domingo, 17 de julio de 2011

¿Y QUIÉN DEFIENDE AL INDEFENSO?

Por escrito –en la sección VIP de La Gaceta del pasado domingo- me mojé, sin importarme los argumentos técnico hipotecarios y financieros –que conozco- ni el riesgo a parecer ingenuo, contra ciertos desahucios y embargos de primeras viviendas, sobre todo en esos casos sangrantes en los que una familia sin ingresos ni recursos, tal vez todos en el desempleo, sufren una objetiva imposibilidad de pago. Lo hice, como allí escribí, porque hay cuestiones de principio si una sociedad quiere salvaguardar una dosis de justicia y humanidad, que nos permita mirarnos al espejo sin enrojecer de vergüenza ante nuestra enorme capacidad de insolidaridad y egoísmo, excusados en la suprema necesidad de salvar el mercado hipotecario, dogma fruto de convención y conveniencias del sistema, es decir, perfectamente modificable en aras de valores humanos superiores.

 Soluciones, también técnicas, las hay para ello… si se quiere. Avalado en esta postura, quedo estupefacto ante un hecho en apariencia menor y hasta alejado, pero que entiendo muy significativo. Vean.
La semana pasada acampó en Sol un grupo provida y se dedicó, con las formas respetuosas y poco estridentes que les caracterizan, a impartir información en favor de la vida de los concebidos, de ayudas a las madres embarazadas en situación de riesgo por tantas y tan variadas circunstancias desfavorables y, a veces, coactivas, y en contra de la solución del aborto. Reunieron unas miles de firmas. Estando en ello, un grupo de abortistas, reducido en tamaño pero duchas en el manejo del grito y la coacción, les rodeó y sin piedad ni respeto les increpó la defensa de la vida como si acampar en Sol fuera su monopolio. Lo que a mi me fascinó es que algunas de las feministas abortistas, simultáneamente, habían formado parte de los grupos que organizaron piquetes para impedir desahucios y lanzamientos por impago. Estuve a punto de llamar a mi psiquiatra para preguntarme si, al comparar ambas acciones, mi entendimiento mostraba alguna anomalía patológica. Me explico.
O sea que cuando un inquilino o un hipotecado no pueden pagar hay que defenderle contra el propietario o la entidad financiera. Hay que evitar a toda costa que se le lance a la calle, desencajado el rostro de ira y desesperación, agarrado a cuatro enseres, dos sillas de formica y un viejo colchón. Y hay que decirle al propietario o al banquero que hasta ahí podríamos llegar, que no piensen en sus egoísmos, que asuman su cuota de solidaridad y de responsabilidad con la parte débil y necesitada de protección. Hasta aquí podríamos aplaudir.

Pero que los mismos grupos sean partidarios feroces –no quito sino que subrayo la palabra- del “otro” desahucio y lanzamiento, que lo es el del niño concebido, el ser más inocente y frágil de todo el mundo, cuya vida está por entero en manos de su madre, porque en ese caso a “la propietaria” del seno materno le resulta gravoso, indeseado, molesto e inconveniente su inquilino, que es nada más y menos que su “hijo”, francamente me parece un fascinante escándalo de contradicción insuperable. O sea que cuando los propietarios son otros, viva el débil e indefenso y caña a los dueños. Pero, cuando las “propietarias” o poderosas son ellas, cuando poseen el piso o útero y la vida del inquilino en sus manos, entonces al niño indefenso por gravoso e indeseable, eso vivo pero no humano, a eso se le desahucia de la vida en grado máximo, es decir, se le mata. Supongo que ya lo habían captado, los desahucios y lanzamientos por impago dejan en la calle, vivo y a la intemperie, pero no matan. El aborto, sí. En fin, ¡viva la luminosa y ejemplar congruencia de la progresía con los indefensos!Pedro Juan Valdrich

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