Reproducimos a continuación la entrevista publicada en el semanario Alfa y Omega a monseñor Alfred Xuereb, secretario personal y hombre de gran confianza para el Papa Francisco, en una entrevista a Radio Vaticano, con motivo del primer aniversario de pontificado.
«Usted me hace revivir tantas emociones y también tantísimos recuerdos, muy profundos», le dice al entrevistador, el periodista de Radio Vaticano Alessandro Gisotti, el prelado maltés. «Eran momentos particulares, que seguramente quedarán en la historia. Un Papa que deja su Pontificado. Desde el 28 de febrero, el último día del Pontificado del Papa Benedicto, cuando dejamos para siempre el Palacio Apostólico, hasta el 15 de marzo, es decir, hasta dos días después de la elección del nuevo Papa, yo me quedé con el Papa emérito en Castel Gandolfo para acompañarlo y también para ayudarlo en su trabajo de secretaría. El momento de la separación del Papa Benedicto ha sido para mí un muy atormentado, porque tuve la fortuna de vivir por cinco años y medio con él y, dejarlo, separarme de él fue un momento muy difícil. Las cosas habían precipitado, yo no sabía que justamente aquel día debía preparar las valijas y dejar Castel Gandolfo y también dejar al Papa Benedicto. Pero desde el Vaticano me pedían que me apurara, preparara las valijas y fuera a Santa Marta, porque el Papa Francisco estaba incluso abriendo él la correspondencia solo; no tenía un secretario que lo ayudara».
«En aquella mañana, pasé varias veces por la capilla para tener luz, porque me sentía también un poco confundido. Pero estaba seguro, tenía la neta sensación de estar guiado desde lo Alto y me daba cuenta que estaba sucediendo algo extraordinario, también para mi vida. Luego entré al estudio del Papa Benedicto llorando y, con un nudo en la garganta, probé a decirle lo triste que estaba y lo difícil que era para mí separarme de él. Le di las gracias por su benévola paternidad. Le aseguré que todas las experiencias vividas con él en el Palacio Apostólico me habían ayudado tanto a mirar mejor 'a las cosas allá arriba'. Después me arrodillé para besarle el anillo, que no era ya el del Pescador, y él, con mirada paterna, de ternura, como sabe hacer él, se puso de pié y me bendijo.»
¿Qué recuerdo tiene de su primer encuentro con el Papa Francisco?
Me hizo entrar en su estudio, me acogió con su bien conocida cordialidad, y tengo que decir que me hizo también una broma, una broma -si así puedo decir- ¡de Papa! Tenía una carta en la mano, y con tono serio me dijo: «Ah, pero aquí tenemos problemas, ¡alguien no ha hablado muy bien de ti!» Yo me quedé mudo, pero después entendí que se refería a la carta que el Papa Benedicto le había enviado para informarle que él me había dejado libre y que podía llamarme a su servicio. En esta carta, el Papa Benedicto había tenido la bondad de listar algunas de mis virtudes. Después el Papa Francisco me invitó a sentarme en el diván y él se sentó junto a mí en una silla. Me pidió -con mucha fraternidad- que lo ayudara en su difícil tarea. Finalmente quiso saber cuál era mi relación con los Superiores y con otras personas de una cierta responsabilidad. Le respondí que tengo una buena relación con todos, al menos por lo que a mí respecta.
¿Qué le impresiona de la personalidad del Papa Francisco, teniendo el privilegio de vivir cada día junto a él?
Su determinación. Una convicción que estoy seguro que le viene de lo Alto, porque es un hombre profundamente espiritual que busca en la oración la inspiración de Dios. Por ejemplo, la visita a Lampedusa, él la decidió porque luego de haber entrado algunas veces a la capilla, le vino continuamente esta idea: ir personalmente a encontrar a estas personas, a estos náufragos, y llorar por sus muertos. Y cuando él entendió que le venían a la mente varias veces, entonces estuvo seguro que Dios quería esta visita. La hizo, aunque no había mucho tiempo para prepararla. Él usa el mismo método para elegir a las personas que llama para que colaboren con él de cerca.
¿Qué le impresiona mirando al Pastor Francisco, su dimensión pública, cómo ejercita su ministerio petrino?
Cuando me han hecho una pregunta similar, respondo diciendo que me viene a la mente espontáneamente la figura del misionero. Aquel clásico misionero que parte, que va entre los indígenas para hacerles conocer el Evangelio, Jesucristo. Yo veo en Francisco el misionero que está llamando a sí a la muchedumbre, aquella muchedumbre que quizás se siente perdida, con la intención de traerla de nuevo al corazón del Evangelio. Se ha transformado -por así decir- en el párroco del mundo y está alentando a cuantos se sienten lejanos de la Iglesia a volver con la certeza que encontrarán su lugar en la Iglesia. Él ve en el clericalismo y en la casuística fuertes obstáculos para que todos se puedan sentir amados por la Iglesia, acompañados por ella. En cambio, párrocos y sacerdotes nos dicen casi cotidianamente cuántas personas han vuelto a la Confesión y a la práctica de la fe por el aliento del Papa Francisco, especialmente cuando nos recuerda que Dios no se cansa nunca de perdonarnos. Él, como han visto, tiene una atención especial por los enfermos, y esto porque él ve en ellos el cuerpo de Cristo sufriente. Y olvida completamente sus achaques. Por ejemplo, en los primeros meses de su Pontificado tenía un fuerte dolor a causa de la ciática que se le había vuelto a presentar. Los médicos le habían aconsejado que evitara de agacharse, pero él, encontrándose delante de enfermos en silla de ruedas o de niños enfermos en sus cochecitos, se inclina hacia ellos de todos modos, y les hace sentir su cercanía. Así sucedió también durante la celebración eucarística en Casal del Marmo, la tarde del Jueves Santo durante el lavatorio de los pies. No obstante el dolor que habrá sentido, se arrodilló delante de cada uno de los doce jóvenes detenidos para besarles los pies.
El Papa Francisco parece incansable, mirándolo en los encuentros, en las audiencias. ¿Cómo vive su cotidianidad también de trabajo, en la Casa Santa Marta?
Créame, ¡no pierde un sólo minuto! Trabaja incansablemente. Y cuando siente necesidad de tomarse un momento de pausa, no es que cierre los ojos y deje de hacer nada: se sienta y reza el Rosario. Pienso que, por lo menos, tres Rosarios al día, los reza. Y me ha dicho: «Esto me ayuda a relajarme». Luego retoma, retoma el trabajo. Recibe una persona después de otra: el personal de la portería de Santa Marta es testigo. Escucha con atención y recuerda con extraordinaria capacidad todo lo que siente y lo que ve. Se dedica a la meditación temprano, por la mañana, preparando también la homilía de la Misa en Santa Marta. Luego, escribe cartas, hace llamadas telefónicas, saluda al personal que encuentra y se informa acerca de sus familias.
Uno de los dones más hermosos de este primer año de Pontificado son seguramente los encuentros entre el Papa Francisco y el Papa Benedicto. Usted, que es como un anillo de conjunción entre ellos, ¿qué nos puede decir de esta relación fraterna?
En una reciente entrevista, el Papa Francisco ha revelado esto: que él lo consulta, le pide su punto de vista. ¡Sería una gran pérdida no aprovechar de esta gran fuente de sabiduría y de experiencia! De hecho, lo ha dicho inmediatamente: es como tener el abuelo en casa, es como decir, tener el sabio dentro casa. He aquí que el Papa Francisco desde el principio ha visto esta presencia como un don inestimable, similar a aquel obispo sabio apenas elegido que encuentra un sabio sostén en su obispo emérito. Es significativo, por ejemplo, el hecho que haya querido arrodillarse en la capilla en Castel Gandolfo, no sobre su reclinatorio, sino al lado del Papa Benedicto. Y luego, ha querido su presencia en la inauguración de la estatua de San Miguel Arcángel aquí, en los Jardines Vaticanos. Y lo convenció para participar en el Consistorio que hubo para los nuevos Cardenales. Es una presencia que enriquece el Pontificado del Papa Francisco.
Por último, ¿qué le está aportando personalmente este servicio al Papa Francisco, después de haber servido de cerca a Benedicto XVI y, recordémoslo, también a Juan Pablo II?3
Me doy cuenta que el Señor me está conduciendo por vías verdaderamente misteriosas. No habría imaginado nunca el poder cumplir este tipo de servicio. Pero Dios es así. De otra forma, somos nosotros los programadores de nuestra vía de santidad. Yo encuentro una gran ayuda en el luminoso testimonio de confianza en Dios, que he tenido la gracia de recibir personalmente del Papa Juan Pablo II, del Papa emérito Benedicto, el cual –se ha transformado en un dicho para sonreír– cada vez que se encontraba de frente a una situación difícil amaba alentarnos diciendo: «El Señor nos ayudará». Es obviamente el sostén tanto humano como espiritual de la oración, que sé que hace también por mí el Papa Francisco y me resulta de gran consuelo.
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