En las normas recogidas en la introducción del Misal Romano, cuando se explica el comportamiento que hay que tener en el momento de la proclamación del Evangelio, se establece que el diácono o el sacerdote que anuncia la Palabra, tras haber realizado el signo de la cruz sobre la página del Leccionario, debe signarse en la frente, en los labios y en el corazón. El triple signo de la cruz debe realizarlo también por la Asamblea. Todo esto no debe ser considerado un mero gesto ritual, sino una fuerte llamada que la Iglesia quiere hacer para subrayan la gran importancia que debe darse al Evangelio.
La Palabra de Dios, que es siempre la luz que debe iluminar el camino de los creyentes, debe ser acogida en la mente, anunciada con la voz, conservada en el corazón. Todo esto debe recordarnos que debemos empeñarnos en comprender la Palabra de Dios con atención e iluminada inteligencia. Esta debe ser anunciada y proclamada por todo cristiano, porque la evangelización es un deber de todos los bautizados. Debe ser amada y custodiada en el corazón para convertirse después en norma de vida.
Todos somos invitados a examinarnos de cómo acogemos el Evangelio, de cómo nos comprometemos en el anuncio de este mensaje, de cómo conformamos nuestra vida a sus indicaciones. Somos llamados a ser un “Evangelio ilustrado”, “el quinto Evangelio”, no escrito con tinta, sino con nuestra propia vida. Acojamos con la mente, anunciemos con los labios, conservemos en el corazón, el tesoro de la Palabra y, a lo largo de este camino, confiémonos al Señor para ser reflejo de la verdadera luz en medio de las tinieblas del mundo de hoy
Padre Antonio, monje en el Monasterio de San Benito de Monte Subiaco (Italia)
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