Compartiremos en los próximos días algún testimonio de lo que hemos vivido en este día tan especial para nuestra Parroquia.
Detengo mis pasos y me quedo mirando al mar, a Jesús junto al mar. Sí, mirando su mar. A veces pienso que no aprovecho el tiempo que Dios me regala. Que se me desdibujan entre los dedos los afanes por tocar el cielo.
Como si torpemente quisiera retener la vida que se me regala. Como un derecho. O como un don que pudiera disfrutar siempre en presente. Siempre y cuando me guste pero en presente.
El deseo obsesivo de mi alma por querer controlar las cosas. Las teclas del ordenador que responden siempre a mis órdenes. Sin escuchar a Dios. Sin comprender que las teclas de la vida obedecen suavemente a los dedos de Dios, siguiendo el rumbo que ellos dictan.
Quiero aprender a escuchar la voz de Dios. Decía el Padre José Kentenich: “Mantendré el núcleo de mi voluntad en un movimiento continuo orientado a decirle en todo momento ‘sí’ a Dios y a solazarme en la grandeza divina. ¡Cuán a menudo giramos en torno a nosotros mismos y dejamos crecer más y más nuestros deseos egoístas!”[1].
Sumergirme suavemente en sus manos llenas de misericordia. El sol intenta salir entre las nubes muy torpemente. A ratos parece lograr su meta e ilumina. Pero súbitamente se cansa y se oscurece el día. Como la vida misma.
¿Por qué me afano a veces tanto en querer controlar las nubes? Vanidad de vanidades. No acabo de comprender que el fin de la vida no es coleccionar palmadas, recoger en bolsas cientos de halagos, acumular agradecimientos.
El halago debilita, escuché el otro día. Tal vez tengan razón. Mucho halago nos debilita, nos despista. La adulación es el medio más mezquino para quitar poder al que lo tiene o servirse de su poder mientras lo tenga.
Cuando uno busca su yo, satisfacer el ansia del ego por estar en primer plano, todo halago es poco. Siempre queremos más. Nunca es bastante. Más reconocimiento, más gloria.
La vida tiene sus etapas. Hoy estamos aquí y mañana en otra parte. Y los días se suceden. Sólo queda marcado como en un surco en la tierra todo el amor que sembramos.Lo demás son nubes pasajeras que luchan inútilmente por tapar el sol.
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