sábado, 15 de septiembre de 2012

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

Marcos 8, 27-35
 
Cesarea de Filipo era una ciudad construida por el rey Herodes Filipo en el nacimiento del río Jordán como homenaje al César romano. Jesús y sus discípulos se dirigen a las aldeas próximas, y por el camino el Maestro les pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Después de escuchar el resumen de lo que dice la gente en general, les formula a ellos mismos la gran pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Nos podemos imaginar que se produjo un gran silencio. Y Pedro, el más espontáneo e impulsivo de los apóstoles, le responde: «Tú eres el Mesías». Jesús, entonces, comienza a instruirlos sobre su Pasión, muerte y resurrección. Y después explicará a los apóstoles y a la gente las condiciones para ser discípulos suyos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

Hoy, Cristo se dirige a cada uno de nosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Podemos responder desde la teoría, desde los conceptos aprendidos en los libros, pero eso no sería suficiente. Es preciso responder desde las obras, desde los hechos, y que la respuesta sea generosa, comprometida. Responder: Tú eres el Mesías significa reconocer que Cristo es el Salvador, el centro de mi existencia, el único fundamento, y, a la vez, actuar en consecuencia. Confesar con la vida que Cristo es el Mesías, el único Salvador, significa vivir la unión con Él por la fe, esperanza y caridad. Significa que nos tocará vivir contracorriente, porque estamos en el mundo, pero no somos del mundo. En el momento presente, no es posible para el cristiano vivir el ideal evangélico sin chocar con el ambiente, ya sea en el trabajo, con los amigos, y a menudo con la misma familia. Por fuerza han de aparecer contradicciones y problemas que nos llevarán a desgarros, a rompimientos, a la toma de opciones comprometidas y dolorosas.

 Llega un momento en que hay que decidir si me acomodo a los criterios del mundo, o vivo según el Evangelio.
No resulta fácil cargar con la cruz de cada día y seguir al Señor. El dolor y el sufrimiento se hacen presentes en el camino de la vida de todo ser humano, quiera o no quiera. Caben dos posibilidades: intentar en vano el rechazo, la huida cobarde, o, por el contrario, asumir con entereza lo que la vida tiene de cruz y seguir los pasos del Maestro. Paradojas de la vida: darlo todo por el Señor y por los hermanos es la forma de ganarla, es la mejor forma de llenarla de sentido y de felicidad ya aquí, y de pregustar el gozo inmenso y la plenitud de la vida eterna.
 
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa
 

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