domingo, 1 de agosto de 2010

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


En todo momento aparecen razones para que caigamos en la cuenta de cómo la palabra de Dios goza de una actualidad fenomenal e interpela nuestro modo de vida.

El Evangelio que proclamamos este próximo domingo da cuenta de ello.

Uno de entre todos los que estaban oyendo a Jesús lanza una voz para pedirle algo, cosa que era normal, ya que acudía tanta gente y con tantas preguntas y necesidades..., pero lo curioso es que su intención no era una curación, una acción de gracias, ni siquiera una crítica, no, lo que le pedía era muy interesado: que convenciera a su hermano para dividir la herencia...

Si ha habido preguntas inoportunas en la Historia, ésta es una de ellas; claro que la respuesta de Jesús fue contundente: «Yo no soy juez o árbitro entre vosotros». Pero Jesús, que conoce el corazón humano y sabe de nuestros egoísmos, lanza un SOS para que lo oiga todo el mundo: «Guardaos de toda clase de codicia!»Con la intervención de ese anónimo personaje, se ha puesto al descubierto el corazón humano, que busca seguridades, pero por caminos equivocados: la riqueza como símbolo de poder y fuente de seguridad.

Aprovecha la oportunidad Jesús para ofrecer una catequesis sencilla, pero contundente, por medio de una parábola. La ciega sabiduría humana hace creer que, teniendo mucho, el hombre está seguro, que puede descansar sin preocuparse de nada, y no alcanza a ver que no es dueño de su vida. El Señor llama a este hombre necio. Esta manera de actuar da mucha pena, aunque sea muy común entre nosotros.

La espiritualidad cristiana ofrece soluciones muy fáciles, que te sacan pronto de la angustia de tomar una decisión: soltar amarras, soltar todos los nudos de las seguridades humanas y amasar las riquezas que quiere Dios. No se debe perder el tiempo adorando al dios dinero, porque la codicia no es más que una forma de idolatría.

No os perdáis la razón que da san León Magno al respecto, por su contundencia y por la urgente necesidad de plantearse la vida: «A quienes se saben mortales no debería sorprenderles el fin sin haberse preparado». Así que, si alguno ha estado muy pendiente hasta ahora de cómo cuidar sus tesoros, que pondere el consejo de san Agustín: el estómago de los pobres es más seguro de todos los graneros, ya que «las riquezas del hombre son el rescate de su propia alma».Que la palabra de Dios nos ayude a saber enriquecernos en Dios, mirando a los hermanos, que esto es un don cargado de esperanza para el mundo.
+ José Manuel Lorca Planes

obispo de Cartagena y A.A. de Teruel y Albarracín

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