Cuenta una feliz tradición que la Virgen del Pilar se apareció al apóstol Santiago cuando este evangelizaba España. Al parecer la dureza de sus habitantes y su cerrazón al evangelio habían desanimado al hijo del Zebedeo. Entonces, a orillas del Ebro se apareció la Madre de Dios y le reconfortó. A nadie se le escapa la necesidad que tenemos en esta hora, en España, de recuperar la experiencia del Apóstol, porque también hoy nos desanimamos fácilmente ante las dificultades que encontramos para la evangelización.
No sabemos que le diría nuestra Madre a Santiago, pero su sola imagen ya es toda una explicación. Si nos fijamos en ella vemos que hay un pilar inmenso y que la figura de María es desproporcionadamente pequeña. ¡Qué lección! El pilar de la fe sostuvo a la Madre de Dios y será también pedestal firme para todos los que se apoyen en él.
Si nos fijamos, el Evangelio de hoy, también nos dice algo en ese sentido. Una mujer, llevada de su entusiasmo por el Señor, bendice a su Madre. Jesús inmediatamente la corrige con estas palabras que pueden resultar difíciles de entender: “Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Para nada el Señor menosprecia a su Madre ni la relega a un segundo plano. Lo que hace es corregir la mirada de aquella mujer invitándola a que pase de lo humano a la acción de la gracia. Ciertamente muchas virtudes humanas adornan a la Virgen Madre, pero no son nada comparadas con la acción de la gracia en ella. María es la primera auditora y cumplidora de la Palabra de Dios. No sólo recibió el anuncio del ángel sino que respondió con ese tremendo “hágase”, eco de la voz de Dios cuando creó el mundo. Así, si se permite la expresión, autorizó a Dios para que llevara a cabo su obra redentora y, voluntariamente, se reconoció pequeña para poder ser ensalzada, sobre ese pilar, por el Señor.
La Virgen del Pilar no sólo animó al Apóstol Santiago para que no abandonara su misión y completara la evangelización de las tierras de España. Bajo su amparo fueron muchos los misioneros que, emulando al apóstol, llevaron el evangelio a las tierras de América. Es por ello que también hoy se conmemora el día de la Hispanidad. Mirando a María sobre su pilar, reconocemos las obras de la fe. Desproporcionadas para nuestras fuerzas pero posibles para Dios. Ello nos mueve a una oración de agradecimiento pero también para seguir pidiendo la protección de la que siempre ha sido buena con nosotros.
En estos momentos, en que nuestro país sufre muchos males, y en que la sociedad parece que se aleja de Dios podemos descorazonarnos. Esta fiesta, sin embargo, viene a recordarnos que todo lo podemos en Aquel que nos conforta. Si Dios hizo obras grandes en María también quiere seguir haciéndolas en el presente. Pero nos invita a unirnos a ella acudiendo con espíritu filial.
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