domingo, 16 de agosto de 2015

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Después de la multiplicación de los panes Jesús empieza a hablar de un pan distinto. Para empezar -dice- es “pan del cielo”. No es el pan que hacen los hombres con su trabajo sino el pan que Dios nos da y que nosotros solamente podemos pedir.
Los judíos habían oído hablar del maná, pero Jesús dice que no está hablando del maná. Vuestros padres -les dice- comieron del maná y murieron “el que come este pan vivirá para siempre”.
A esa promesa de Jesús responde la fe con una oración: “Danos siempre  de ese pan”. Y entonces Jesús dice:  “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”.
Muchas veces Jesús hablaba como los poetas, con comparaciones y metáforas. Al decir “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” ¿estaba hablando así? ¿Era solamente una metáfora?
Para que sus oyentes no crean que está hablando en sentido figurado, para que comprendan que Él es en sentido propio y real ese alimento que da vida eterna, dice claramente: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hom­bre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resu­citaré en el último día”.
Ya no cabe entender sus palabras como comparaciones. Solamente cabe preguntarse “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Aunque sería mejor aprender de Santa María que ante el misterio de la Encarnación no duda sino que pregunta desde la fe: “¿Cómo será esto?”.
Jesús había dicho: “Si el grano de trigo no cae a tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”. Ahora dice que su carne y su sangre van a ser ofrecidas en sacrificio y que el fruto de su sacrificio será una carne y una sangre capaces de dar vida eterna a quienes la reciban con fe como alimento.
Solamente quienes creen en la palabra de Jesús pueden celebrar y -hasta cierto punto- entender la Santa Misa como lo que realmente es: la renovación incruenta del sacrificio de Cristo en el Calvario cuyo fruto es la Eucaristía.
Y después de celebrar la Santa Misa solo queda alabar la Sabiduría y la bondad de Dios que nos ha llamado y nos ha admitido  su mesa como hijos y bendecir a Santa María que se dejó llenar por el Espíritu Santo y vivió cantando -maravillosamente- para Dios.
Javier Vicens
Párroco de S. Miguel de Salinas

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