miércoles, 1 de octubre de 2014

EL QUE JUZGA SE EQUIVOCA


Escuchando las charlas u homilías del Papa Francisco en Santa Marta se me asemeja al viejo párroco de aldea o al antiguo capellán de las monjas vecinas, esas que tocan las campanas todos los días a las siete de la mañana y porque no las dejan antes. Yo he sido durante años ambas cosas, si cambiamos aldea por barrio de Madrid, que, en el fondo es lo mismo. Los que van a Misa a diario se parecen mucho en todos los sitios.

            La forma de hablar y los temas son como muy caseros. Muy directos. Destilan una sabiduría a prueba de críticas y murmuraciones. ¿Qué le importan a un capellán de ochenta años las críticas y el pensar de los demás? Para eso están los jóvenes que son muy sentidos y que necesitan crecer y afirmarse pero el viejo capellán qué más va a crecer. En el caso del Papa menos aún porque es un santo y sabe muy bien que nadie le ha ayudado para llegar a donde está. Es más, ni siquiera él se pudo ayudar. Tiene la máxima sabiduría que consiste en saber que todo es gracia.

            El que juzga siempre se equivoca, dijo el papa en Santa Marta el 23 de junio de 2014. Tiene experiencia de ello. Además, continúa, terminará por ser juzgado en la misma medida. Y lo mejor de todo es que el juzgado será defendido por Jesús y el Espíritu Santo.

            Dios le ha dado el juicio a Jesucristo porque es el único que ha muerto por nosotros. Jesús nos juzgará desde su propio amor y misericordia, no va a tener nada en cuenta tus opiniones sobre los demás, no piensa para nada igual que tú. Ese vecino a quien tú no puedes soportar, a Jesús le cae muy bien. ¿Has muerto tú por alguien? ¿Quién te crees que eres? Si juzgas eres usurpador de un puesto que no te pertenece. El Papa insistió en el tema desde el evangelio de ese día que hablaba de la paja y la viga en los ojos. Jesús sabe que todos tenemos una inclinación malsana y persistente de criticar a los demás. Por eso nos dice: ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano deja que te saque la paja de tu ojo”, tú que no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga del tuyo y después verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano (Lc  6, 41-42).

            El juzgador se defiende diciendo que tiene razón y que está en la verdad en lo que dice. Puede ser pero lo hace sin amor.  Cuando ames a otro como a ti mismo júzgalo todo lo que quieras porque no le harás daño. Tu juicio estará lleno de misericordia y compasión. Si lo haces desde ti, desde tu razón, desde tus cálculos, intereses o heridas esparces una mala simiente. Siembras inquietud y desamor aunque tengas razón. Desunes. Actúas en directo contra el amor y la comunidad, no reconcilias.

            Seguro que estás en algún grupillo y si no pronto lo formarás. Esos grupos que hay en todos los sitios, también en parroquias o comunidades. Hay comunidades con tantos grupúsculos que se han apropiado de todo y si llega uno nuevo no sabe dónde colocarse. Están todas las sillas ocupadas o reservadas. Jesús te dirá a su tiempo: “Quise ir contigo pero no encontré acogida, estaba todo ocupado. No me dejaste sitio”.

            No sabemos hasta dónde se extiende la misericordia de Dios. El texto de 2Co 5, 19, que cita Francisco, nos habla de que es amplísima: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos pues embajadores de Cristo. Embajadores en orden a la reconciliación. ¡Mira que si al morir nos encontramos en el cielo con Judas, Nerón, Lenin, Stalin, Hitler, Bin Laden o el que ha robado todo el patrimonio de tu familia! Fueron lo que fueron, les tocó representar un papel en esta vida para la gloria de Dios y para llevar hasta el extremo la calidad de su misericordia y de su inmensa sabiduría. ¿Somos quién nosotros para juzgarlos?
            Hoy está muy de moda hablar de las víctimas, de las víctimas de la historia, de los que han sido atropellados en su inocencia y han sido llevados incluso a una muerte injustísima. ¿Podrá alguno quejarse de ser víctima al lado de Jesucristo? El victimismo es un pecado por su falta de fe y su incapacidad de ver las cosas de este mundo desde la resurrección. El tema de la víctima en la historia es  interesante porque engloba a Jesús como la principal de todas las víctimas, lo que no podemos hacer es darle al victimismo de Cristo otras intenciones distintas de las que él le dio. Dice el Papa: Jesús delante de su Padre nunca acusa, al contrario, defiende. Su Espíritu también viene a defendernos. Si tengo estos defensores, ¿quién es mi acusador? Mucho se tendrá que tentar la ropa para acusarme.
            Una de las aberraciones más envenenadas que ha surgido en occidente en los últimos siglos ha sido la de juzgar a Dios. El Papa no habla de ella pero es una de las formas de juicio más perniciosas de lo que llamamos modernidad. Como me decía un amigo dominico, jamás en el Congo se le ocurre ni se le ha ocurrido a nadie a lo largo de toda la historia juzgar a Dios. En Europa ha nacido por la prepotencia que se le ha concedido a la razón humana la cual, a la vez que ha creado una civilización, ha hundido otra con todos sus principios y valores. En otras épocas, como en el Congo, nadie se atrevió a juzgar a Dios.  Podía haber gente libertina, que no creyera en Dios, que renegara de él, pero juzgarle por los sucesos, los acontecimientos de la vida o las catástrofes del mundo no entraba en la cabeza de nadie. Para eso se necesita una pérdida de inocencia muy grande.
            Para poder hacer esto hay que haber perdido el temor de Dios que es el principio de la sabiduría. Mi hermana en los años de cáncer que tuvo siempre conservó hasta la muerte, a pesar de su edad joven aún, el temor de Dios. Se sentía confortada porque jamás se le ocurrió preguntar a Dios ¿por qué? ¿por qué a mí? No obstante, como hija de su tiempo, le entraron muchas veces ganas de hacerlo pero una gracia especial la mantuvo limpia. Hoy muchos caen en este pecado. Se enfadan con Dios, le piden cuentas, le insultan y le tachan de malo e injusto porque se ha muerto su hijo y por menos aún. Yo sé que en la mayoría de los casos se hace desde la cultura reinante y con poca malicia metafísica, mas el enfriamiento y las consecuencias abren una puerta para el endurecimiento y para ser duramente tentados.
            El temor de Dios no es un miedo sino un don. El que lo conserva en estos tiempos es un elegido. Una antigua conocida, con frecuentes adulterios como decía ella, tenía que soportar las burlas de su compañero de pecado que le decía: “Allá tú si tienes esas aprensiones. Yo me quedo muy bien porque no creo en nada”. Ella se sentía muy mal en el pecado. Sin embargo me decía: “No quiero por nada del mundo perder este sentimiento de culpa. Si yo algún día no me sintiera en pecado sabría que estaba radicalmente perdida y abandonada”. Su temor de Dios, muy santo en este caso y muy de arriba, la libró de su situación porque ya hace tiempo que todo terminó.
            Yo también he tenido cáncer muchos años. Nunca se me ha ocurrido juzgar a Dios por ello.  Preferiría, para defenderme, si mi fe no llegara a ello, morir de una honda depresión que juzgar a Dios. Dios no castiga ni nos envía ningún mal ni enfermedad. Estos tienen sus causas biológicas que se pueden estudiar y, de hecho, miles de científicos lo están haciendo. Dios nos ha enviado a su Hijo Jesucristo como palabra de consuelo para superar los males de este mundo. Gracias a Dios, se me ha regalado suficiente sabiduría para que en vez de juzgar a Dios me adhiera a Jesucristo. Con ello he encontrado un amor y me he librado de la degradación de un juicio. No obstante, mi futuro todavía no se ha terminado y, dada mi debilidad total, pido para que jamás pierda ni otras fuerzas me arrebaten el santo temor de Dios. Este temor, que es don y no miedo, es el mayor regalo y la máxima virtud que se puede tener sobre todo en estos tiempos. El que juzga, termina el Papa, es un imitador de Satanás que va  diciendo por ahí que no amemos a nadie porque todos son muy malos. Utiliza tu misma razón e incluso tu mediocridad para convencerte de que no eres un santo pero si una persona normal y que si juzgas es porque hay mucha gente rara, incómoda y mala.

P. Chus Villarroel O.P.

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