viernes, 18 de julio de 2014

ABANDONAR EL TEMOR

El temor es la anticipación del mal.
Merced a la imaginación, anticipamos los posibles escenarios del acontecer futuro. Cuando este suponer se hace con signo negativo, engendra el temor.
El temor en el cuerpo produce contracción, tensión diversa. En la mente ansiedad, inquietud, un clima de desasosiego que exacerba la previsión.
Esta forma de vivir temiendo, configurada en etapas de formación y debido a una equivocada forma de educación o a sucesos traumáticos que no se han podido reconciliar, proyecta también la imagen de un “Dios – Juez” en el cual la bondad y el amor quedan relegados.
Una cosa es el miedo y otra el temor. El primero, nace desde lo instintivo del cuerpo y está allí como reacción refleja en pos de la preservación, como defensa ante el peligro inminente. El miedo moviliza al cuerpo, brinda agilidad en la huida, aumenta la fuerza física, amplía los sentidos que se tornan avezados.
En cambio el temor es de naturaleza psicológica, deriva de lo imaginativo; muchas veces sucede lo que temíamos porque inadvertidamente lo generamos. No debemos basar nuestra conducta en el temor. Debemos observarlo, ver como va y viene agitado por oleadas especulativas, la mayor parte de las veces sin base cierta.
Y ¿que se puede hacer ante una conducta habituada al temor? ¿Cómo librarse de ese modo de mirar y de actuar que lleva al encerramiento y la crispación?
Sin duda que ese cambio será un proceso, un camino hacia la liberación y no un rapto repentino. Pero en ese caminar hacia la libertad, mucho se puede aprender.
Volvemos al tema de la fe, del que hablamos al iniciar con el tema de la acedia.
¿Que creo? ¿Creo en Dios providente, Padre de amor, que me ha traído a la vida con un designio que ha de irse develando más cuanto más anhele hacer su voluntad? ¿Creo en el poder salvador de la bondad, de la misericordia y del amor infinito que vive en Dios?
Porque quién eso cree no ha temer. Pero… ¿Cómo creer cuando esta fe se muestra ausente? Un paso inicial para fortalecer la fe consiste en observar con atención lo que Dios ha creado. No dar por sentado que ya se ha visto la obra de sus manos.
Es preciso darse un tiempo para contemplar con recogimiento aquella flor que brota en la pequeña planta del balcón. Poner toda la atención en la sedosidad de sus pétalos que se abren con gracia y sutileza, que desnudan los estambres y prometen el néctar. Fijarse con actitud reverente en los dibujos crípticos que trazan las nubes, enlazando colores irreproducibles aún en la más magistral de las paletas.
Respirar hondo, sentir la vida que el aire da animando el cuerpo. ¿Que es esto Señor que invisible y fresco me alimenta?
Es preciso tomar conciencia de que existimos y del misterio que en ello se encierra. Estar aquí, viviendo, cobija un significado. Develarlo a través de la observación de lo que acontece es una tarea sagrada. Nada existe ni sucede sin sentido. Aceptar esto nos permite el posterior descubrimiento.
Cada vez que uno se encuentre a si mismo temiendo, invocar el Nombre de Jesucristo, atender al acto de búsqueda que vive en la invocación misma y desde allí hacer frente a lo que viene. Nada puede afectar a quién a puesto su refugio en el imperecedero.
¡Aleja el temor, toma la fe y nutre con ella un corazón valiente! La gesta es cotidiana, la caridad una épica, la subida del monte puede ser leyenda íntima, oculta y personal junto a Aquél que ve en lo secreto.
Del blog "El Santo Nombre".

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