Hoy celebramos la memoria de Timoteo y de Tito. Ambos fueron evangelizados por san Pablo y después obispos de Éfeso y Creta, respectivamente. El Apóstol, en las cartas que dirige a cada uno de ellos, les da el tratamiento de hijos. Es así porque san Pablo sentía profundamente la acción de colaborar a engendrar nuevos miembros a la Iglesia. Participaba con el gozo de un padre en cada nueva conversión, porque su alegría residía en que cada vez fueran más los que se incorporaran a la Iglesia de Cristo. Por eso en muchas ocasiones trata a sus destinatarios como hijos y se siente padre de los que ha acompañado para que nacieran a la fe.
Pero más allá de la relación personal que mantuvo san Pablo con sus discípulos, en la fiesta de hoy nos podemos fijar en la cadena de testimonios que constituye la Iglesia. Esta no se fundamenta en la mera amistad ni simplemente en la transmisión de una doctrina. Hay algo mucho más importante. Se trata de la comunicación de la gracia. Dios ha querido que fuera a través de los que él eligió, los Apóstoles, y después mediante los que estos designaran, que su salvación fuera llegando hasta nosotros. No se trata, por tanto, simplemente, de que unos anuncien la noticia a otros, sino de ser introducidos en la obra de salvación que Dios realiza en el mundo. Por eso, por ejemplo, le dice san Pablo a Tito: “verdadero hijo mío en la fe que compartimos”. Porque si bien fue evangelizado por Pablo, sin embargo la fe que ambos tienen les ha venido dado por otro. Y eso san Pablo lo ha comunicado mediante los sacramentos. Si por la predicación despertó el interés por Dios, fue mediante la acción sacramental que se infundió la gracia.
Cuando recordamos a estos gigantes de la historia de la Iglesia, que pusieron los fundamentos de las primeras comunidades cristianas, no podemos dejar de dar gracias a Dios. Ciertamente se trata de talentos singulares. En el caso de Pablo estamos ante una personalidad excepcional. Pero más allá de los talentos de cada uno de ellos se nos muestra el poder misericordioso de Dios, que hace avanzar su designio de salvación valiéndose de hombres como nosotros.
Por otra parte en las cartas de san Pablo hay otra constante. Por una parte desea a sus destinatarios que Dios les llene de dones. Insiste mucho en la gracia y la paz de Dios. Por otra parte siempre señala que reza por ellos y los tiene presentes en sus oraciones. Así nos enseña que también nosotros hemos de desear siempre que nuestros pastores, el Papa, los obispos y sacerdotes, gocen también de la amistad con Dios, que vivan en íntima unión con Él. Y al mismo tiempo hemos de tenerlos presentes en nuestras oraciones. San Pablo, en la relación que mantiene con estos dos colaboradores suyos nos muestra como el amor a la Iglesia conlleva un amor verdadero a todos sus miembros y, singularmente, a los pastores. Estos han recibido una misión muy particular de Dios y con nuestras oraciones les ayudamos a que la puedan cumplir con fidelidad.
Archimadrid
1 comentario:
A ellos me enconmiendo hoy para que la Gracia y la Paz esten siempre con nosotros......y ayudemos a los cansados y agobiados....en El.
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