo que el mundo me ofrecía: los caprichos, las fiestas, mi afán de casarme... Y me impuse nuevas cargas: un coche, una casa... Estoy convencidísima de que el Señor estaba detrás de todo. Su Providencia evitó en el último momento que me casara, y permitió la enfermedad en mi vida: sufrí muchísimo, pues quería que el Señor me dijera si me quería casada o monja. La respuesta llegó en el momento justo. Es impresionante cómo hace Él las cosas; no hay quien le gane en generosidad...
En octubre de 2010, en una convivencia de inicio de curso con la Comunidad, el Señor me tocó muy fuerte: ya no me pude callar. Era tal la llama que ardía en mi corazón, que no me pude resistir y me rendí en sus brazos. Sin darme cuenta, ese mismo mes terminé de pagar la deuda de mi negocio, y el Señor me recordó la promesa que un día le hice. Es impresionante cómo Él ha ido moviendo todos los hilos de mi vida hasta traerme aquí, a su casa, al Cielo.
El mundo, los amigos... me hacían pensar que era muy mayor, que dónde iba yo con mi edad, pero ¡qué grande es el Señor! Él tiene un tiempo para cada uno. Todos estos años me han servido para madurar, para centrarme, para ir creciendo en su amor, y ha ido poniendo personas en mi vida que han dado luz a mi historia.
Mi Sí, mi fiat definitivo fue después de la JMJ 2011, de Madrid. El Señor me regaló el poder formar parte de la comisión del voluntariado para los Días en las Diócesis, anteriores a la JMJ, lo que fue una oportunidad extraordinaria para prepararme al encuentro definitivo con Jesucristo.
Le dije que Sí definitivamente al Señor en el encuentro con Kiko Argüello en la Plaza de Cibeles. Fue como un decir: Tómalo todo. No tenía ni idea de a dónde tenía que ir; sólo sé que me levanté y una barrera que tenía a mi izquierda fue retirada, abriéndome camino. Fue impresionante la paz y tranquilidad que sentí.
Después de este encuentro, todos los jóvenes que peregrinábamos juntos continuamos nuestro camino por la ruta de los místicos. El último día, llegamos a Ávila a visitar la Casa de santa Teresa. Llegamos por la mañana al monasterio de la Encarnación a participar en la Santa Misa. Durante la misma, ya le pedí al Señor la gracia de entrar en el Carmelo. Por la tarde, nos acercamos al torno, donde una Hermana nos contó su vocación. Vi claramente que ésta era mi casa.
Volví a Murcia y, al día siguiente, llamé por teléfono a la Madre Priora. El 24 de septiembre fui al Carmelo a pasar unos días, y me dieron la fecha de entrada. Yo le dije al Señor: «Hasta ahora, Tú lo has hecho todo y me has sido fiel; si éste es mi sitio, Tú lo harás». Por fin, descansé.
De camino a Murcia, me empezaron a entrar los nervios, porque me tocaba decirlo en casa, pero fue impresionante la paz y tranquilidad que el Señor me dio. Yo no hacía nada; todo lo iba haciendo Él. El dejarlo todo: coche, casa, negocio, familia... no me supuso sufrimientos ni preocupaciones; yo sólo me dejé llevar. No había marcha atrás.
Una entrega total
El 8 de diciembre, entré en el monasterio de la Encarnación, de Ávila, con una alegría y felicidad inmensas. Ya antes de entrar, la gente me decía: «Estás cambiada». Era verdad, no era yo: el Señor me estaba transformando para mi inminente entrega; una entrega total, porque el Señor me lo estaba pidiendo todo... Y todo es todo. No podía quedarme a medias, no podía engañar al Señor.
Tengo clarísimo que Él me ha traído hasta aquí, de la mano de la Virgen. Gracias a ella estoy en su Casa. ¿Qué sería de mí sin ella? Saber que la tengo como Madre me tranquiliza, me consuela, me anima. Estar aquí en su Casa es un regalo que jamás hubiera podido imaginar: «El Carmelo es todo de María».
Habiéndolo tenido todo, hubo quien me preguntó: «Pero ¿qué te falta?» Ahora lo sé: ¡Me faltaba esto! No echo de menos nada: Él lo llena todo, incluso el vacío de no tener a la familia cerca. Y no es que yo haya dejado de quererlos; al contrario: los quiero mucho más. Es un amor distinto: ahora está Dios en medio de nosotros, y es para mí una alegría inmensa ver cómo todo esto es también un regalo para ellos. Me llena de gozo ver la felicidad que mi familia siente al tener una hija carmelita.
Sabía que, si lo dejaba todo, el Señor me iba a ayudar y sería muy feliz, pero no podía imaginarme que esta felicidad iba a ser tan grande. El Señor me ha regalado más hijos que los que yo quería tener: la Iglesia entera.
Tengo clarísimo que Él me ha traído hasta aquí, de la mano de la Virgen. Gracias a ella estoy en su Casa. ¿Qué sería de mí sin ella? Saber que la tengo como Madre me tranquiliza, me consuela, me anima. Estar aquí en su Casa es un regalo que jamás hubiera podido imaginar: «El Carmelo es todo de María».
Habiéndolo tenido todo, hubo quien me preguntó: «Pero ¿qué te falta?» Ahora lo sé: ¡Me faltaba esto! No echo de menos nada: Él lo llena todo, incluso el vacío de no tener a la familia cerca. Y no es que yo haya dejado de quererlos; al contrario: los quiero mucho más. Es un amor distinto: ahora está Dios en medio de nosotros, y es para mí una alegría inmensa ver cómo todo esto es también un regalo para ellos. Me llena de gozo ver la felicidad que mi familia siente al tener una hija carmelita.
Sabía que, si lo dejaba todo, el Señor me iba a ayudar y sería muy feliz, pero no podía imaginarme que esta felicidad iba a ser tan grande. El Señor me ha regalado más hijos que los que yo quería tener: la Iglesia entera.
Hermana Inmaculada
Carmelitas descalzas
Monasterio de la Encarnación
Carmelitas descalzas
Monasterio de la Encarnación
Publicado en Alfa y Omega
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