Evangelio
Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a Él tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y les habló en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso; apenas tenía tierra, y como no era profunda brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El que tenga oídos, que oiga».
Se acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, y a ellos no. Les hablo en parábolas, y miran, sin ver, y escuchan, sin oír ni entender... Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron. Oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno».
Mateo 13, 1-23
Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía.
Dios compara su Palabra con la lluvia y la nieve que bajan del cielo y vuelven al cielo pero que, antes de volver al cielo, han empapado la tierra y la han hecho germinar. Se trata solamente de una comparación porque la Palabra de Dios, a diferencia de la lluvia y de la nieve que son criaturas sin vida, es Palabra Viva, Inteligente, Libre, Eterna y Obediente. El Hijo de Dios ha bajado del Cielo y ha vuelto al Padre pero, antes del volver al Padre, ha cumplido perfectamente su Voluntad sembrando la tierra y regándola con su sangre.
Uno puede preguntarse: ¿De qué ha valido todo eso? En el mundo sigue habiendo pecado, tristeza, dolor y muerte. ¿De qué ha valido la venida al mundo de la Palabra de Dios?
Hasta el final de los tiempos no se manifestará totalmente la eficacia de la Redención ni dejará de gemir el mundocon dolores de parto. Sin embargo ya ahora podemos encontrar en la Iglesia la buena tierra que el Señor se ha preparado. Él cuida esa tierra y la enriquece sin medida, la acequia de Dios va llena de agua. Ya ahora, en la Iglesia, las praderas se cubren de rebaños que aclaman y cantan.
Antes de volver al Padre Jesús ha dejado bien preparado en la tierra el jardín de su Iglesia en el que nunca faltan ni el agua, ni el alimento, ni la sombra ni el consuelo.
A veces maltratamos un poco a la Iglesia confundiéndola con el cura -que es un desastre- o con el obispo -que es muy bueno, pero no es la Iglesia-. Sin embargo la Iglesia es la posada que Dios mismo ha preparado para el hombre peregrino, la pradera en la que Jesús nos llama a descansar, a reponer nuestras fuerzas y a sanar nuestras heridas hasta que lleguemos al Cielo.
Claro que no todos estamos del mismo modo en la Iglesia. Podemos estar en la Iglesia mirando sin ver, oyendo sin comprender y criticando sin saber. Entonces la Palabra de Dios cae en nosotros como cae la semilla en el camino, donde los pájaros se la comen. Es lo que nos pasa cuando escuchamos la Palabra de Dios que nos llama a la penitencia y pensamos que eso es para los demás, para los pecadores, para los otros. Nos gusta que nos digan que somos muy buenos pero los aduladores siempre quieren algo de nosotros. En cambio Dios no es adulador y cuando nos llama al arrepentimiento o nos corrige -porque nos ama- espera que respondamos a esa llamada sin mirar hacia otro lado.
Podemos estar en la Iglesia como el inconstante que jamás acaba nada de lo que ha empezado. Escuchamos la Palabra y hacemos buenos propósitos pero, a los cinco minutos los hemos abandonado. Si, por ser cristianos, tuviéramos que sufrir como han sufrido y sufren tantos hermanos nuestros ¿estaríamos tan firmemente arraigados en Cristo como para resistir con paciencia la prueba? Es verdad que, llegada la ocasión, Dios da la fuerza; pero si no somos fieles en lo poco no lo seremos en lo mucho. ¿Puedo pensar que -llegada la ocasión- daría mi vida por Cristo cuando soy inconstante en todas mis cosas, cuando, por cualquier minucia pierdo la paciencia; cuando he abandonado la oración y hace siglos que no he hecho una buena confesión?
Podemos estar en la Iglesia y tener el corazón apegado a las cosas del mundo; a los placeres, a los honores… Y entonces nuestro corazón es como un zarzal que ahoga la buena semilla que Dios ha sembrado.
Hay quien está en la Iglesia como han estado los santos, escuchando la Palabra y poniendo todo su empeño en guardarla con un corazón limpio y dejándose cuidar y sanar y corregir por Dios.
Santa María es Madre y Modelo de la Iglesia. Por su intercesión le pedimos a Dios que abra los ojos y los oídos de nuestros corazones y que nos libre de la inconstancia y del espíritu mundano para que su Palabra dé fruto en nosotros. Nos basta con mirarla a ella para comprender que la redención obrada por Cristo no ha sido inútil. Nos basta con pensar que una criatura como ella ha vivido entre nosotros para llenarnos de alegría y de esperanza.
Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel de Salinas
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