«No podemos dejar de contar, de testimoniar, lo que el Señor ha hecho a través de la enfermedad y la muerte de Leonor. No podemos dejar de contarlo, y sobre todo no podemos, no debemos, dejar de hacer un juicio que nos permita madurar en la fe». Ángel, esposo y padre, pertenece a Comunión y Liberación
Tanto para Leonor como para los que la queremos, la alegría y la paz en el dolor de su enfermedad y de su muerte ha estado justo en la evidencia, la experiencia y la certeza del amor de Dios desde siempre, y para siempre, gratuito, infinito e incondicional... por Leonor, cada uno. Como decía Leo de forma sencilla en su testimonio: «Dios te quiere y sabes que hay un designio bueno sobre tu vida».
Yo pido también para mí esta pobreza, mendigar en cada instante de mi vida Su presencia, Su compañía y Su consuelo. Sólo si Él está, sólo entonces es posible vivir verdaderamente. Si Tú no estás, yo no soy.
El Señor lo ha hecho, del mismo modo que ha hecho fácil y sencillo el camino de los tres años de enfermedad (con, evidentemente, muchos momentos de angustia). A mí me sorprendía mucho cuando la gente se sorprendía al yo decirles que estaba siendo fácil para mí todo este tiempo dedicado casi por completo a Leonor, dejando en mi vida muchas cosas a un lado. Realmente ha sido sencillo, sólo he tenido que ir diciendo Sí a las cosas que, día a día, el Señor me iba poniendo delante. Del mismo modo que Leonor iba diciendo Sí, a los ingresos, dolores, quimios, recaídas, limitaciones... y a ver ella misma cómo, poco a poco, perdía su fuerza, su energía y se apagaba su vida.
Leonor y yo tuvimos momentos muy complicados en nuestro matrimonio, cuando nuestra relación volvió a renacer (de forma impensable), vino la enfermedad. Es increíble cómo los años de enfermedad, lejos de ser un menos, han sido la plenitud de nuestra relación, especialmente los últimos meses, donde Leo era ya una viejecita de la que tenía que cuidar casi continuamente, y sin dejar de ser igual de seca y poco expresiva... (como ha sido siempre). Sin embargo, jamás me había sentido tan cumplido afectivamente, como en estos últimos meses cargados de limitación. Creo que he empezado a entender qué es querer, y a comprobar la plenitud que se nos da en el amor gratuito, virginal, desprendido, al que todos estamos llamados.
Sobre los sacramentos no puedo dejar de decir que han sido determinantes en nuestro camino, especialmente la Eucaristía. El bien que supone la Eucaristía diaria es algo que nos sobrepasa.
Leonor ha sido un regalo, un gran bien, que el Señor nos ha concedido. Leonor es ahora un gran bien, que el Señor nos da para siempre.
Gracias a cada uno de vosotros, por vuestras oraciones que nos han sostenido en todo este tiempo de forma increíble. Ha sido la mayor caridad hacia nosotros. Gracias a todos los que, de forma cercana, habéis acompañado a Leonor, gracias a tantos y tantos amigos y amigas del Grupo Adulto (laicos consagrados del movimiento Comunión y Liberación), habéis sido una caricia del Señor en todo momento...
Cantamos el Regina Coeli, como hacemos en Pascua. Desde la alegría y la certeza que nos da la Resurrección del Señor.
Ángel Vázquez
padre de Clara y Marta.
De su testimonio en la Misa Funeral por su esposa Leonor Pascual (26 de septiembre de 2014)
padre de Clara y Marta.
De su testimonio en la Misa Funeral por su esposa Leonor Pascual (26 de septiembre de 2014)
La pobreza que me da paz
Si no llegas a sentir verdaderamente la impotencia, no conoces al Señor. ¿Qué me ha enseñado a mí la enfermedad? La pobreza. Siempre crees que tú vas a aportar algo, pero de golpe la vida te frena. No puedes más. Justo ahí empieza la posición verdadera, cuando te das cuenta de que no tienes nada que defender, nada que pensar y que no sabes nada. Hasta que no pruebas la impotencia no te haces mendigo y, cuando eres mendigo, es cuando te sientes liberado de verdad porque nada depende de ti. No puedes nada pero tienes lo esencial: Dios te quiere, sabes que hay un designio bueno sobre tu vida. Antes de entrar en la UCI estaba exhausta por encontrarme tan mal, intentaba aguantar y tenía cierta paz, pero llegó el momento en que ya no pude más y, con todo, me exigía a mí misma “debo ofrecerlo”, pero era mi última afirmación de mí misma y me eché a llorar. Aunque pensé «no estoy viviendo bien», realmente no podía más. Justo en ese momento me trajeron la Comunión y luego la Unción de Enfermos y ahí me abandoné a lo que ocurriera. Me liberé. En la Unción de Enfermos me dijeron: «El Señor te precede y va detrás de ti». Al instante sentí alivio y compañía. Hasta el camillero que venía a trasladarme y el médico que tenía que intervenirme esperaron a que acabara el sacerdote que, cuando ya me iba yendo, me dijo: «Ya te vas mejor acompañada, con la Virgen, Jesucristo y los ángeles». Y, a pesar del ahogo, de pronto, tenía paz. Ya nada dependía de mí. Estaba todo ofrecido de verdad. Si vivía estaría bien, si moría también. Ángel, mi marido, que no me perdía de vista, me dijo que me había cambiado la cara. Es evidente que uno no puede cambiar la cara sencillamente porque quiera, había sido el Señor.
Leonor
de la revista Huellas
Publicado en Alfa y Omega
de la revista Huellas
Publicado en Alfa y Omega
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