Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía. También el corazón es instrumento de Dios. Porque el corazón de Jesús es instrumento de amor. Ayer, en una plenitud teológica maravillosa, vimos actuar a las manos de Dios, Hoy, al corazón de quien se nos presenta para hacer visible para nosotros el amor de Dios. En la corriente de san Francisco de Sales, quien influyó de manera asombrosa en la espiritualidad francesa, y de ahí en la espiritualidad de toda la Iglesia, cuando el racionalismo secante quería comenzar a ganar la partida —tiene importancia saber que el de Descartes nada tiene que ver con él—, nos puso ante la ternura del amor, ante el corazón amador y doliente de Cristo en la cruz, de cuya carne, cuando le traspasaron el corazón de una lanzada, salió sangre y agua. Instrumento de Dios que ha tenido desde entonces un lugar muy importante en la contemplación teológica de la Iglesia, porque ha humedecido con humedades de amor nuestra razón y nuestra vida.
El Sermón de Dios actúa sobre la carne conforme al modo concreto que Dios había establecido para crearlo todo. Dios tienen una forma de crear hablando con palabras calientes de amor. Hablando creó las seres de los cinco primeros días, el gran regalo que nos hizo al presentarnos lo creado para que le pusiéramos nombre. Hablando creó nuestra carne, mirando en su designio magnífico la carne del crucificado en donde encontramos nuestra imagen y semejanza, la que, ahora, se nos ofrece en las calenturas del corazón de Jesús. Pero, además, la carne, la carne del Hijo, por ello también nuestra carne, fue modelada por la mano de Dios, creando en él una fuente de amor en su corazón. Era necesario que comprendiéramos la fuente del amor. Que supiéramos mirar allá donde mana esa brote, el corazón de donde surgen las humedades del agua y de la sangre.
El Padre hizo al hombre, es verdad, pero, además, con sus manos, lo hizo semejante a él. Con el Hijo, dice Tertuliano, estaba formando la carne a imagen del Hijo encarnado, y con el Espíritu lo iba a santificar haciéndolo a su semejanza. Cristo es la imagen del hombre en la que se fija el Padre para modelarlo. Cristo se ha se vestir de hombre, lo que es posible porque quien lo moldea es la mano que se identifica con el mismo Verbo. Semejanza, tarea dinámica por la que la mano del Espíritu va conduciendo al hombre a la plenitud de su divinización. Las manos, así, son lo visible de Dios. Por esto, la plasmación del hombre en cuanto acción del Verbo nos pone ante las manifestaciones de Dios en el AT a través del Hijo y del Espíritu. En la creación de la carne por las manos de Dios, estamos viendo ya el designio de la recreación. A través de todo este proceso fluyente, después de la modelación de la carne de hombre recibe una segunda insuflación por el Espíritu, por lo que este hombre-carne recibe como donación una gloria superior al limo del que fue modelado Así, pues, imagen y semejanza.
Tocamiento de Dios en la creación del hombre. Tocamiento brutal de la lanza en el costado del crucificado que rompe su corazón. Tertuliano y los antiguos Padres, con una acuidad teológica sin par, miraban las manos de Dios que nos modelan contemplando al Hijo encarnado, lo cual nos hacen comprender en toda su profundidad el corazón amoroso del que, en el designio asombroso de Dios, muere en la cruz.
Publicado en www.archimadrid.org
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