Ahora llamamos magos a los prestidigitadores -que son gente admirable- a los echadores de cartas y a otros embaucadores. Pero los Magos de los que nos habla el Evangelio -siendo admirables- no eran prestidigitadores y no es posible compararlos con algo que exista hoy en día sino, quizá, con los más sencillos y audaces científicos y, concretamente, con los más sencillos y audaces astrónomos que son aquellos que, cuanto más observan las estrellas, más se pasman y no aquellos otros que -habiendo observado las estrellas- ya no hacen sino observar sus ombligos y exhibirlos para pasmo del mundo.
Para empezar resulta admirable que unos persas -o lo que fueran- de hace dos mil años conocieran las profecías de Israel o, por lo menos, tuvieran noticias de ellas. Más admirable aún es que se las tomasen en serio hasta el punto de creerlas inspiradas por el mismo Dios que hizo las estrellas.
No eran gente simplona ni apocada ni perezosa. Tampoco lo sabían todo. De hecho estaban muy confundidos y se proponían hacer una cosa que a cualquiera de nosotros nos parecería comprensible -y hasta científica- pero poco elegante: se proponían ir a Judea para postrarse ante el rey de los judíos. Por decirlo de un modo más abrupto, se proponían adular a un hombre y ganarse su amistad mostrándose obsequiosos con él. Esto que hoy nos parece feo -aunque comprensible y científico- es lo que se proponían aquellos magos:
-¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?
Buscaban al rey de los judíos y -como es natural- se presentaron en Jerusalén. Debió sorprenderles un poquito que los vecinos de Jerusalén no tuvieran noticia del nacimiento de un rey.
-Es que hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
Por entonces reinaba allí Herodes el Grande y era dificilísimo encontrar un solo vecino de Jerusalén a quien Herodes le pareciera adorable o grande aunque muy pocos se atrevían a decir lo que pensaban del rey y de sus delirios de grandeza.
Sea de ello lo que fuere el caso es que el rey Herodes se enteró. Y cuando se enteró se sobresaltó. Y solo entonces, cuando el rey Herodes se sobresaltó, todo Jerusalén se sobresaltó con él. Da la impresión de que nadie se tomó en serio a aquellos magos hasta que Herodes se sobresaltó y convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país -no es raro que hubiera más de un letrado, pero resulta difícil entender que hubiera en el país más de un sumo pontífice salvo que el título se hubiera devaluado bastante- y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
¿Levantó sospechas este repentino interés de Herodes por las Escrituras? ¿Fue, precisamente, ese repentino interés por las Escrituras lo que hizo que todo el mundo se alarmase? No tendría nada de raro: esa especie de teología apresurada suele tener un gran impacto mediático.
Los teólogos apresurados al servicio de Herodes debían fiarse muchísimo de él:
-En Belén de Judá -se apresuraron a decir- porque así lo ha escrito el Profeta.
Entonces Herodes -que quería tener información, pero no deseaba compartirla- llamó en secreto a los magos. No sospechaba Herodes que los magos iban a filtrar todos sus secretos en un evangelio que inspiraría más tarde a los de WikiLeaks. Al final todo se sabe. A los magos no les extrañó el secretismo de Herodes o, si les extrañó, no le dieron importancia. Debieron pensar que Herodes hablaba en serio cuando les dijo: cuando encontréis al niño, "avisadme para ir yo también a adorarlo".
Unos los tomaban por locos, otros por tontos. Herodes quería usarlos. Ellos se pusieron en camino y se pusieron muy contentos porque la estrella volvió a guiarlos hasta el lugar exacto en el que se encontraba el niño. Era una casa. El niño estaba con su madre en una casa. Y ellos entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y, cayendo de rodillas, lo adoraron -como habían previsto-. Después -como habían previsto- abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro incienso y mirra.
Por muy persa que sea, uno no puede dejar de madurar cuando le pasan estas cosas. Aquellos magos habían madurado tanto que merecieron recibir en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes. Y debemos pasmarnos ante la grandeza de esos magos que podían haber hecho caso omiso del oráculo. Podían haber vuelto a Herodes, pero entendieron que no estaba bien adorar a un niño para traicionarlo acto seguido. Así que se marcharon a su tierra por otro camino. Y, aunque el evangelio no lo dice, lo digo yo: cuando llegaron a su tierra les costó horrores convencer a sus amigos de que eran los mismos que habían partido hacia Jerusalén para adorar al rey de los judíos. Parecían más jóvenes, contaban cosas increíbles y estaban muy contentos.
Javier Vicens Hualde (sacerdote) del blog ¿Estás contento?
2 comentarios:
Se me olvidó decir que salieron de Persia o del Oriente con fama de sabios y que volvieron a su tierra con una sabiduría que los hizo pasar por locos entre los suyos. Estas cosas pasan a menudo.
Vaya Estaesnuestracasa casi me lo leo por segunda vez ...! Es que estásuperbien.
Un abrazo
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