Evangelio
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once, y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Marcos 16, 15-20
Celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Contemplamos su glorificación
con gozo, sabedores de que sigue cercano, conscientes de que no se desentiende
del mundo, aunque nos precede en el destino definitivo. Él sigue intercediendo
por nosotros y nos asegura el envío del Espíritu sobre la Iglesia, reunida en
torno a la Virgen María. La Ascensión significa también el inicio de la misión
de la Iglesia, representada en los apóstoles. Esta misión se fundamenta en el
envío y mandato misionero de Jesús. Desde la Resurrección, han transcurrido
cuarenta días en los que han vivido una etapa muy importante, de una relación
profunda e intensa con el Maestro. En aquellas emotivas jornadas han podido
comprender que el Mesías tenía que padecer, morir y resucitar al tercer día. A
su lado han disipado progresivamente las dudas, le han comunicado sus
inquietudes, y también ha compartido sus esperanzas. Seguramente, no se han
perdido ni una palabra, ni un pequeño detalle; hasta el más mínimo gesto ha sido
recogido con la máxima atención.
Pero llega la hora de la despedida.
Ahora el Señor hace un encargo solemne al grupo apostólico que asiste a la despedida: ser sus testigos. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. En su nombre hay que predicar la conversión para el perdón de los pecados a toda la creación. La salvación prometida desde antiguo, anunciada por los profetas, que en Él ha tenido cumplimiento, será ofrecida a todas las personas, para transformar al ser humano por entero, para crear una Humanidad nueva.
El Evangelio es proclamado por quienes son testigos. Testigos del cumplimiento de la Escritura, testigos de la Pasión, Muerte y Resurrección. El Señor conoce bien la desproporción entre las capacidades personales de los apóstoles y la misión que les ha encomendado. Por eso les promete estar con ellos todos los días, hasta el fin del mundo, y también la ayuda del Espíritu Santo. Ellos, por su parte, fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.
Con la Ascensión, termina la misión terrena de Jesucristo y comienza la misión de la Iglesia a través de la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. La Iglesia es el sacramento de Cristo, el instrumento de salvación en medio del mundo, a lo largo de la Historia. El Señor está presente y actúa con la Iglesia como actuaba con los apóstoles. Él continúa vivo y operante a través de diversas presencias, especialmente en la Eucaristía. En Él encontramos siempre el aliento, la fuerza y la esperanza en las dificultades de nuestra vida y de nuestro apostolado.
Pero llega la hora de la despedida.
Ahora el Señor hace un encargo solemne al grupo apostólico que asiste a la despedida: ser sus testigos. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. En su nombre hay que predicar la conversión para el perdón de los pecados a toda la creación. La salvación prometida desde antiguo, anunciada por los profetas, que en Él ha tenido cumplimiento, será ofrecida a todas las personas, para transformar al ser humano por entero, para crear una Humanidad nueva.
El Evangelio es proclamado por quienes son testigos. Testigos del cumplimiento de la Escritura, testigos de la Pasión, Muerte y Resurrección. El Señor conoce bien la desproporción entre las capacidades personales de los apóstoles y la misión que les ha encomendado. Por eso les promete estar con ellos todos los días, hasta el fin del mundo, y también la ayuda del Espíritu Santo. Ellos, por su parte, fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.
Con la Ascensión, termina la misión terrena de Jesucristo y comienza la misión de la Iglesia a través de la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. La Iglesia es el sacramento de Cristo, el instrumento de salvación en medio del mundo, a lo largo de la Historia. El Señor está presente y actúa con la Iglesia como actuaba con los apóstoles. Él continúa vivo y operante a través de diversas presencias, especialmente en la Eucaristía. En Él encontramos siempre el aliento, la fuerza y la esperanza en las dificultades de nuestra vida y de nuestro apostolado.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa
obispo de Tarrasa
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