«No tiréis nada. Traedlo, que tenemos mucha gente con hambre», pide Conchi a los habitantes de Albacete. Ella es una voluntaria que, cada semana, acude al comedor de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón, en el que comen cada día más de 200 personas. Un plato caliente, un bocadillo y una fruta, además de la comprensión y el apoyo, es lo que brindan estas religiosas y los más de 50 voluntarios que las acompañan. ¿Lo milagroso? que no reciben ningún apoyo económico oficial
Hermana Dolores Mateo«Llevábamos tantos años dando de comer a todo aquel que llamaba a nuestra puerta..., pero no era suficiente, porque no teníamos un sitio digno para acogerlos», cuenta la Hermana Dolores Mateo, Superiora, en Albacete, de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús. Ésta es la razón por la que las religiosas de la Congregación -fundada en Bilbao en 1947- se pusieron en marcha y decidieron abrir un comedor, ampliando el trabajo que, desde 1961, llevaban a cabo en Albacete: aliviar a los enfermos, pero también atender a aquellos que están solos en el mundo.
El comedor, un edificio aledaño al pabellón que acoge a los enfermos, lleva en marcha menos de un año, pero ha solucionado una necesidad urgente. Don Luis Marín, capellán de las religiosas y coordinador del comedor, recuerda cómo, desde hace más de 20 años, la gente iba a pedir a la puerta de la Institución, «la mayoría de las veces en situaciones infrahumanas. Si llovía como si nevaba..., soportaban largas colas para llevarse a la boca un mendrugo de pan». Desde hace 8 meses, todo es diferente: «Tienen un lugar digno para comer. A veces, vienen hasta 200 personas; suelen ser inmigrantes subsaharianos; pero estos últimos meses, hasta las familias de Albacete han pasado por el comedor, o han pedido comida para guisar en casa, por vergüenza».
Abandono en la Providencia
Sin los voluntarios, el comedor no podría salir adelante. Y es que, como cuenta don Luis, el proyecto funciona por el capital humano, también providente: «Tenemos más de 50 voluntarios de las parroquias aledañas o vinculadas con las casas religiosas que ayudan al prójimo desde la caridad».
Conchi Tomás es una de las voluntarias más veteranas. Lleva cinco años colaborando con la Institución, primero en la casa con los enfermos y ahora en el comedor: «Es una bendición de Dios. Veo sus caras de felicidad por estar sentados dignamente en la mesa... La mirada se te clava en el corazón mientras devoran y te piden un trocito de pan. Una experiencia dura es ver la cola en la puerta: hay una verja, y todos los días está llena de manos pidiendo un número para poder entrar a comer».
«Las Hermanas no piden nada, pero ya estamos nosotros para pedir», afirma Conchi. Por eso, recuerda: «No tiréis nada. Traedlo, que tenemos mucha gente con hambre».
Alfa y Omega
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