Ante todo – dijo – “la Iglesia es católica porque es el espacio, la casa en la que se anuncia la fe entera, en la que la salvación que Cristo ha traído se ofrece a todos. La Iglesia nos hace encontrar la misericordia de Dios que nos transforma, porque está presente en Jesucristo, que le da la verdadera confesión de la fe, la plenitud de la vida sacramental, la autenticidad del ministerio ordenado. En la Iglesia cada uno encuentra todo lo necesario para creer, para vivir como cristiano, para ser santo, para caminar en todo lugar y en toda época”.
“Por poner un ejemplo – prosiguió – podemos decir que es como la vida en familia; en familia a cada uno de nosotros se nos da todo lo necesario para permitirnos crecer, madurar, vivir. No podemos crecer solos, no podemos caminar solos, aislándonos, sino que se camina y se crece en una comunidad, en una familia. Así es la Iglesia, así es. En la Iglesia podemos escuchar la Palabra de Dios, seguros de que es el mensaje que el Señor nos ha dado; en la Iglesia podemos encontrar al Señor en los sacramentos, que son las ventanas abiertas por las que nos llega la luz de Dios, los manantiales de los que obtenemos la misma vida de Dios; en la Iglesia aprendemos a vivir la comunión, el amor que viene de Dios”.
“Cada uno de nosotros podría preguntarse hoy: ¿cómo vivo yo en la Iglesia? Cuando voy a la Iglesia, ¿es como si fuera al estadio, a un partido de futbol? ¿Cómo si fuera al cine? ¡No! ¡Es otra cosa! ¿Cómo voy yo a la iglesia? ¿Cómo acojo los dones que me ofrece para crecer, para madurar como cristiano? ¿Participo en la vida de comunidad o voy a la iglesia y me cierro en mis problemas, aislándome de los demás? En este primer sentido, la Iglesia es católica porque es la casa de todos: todos son hijos de la Iglesia y todos están en esa casa”.
Hay un segundo significado: “la Iglesia – dijo – es católica porque es universal, está presente en cualquier lugar del mundo y anuncia el Evangelio a todo hombre y a toda mujer. La Iglesia no es un grupo de élite, no tiene que ver sólo con algunos. La Iglesia no tiene cerrazones, está invitada a la totalidad de las personas, a todo el género humano. Y la única Iglesia está presente también en sus pequeñas partes. Cualquiera puede decir: en mi parroquia está presente la Iglesia católica, porque ésta forma parte también de la Iglesia universal, también ésta tiene la plenitud de los dones de Cristo, la fe, los sacramentos, el ministerio; está en comunión con el obispo, con el Papa y está abierta a todos, sin distinciones. La Iglesia no está solo a la sombra de nuestro campanario, sino que abraza a una gran cantidad de gentes, de pueblos que profesan la misma fe, que se nutren de la misma Eucaristía, que son servidos por los mismos pastores. Sentirnos en comunión con todas las Iglesias, con todas las comunidades católicas pequeñas o grandes del mundo. Es bonito, eso. Y también sentir que todos estamos en misión, comunidades grandes o pequeñas, todos debemos abrir nuestras puertas y salir por el Evangelio. Preguntémonos de nuevo: ¿qué hago yo para comunicar a los demás la alegría de encontrar al Señor, la alegría de pertenecer a la Iglesia? Anunciare y dar testimonio de la fe no es una tarea de pocos, tiene que ver conmigo, con cada uno de nosotros”.
Finalmente, hay un tercer significado: “la Iglesia – observó – es católica porque es la ‘Casa de la armonía’, donde unidad y diversidad saben conjugarse para ser riqueza. Pensemos en la imagen de una sinfonía, que quiere decir acuerdo y armonía, varios instrumentos suenan juntos; cada uno mantiene su timbre inconfundible y las características de sonido de ponen de acuerdo sobre algo común. Hay uno que guía, el director, y en la sinfonía que se ejecuta todos suenan juntos en ‘armonía’, pero no se cancela el timbre de cada instrumento, la peculiaridad de cada uno, al contrario, es valorado al máximo”.
Esta “es una bella imagen que nos dice que la Iglesia es como una gran orquesta en la que hay variedad: no somos todos iguales, ni debemos ser todos iguales. Todos somos distintos, diferentes, cada uno con sus propias cualidades, y esto es lo bonito de la Iglesia: cada uno trae lo suyo, lo que Dios le ha dado, para enriquecer a los demás. Y entre los componentes se mantiene esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se contrapone; es una variedad que se deja fusionar en armonía por el Espíritu Santo; Él es el verdadero “Maestro”, y Él mismo es la armonía. Preguntémonos: ¿en nuestras comunidades vivimos en armonía, o peleamos entre nosotros? ¿En mi comunidad parroquial, en mi movimiento, donde yo estoy en la Iglesia? ¿Hay habladurías? Y si hay habladurías, no hay armonía: hay lucha. Y esta no es la Iglesia: la Iglesia es la armonía de todos. Nunca hablar mal uno del otro, nunca pelear. ¿Aceptamos al otro, aceptamos que haya una justa variedad y que podemos pensar de modos distintos?
Y el Papa añadió: “Pero en la misma fe se puede pensar así. ¿O tendemos a uniformar todo? La uniformidad mata la vida. La vida de la Iglesia es variedad, y cuando queremos poner esta uniformidad a todos, matamos los dones del Espíritu Santo. Oremos al Espíritu Santo, que es precisamente el autor de esta unidad en la variedad, de esta armonía, para que nos haga cada vez más ‘católicos’, es decir, en esta Iglesia que es católica y universal. Gracias”.
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