Ramiro Pereda, y su hija Guadalupe,
de tres años, una de sus cinco hijos;
misioneros en Valle de la Vega (Palencia).
Foto: Rosa Collado
Alfa y Omega Nº 781 / 12-IV-2012
Testimonio
En Semana Santa, la familia al completo, de misión
Tatuajes de Dios con efecto misión
«Al entrar en cualquier parroquia y ver a Cristo en la cruz,
me digo: Salvando las distancias infinitas entre lo que Tú haces y lo que
hago yo, si Tú cada Semana Santa te subes a la cruz, nosotros nos subimos al
coche». Carlos del Castillo lleva once Semanas Santas yéndose de misión,
desde que se puso en marcha Familia Misionera en España, un apostolado
del Regnum Christi y la Legión de Cristo al servicio de la Iglesia para
la nueva evangelización
Las misiones de Semana Santa las comenzaron unas 25 personas en 2001. Este
año se han subido al coche 800: 112 familias, 200 jóvenes, 40 legionarios de
Cristo y otras tantas consagradas. Su destino: 20 localidades en 11 provincias
de España. Su misión: servir a 20 párrocos, compartir su fe y dar testimonio
alegre de Quien abrió las puertas de la eternidad con la llave del amor más
grande.
La experiencia de misiones es altamente contagiosa. Entusiasma. Y vivifica la fe de todos: de las familias, de los párrocos, de los habitantes de los pueblos. Don Jesús Vigo es párroco en Bustillo de la Vega (Palencia). Siempre cuenta que una de las cosas que más impacta a sus gentes es la manera que estas familias tienen de transmitir la fe a los hijos: «Les llama mucho la atención, porque ellos tienen dificultades para hacerlo. Se contagian así una fe que va más allá y más adentro de la tradición, y que les lanza a una aventura: la aventura de evangelizar», asegura.
El testimonio es algo curioso y sorprendente. Surge, brota, y contagia, pero no se programa. No se fabrica. No se controla ni se domina. No se pueden predecir sus efectos. Puede ser silencioso y no tener palabras. Despierta inquietudes. Es como el perfume que desprende el arte de vivir, la fe como algo que tiene que ver con el día a día, con cómo se desenvuelve uno, con cómo trata y acompaña a los demás, con cómo afronta las alegrías, las dudas, el desaliento, los obstáculos, los errores o los éxitos. Las misiones son así: «No se trata de convencer. No se trata de convertir ni de ser eficientes», asegura Germán, casado, con tres niños, y misionero desde hace seis años. «Se trata de vivir la fe, de compartirla y transmitirla: estar pendiente del otro, ayudarnos a hacer el bien, a vivir la caridad entre nosotros: el Señor dará los frutos cuando Él quiera», afirma contundente.
Tan sencillo y difícil como vivir y dejar a la vida mostrarse en público. «Estos matrimonios y familias nos ofrecen una forma de vivir en cristiano ilusionante, que capta, llama y es atrayente», dice don Roberto García, párroco en Cevico de la Torre (Palencia). «La nueva evangelización es anunciar a una persona que es Jesucristo», dice, «y Familia Misionera, que es Iglesia, ayuda a dar pistas para que se vea que ser cristiano va por ahí: anunciar a Cristo con el pleno convencimiento de quien está lleno de Él y de que tiene una palabra muy importante para nuestra vida».
El impulso de Benedicto XVI a la nueva evangelización, con el que toda iniciativa misionera está llamada a medirse en estos momentos, también ha renovado desde dentro las misiones de este año. «Además de lo que venimos haciendo habitualmente, que es ponernos a disposición del párroco para ayudarle durante estos días en las celebraciones, oficios, misionando en el tú a tú y siendo un testimonio vivo de fe -cuenta Jorge Barco, Director de Juventud y Familia Misionera en España-, este año hemos querido que la Misión sea mucho más eucarística: poner a Cristo en el centro, y que todos los misioneros tengan su encuentro eucarístico como parte de la misión hacia dentro -como conversión personal- y como parte de la misión que realizamos con los demás».
Experimentar y verificar ese encuentro con Cristo vivo y presente hace que los misioneros sean misionados: «En estos 11 años, he visto a muchas familias que el Jueves Santo se sentían descolocadas, que han sentido algo especial en la soledad de una parroquia de un pueblo perdido en los turnos de adoración», cuenta Carlos del Castillo. «Es importante que haya espacios para verificar que es a Cristo a Quien nos hemos encontrado en esas pequeñas cosas cotidianas; si no, estaríamos hablando y compartiendo a un Cristo vacío y teórico», explica Germán Menéndez, misionero con seis años de experiencia en su mochila.
Todas las familias que van por primera vez viven una experiencia diferente que les cambia la vida, y una forma de compartir la fe en comunidad que responde al corazón. «Cuando vuelves el domingo en coche no te quitas la camiseta ni la cruz que llevamos los misioneros», cuenta Carlos del Castillo. «Bajas a la gasolinera, te mira la gente quizás, y te sientes a gusto, como si se te hubieran pegado a la piel. Te dices: Voy muy bien acompañado. Al volver a trabajar, te conviertes en misionero de día a día, de tomar el café con tus compañeros, de decir con tranquilidad dónde vas de misiones... Las llevas por dentro sin necesidad de tenerlas físicamente. Como si se te hubieran tatuado».
Son los tatuajes de Dios. Un rastro de pasión con efecto misión.
La experiencia de misiones es altamente contagiosa. Entusiasma. Y vivifica la fe de todos: de las familias, de los párrocos, de los habitantes de los pueblos. Don Jesús Vigo es párroco en Bustillo de la Vega (Palencia). Siempre cuenta que una de las cosas que más impacta a sus gentes es la manera que estas familias tienen de transmitir la fe a los hijos: «Les llama mucho la atención, porque ellos tienen dificultades para hacerlo. Se contagian así una fe que va más allá y más adentro de la tradición, y que les lanza a una aventura: la aventura de evangelizar», asegura.
El testimonio es algo curioso y sorprendente. Surge, brota, y contagia, pero no se programa. No se fabrica. No se controla ni se domina. No se pueden predecir sus efectos. Puede ser silencioso y no tener palabras. Despierta inquietudes. Es como el perfume que desprende el arte de vivir, la fe como algo que tiene que ver con el día a día, con cómo se desenvuelve uno, con cómo trata y acompaña a los demás, con cómo afronta las alegrías, las dudas, el desaliento, los obstáculos, los errores o los éxitos. Las misiones son así: «No se trata de convencer. No se trata de convertir ni de ser eficientes», asegura Germán, casado, con tres niños, y misionero desde hace seis años. «Se trata de vivir la fe, de compartirla y transmitirla: estar pendiente del otro, ayudarnos a hacer el bien, a vivir la caridad entre nosotros: el Señor dará los frutos cuando Él quiera», afirma contundente.
Tan sencillo y difícil como vivir y dejar a la vida mostrarse en público. «Estos matrimonios y familias nos ofrecen una forma de vivir en cristiano ilusionante, que capta, llama y es atrayente», dice don Roberto García, párroco en Cevico de la Torre (Palencia). «La nueva evangelización es anunciar a una persona que es Jesucristo», dice, «y Familia Misionera, que es Iglesia, ayuda a dar pistas para que se vea que ser cristiano va por ahí: anunciar a Cristo con el pleno convencimiento de quien está lleno de Él y de que tiene una palabra muy importante para nuestra vida».
El impulso de Benedicto XVI a la nueva evangelización, con el que toda iniciativa misionera está llamada a medirse en estos momentos, también ha renovado desde dentro las misiones de este año. «Además de lo que venimos haciendo habitualmente, que es ponernos a disposición del párroco para ayudarle durante estos días en las celebraciones, oficios, misionando en el tú a tú y siendo un testimonio vivo de fe -cuenta Jorge Barco, Director de Juventud y Familia Misionera en España-, este año hemos querido que la Misión sea mucho más eucarística: poner a Cristo en el centro, y que todos los misioneros tengan su encuentro eucarístico como parte de la misión hacia dentro -como conversión personal- y como parte de la misión que realizamos con los demás».
Experimentar y verificar ese encuentro con Cristo vivo y presente hace que los misioneros sean misionados: «En estos 11 años, he visto a muchas familias que el Jueves Santo se sentían descolocadas, que han sentido algo especial en la soledad de una parroquia de un pueblo perdido en los turnos de adoración», cuenta Carlos del Castillo. «Es importante que haya espacios para verificar que es a Cristo a Quien nos hemos encontrado en esas pequeñas cosas cotidianas; si no, estaríamos hablando y compartiendo a un Cristo vacío y teórico», explica Germán Menéndez, misionero con seis años de experiencia en su mochila.
Todas las familias que van por primera vez viven una experiencia diferente que les cambia la vida, y una forma de compartir la fe en comunidad que responde al corazón. «Cuando vuelves el domingo en coche no te quitas la camiseta ni la cruz que llevamos los misioneros», cuenta Carlos del Castillo. «Bajas a la gasolinera, te mira la gente quizás, y te sientes a gusto, como si se te hubieran pegado a la piel. Te dices: Voy muy bien acompañado. Al volver a trabajar, te conviertes en misionero de día a día, de tomar el café con tus compañeros, de decir con tranquilidad dónde vas de misiones... Las llevas por dentro sin necesidad de tenerlas físicamente. Como si se te hubieran tatuado».
Son los tatuajes de Dios. Un rastro de pasión con efecto misión.
Amalia Casado
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